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invirtiesen en ello enormes sumas. Buscábase al ermitaño entre rocas y grutas, y se encontraba al príncipe entre templetes y flores. Parecia haber querido hacer otro Escorial, é hizo un Versalles. Pensó imitar la vida cenobítica de Felipe II., y demostró que habia

sido educado en la fastuosa córte de Luis XIV.

Tampoco podemos dejar de observar que ni para el acto de la abdicacion ni para el de volverá tomar la corona pidiera el beneplácito, ni siquiera el parecer de las Córtes del reino, ni aun las convocára para participarles resolucion tan grave. Lo primero lo hizo de propia cuenta, para lo segundo consultó solamente con consejeros y teólogos. Estraña y censurable omision en quien habia reconocido la necesidad de congregar el reino para hacer ante la asamblea de la nacion la renuncia de la corona de Francia, y para variar la ley de sucesion á la corona de Castilla. El que habia sido llamado á ser rey de España por el solo testamento de Cárlos II. volvió á serlo por el solo testamento de Luis I. La nacion calló y consintió en uno y otro caso. Tales eran ya nuestras costumbres políticas.

ΤΟΜΟ ΧΙΧ.

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V.

Pasa el brevísimo reinado de Luis I. de Borbon, tan fúgaz como el de Felipe I. de Austria. La poca huella que aquellos dos príncipes dejaron se manifiesta bien en el hecho de entendernos truncando la cronología.

En este segundo reinado de Felipe V. su política esterior, ó mejor dicho, la política de Isabel Farnesio es la política de una agenciosa madre de familias. Con tal que asegure una hijuela para sus hijos en Italia, eso le importa aliarse con los príncipes enemigos como enemistarse con los aliados. Nadie se imaginaba que abierto un congreso europeo y contando con potencias amigas y mediadoras, hubiera de negociar secreta y privadamente la paz con el emperador, el enemigo irreconciliable de España y de la dinastía hacia veinte y cinco años. Solo pudieron hacer esto una reina como Isabel de Parma, y un negociador como el que le deparó la suerte en el baron de Riperdá, aquel famoso holandés, que profesó todas las religiones sin creer en ninguna, fabricante de manufacturas y de enredos diplomáticos, confidente y espía de tres naciones á un tiempo, uno de los embaidores de mas ingenio y travesura, pero tambien el mas arrogante y

jactancioso, y el mas imprudente, ligero y voluble que ha venido al mundo. Este insigne cabalista ajustó en Viena el tratado de paz entre España y el Imperio, con el cual tuvo el don de enojar á Francia, á Inglaterra, á Holanda, á Cerdeña, á las repúblicas italianas, á los príncipes del imperio germánico, al pontífice y al turco, pero que valió á Orendain el título de marqués de la Paz, y á él el de duque y grande de España.

¿Qué importaban á Isabel Farnesio las indiscretas, peligrosas y comprometidas condiciones de los tres tratados de Viena, si se estipulaba que su hijo don Cárlos podia ir á tomar posesion de los ducados de Parma y Plasencia, si la halagaban con la esperanza de casarle con la princesa archiduquesa de Austria, y si al decir de Riperdá iban España y Austria á ser otra vez señoras del mundo, aunque el mundo todo fuera contra ellas? ¿Qué le importaba que Francia ofendida hiciese á España el afrentoso desaire de devolverle la infanta que habia ido á ser esposa de su rey? ¿Que Inglaterra, indignada de lo estipulado contra ella en los artículos secretos, aparejára escuadras contra España, y las enviára al Mediterráneo y á las Indias? ¿Que la república holandesa, resentida de la cláusula concerniente á la compañía de Ostende, se alarmára y protestára contra los tratados? ¿Que Prusia entrára en celos, que se conjurára Europa, y que contra la alianza de Viena se formára la

confederacion de Hannover? ¿Qué paz era aquella que provocaba una guerra universal?

Y sin embargo el funesto negociador venia á Madrid, y era saludado con plácemes y recibido con hosannas como un salvador providencial de reyes y de reinos, y llevábanle á habitar dentro de la mansion régia, y hacíanle primer ministro, y le iban agregando ministerios, despojando á otros hasta hacerle ministro universal. Ibase descubriendo que el gran pacificador no era sino un gran tramoyista, que el hábil diplomático no era sino un fecundo fabricador de embustes, que el ingenioso concertador de alianzas políticas y de contratos matrimoniales no era sino un zurcidor de grandes enredos y un desconcertador de amistades y de enlaces. Con la venida del embajador imperial descubrióse que el ponderado reconciliador de las dos córtes habia sido un gañador solemne de ambas, asegurando á la de Madrid lo que la de Viena no habia prometido realizar, y ofreciendo á la de Austria lo que la de España no podia cumplir. Estrechado por los embajadores de las potencias lastimadas, envolvióse en una red de contradicciones, que mas parecian desconcertadas evasivas de un jóven atolondrado cogido en un delito que su aturdimiento no acierta á disculpar, que respuestas y esplicaciones de un hombre sério, cuanto mas de un hombre de estado. Las potencias ofendidas se admiraron de haber tenido que confederarse

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formalmente para deshacer la trama forjada por un desjuiciado: el emperador se asombró de haber variado su política de veinte y cinco años por arte de un embaucador, y Felipe V. de España se avergonzó de haber puesto en manos de un loco la suerte de su reino. Y aunque Isabel Farnesio todavía en su interior se felicitaba de una locura que favorecia al porvenir de sus hijos. ya no pudo evitar la caida de aquel hombre estravagante, reclamada por el interés de toda Europa y por el decoro del trono español.

El fin que tuvo Riperdá correspondió á su género de vida. Refugiado en la embajada inglesa, sacado violentamente por el rey de aquel asilo, encerrado en el alcázar de Segovia, fugado dramáticamente de la prision, errante por Europa, repelido por todas las naciones sin encontrar un pueblo que quisiera albergarle, protestante en Holanda, católico en España, musulman en Africa y apóstol de una nueva secta muslímica, allá murió, no sabemos si católico, si protestante, si mahometano.

Lo peor fué, por estraño que parezca, que su política sobrevivió á su descrédito; que el gran fascinador salió de Europa detestado y escarnecido, pero dejó la Europa conmovida con sus últimos tratados y alianzas, y dividida en dos grandes bandos; que las potencias todas continuaron adhiriéndose, las unas á la alianza de Viena, las otras á la liga de Hannover, y preparándose á una lucha gigantesca; que en España

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