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bienaventurança, la gloria y descanso por otros alvañares de asechanças que no se parescen, ladrillados por encima con lisonjas. Cada rico tiene uną dozena de hijos y nietos que no rezan otra oración, no otra petición, sino rogar a Dios que le saque d'en medio; no'veen la hora que tener a él so la tierra y lo suyo entre sus manos y darle a poca costa su casa para siempre.

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MELIBEA. Madre, pues que assí es, gran pena ternás por la edad que perdiste. ¿Querrías bolver a la primera? CELESTINA.

Loco es, señora, el caminante que

enojado del trabajo del día quissiese bolver de comienço la jornada para tornar otra vez aquel lugar, que todas aquellas cosas cuya possesión no es agradable, más vale poseellas que esperallas, porque más cerca está el fin dellas quanto más andado del comienço; no ay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado que el mesón, assí que aunque la mocedad sea alegre, el verdadero viejo no la dessea, porque el que de razón y seso carece, quasi otra cosa no ama sino lo que perdió.

quebranto.» «A cada cabo hay tres leguas de quebranto.» CoRREAS, pág. 292 b, 119 b, 14 a.

I Hoy se dice «No ver uno la hora de una cosa,» para denotar el deseo grande de que llegue el momento de que algo suceda. Se entiende 'no ver nunca llegar la hora', es decir que la impaciencia hace que parezca muy largo el tiempo. En la forma antigua, la hora que está por la hora en que'. Compárese la frase aun vea el hora que por ‘ojalá llegue tiempo que' o ‘en que' Mio Cid, pág. 488 38. 779 10

MELIBEA.

--

Siquiera por vivir más, es bueno

déssear lo que digo.

1

CELESTINA. Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero; 1 ninguno es tan viejo que. no pueda vivir un año, ni tan moço que oy no pudiesse morir; assi que en esto poca avantaja nos levais.

MELIBEA. Espantada me tienes con lo que has hablado; indicio me dan tus razones que te aya visto otro tiempo. Díme, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías, cabe el río? CELESTINA. Señora, hasta que Dios quiera.

MELIBEA. Vieja te has parado; bien dizen que los dias no se van en balde2; assí goze de mí, no te conosciera sino por esa señaleja de la cara. Figúraseme que eras hermosa; otra pareces, muy mudada estás.

LUCRECIA.

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¡Hi, hi, hi! Mudada está el diablo ¿Hermosa era con aquel su Dios-os-salve 2 que

traviessa la media cara?

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¿Qué hablas, loca? ¿Qué es lo que

dizes? ¿De qué te ríes?

LUCRECIA De como no conoscías a la madre en tan poco tiempo en la filosomía 3 de la cara. MELIBEA. No es tan poco tiempo dos años, y más que la tiene arrugada.

CELESTINA. Señora, ten tú el tiempo que no

I Refrán.

2 Dios-os-salve, o Dios-te-salve, nombre humorístico de la 'cicatriz' o 'costurón'.

3 Filosomia 'fisonomía'

ande, terné yo mi forma que no se mude. ¿No has leido que dizen: Verná el día que en el espejo no te conozcas? 1 Pero tambien yo encanecí temprano, y parezco de doblada edad, que assí goze desta alma pecadora y tú desse cuerpo gracioso, que de quatro hijas que parió mi madre yo fuí la menor. Mira como no so vieja como me juzgan.

MELIBEA.- Celestina amiga, yo he holgado mucho en verte y conoscerte; tambien hasme dado plazer con tus razones. Toma tu dinero y vete con Dios, que me parece que no deves haver comido.

I Tomado de Petrarca, como otros varios pasajes de este

trozo.

EL LAZARILLO DE TORMES

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Autor anónimo anterior a 1554

Las primeras ediciones conocidas de esta novela son tres, impresas en Burgos, Alcalá y Amberes, en el mismo año 1554; las tres suponen otra anterior de la cual ellas derivan.

La prosa castellana había tenido en la Edad Media un cultivo temprano y aventajado; nos admira ya en el siglo XIII con Alfonso el Sabio, en el xiv con don Don Juan Manuel, y produce, en tiempos de los Reyes Católicos, obras tan notables como la Celestina. Bajo el reinado de Carlos V tomó mayor vuelo; aplicáronla a la exposición doctrinal Fr. Antonio de Guevara, Hernán Pérez de Oliva, Juan de Valdés, etc., y apareció como maestra consumada en la novela. En este terreno no es ciertamente su mérito mayor haber servido a narraciones idealistas de aventuras en los Libros de Caballerías, pues este género decaía ya de su viejo esplendor, que en el siglo XIV había producido el Amadís de Gaula; un nuevo lenguaje de la narración se desarrollaba ahora, a mediados del siglo xvi, complaciéndose en la pintura satírica de tipos y costumbres sociales, tomados de la realidad, con todo el vigor y crudeza con que en ella se ofrecen, y este es sin duda el aspecto más importante que ofrece la prosa en tiempo del Emperador. Con estas narraciones realistas que forman la llamada novela picaresca (por abundar en tipos de pícaros,

truhanes, vagos, espadachines y ladrones), España dió a la literatura universal el primer modelo de la novela moderna de costumbres.

El Lazarillo, aparecido en los últimos tiempos del emperador Carlos V, es la más antigua de estas novelas picarescas, la más popular en España 1 y la más conocida en Europa, y nos ofrece como una novedad (a pesar de la Celestina) el cultivo de la lengua popular y corriente, en que no escasean las incongruencias gramaticales que consigo arrastra la viveza de la conversación; por eso en el prólogo, el pobre Lázaro, antes de empezar a referir su historia, disculpa el grosero estilo en que por fuerza ha de contarla.

En este estilo llano, propio para la pintura de escenas de la vida ordinaria, parecido al que cincuenta años más tarde empleará Cervantes, es el Lazarillo admirable modelo. Su lenguaje se distingue especialmente por una sobriedad magistral; cada palabra va derecha a lograr un marcado efecto pictórico y satírico.

Esta excelencia, sin embargo, no nos ha de impedir el notar cierta falta de habilidad en la construcción de una frase un poco larga, y alguna dificultad en las transiciones, embarazadas con adverbios y conjunciones inútiles o pesados: en este tiempo, con el sentido de 'luego' o 'entonces', final

I El nombre del protagonista Lazarillo pasó a ser sustantivo apelativo para designar al guía de ciego; y la frase oler el poste (= prever un peligro), alude a una aventura de esta novela, pues Lazarillo se vengó del ciego en Escalona guiándole a que se descalabrase contra un poste, y diciéndole: «¿Cómo olistes la longaniza y no el poste?» Esta aventura se recuerda en un cuento popular, terminado con el dístico y usted que olió la sardina, ¿por qué no ha olido la esquina?», Fernán Caballero, Cuentos y poesias populares anda'uces, Madrid, Romero, 1907, pág. 174 (comp. Revue Hispanique, VII, p. 92-93).

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