Imágenes de páginas
PDF
EPUB

critor, el papa que se le otorgó debió arrojarle del santuario. Dubois conspiró á su vez contra Alberoni. Aquel corrompido purpurado murió dejando una inmensa fortuna, que acumuló á espensas del Estado.

Al de Orleans sucedió en el primer ministerio del desgraciado Luis XV. su mortal enemigo el duque de Borbon, de menos talento y de no mas puras costumbres que su antecesor. Favoritos y mugeres constituian su córte, y madama de Prie, que era la que mas le dominaba, dícese que se le habia entregado por motivos menos nobles todavía que el amor y que la ambicion. Este ministro fué el que calculando sobre la probabilidad de la corta vida de su monarca Luis XV., y á fin de que no pasára la sucesion á la familia de Orleans que aborrecia, envió á Madrid al mariscal de Tessé á convidar á Felipe V. con la corona de Francia que suponia pronto vacante, no obstante las renuncias solemnes. El embajador francés encontró á Felipe entregado al servicio de Dios У dedicado á la oracion y al retiro en el templo de San Ildefonso, despues de haber renunciado la corona de España. ¡Qué contraste de costumbres!

IV.

¡Cuán diversos juicios se han hecho sobre la abdicacion de Felipe V. y su retiro en las soledades de la Granja! Para unos fué un acto de refinada hipocresía, un cálculo político, un medio disimulado de habilitarse para otro trono mas poderoso que el que renunciaba. Para otros fué un rasgo sublime de abnegacion y humildad cristiana, una vocacion apostólica, un golpe de gracia eficaz que le movió á desprenderse de las grandezas de la tierra para pensar esclusivamente en ganar el cielo.

No nos maravillan versiones tan encontradas, porque sobre ser dificil penetrar los pensamientos y las intenciones de los hombres, la abdicacion de Felipe V. sorprendió á todos por las circunstancias de la época, del reino y de la persona, porque no se parecia ni á la de Alfonso IV. de Leon, ni á la de Amadeo I. de Saboya, ni á la de Cristina de Suecia, ni á la de Augusto de Polonia, ni á la del mismo Cárlos V. de Austria y I. de España. Seguro estaba Felipe V. en el trono; hallábase en la mejor edad para manejar el cetro; con el amor del pueblo contaba. ¿Qué le pudo inducir á trocar voluntariamente el brillo del sólió por el silencio de la soledad, el fausto de la córte por la modestia del retiro, los salones del palacio por el

coro de San Ildefonso? ¿No eran causas bastante naturales, sin dar tortura al discurso para buscar otras, el cansancio de tantas contrariedades, la fatiga de un reinar siempre intranquilo, las enfermedades que habian trabajado su cuerpo, cierta tendencia al misticismo, y sobre todo la honda melancolía que de muchos años antes se habia ido apoderando de su ánimo? ¿Seria sincera la abdicacion? Si alguna duda abrigá– ramos de su sinceridad, nos la desvaneceria el verle mas adelante, despues de haber vuelto á tomar la corona, acometido de la misma tentacion de abdicar y volverse á su predilecto retiro de Balsain, insistir una y otra vez en el propio pensamiento, escribirle con resolucion de solemnizarle, intentar hasta la fuga clandestina de palacio para restituirse á su querida Granja, á su templo y á sus oraciones. Tanta insistencia posterior disipa toda sospecha de falta de sinceridad en su resolucion primera.

Cosa es tambien que no puede fundadamente contradecirse, que brindado repetidamente y con empeño por el duque de Borbon y el embajador Tessé á que se declarára heredero del trono de Francia, entre otras dignas respuestas dió siempre la de que apreciaba mas la corona de la gloria en el cielo que todas las coronas de la tierra, dando gracias á Dios de que le hubiera permitido descargarse del peso de una que habia llevado.

Tambien nosotros confesamos que Felipe en el re

tiro ni estuvo apartado de los negocios del gobierno, ni dejó de intervenir en la política del Estado, antes bien la córte de Madrid no obraba sino por las inspiraciones de la de la Granja, ni los ministros de Luis I. ejecutaban nada sin la consulta y sin la vénia de los solitarios de Balsain. Esta conducta de Felipe, junto con haber vuelto á empuñar el cetro tan pronto como murió su hijo á quien le habia trasmitido, es sîn duda lo que a muchos persuadió entonces y hace sospechar aun ahora, de que en la renuncia hubiese mas de designio político que de desprendimiento y abnegacion, y los induce á buscar el móvil oculto, el quid ignotum de aquel acto estraordinario, sin encontrar esplicacion que á ellos mismos satisfaga. ¿A qué atormentarse en inventar arca nos, en crear enigmas, y en forjar misterios de lo que puede resolverse por la lógica sencilla de los afectos humanos? ¿Tan peregrino era este manejo que no tuviera ejemplar en los anales de los príncipes dimisionarios dentro de nuestra misma España? Como tipo de las pocas abdicaciones sinceras se ha citado siempre la del emperador Cárlos V.; y sin embargo, el solitario de Yuste no dejó de seguir una correspondencia viva sobre negocios públicos con el rey de España su hijo, con su hija la gobernadora del reino, con los príncipes y ministros de otras naciones, y de intervenir en las negociaciones diplomáticas, en las paces y en las guerras, y apenas se resolvia nada sin su consulta y beneplácito, y

mandaba y decidia muchas veces como emperador y como rey. No hacia mas el solitario de San Ildefonso. Si Felipe II. hubiera muerto viviendo su padre, como Luis I., ¿quién sabe si el cenobita del monasterio de Yuste habria vuelto á ceñir la corona, como el anacoreta de la colegiata de la Granja?

No olvidemos tampoco que Felipe de Borbon no estuvo solo en la soledad. Acompañábale, ó por virtud ó por cálculo, la reina Isabel Farnesio, que dominaba su corazon y su voluntad, no desnuda como él de ambicion, ni desapegada como él al mando, madre de hijos para quienes soñaba tronos, y que si una vez no habia sido bastante fuerte para contrariar y detener un acceso de misantropía de su marido, no era muger que renunciase á la idea ni desaprovechase ocasion de volver á ocupar el solio de donde por su voluntad no habria descendido. Deparóse esta ocasion, asióla Isabel, y Felipe no contradecia á la reina sino cuando le embargaba todos los afectos la melancolía.

Menos parecia concertarse aquel desprendimiento de las cosas y de las grandezas humanas, aquel amor al retiro, aquella austeridad religiosa, aquellas protestas de querer pensar solo en el cielo, con los dispendiosos gastos para hacerse una fastuosa vivienda, una mansion de recreo exornada con todo lo que la naturaleza, el arte y el mas refinado gusto pudieran ofrecer de mas halagueño á los sentidos, siquiera se

« AnteriorContinuar »