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Instalado en una espaciosa habitacion del piso segundo del palacio de Villahermosa, su antiguo y constante protector, vivía Carderera, en cuanto á su trato personal, como un estudiante, y en cuanto á la riqueza de objetos de arte de que se había rodeado, como un príncipe. Su aficion á coleccionar cuadros, estampas, dibujos originales, libros y obras de bellas-artes, que desde su residencia en Italia fué tomando proporciones de verdadera manía, y su abandono respecto de la mise en scène de aquella riqueza, habían dado por resultado que la morada de nuestro docto académico presentase el aspecto de una suntuosa almoneda, donde, velados por el polvo que tanto exalta la sensibilidad nerviosa de los coleccionistas pulcros y gurruminos, y afeados por el desórden de los muebles y por las manchas y jirones de las sillerías, que son pecadillos inveterados é incorregibles en el ajuar de todo solteron, formaban contraste y se disputaban la preferencia segun los gustos, las tablas del XV, flamencas é italianas, los espléndidos lienzos de las escuelas de Venecia y de Amberes, los trípticos bizantinos de marfil, los esmaltes de Limoges, la cerámica de Palissy, láminas de repujado florentino, arquetas incrustadas de Francia y Alemania, retazos de estofas de Persia y de brocado español del XVI, retratos de hermosas y célebres damas, puestos en fila junto á la aristocrática cornisa, dignos de la famosa coleccion de bellezas que reunió en su palacio de Mantua el Duque Vicente Gonzaga; mesas y consolas doradas del tiempo de Luis XIII y Luis XV, soportando el noble peso de cien carteras atestadas de estampas de gran precio; y en las piezas inmediatas, la estantería rebosando libros raros (la mayor parte mal encuadernados, pero no pocos con traje de gala costoso y regio); los armarios reventando con la carga de multitud de carteras de todos tamaños, cartapacios, cartones, cartulinas y rollos; los caballetes, sosteniendo, espatarrados y á duras penas, pesadísimos marcos de vistosa talla churrigueresca; aquí un gran brasero con caja claveteada de macizo bronce, allá una raquítica estufa torcida y derrengada, más allá un maniquí á medio vestir; y luego la mesilla de alas con los restos del frugal almuerzo, de hombre más herbívoro que carnívoro; y despues la mesa de

escribir, vieja y deslustrada, con su epidérmis de caoba saltada á pedazos: que no sólo había alli mucho y bueno para los elegantes golosos de cosas artísticas, sino tambien algo y malo para la lardosa caterva de los pren

deros.

Los personajes que trataban á Carderera y solían visitarle, ni extrañaban aquel desórden conociendo su idiosincrasia, indiferente á lo minucioso, ordenado y confortable, ni se retraían de pasar en su estudio largas horas porque se encontrasen sobre su mesa de escribir la taza rota con el engrudo que empleaba para encolar los dibujos y los grabados desprendidos de los libros, ó la bandeja de hoja de lata abollada, dejando chorrear el baño de cloruro en que lavaba las márgenes de las estampas adquiridas en los baratillos. Con mucha frecuencia grandes y titulados, y hombres distinguidos de todas las jerarquías sociales, fiaron sus retratos á los pinceles del artista-anticuario, no menos hábiles en la diestra que los manejaba por alternar con la pluma del escritor ó con los ingredientes de la química casera del quitamanchas. Allí, en aquel revuelto Cluny, entre aquellos restos de la opulencia de las pasadas edades, pintó él soberbios retratos, que recordamos con placer: los de los duques de Villahermosa, de medio cuerpo, él, dignísimo prócer de noble y amable gesto; ella, nobilísima dama de delicadas y aristocráticas facciones;-otro de la misma duquesa, de cuerpo entero, con finas medias tintas á la Van Dyck;-el del conde de Toreno, admirable por la verdad con que fijó en el lienzo las características facciones de aquel célebre orador é historiador que parecía vaciado en el troquel de los ministros britanos del tiempo de Jorge IV;-el del famoso jurisconsulto D. Manuel Cambronero, Ciceron del foro español;-los de los dos jóvenes esposos D. Cárlos Solano y Doña Teresa de Villalpando, hoy marqueses de Monsalud, con elegante traje de máscara; etc.-Allí tambien ejecutó preciosos cuadros de composicion, ya históricos, ya religiosos, ya alegóricos: Colon á su regreso de América, para S. M. la Reina doña María Cristina;-para el referido duque de Villahermosa, un lindo retablo cuyo asunto no tenemos presente; -para el Infante D. Sebastian Gabriel, un pequeño triptico de cobre,

en el cual Carderera hizo para el centro la Concepcion Inmaculada, y sus amigos D. Cárlos Luis de Ribera y don Federico de Madrazo, las imágenes de Santa Cristina y San Sebastian en los compartimentos de los lados;-y sin determinada aplicacion, aunque luego lo adquirió el Gobierno, el conocido lienzo emblemático de la Prudencia Y la Hermosura, en que se mostró fiel á los recuerdos del seductor naturalismo de Palma el Viejo y del Vecellio.

Con gran frecuencia el estudio del pintor se convertia en gabinete de reunion de arqueólogos ó bibliófilos, porque el dueño se veía muy amenudo asediado por la juventud ganosa de ciencia, que libaba en sus carteras, como las abejas en los vergeles, la sustancia para hacer sus panales; ó por los rebuscadores de libros viejos que iban á proponerle cambalaches, y que, yendo á su casa por lana, solían salir trasquilados. Hay que confesar que un arsenal de ciento treinta carteras, donde había más de treinta mil retratos, setenta mil grabados y dos mil dibujos de antiguos maestros, y donde las paredes de tres ó cuatro piezas estaban acorazadas con una biblioteca de miles de volúmenes; eran una formal tentacion para proporcionarse en los dias de lluvia ó de nieves, agradables giras artísticas y literarias dentro de la habitacion de D. Valentín Carderera, sin los percances que suelen ocurrir en los sports de caza, pesca y carreras de caballos. Él mismo experimentaba la irresistible atraccion de tan grata morada, así que durante el dia no la abandonaba nunca sino para entregarse á su predilecto sport, que era la caza de libros, ó bien para acudir á las sesiones de la Comision central de monumentos, á defender con denuedo la conservacion de aquéllos, santa vocacion de toda su vida. En la caza de libros era Carderera montero eminente: cuando Gayangos, Serafin Calderon, Eugenio Moreno Lopez, Muñoz Romero y los demás aficionados madrugaban para encontrarse los primeros en la ranchería á que les brindaba el anuncio del Diario de Avisos, ya Carderera se hallaba allí dominando el campo. Al entrar ellos por la puerta, él estaba ya apoderado del botin reunido en pirámide en el suelo: y en cuclillas sobre el monton, con más resistencia en las corvas que si las tuviese de bien templado acero, con los anteojos calados y con la vista

de un Argos para los más imperceptibles movimientos de los que andaban á su alrededor, revolviendo aquella congerie de libros, grandes y pequeños, en pasta y en pergamino, encuadernados y sin encuadernar, con estampas y sin ellas, éste quiero, éste no quiero, con prontitud vertiginosa iba haciendo su apartadijo, dejando rara vez olvidado algo que pudiera halagar su incurable bibliofagia. Sucedía á veces que algun buscon de buen olfato, que se había. acercado á la suculenta presa, despertaba los celos del tigre apoderado de ella alargando la mano hacia un libro de valor: entonces, con la rapidez del rayo caía la zarpa de Carderera sobre el bocado que aquél pretendía hacer suyo, antes de que le hubiese tocado, y el intruso, defraudado y corrido, se retiraba limpiándose el hocico. Era preciso ver á nuestro gloton de papel viejo en aquellos trances solemnes, para comprender hasta qué punto el hombre de indole más dulce y pacífica se hace atrevido, y hasta temerario é iracundo, cuando se le contraria en la pasion que le domina. Gayangos llamaba el salto del tigre à las terribles acometidas de Carderera en los momentos críticos de ver disputada su caza.--La monteria de libros rancios solía verificarse por las mañanas, y el traje con que á ella iba era una cierta capeta, que el buen humor del eminente arabista y bibliófilo á quien acabamos de citar hizo proverbial, juntamente con la gorreta que usaba Carderera dentro de casa en invierno, cuya visera verde y rectangular, de descomedido tamaño, parecía la pantalla de un velon catalan.-La tal gorreta debía ser de tejido indestructible, porque duró hasta el fin de la vida de su dueño, y éste la habia lucido en 1832 en una expedicion artística desde Toledo al castillo del Tejar de Higares, propiedad del marqués de Cerralvo, que, siendo yo estudiante, hicimos él, mi hermano Federico y yo, en sendos borricos, y que quedó grotescamente perpetuada en una caricatura al lápiz que dibujó mi mencionado hermano en una hoja de su cartera de viaje: hoja de que yo me apoderé, y que, á la vuelta de medio siglo, todavía me causa risa y me trae al olfato el olor á tomillo del altozano de Higares, cuando, entre mis papeles tropiezo con ella.

Tambien para cumplir sagrados deberes dejaba su hala

TOMO II.

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güeña morada: deberes que le imponían la patria y la religion. Carderera era piadoso y caritativo, y en los postreros años de su existencia, cuando ya no se curaba de adquirir más libros y estampas, cuando ya descansaba en nosotros, sus compañeros de las Academias de San Fernando y de la Historia, y en cierta manera sus discípulos, del cuidado de vigilar por la riqueza monumental de España, y cuando ya los vibrantes toques del clarin y el ronco estruendo del tambor no le llamaban á formar en la plazuela para acudir á lo que donosamente se llamaba la defensa de la patria; sus únicas ausencias eran motivadas por las solemnida les del culto, en que tomaba parte con edificante devocion, no avergonzándose de llevar al cuello el santo escapulario y de empuñar su hacha de cera como siervo del Santísimo en la Iglesia de San Antonio del Prado; ó por los impulsos de la hermosa caridad, que, callada y sigilosamente, le llevaba á socorrer el hambre del prójimo á los desvanes y buhardillas.—Mientras estuvo en edad de servir á la nacion con disfraz de soldado, no dejaron de molestarle, como nos molestaron á todos, para que empuñase el fusil de miliciano; pero Carderera no tomó nunca en serio semejantes funciones, y hasta cierta providencial negligencia en él característica, le favoreció para vengarse de aquella pesada servidumbre, porque el fusil para él fué siempre escopeta, y nunca se propuso llamarlo de otro modo. Desempeñó, pues, aunque forzado, el papel de heroe de la patria. pero lo hizo de la manera más chusca del mundo. Solo de verle con uniforme se disipaban las tristezas. La somera instruccion dada á los milicianos nacionales no le entró jamás en el cuerpo: llevar él el paso en las formaciones, dar á los objetos del arreo militar sus verdaderos nombres, manejar el arma segun la táctica, montar la guardia en regla..... ¡imposible! Con la mejor voluntad caía en actos de formal indisciplina, porque no podía él concebir que para defender al pais en un conflicto supremo fuera indispensable vestirse de máscara y moverse como un autómata, y cargar el fupara hacer fuego en varios y determinados tiempos, ni se le pasó jamás por las mientes que pudiera él verse en la precision de matar á nadie.-En una ocasion, el difunto duque de la Roca, Comandante del 6.° batallon, en que

sil

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