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(* Ap. lib. 12. núm. 7.).

Verbo, virginidad de nuestra Señora, y Eucarestía." (*) Convencida la junta de que Ripoll no era cristiano, y de que profesaba ideas de libertad política y religiosa, declaróle herege contumaz, condenándole al último suplicio, y le relajó á la justicia ordinaria para que se ejecutase la sentencia. La sala del crimen de la Audiencia de Valencia se cubrió de oprobio mandando llevar á efecto el sangriento fallo, que sin embargo no alteró el alma sublime del imperturbable filósofo; y solo puso el grito en el cielo preguntando en virtud de qué ley, y con qué derecho se proponian privarle de la dulce existencia. Los frailes mas energúmenos atronaron sus oidos en la capilla con sus voces de reprobacion: dejábalos decir el impasible Ripoll, y bendecia á Dios que le habia dado un corazon generoso para amar á sus semejantes, y no las entrañas de aquellos tigres cuya hartura y contentamiento de sangre no se satisfacia sino con la destruccion de la mitad del género humano. Rabiosos y pasmados de tanta serenidad y tanto valor, condujéronle al cadalso el 31 de Julio de 1826 con algunas de las ceremonias que usaba el santo oficio, enlutando las imágenes de la carrera ó arrancándolas de los retablos; aplicaron una mordaza á los labios del desventurado maestro para impedirle el habla, vejaron é insultaron sus agonías con improperios y amenazas, y despues de muerto metiéronle en un tonel pintado de culebras y arrojáronle al rio. Dada cuenta al gobierno de su muerte, preguntó el ministro qué tribunal era la junta de la fé de Valencia, pues su establecimiento no estaba autorizado por orden alguna del rey, y carecia de las mas mínimas facultades. Indígnase el ánimo mas moderado viendo que el ministro dejó impune tan público homicidio, y que sus execrables jueces no respondieron á la humanidad ultra

jada de la sangre que tan bárbaramente derramaron. La culta Europa se horrorizó con la muerte de Ripoll: en Francia llenaron de maldiciones á sus verdugos, y la prensa inglesa denunció al mundo tan execrables actos. Esta fue la última llamarada del santo oficio en España, y el postrer rugido de la intolerancia religiosa.

1824.

rcalistas.

La parte moderada del ministerio, que no dormia porque sus plantas hollaban la lava del volcan, y porque observaba el desenfreno de los voluntarios realistas que seguian atropellando á los hombres pacíficos y sobreponiéndose á los tribunales, conoció que sin enfrenar su desenvoltura y aherrojarlos al pedestal de la ley no lograria cortar la cabeza de la hidra de la anarquía. El ministro de la Guerra Cruz dió pues con fecha de 28 de Febrero un decreto que trataba de la organizacion de aquellos cuerpos, acompañando el reglamento á que habian- Reglamento de sujetarse, y que prescribia sus obligaciones y las de voluntarios cualidades de que debian estar adornados para vestir el uniforme realista, y para ascender á oficiales. Juntamente con este decreto se circuló á los gefes de los voluntarios una falsa real orden, manifestando que los franceses habian violentado al rey para que firmase aquel decreto, y que su deseo era que no le obedeciesen, ni se sujetasen al reglamento cuyas bases destruían hasta las raices de tan beneméritos cuerpos (*). Autorizaba la referida (Ap. lib. 12. orden el coronel comandante de los realistas de la núm. 8.) corte don José Aymerich, quien en 14 de Abril dió á la prensa un manifiesto desmintiendo que fuese suya la firma, y asegurando que habia sido suplantada (*). No obstante las protestas del gene-(Ap. lib. 12, núm. 9.) ral, y la oscuridad que envuelve los acuerdos de un conciliábulo secreto, tenemos motivos para afir mar que el gefe de los voluntarios estampó verdaderamente su rúbrica, y que lo verificó en virtud

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Exequias de Vinuesa.

de un plan resuelto por los apostólicos para enardecer los ánimos y conseguir el trastorno que deseaban. Lo cierto es que el reglamento no solo no se puso en práctica, sino que andando el tiempo se alteró y modificó esencialinente, y el autor de la supuesta orden del monarca no cesó de obtener ascensos y honoríficos cargos, hasta sentarse en el alto puesto que ambicionaba.

El orgullo pues del realismo esterminador creció y redobló sus infernales trabajos con la circular de su gefe; y la fama pública señalaba el 19 de Marzo como el dia destinado á degollar en una misma hora y en todos los puntos á los que gozaban opinion de liberales. Gloriábanse de antemano los voluntarios realistas hablando misteriosamente de próximas venganzas; y los buenos ciudadanos, inquietos y desasosegados con tales amenazas, y observando en la ardorosa plebe deseos de secundar el movimiento para llegar al pillage y al saqueo, huían unos de su pueblo natal, otros escondian sus riquezas, y todos vivian temblando de que sonara la hora anunciada. Ignoramos las causas que estorbaron la esplosion de la mina; ora faltase á los apostólicos algun resorte con que contaban, ora retrocediesen á la vista del abismo de crímenes en que iban á lanzarse, lució la bonanza en un dia que tan tempestuoso pregonaban.

Celebráronse en Madrid magníficas exequias en honor de don Matías Vinuesa, sacrificado en 1821 por el partido revolucionario que estrelló con sus escesos la nave pública contra el escollo donde ahora yacía destrozada y presa de las facciones; y los reyes permanecieron en el balcon de palacio mientras pasó la pompa fúnebre. Tras esto salió el 27 de Marzo la familia real para Aranjuez, de donde se trasladó el 9 de Abril á Toledo para asistir á las ceremonias religiosas de la Semana Santa,

como deseaba la reina Amalia, y tributar este testimonio de gratitud al cabildo por los pasados servicios. El dia 11, constante el rey en su plan de hipocresía y de mantener la ignorancia general, dió el decreto de prohibicion absoluta de libros estrangeros sin la previa licencia del Consejo para introducirlos en España.

en Toledo.

El Domingo de Ramos concurrió la augusta La familia real familia á la procesion con palmas en la mano, y permaneció en el templo durante los divinos oficios. Al observar á Fernando escuchando los cánticos sagrados, acompañando el Jueves Santo con la vela encendida el divino caliz, seguido de los generales franceses, de los embajadores y de los grandes de su corte, visitando las estaciones rodeado de los oficiales realistas, ó halagando el Sábado de Gloria al corderito que por antigua usanza le presentaron los canónigos, no vemos á un monarca religioso rebosando en sentimientos de damiracion al Criador del universo, sino á un príncipe solapado é hipócrita que convierte la religion en instrumento de sus pasiones ambiciosas. El teocrata don Victor Saez, que residia en Toledo esperando las bulas del Sumo Pontífice, recibió á SS. MM. en la Academia de nobles artes de que era director; tambien visitaron los reyes la cueva de Santa Leocadia y la preciosa biblioteca del cabildo, donde examinaron el bellisimo devocionario que usaba el emperador Carlos V; las poesías manuscritas que compuso don Alonso el Sabio, y los libros de devocion escritos en carácter talmúdico sobre hojas de palma. En la catedral tuvieron en sus manos la espada que don Alonso VIII esgrimió en la batalla de las Navas de Tolosa, y el cuchillo con que el rey Recaredo cortó el velo á Santa Leocadia cuando se levantó del sepulcro, segun refiere su

historia. Sensible debe sernos no poder referir los pensamientos que sobre tales reliquias asaltarian en secreto la imaginacion del monarca cuando paseando despues por las alamedas hermosas de la Peraleda, que refleja en sus cristales el deliciosísimo Tajo, se entregase á sus propias reflexiones, porque sería un rayo de luz que aclararia su carácter. El 24 de Abril regresó la familia real á Aranjuez, saliendo de Toledo entre el clamoroso entusiasmo de los voluntarios realistas tendidos por las calles.

Abriéronse las Cámaras en Francia, y Luis XVIII se glorió de los triunfos que su ejército habia conseguido en España domando el carro de la revolucion, y los diputados se felicitaron con el monarca por los laureles arrancados en un suelo que tan áspero y espinoso habia sido para las huestes imperiales. Pero la tribuna de las Cámaras no tronó como debia contra los escesos y las horrorosas proscripciones que devastaban un pais donde las bayonetas francesas habian ahogado la libertad en vez de la licencia, y donde habian derrocado un partido para levantar otro mas cruel y sanguinario. Ni en la libre Inglaterra, cuyo parlamento habia tambien comenzado sus tareas, alzó su elocuente voz con la energía que era de esperar el ministro Canning: es verdad que los radicales y algunos generosos diputados condenaron la anarquía que despedazaba nuestra patria, pero no se trató del remedio, y contentáronse con pagar aquel homenage de justicia á las luces del siglo. Ocupaba á los ingleses y á su gobierno la importante cuestion del reconocimiento de la independencia americana, porque las colonias españolas habian roto el último eslabon de la cadena, y el despotismo del monarca español no convidaba ciertamente á volver al yugo. El gabinete de la Gran Bretaña, comenzando por anudar sus relaciones mercantiles,

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