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trando la lanza de su adversario por la abertura de su visera, entrósele por un ojo hasta el cerebro; cayó el rey moribundo y sin conocimiento, y sin que le alcanzase remedio humano murió á los pocos dias (10 de julio, 1559), precisamente en el que se cumplia el segundo aniversario de la famosa derrota de San Quintin. Sucedióle en el trono su hijo Francisco II., jóven de diez y seis años, y tan débil de cuerpo como de espíritu.

A poco tiempo de este suceso terminó tambien su turbulento pontificado el papa Paulo IV (18 de agosto, 1559). De manera que en un breve período desaparecieron de la escena, como nota un historiador, casi todos los personages que desempeñaron los principales papeles en el gran teatro de Europa. Es ciertamente digno de observarse que en menos de un año (del 21 de setiembre de 1558 al 18 de agosto de 59) cayeran bajo la guadaña de la muerte soberanos, príncipes y personages de tanta cuenta como el emperador Cárlos V., sus dos hermanas las reinas de Francia y de Hungría doña Leonor y doña María, dos reyes reyes de Dinamarca, Cristian y Cristerno, la reina María de Inglaterra, Enrique II. de Francia, el papa Paulo IV., el dux de Venecia, el duque de Ferrara y varios príncipes electores del imperio. Esto solo hubiera bastado para dar un nuevo giro á la política y á las relaciones de los príncipes de Europa entre sí, cuanto mas agregándose los importantes

tratados de paz celebrados últimamente entre las principales potencias.

Felipe II. despues de la de Cateau-Cambresis pudo ya dedicarse á dejar organizado el gobierno de los Paises Bajos para realizar su apetecido regreso á España, que anhelaban tambien sus pueblos, segun luego habremos de ver. Al efecto distribuyó los gobiernos de las diez y siete provincias que constituian los Estados de Flandes, premiando con ellos á los nobles flamencos que mejor le habian servido en las anteriores guerras; encomendó el Luxemburgo al conde de Mansfeld; el condado de Flandes y su confinante el Artois al conde de Egmont; la Flandes francesa á Juan de Montmorency, señor de Montigny; la Holanda, Zelanda y Utrech al príncipe de Orange Guillermo de Nassau; la Frisia Occidental al conde de Aremberg; y asi las demas. De estos próceres los mas notables y los mas beneméritos eran, el conde de Egmont, á quien se debia en gran parte la victoria de San Quintin, y muy principalmente la de Gravelines, el príncipe de Orange, que ademas de su esclarecida estirpe y de sus grandes estados en Alemania y en Flandes habia hecho importantes servicios y por muchos años, ya en calidad de consejero, ya de capitan y lugarteniente general, asi á Cárlos V. comʊ á su hijo Felipe (1). Para el gobierno eclesiástico de

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(1) Archivo de Simancas, Secretarías provinciales, leg. 2,604. -Correspondencia de Felipe II.

sobre los negocios de Flandes, publicada por Mr. Gachard, tono I., p. 183, 184.

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aquellos estados, y ejercer en ellos mas influencia, y á fin de poder contrarestar mejor el espíritu de la reforma protestante que comunicada de la Alemania se hallaba difundida por los Paises Bajos, aumentó Felipe las sillas episcopales, y de cuatro solos obispados que habia hizo tantas diócesis como eran las provincias, y las proveyó en eclesiásticos de su confianza, todos conocidos por sus ideas puramente católicas (mayo, 1559); que fué una de las novedades que disgustaron mas á los flamencos (").

Resuelto el rey á venir á España, pensó tambien en la persona á quien habia de encomendar la regencia y gobierno general de aquellos estados. Si se hubiera consultado el parecer y el voto de los flamencos, sin duda le hubiera dado al conde de Egmont ó al príncipe de Orange. Mas no estando en este ánimo el monarca, ponia el de Orange todo su interés y ahinco en que fuera nombrada la duquesa de Lorena, con cuya hija pensaba casarse, prima que era del rey don Felipe, una de las que habian negociado la paz de Cambray, y por lo tanto muy querida de los flamencos. Pero temió el rey la vecindad, las relaciones y afinidades de la casa de Lorena con la Francia, y atendidas estas y otras consideraciones, decidióse Felipe por su hermana natural Margarita de Austria, la

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hija mayor de Carlos V., duquesa de Parma enton-ces, de quien se prometia que habia de ser bien recibida, asi por haber nacido en Flandes, como por ser hija del emperador, á quien los flamencos habian sido siempre tan adictos, y de la cual fiaba mas el rey por ser su hermana y por estar los estados de Parma circundados de dominios españoles, y ademas accedia la princesa á enviar á España su hijo Alejandro, para que estuviese en poder del rey como prenda de seguridad.

Convocó, pues, Felipe los estados generales de Flandes en Gante, y dióles á reconocer por gobernadora á la duquesa de Parma su hermana (agosto, 1559), se nalándole como subvencion de su cargo treinta y seis mil ducados de oro anuales. Ademas de los consejos de estado, justicia y hacienda que habian de asistir á la gobernadora, instituyó el rey otro consejo privado de que nombró presidente al obispo de Arras Antonio Perrenot de Granvela, el hombre de la confianza del rey, como lo habia sido de la del emperador. En las instrucciones públicas y secretas que Felipe dió á su hermana le recomendó muy especialmente el punto de la religion y la vigilancia sobre los bereges. Respondió al rey á nombre de los estados el diputado de Gante Baulutio, y sin dejar de prometer la debida obediencia al rey y á la gobernadora, le suplicaba qne sacase de Flandes las tropas estrangeras, y que no hubiera tampoco estrangeros en los consejos

de las provincias. El rey dió buenas esperanzas de que lo cumpliria asi al cabo de algunos meses, y despedida la asamblea, partió de Gante á Zelanda, y embarcándose en Flesinga (20 de agosto, 1559), llegó á España sin contratiempo, arribando el 8 de setiembre al puerto de Laredo (1).

(1) Carta del rey á la duquesa de Parma, el 8 de setiembre, dándole noticia de su arribo.-Archivo de Simancas, Estado, leg. 519. Al dia siguiente del desembarco se levantó tan terrible borrasca, que destruyó una buena parte de

la flota, pereció mucha gente, y se asegura haberse perdido una hermosa coleccion de cuadros, estátuas y otros objetos artísticos de gran mérito, que el emperador habia reunido en Italia y Alemania.

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