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E aquel que ge la diese sopiese vera palabra

Que perderíe los averes é mas los oyos de la cara,
E aun demas los cuerpos é las almas.

Grande duelo avien las gentes christianas:
Ascóndense de mio Cid ca nol'osan decir nada.

Entonces sin duda debió decir el Cid de su barba aquellas célebres palabras: «Por causa del rey don Alfonso que me ha desterrado de su reino no tocarán tijeras á estos pelos, ni de ellos caerá uno solo, y de esto tendrán que hablar moros y cristianos.»>

Multiplicáronse los prodigios en la conquista de Valencia, y sobre todo cuando los Almoravides mandados por el rey Bucar (Seir Abu Bekr) fueron á acometer la ciudad. Entonces no solo el Cid, sino el obispo don Gerónimo, armado de lanza y espada, mató tantos moros que no hubo quien le igualára en matar sino el mismo Campeador; rompiósele el asta de su lanza al prelado guerrero, y echando mano á la espada, no se sabe cuantos infieles murieron á sus golpes. Rodrigo buscaba al rey Bucar, que á todo correr de su caballo huia del Campeador. «¿Por qué asi huyes, le gritaba, tú que has venido de allende el mar á ver al Cid de la luenga barba? Vuelve y nos saludaremos uno á otro.» Pero por mas que el Cid espoleó á su Babieca, el rey moro ganó la orilla del mar; entonces Rodrigo le arrojó su Tizona y le hirió entre ambos hombros, y el rey Bucar malamente herido se entró en el mar y ganó un barquichuelo: el Cid se apeó del caballo y recogió su espada. Asombra el número de moros que segun las leyendas murieron aquel dia.

Volvió mas adelante el rey Bucar sobre Valencia con numerosísimo ejército. El Cid reposaba en su lecho cuando se le apareció un personage, despidiendo un olor fragantísimo y vestido de un ro

page blanco como la nieve. Esta vez era San Pedro: «Vengo á anunciarte, le dijo, que no te restan sino treinta dias de vida. Pero es la voluntad de Dios que tus gentes venzan al rey Bucar, y que tú mismo despues de muerto seas el que dés eltriunfo en esta batalla. El apóstol Santiago te ayudará, pero antes has de arrepentirte delante de Dios de todos tus pecados. Por el amor que me profesas y por el respeto que siempre has tenido á mi iglesia de San Pedro de Arlanza, el hijo de Dios quiere que te suceda lo que te he dicho.» Al dia siguiente refirió el Cid á sus caballeros la vision que habia tenido, juntamente con otras que hacia siete noches le perseguian, y les anunció que vencerian al rey Bucar y á los treinta У seis reyes moros que le acompañaban. Despues de aquel discurso se sintió malo y se confesó con el obispo don Gerónimo. Los pocos dias que aun vivió no tomó mas alimento en cada uno que una cucharada del bálsamo y la mirra que el soldan de Persia, noticioso de sus hazañas, le habia enviado de regalo, mezclado con agua rosada. Las fuerzas se le acababan, pero su tez se conservaba sonrosada y fresca. La víspera de morir llamó á doña Jimena, al obispo don Gerónimo, á Alvar Fañez, á Pero Bermudez y á Gil Diaz, y les dijo cómo habían de embalsamar su cadáver, y lo que despues habian de hacer de él. Dicto al fin su testamento y murió cristianamente.

A los tres dias de su muerte, rey Bucar y los treinta y seis reyes moros pusieron sus quince

el

mil tiendas delante de las puertas
de Valencia. Habia en el campo
moro una negra que capitaneaba
otras doscientas negras, con las
cabezas rapadas, á escepcion de
un mechon de pelo, porque iban
cumpliendo una peregrinacion:
sus armas eran arcos turcos. A los
doce dias de sitio, despues de ha-
ber hecho todo lo que el Cid ha-
bia ordenado, determinaron los
cristianos salir de Valencia. El ca-
dáver embalsamado del Cid iba
montado en su fiel Babieca, sujeto
por medio de una máquina de ma-
dera habia fabricado Gil Diaz.
que
Como se mantenia derecho, y el
Cid llevaba los ojos abiertos, la
barba peinada, escudo y yelmo de
pergamino pintado, que parecia
de fierro, y en la mano su formi-
dable tizona, semejaba perfecta-
mente estar vivo. Šalieron, pues,
de la ciudad. Iba Pero Bermudez
de vanguardia: escoltaban á doña
Jimena seiscientos caballeros; de-
trás iba el cadáver del Cid con es-
colta de cien caballeros, y el obispo
y Gil Diaz á sus lados. Alvar Fañez
preparó el ataque. De las doscien-
tas negras las ciento fueron al ins-
tante derrotadas, las otras ciento
hicieron no poco estrago en los cris
tianos, hasta que habiendo muer-
to su capitana huyeron todas.
Entonces los cristianos atacaron
el grueso del ejército musulman.
Los moros que vieron un caballero
mas alto que los otros, montado
en un caballo blanco, en la izquier-
da un estandarte blanco como la
nieve, y en la derecha una espada
que parecia de fuego, huian des-
pavoridos; hicieron en ellos los
fieles horrible matanza, y conti-
nuaron victoriosos camino de Cas-
tilla.

Llegado que hubieron á San Pedro de Cardeña, colocaron el cadáver del Campeador á la derecha del altar, en una silla de mar£1, con una mano descansando so

bre su Tizona. En una ocasion en-
tró un judío en la iglesia del mo-
nasterio á ver el cadáver del Cid,
y como se hallase solo, dijo para
sí: «He aqui el cadáver del famoso
Ruy Diaz de Vivar, cuya barba
nadie fué osado á tocar en vida:
ahora voy á tocarla yo á ver qué
me sucede.» Y alargó el brazo, y
en el momento envió Dios su es-
píritu al Cid, el cual con la mano
derecha asió el pomo de su Tizona
y la sacó un palmo de la vaina.
El judío cayo trastornado y co-
menzó á dar espantosos gritos. El
abad del monasterio, que predi-
caba en la plaza, oyó los lamentos,
suspendió el sermon y acudió con
el pueblo á la iglesia. El judío ya
no gritaba, parecia difunto; el
abad le roció con unas gotas de
agua y le volvió á la vida. El ju-
dío contó el milagro, se convirtió
à la fé de Cristo, se bautizó, reci
bió el nombre de Diego Gil, y en-
tró al servicio de Gil Diaz.

Fuera largo enumerar los prodigios que los romanceros y poetas, y ya no solo poetas y romanceros, sino los venerables monjes de Cardeña aplicaron al Cid en vida y en muerte, y no tan solamente á la persona del héroe, sino á su cadáver, á su féretro, á su cofre, á su tizona, y hasta á su caballo Babieca, que Gil Diaz enterró á lá derecha del pórtico del convento, plantando sobre su tumba dos álamos que crecieron enormemente. La historia romancesca del Cid llegó á hacer olvidar su historia verdadera, y ha costado no poco trabajo deslindar la una de la otra, y aun no está de todo punto determinada y clara la línea que las separa y divide. Sucede ademas que al través de las aventuras bélicas, religiosas, amorosas Ꭹ caballerescas que los poemas y los cantares han atribuido al Cid, se revela el genio de la edad media: á vueltas

de estas bellas ficciones, se descubren importantes realidades; los poetas y los monjes habrán inventado las anédotas, pero las anécdotas están basadas sobre el espíritu de la época. De modo que si los anales y las crónicas contienen la historia de los verdaderos sucesos, los poemas, las leyendas, los cantares y las tradiciones desarrollan á nuestra vista el cuadro moral de las pasiones, de las creencias, de los amores, de las luchas políticas, de las costumbres, en fin, que constituian la índole y el genio de la edad media castellana.

Terminaremos esta nota ó apéndice con la célebre aventura de los infantes de Carrion, que tanta popularidad adquirió en España, pesar de no hallarse apoyada en fundamento alguno histórico que merezca fé. Cuando el Cid conquistó á Valencia, dos caballeros castellanos solicitaron la mano de sus dos hijas Estos dos caballeros eran los condes de Carrion. Omitiendo las negociaciones que al decir del poeta mediaron entre los pretendientes, el rey Alfonso y el Cid, el doble enlace se verificó, aunque con harta repugnancia de este, y los infantes permanecieron durante dos años en Valencia. Estando alli sus yernos, le sucedió al Cid la famosa aventura del leon que se salió de la jaula y puso en consternacion á todos sus caballeros, habiendo sido los de Carrion los que se condujeron mas cobardemente. Cuando el Cid, agarrando al leon por la melena le volvió á encerrar en su jaula, los infantes de Carrion, que se habian escondido, el uno debajo de una cama, el otro tras del huso de un lagar, salieron de sus escondites, pero tuvieron que sufrir la burla y el sarcasmo de los demas caballeros, lo cual los llenó de cólera, y no pensaron、

sino en vengar aquella afrenta' aunque sobradamente merecida. Despues de la victoria del Cid sobre el rey Bucar, los infantes de Carrion, á quienes tocó una gran parte del botin, manifestaron su deseo de volverse á Carrion con sus esposas. El Cid accedió á ello, y mandó á Felez que los acompañára.

En Molina fueron muy cortesmente recibidos por el rey Abengalvon, aliado del Cid, el cual en la confianza de amigos tuvo la debilidad de enseñar sus tesoros á sus huéspedes. Ellos, correspondiéndole con ingratitud, proyectaron quitarle la vida y ríquezas. un moro que entendia el latin les oyó lo que hablaban, y los denuncíó á su rey. Abengalvon les afeó su indigno proceder y alevosos designios, mas por consideracion al Cid los dejó partir libremente. Al llegar á los montes de Corpa, meditaron ejecutar otro proyecto todavía mas horrible que desde Valencia traian. A las orillas de un limpio arroyuelo, que en el bosque hallaron, levantaron sus tiendas, y alli pasaron la noche en brazos de sus esposas. Alamanecer ordenaron á la comitiva que se pusiera en marcha y se fuera delante. Luego que quedaron solos con doña Elvira y doña Sol (que asi llama la leyenda á las hijas del Cid), les intimaron que iban á vengar en. ellas los insultos recibidos de los compañeros de su padre cuando la aventura del leon: y desnudándolas de sus vestidos se prepararon á azotarlas con las correas de sus espuelas. Expusiéronles las desgraciadas hermanas que preferirian les cortasen las cabezas con las espadas Colada y Tizona que el Cid les habia dado. Inexorables estuvieron los bárbaros esposos: azotáronlas con correas y espuelas, la sangre corrió de sus cuerpos, y cuando ya el dolor les

embargó la voz y no podian gritar, las abandonaron á los buitres y á las fieras del bosque.

Lleno de cuidado esperaba Felez Muñoz á la ladera de una montaña, y cuando vió llegar los infantes sin sus esposas, sospechó alguna catástrofe y se volvió al monte, donde halló á sus desventuradas primas casi moribundas. Las llamó por sus nombres, abrieron ellas los ojos, doña Sol le pidió agua, que él le llevó en su sombrero; puso á las dos damas sobre su caballo, las cubrió con su capa, y tomando el caballo de la brida las condnjo á la torre de doña Urraca. Cuando este desaguisado llegó a noticia del Cid, llevó la mano á la barba, y exclamó: «Por esta barba que nadie jamás tocó, los infantes de Carrion no se holgarán de lo que han hecho: en cuanto á mis hijas yo sabré casarlas bien.» Llegaron sus hijas á Valencia, el padre las abrazó tiernamente y volvió á jurar que las casaria bien y que sabria tomar venganza de los de Carrion. Envió, pues, á Muño Gustios á pedir justicia al rey Alfonso de Castilla contra los infantes. Alfonso convocó córtes en Toledo. Los de Carrion pidieron al rey les permitiera no asistir; pero el monarca los obligó á ello. Para intimidar al Cid se presentaron los infantes con gran comitiva y acompañados de García Ordoñez, el mortal enemigo de Ruy Diaz. Alfonso nombró arbitros á los dos condes Enrique

y Ramon. El Cid presentó su querella, y reclamó sus dos espadas Colada y Tizona. Los árbitros aprobaron su demanda, y las dos espadas fueron devueltas al Cid. Despues reclamó las riquezas que había dado á los infantes al partir de Valencia. Hubo algunas dificultades por parte de los de Carrion, però al fin las restituyeron tambien. Por último, pidió vengar en combate la afrenta que habian hecho á sus hijas. Realizóse el duelo, y los tres campeones del Cid, Pero Bermudez, Martin Antolinez y Muño Gustíos vencieron á los dos infantes y á Asur Gonzalez, y las hijas del Cid se casaron con los infantes de Navarra y Aragon.

El autor de esta leyenda (que no se halla en historia alguna fidedigna) parece se propuso infamar la familia de los condes de Carrion, aborrecida acaso en Castilla, los Vani Gomez del poema. Ademas, el conde que hubo en Carrion desde 1088 hasta 1147. fué Pedro Ansurez, que no era de la familia de los Gomez, como puede verse en Sandoval, Sota, Moret, Llorente y otros. De la misma manera pudiéramos evidenciar de apócrifas otras muchas anécdotas del Cid, con que no queremos ya fatigar á nuestros lectores, y que puede ver el que guste en el Poema, en los dramas y en las colecciones de romances de Sanchez, de Duran y de Depping.

CAPITULO III.

FIN DE ALFONSO VI. DE CASTILLA.

SANCHO RAMIREZ Y PEDRO I. EN ARAGON:

BERENGUER RAMON II. Y RAMON BERENGUER III. EN

CATALUÑA.

De 1094 á 1109.

Casa Alfonso sus dos hijas Urraca y Teresa con dos condes franceses. -Dales en dote los condados de Galicia y Portugal.-Muerte de la reina Constanza, y matrimonios sucesivos de Alfonso.-La mora Zaida abraza el cristianismo, y se hace reina de Castilla con el nombre de Isabel.-Continúan las guerras de Alfonso con los Almoravides.-Muere Yussuf y su hijo Alí es proclamado emperador de Marruecos y emir de España.-Funesta batalla de Uclés: derrota del ejército castellano, y muerte del príncipe Sancho, único hijo varon de Alfonso.-Sentidos lamentos de este.-Enferma y muere Alfonso VI. de Castilla.-Su elogio.-Sobre las diferentes esposas de este monarca.-Aragon.-Campañas de Sancho Ramirez.-Muere herido de flecha en el sitio de Huesca.-Proclamacion de su hijo don Pedro.-Prosigue el sitio de Huesca.-Gran triunfo de los aragoneses en Alcoráz.-Conquista de Huesca.-Muerte de don Pedro, y sucesion de su hermano don Alfonso.-Cataluña.-Hechos de Berenguer II. el Fratricida.-Sus guerras con el Cid.-Importante conquista de Tarragona.-Acusacion y reto por el fratricidio: su resultado.—Auséntase Berenguer de Cataluña.—Entra á regir el condado Ramon Berenguer III. el Grande.

No habia hecho poco Alfonso de Castilla en irse reponiendo del desastre de Zalaca, hasta el punto de TOMO IV.

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