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CAPITULO XIX.

CAIDA Y DISOLUCION DEL CALIFATO.

De 1002 á 1031.

Justos temores y alarmas de los musulmanes. Gobierno de Abdelmelik, hijo y sucesor de Almanzor, como primer ministro del califa Hixem.-Sus campañas contra los cristianos: su muerte.-Gobierno de Abderrahman, segundo hijo de Almanzor.-Infundado orgullo de este hagib: su desmedida ambicion: hácese nombrar sucesor del califa.-Terrible castigo de su loca presuncion.-Ministerio de Mohammed el Ommiada y del slavo Wahda.-Encierran al califa Hixem en una prision y publican que ha muerto.-Mohammed se proclama califa.-Le destrona Suleiman con auxilio del conde Sancho de Castilla. Gran batalla y triunfo de los castellanos en Gebal Quintos.-Recobra Mohammed el trono con ayuda de los cristianos catalanes. Saca Wahda al califa Hixem de la prision, y le enseña al pueblo que le creia muerto.-Entusiasmo en Córdoba: alboroto: Mohammed muere decapitado, y su cabeza es paseada por las calles de la ciudad.-Apodérase Suleiman otra vez del trono, y desaparece misteriosamente y para siempre el califa Hixem.-Muere Suleiman asesinado por Alí el Edrisita, que á su vez se proclama califa. -Precipitase la disolucion del imperio: partidos, guerras, destronamientos, usurpaciones, crímenes.-Ultimos califas: Ali, Abderrahman IV., Alkasim, Yahia, Abderrahman V., Mohammed III., Yahia, segunda vez, Hixem III.-Acaba definitivamente el imperio ommiada.

Muy fundado era en verdad el desaliento y lat afliccion y pesadumbre que produjo en toda la España muslímica la nueva de la derrota de Calatañazor.

Penetraba bien el instinto público que todo aquel esplendor y grandeza, toda aquella estension, pujanza Ꭹ unidad que habia adquirido el califato bajo la enérgica y sábia direccion del ministro regente, habia de desplomarse y venir á tierra con la muerte de aquel hombre privilegiado, que con tanta intrepidez como fortuna, con tanta maña como arrojo, y con tanta política como vigor, habia elevado el imperio musulman á la mayor altura de poder que alcanzó jamás, y reducido al pueblo cristiano casi á tanta estrechez como en los tiempos de Muza y de Tarik. Que si los defensores de la cruz no se vieron en tan escaso territorio encerrados como en los dias de Pelayo, halláronse al cabo de cerca de tres siglos de esfuerzos casi en la situacion que tuvieron en tiempo del primer Alfonso, y apenas fuera de la cadena del Pirineo podian contar con una fortaleza segura, y con un palmo de terreno al abrigo de las incursiones del gran batallador. Temian los musulmanes, derribada la robusta columna de su imperio, por la suerte de la dinastía Ommiada, con un califa siempre en estado de pueril imbecilidad, y sin esperanza de sucesion. Temian tambien no menos justamente lo que á los príncipes y guerreros cristianos, antes tan abatidos, habria de alentar aquel solemne triunfo.

Brindaba ciertamente ocasion propicia á los cristianos el resultado glorioso de la batalla, y mas que todo el desconcierto y descomposicion á que por con

secuencia de ella vino el imperio musulman, no solo para haberse recobrado de sus anteriores pérdidas, sino para haber reducido á la impotencia á los sarracenos, si los nuestros hubieran continuado unidos, y en lugar de aprovecharse de las disensiones de los infieles no se hubieran ellos consumido tambien en intestinas discordias y rivalidades. Achaque antiguo de los españoles era esta falta de union y de concierto, y causa perenne de sus desdichas y de la prolongada dominacion de los pueblos invasores.

El rey Alfonso V. de Leon, niño de ocho años, continuaba bajo la tutela de su madre doňa Elvira y de los condes de Galicia Menéndo Gonzalez y su esposa, que educaban al rey y gobernaban el reino con recomendable prudencia. El hijo de Almanzor, Abdelmelik Almudhaffar, que habia ido á Córdoba con las destrozadas huestes del ejército sarraceno, fué nombrado por la sultana Sóbheya (que sobrevivió un corto tiempo á Almanzor) hagib ó primer ministro del califa Hixem, el cual proseguia en su dorado alcázar, entregado á sus juegos infantiles, contento con llevar el nombre de califa y sin tomar parte alguna en los negocios del imperio. Heredero Abdelmelik de la autoridad y de algunas de las grandes cualidades de su padre, pero no de su fortuna, quiso proseguir tambien su sistema de guerra con los cristianos, y asegurado por la parte de Africa en cuya emirato confirmó á Moez ben Zeiri, comenzó sus incursiones perió

dicas por el lado de Cataluña, y alcanzó una victoria cerca de Lérida (1003). En el otoño de aquel mismo año, despues de un corto descanso en Córdoba, pasó con grande ejército á tierras de Leon, y al decir de los historiadores árabes, venció en un encuentro á los leoneses, se apoderó otra vez de la capital, y destruyó lo que habia quedado en pie en la ocupacion de su padre: relacion que está en manifiesta discordan cia con la que de esta espedicion nos cuenta el arzɔbispo don Rodrigo, el cual dice expresamente que Abdelmelik en esta tentativa fué puesto en vergonzosa fuga por los cristianos (1).

Continuó el hijo de Almanzor sus incursiones periódicas, ni notables por su brillo ni fecundas en resultados, hasta el 1005 en que otorgó á los cristianos una tregua, que equivalió para ellos á una paz. Debieron mover á los leoneses á solicitar esta transaccion algunas desavenencias ocurridas con el conde de Castilla, y apoyó y esforzó su instancia el walí de Toledo Abdallah ben Abdelaziz, uno de los mas antiguos y fieles caudillos de Almanzor. Motivaba este interés del walí toledano en favor del monarca leonés lo si

(4) «Venció, dicen los escritores árabes de Conde, á los cristianos cerca de Leon, y se apoderó de la ciudad, y arrasó sus muros hasta el suelo, que ya antes su padre los había destruido hasta la mitad.» Cap. 103.-«Habiendo congregado, dice el arzobispo don Rodrigo, un grande ejército sobre

Leon, fué vergonzosamente ahuyentado, y se retiró ignominiosamente... á cristianis turpiter effugatus, turpiter est reversus.» Hist. Arab. c. 32.-Estas contradicciones son frecuentes, y no es ya fácil apurar de parte de quién está la verdad.

guiente. Entre las cautivas cristianas que Abdallah tenia en su poder se hallaba una hermosa doncella, hácia la cual concibió el walí una pasion vehemente. Supo que aquella linda jóven era hermana del rey de Leon y pidiósela en matrimonio. Accedió Alfonso á darle su hermana como medio y condicion de álcanzar la paz de Abdelmelik. Celebráronse las paces, y tambien las bodas muy contra la voluntad de Teresa, que asi se llamaba la princesa cristiana. Cuenta la crónica que la noche de las bodas le dijo á su mal tolerado esposo: «Guárdate de tocarme, porque eres un príncipe pagano: y si lo hicieres, el ángel del Señor te herirá de muerte.» Rióse de ello el musulman, y desatendió su intimacion. Mas no tardó en arrepentirse de ello, porque á poco tiempo se cumplió el fatal vaticinio, y como el walí sintiese acabársele la vida, llamó á sus consejeros y sirvientes, mandó que devolviesen á su hermano la jóven desposada, tan bella cautiva como infausta esposa, y que fuese conducida á Leon, acompañando el mensage con ricos dones de oro y plata, joyas y vestidos preciosos. Abdallah falleció al poco tiempo: Teresa profesó de religiosa en un convento, y en este estado murió en Oviedo en el año 1039 (").

Muerto Abdallah, y espirado que hubo tambien el plazo de la tregua, invadió de nuevo Abdelmelik las

(4) Pelag. Ovet. Chron. n. 3.

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