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Fragmentos inéditos del sarcófago Ilurbidense (tamaño natural).

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artísticamente modelados en forma de hojas acorazonadas. Las letras del sarcófago pueden ser posteriores al siglo III, tanto por el tipo de la A que no termina en ángulo, como sobre todo por el de la H que parecida á la K sirve de transición á la de h, la cual aparece ya en inscripciones de las Galias, labradas á principios del siglo v (1) y en otras similares de España (2). El primer fragmento que he cotejado y aplicado al monumento original, encierra la primera letra del nombre de San Andrés y el primer trazo de la segunda. Observando con atención ese trazo se ve que el transversal siguiente no descendía de lo más alto, como en la buena época de la escritura romana, sino que se apoyaba no poco más abajo de la extremidad superior del antecedente, señal evidente de que presenciamos una letra del imperio en declive. El fragmento se ajusta al sitio que atinadamentə marcó rigiéndose por otras composiciones del mismo género el Sr. Fernández Guerra. San Andrés es el tercero de los apóstoles en la serie que examinamos.

El segundo fragmento carece de la primera letra que hasta hoy se le atribuía; y encierra además preciosos restos del nombre siguiente que sin duda alguna es el de San Mateo. De este mismo nombre conserva el sarcófago las cuatro letras últimas; y á continuación, después del punto figurado á manera de hoja, guarda por buena suerte el primer trazo superior de la letra siguiente que no puede confundirse con la T y fué en realidad una I inicial de «Judas Jacobi»; con cuyas dimensiones se aviene exactamente el claro que se deja suponer por el borde gastado de la piedra. En comprobación de esta verdad que se demuestra por sí propia, recordáis que San Isidoro, en el libro vii de las Etimologías, cap. 9, enumeró (como lo hace el sarcofago) los tres últimos Apóstoles con los mismos nombres y por el mismo orden: «Matthaeus, Simon Chananaeus, Judas Jacobi.

Resta por examinar el punto más interesante, como el más delicado en la distribución de los epígrafes. Los dos Apóstoles que están en posición simétrica de San Pedro y San Pablo, son sin

(1) Le Blant, Inscriptions chrétiennes de la Gaule, préf. XXIV; París, 1856. (3) Hüba., Inscriptiones Hispaniae christianae, 119, 153.

duda los hijos del Zebedeo. Para mí tengo que el más cercano al Salvador es Santiago, ya porque en los Evangelios, cuando tratan de los tres discípulos más allegados á Jesús (1), Santiago precede á Juan, ya porque tratándose de un monumento español, no parece natural que nuestras iglesias se desviasen de aquella norma. El Apóstol de España se ve representado en ademán de partir y de llevar la luz del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra; San Juan se vuelve á Jesús, como extasiado en contemplación

amorosa.

La restitución del epígrafe, en mi concepto y salva mejor sentencia, ha de ser:

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No negaré que, á todo estirar, cabe hacerlo subir hacia los orígenes del cristianismo hasta el tiempo en que escribía San Cipriáno á las iglesias de Astorga y de Mérida, y aun (si se quiere) hasta principios del siglo II, cuando la fe de Cristo había cundido por todas las Españas y poseía todos sus términos, como refiere Tertuliano; mas las razones que llevo expuestas me hacen optar por el siglo de Constantino y de Osio de Córdoba. La perfección artística no es un compás tan rígido que no se doble ó exponga á frecuentes excepciones, habida razón de mil circunstancias que modifican la inspiración del genio. El escultor del sarcófago revistió á los Apóstoles de túnica y palio, ceñido á los lomos ó terciado á la espalda; dió sandalias á los piés, imaginando que iban llevando hermosos por todo el orbe el reino de la Paz y Fraternidad; y finalmente les hizo empuñar con la mano izquierda el rollo del Evangelio. Una sola de estas manos, bellísima, se ha salvado de la devastación, y se encontró cortada al pié del monu

(1) Matth.,-XVII, 1; XXVI, 37; Marc., V, 37.

mento. Así ella, como los fragmentos que llevo citados, se devolverán al sitio del que los separó el martillo, tal vez del iconoclasta musulman, tal vez del vándalo ferocísimo. La restauración piensa encomendarla Doña Mercedes Delgado al eminente escultor señor Piedrahita, en cuyo taller (1) podéis ver ahora esa joya insigne, la más antigua que conocemos de las Bellas Artes cristianas en la Península ibérica.

Once metros de largo tiene la cripta. El suelo fortísimo y de muy grueso cemento romano; los costados de sillería con espesor de 1. Dista 2,9 del pavimento el arranque de la bóveda, tan destruida, que sólo se conserva lo suficiente para reconocer que fué de hormigón, circular rebajada. El sarcófago apareció en su sitio natural á flor del piso, casi al extremo capital del eje mayor, que baja de NO. á SE., como buscando la dirección hacia Jerusalén. Al otro extremo se abre la entrada, á la que daban acceso dos tramos de gradería. Restos de pintura en las paredes y bóveda y de mosaico en el suelo, no se descubren, ó por mejor decir, no se han buscado. De todos modos, la disposición de toda esta pieza funeraria presenta, como veis, muchos y muy notables puntos de semejanza con la primitiva cripta y sepulcro subterráneo del Apóstol Santiago, que el Sr. Fernández Guerra y yo hemos visto y descrito en Compostela (2).

Las pocas exploraciones ó calicatas á la ventura que se han practicado en el mismo sitio, me hacen aguardar que de hacerse con método científico y á bastante profundidad, tendrán como resultado el descubrimiento de la tapa que cubría el sarcófago, ó siquiera de algunos restos donde podamos leer el nombre y la fecha mortuoria del personaje, que acaso fué algún varón señalado por su virtud y eminente categoría. Testigos fidedignos recuerdan haber visto en la pared de la cripta empotrado un sillar, con signos raros y curiosos que no entendían. El sillar se arrancó y se ignora á punto fijo su paradero. Quizá los signos se reducían al crismón del período constantiniano.

Además de las garras de león que menciona el Sr. Jiménez en su

(1) Madrid, calle de Don Martín, 8.

(2) Recuerdos de un viaje a Santiago de Galicia, cap. XVII; Madrid, 1880.

informe, salió entre los escombros de la cripta un pié izquierdo, calzado con sandalia, del mismo tamaño y material que los del sarcófago, pero que hubo de pertenecer á otro monumento, en razón de que no puede adaptarse á ninguna de las efigies truncadas por ese lado. Todo ello me hace pensar que así el pié como las garras saltaron de una escultura sepulcral donde estaría representado el cuadro de Daniel en la hoya de los leones, por el estilo de uno de los seis sarcófagos romano-cristianos (1) que esmaltan el altar mayor de la iglesia de San Félix en la ciudad de Gerona. Bajo este supuesto, bien se ve cuán hondo interés debe despertar el proyecto de ulteriores excavaciones. En toda la comarca se ofre cen indicios de población romana. La labranza de los Carbajales, contigua á la de las Albueras, posee una pila, que es el primer sepulcro de que habla en su informe el Sr. Jiménez; quien me dijo además que en su antigua propiedad ó labranza de San Pedro de Almofrague, distante de las Albueras poco más de un kilómetro, en el valle de Sangrera, encontró «muchos restos de materiales romanos y alguna moneda consular y de los primeros Cé

sares. >>

Estos vestigios de población constituyen un argumento muy plausible á la reducción de Ilurbida que hizo el P. Mariana. La prueba sacada de la homonimia ó del parecido de los nombres, es harto resbaladiza; pues así como de Lorbiga cupo imaginar la situación de la ciudad Ilurbidense, así tambien de Albuera con la misma razón podríamos deducir la de Libora. Una y otra ciudad, en el mapa de Ptolomeo aparecen en medio y en el extremo occidental de la región carpetana. Bajo un mismo meridiano, Ilurbida cae diez minutos al Norte de Libora, lo cual excluye la reducción de esta última ciudad á Talavera. Y á la verdad, Libora debió de hallarse al otro lado del Tajo, supuesto que el Ravenate la pone como intermedia entre las mansiones de Toledo y de Augustóbriga, y por consiguiente hay que buscarla siguiendo la calzada ó camino romano «que pasa por el puerto Marchés y se dirige hacia la dehesa del Ahijon, donde el camino se llama de la Plata,

(1) Los describí en la Revista histórica, t. 111, pág. 138; Barcelona, 1876.

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