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mil soldados, y fiaba ademas en la proteccion de los mismos flamencos, que ya infestaban en banda das y grupos los bosques y caminos. La noticia de haber pasado el de Orange el Rhin y asentado sus reales á la márgen del Mosa cerca de Maestricht llenó de terror á Flandes. Aparentaba el duque de Alba mucha serenidad, y cuando le enumeraron los muchos príncipes y aun reyes que se habian aliado con el de Orange, contándose entre sus auxiliares el de Dinamarca y la de Inglaterra, respondió con mucho sosiego: «No importa; mas son los que » se han ligado con el rey de España, pues entran en » la liga los reyes de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, los » duques de Milan y de Borgoña, el soberano de Flan»des, y los reyes del Perú, Méjico y Filipinas (aludien>> do á todos los estados del rey de España); con la di>>ferencia que aquella liga, como compuesta de gente >>de muchas naciones, se puede fácilmente deshacer: »y esta será eterna, porque todos obedecen á la vo>>luntad de uno.»>

Partió pues el duque de Alba á ponerse sobre Maestricht, con banderas españolas, italianas, borgoñonas, alemanas y flamencas, en todo sobre diez y seis mil infantes y cinco mil quinientos caballos de combate. El rey de Francia le ofreció enviarle dos mil caballos, y el duque le respondió que sería mejor los empleára contra los hugonotes franceses que sabia proyectaban penetrar en los Paises Bajos á juntarse

con los rebeldes flamencos, y era el mas señalado servicio que le podia hacer. Vigilaba e! de Alba al cnemigo desde Maestricht (setiembre, 1568) pero mas sagaz que él en esta ocasion el de Orange, una noche á la luz de la luna (7 de octubre,) colocando sus caballos muy apiñados y juntos de orilla á orilla del Mosa en un vado ó esguazo que descubrió, para quebrar el golpe de la corriente, y hecho luego un puente de sus mismos carros para el paso de la infantería, trasladó sin ser sentido todo su ejército á la orilla opuesta, como Julio César habia pasado en otro tiempo el Segre, y mas recientemente Cárlos V. el Elba. Cuando Barlaymont anunció al duque de Alba el paso del ejército de Orange dicen que contestó: «¡Pensais acaso que es algun escuadron de aves para haber pasado á vuelo el Mosa?»

Pero de ser sobradamente cierto no tardó el encmigo en darle testimonio presentándole batalla. Limitábase sin embargo el general español á entretenerle, fiado en la proximidad del invierno y en que la falta de pagas para tan grande ejército se haria sentir muy pronto, y cundiria entre ellos mismos, como solia suceder entre alemanes, el descontento, las quejas y la indisciplina, atento solo á que no se apoderáran de Lieja, Malinas, Bruselas ó alguna ciudad de Bravante, donde pudieran fortificarse y proveerse de mantenimientos. Ni las escaramuzas que cada dia se empeñaban entre ambos campos, ni los movimientos,

insultos, incendios de aldeas y otras provocaciones que el de Orange empleaba para ver de irritar al de Alba, bastaban á sacar al general español de su prudente sistema de entretenimiento, pasando por sufrir los denuestos de los adversarios y las murmuraciones de los propios, á trueque de asegurar la victoria, cansando y quebrantando al enemigo, y esperando los efectos de la escasez y las discordias en el campo contrario, como si se propusiera ser otro Fabio Máximo ante el ejército de Anibal, Y no se engañó en sus cálculos el español. Porque al mes de estar el de Orange pugnando en vano por tomar alguna ciudad flamenca, movióse en sus reales un motin, en que perecieron algunos de sus capitanes, y él mismo estuvo á punto de perder la vida, que salvó, merced á haber dado en el pomo de su espada una bala de arcabúz que sin duda á otro sitio le habia sido dirigida.

Alentóle en ocasion tan crítica, tanto como desconcertó á los sediciosos, el aviso de que se acercaban tres mil infantes y quinientos caballos franceses que el señor de Genlis, capitan del príncipe de Condé, llevaba en su socorro. Movió pues su campo derecho á Tirlemont para juntarse con la gente de Francia. Tras él marchó tambien el ejército real sin perderle de vista. Al pasar los orangistas el rio Gette, un cuerpo de dos mil quinientos hombres que al mando del coronel Loverval habia quedado de la otra parte de la ribera para proteger el paso del rio, fué acometido y des

'hecho por el maestre de campo Chiapino Vitelli y por el jóven don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba, los cuales no cesaban de avisar y representar al duque que si se decidia á pasar del otro lado con toda la gente y á dar la batalla, la victoria seria segura y completa, «¿Es posible, contestó una vez el de » Alba á los mensageros, que no me habeis de dejar >>conducir á mi gusto la guerra? Júroos por mi rey, » que si vos ú otro cualquiera me vuelve á importunar >> con tales mensages, os ha de costar la vida (1).» Esta estraña prudencia del de Alba era tal vez la que dió ocasion á varios escritores para motejarle de cobarde y poco entendido en la guerra, juicio que entonces mismo, fuera ó no justo, formaron tambien algunos oficiales de su mismo campo (2). La resistencia de

(1) De Thou, lib. XLI.-Carta de Huberto del Valle, que se halló en la batalla, á la princesa Margarita de Austria.-Estrada, Guerras de Flandes, Déc. I., lib. VII. -Don Bernardino de Mendoza, Comentarios, lib. III.-Este autor que se encontró tambien en la batalla, es el que la refiere con mas estension y pormenores, como todo lo perteneciente a estas guerras en la década de 1567 á 4377, como quien se propuso que sus comentarios sirvieran de lecciones prácticas á los que siguieran la carrera de las armas. Por eso se detiene tanto en las descripciones de los sitios, las posiciones de cada ejército, los movimientos y evoluciones, el número y la calidad de la gente y de las armas, el órden de cada batalla, y toda la manera de pelear. Don Bernardino

de Mendoza hizo personalmente toda la campaña sin faltar sino unos dos meses y medio que le ocuparon dos embajadas que desempeñó, una á Madrid y otra á Inglaterra.

(2) Refiere Mendoza que el capilan baron de Chevreau, que habia escaramuzado con mucho brio, arrojó despechado el pistolete, diciendo: «El duque de Alba no quiere combatir.» De lo cual, dice el autor que se rió el duque, no pesándole de ver tales demostraciones de ardor en sus soldados. Y aplaude la prudencia del general, pues «conviene, dice, tener entereza y pecho los generales para no dar oido á los pareceres de sus soldados, si la razon no obliga á ello. Mendoza, Comentarios, libro IV.

aquella legion orangista fué desesperada. Murieron casi todos al filo de las espadas españolas. El conde de Hoogstrat fué traspasado de un balazo, y espiró á poco tiempo entre los suyos profesando la fé católica, cosa que sintió el de Orange mas que la derrota misma. El coronel Loverval quedó prisionero con tres heridas. Este desgraciado fué ajusticiado despues en Bruselas. Un grupo de cincuenta soldados alemanes se hizo fuerte en una alquería. Alli sufrieron un sitio formal con un valor temerariamente heróico. El duque de Alba para rendirlos hizo aplicar un carro de heno á la casa y ponerle fuego. Aquellos pocos valientes caian envueltos entre los encendidos escombros de su débil fortaleza: ninguno se rindió: algunos saltando por las llamas iban á clavarse en las picas de los españoles, y los hubo que por quitar al enemigo la escasa gloria de su muerte, ó volvian contra sí mismos los arcabuces, ó se degollaban entre sí, que era un espectáculo horrible y lastimoso ().

Juntóse pues el de Orange con la division auxiliar francesa de Genlis; mas como viese que las ciu

(1) Continúa Mendoza refiriendo los mas menudos incidentes de cada jornada y de cada combate parcial, deleitándose en ello como todo el que escribe el diario de los sucesos que presencia y en que tiene parte.-Estrada, no por ser menos minucioso tuvo motivos para ser menos exacto, pues ya que no fué testigo de los hechos,

escribió teniendo á la vista las cartas diarias que Rafael Barberini, entendido militar y gran matemático, el cual se hallaba en los mas de los encuentros, enviaba á Roma á sus hermanos Francisco y Antonio, padre este último del que fué luego pontifice con el nombre de Urbano VIII.

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