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quiere decir martillo (1), pone cerco á Narbona, pero los ismaelitas la defienden con valor, y le obligan á levantar el sitio con gran pérdida (2).

La derrota de Poitiers, acaecida en 732 (3), puso término al engrandecimiento de los árabes en Occidente, y acaso les impidió hacerse los dominadores de toda Europa, que tal habia sido el pensamiento de muchos de sus caudillos. Ella completó tambien el abatimiento de la casa real de Clodovéo, y fué el principio y cimiento del imperio Franco-Germano de Occidente, y la base sobre que Cárlos Martéll fundó la soberanía de la Galia para los herede¬ ros de Pepino de Herestall.

(1) «Por los terribles golpes que á manera de martillo descargó sobre los enemigos en esta batalla,» segun la Crónica de Saint-Denis.

nac. cap. 25.-Fredegario, Cron.-Anales de Aniano.-Fauriel, Hist. de la Gaule Meridion.

(3) Conde la pone en 733: las crónica

(2) Isid. Pac, Cron. n. 59.—Conde, Domi- francas todas en 732.

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Los cristianos én Asturias.-Pelayo.-Combate de Covadonga.-Trionfo glorioso.-Formacion de un reino cristiano en Asturias y principio de la independencia española.— Reinado de Pelayo. Su muerte.-Idem de su hijo Favila.-Elevacion de Alfonso I.→ Estado de la España musulmana al advenimiento de Alfonso. Sus guerras en la Galia con Cárlos Martéll.–Rebeliones y triunfos de los berberiscos en Africa.—Escisiones entre las razas muslimicas de España.—Atrevidas escursiones y gloriosas conquistas de Alfonso el Católico.-Terror de los árabes.-Nueva irrupcion de africanos.-Designacion de comarcas para el asiento de cada tribu.-Renuévanse con furor las guerras civiles entre las razas musulmanas.-Fraccionamiento de provincias.—Anárquica situacion de la España sarracena.

¿Era toda la España sarracena? ¿Obedecia toda á la ley de Mahoma? ¿Era en todas partes el Dios de los cristianos tributario del Dios del Islam? ¿Habian desaparecido todos los restos de la sociedad goda? ¿Habia muerto la España como nacion? No: aun vivia, aunque desvalida y pobre, en un estrecho rincon de este poco há tan vasto y poderoso reino, como un desgraciado á quien han asaltado su casa y robado su hacienda, dejando solo un triste y oscuro albergue, en que los salteadores con la algazara de recoger su presa no llegaron á reparar.

Desde la catástrofe del Guadalete y al paso que los invasores avanzaban por el interior de la Península, multitud de cristianos, sobrecogidos de pavor y temerosos de caer bajo el yugo de los conquistadores, buscaron su salvacion y trataron de ganar un asilo en las asperezas de los montes y al abrigo de los riscos de las regiones septentrionales, llevándose consigo toda su riqueza moviliaria, las alhajas de sus templos y los objetos mas preciosos de su culto. Obispos, sacerdotes, monges, labradores, artesanos y guerreros, hombres, TOMO II. 3

mugeres y niños, huian despavoridos á las fragosidades de las sierras en busca de un valladar que los pusiera al amparo del devastador torrente. Los unos ganaron la Septimania, los otros se cobijaron entre las breñas y sinuosidades de la gran cadena de los Pirineos, de la Cantabria, de Galicia y de Asturias. Esta última comarca, situada á una estremidad de la Península, se hizo como el foco y principal receptáculo de los fugitivos. Pais cortado en todas direcciones por innaccesibles y escarpadas rocas, hondos valles, espesos bosques y estrechas gargantes y desfiladeros, una de las postreras regiones del mundo en que lograron penetrar las águilas romanas, no muy dócil al dominio de los godos, contra el cual apenas cesó de protestar por espacio de tres siglos, parecióles à aquellas asustadas gentes el mas apropósito para guarecerse con menos probabilidad de ser hostilizados, y para atrincherarse y defenderse en el caso de ser acometidos. Diéronles benévola acogida los rústicos é independientes moradores de aquellas montañas: y alli vivian naturales y refugiados, si no contentos, resignados al menos con su estrechez y sus privaciones, prefiriéndolas al goce de sus haciendas á trueque de no verse sujetos á los enemigos de su patria y de su fé. La fé y la patria eran las que los habian congregado alli. En el corazon de aquellos riscos y entre un puñado de españoles y godos, restos de la monarquía hispano-goda, confundidos ya en el infortunio bajo la sola dominacion de españoles y cristianos, nació el pensamiento grande, glorioso, salvador, temerario entonces, de recobrar la nacionalidad perdida, de enarbolar el pendon de la fé, y á la santa voz de religion y de patria sacudir el yugo de las armas sarracenas.

Los mahometanos por su parte habíanse cuidado poco de la conquista de un pais que sobre ser de difícil acceso debió parecerles miserable y pobre en cotejo de las fértiles y risueñas campiñas de Mediodía y Oriente de que acababan de posesionarse, mucho mas no sospechando lo que se ocultaba dentro de aquellas montuosas guaridas. Parece, no obstante, que bajo el gobierno del cuarto wali Ayub llegaron algunos destacamentos enemigos á la parte llana de Asturias, y que hallándola desierta, por haberse retirado sus moradores á lo mas fragoso de sus bosques y breñas, se apoderaron fácilmente de las aldeas y puertos de la costa. Dejaron por gobernador en Gegio ó Gigio (hoy Gijon) á un gefe que nuestras crónicas nombran Munuza, y que fué sin duda el Othman ben Abu Neza de que hemos hablado en el anterior capítulo.

Faltábales á los cristianos alli guarecidos un caudillo de tan grandes prendas como se necesitaba para que los guiara en tan grande y atrevida empresa como la que habian meditado. La providencia les deparó un noble godo nombrado Pelayo, hijo de Favila, antiguo duque de Cantabria, y de la sangre

real de Rodrigo. Habia sido Pelayo conde de los espatarios, ó sea de la guardia del último monarca; habia peleado heróicamente en la batalla de Guadalete, y la fama de sus proezas, y la gallardía de su persona, y la nobleza de su alcurnia, todo contribuyó á que los asturianos se agrupáran en derredor suyo y le aclamáran unánimemente por gefe y capitan de aquella improvisada milicia religiosa, de aquella grey de fervorosos cristianos, mas provistos de entusiasmo y de fé que de armas y materiales medios para la defensa. Pelayo aceptó, á fuer de hombre religioso y de varon esforzado y amante de su patria, el dificil y honroso cargo que se le conflaba, y dióse principio á la obra derramándose aquellas gentes por las comarcas vecinas de Cangas de Onís, llamada entonces Cánicas.

Llegó la noticia del levantamiento de los astures á oidos del wali El Horr, á tiempo que éste se disponia á penetrar con sus huestes en la Galia Gótica, y no dando grande importancia al movimiento de Asturias, encargó á su lugarteniente Alkamah la empresa de sujetar los asturianos. Partió, pues, Alkamah con un cuerpo de ejército respetable, si bien es de sospechar que hayan exagerado su cifra los primeros cronistas españoles. A la aproximacion de la hueste sarracena, no creyendo Pelayo conveniente esperarle en Cangas, se retiró con todo el pueblo hacia el monte Auseba. Las mugeres, viejos y niños buscaron lo mas fragoso de las breñas para cobijarse, mientras los hombres de armas se situaban en las alturas y colinas desde donde mejor pudieran ofender á los enemigos que se atrevieran á penetrar por aquellos desfiladeros.

A la extremidad de un estrecho y sombrío valle al Oricnte de Cangas, que torciendo un poco hácia Occidente forma una cuenca limitada por tres cerros, se levanta una enorme roca de ciento veinte y ocho pies de elevacion, en cuyo centro hay una abertura natural, que constituye una caverna ó gruta, entonces como ahora llamada por los naturales la cueva de Covadonga Alli se retiró Pelayo con cuantos soldados podian caber en aquel agreste recinto, colocando el resto de sus gentes en las alturas y bosques que cierran y estrechan el valle regado por el rio Deva, y alli esperó con serenidad al enemigo, contando mas con la proteccion del cielo que con sus fuerzas. Noticioso Alkamah de la retirada de Pelayo, orgulloso y confiado hizo avanzar su ejército encajonado por aquella cañada, no pudiendo presentar sino un frente igual al que oponian los refugiados en la cueva, quedando sus inmensos flancos expuestos á los ataques de los que en las colinas laterales se hallaban emboscados. Entonces comenzó aquel ataque famoso, cuya celebridad durará tanto como dure la memoria de los hombres. Las flechas que los árabes arrojaban solian rebotar en la roca y herir de rechazo á los infie

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les, mezcladas con las que desde la gruta lanzaban los cristiano. Al propio tiempo los que se hallaban apostados entre las breñas hacian rodar á lo hondo del valle enormes peñascos y troncos de árboles, que aplastaban bajo su peso á los agarenos y les causaban horrible destrozo. Apoderóse el desaliento de los musulmanes, tanto como crecia el ánimo de los cristianos, á quienes vigorizaba la fé y alentaba la idea de que Dios peleaba por ellos.

Cuando Alkamah vió sucumbir á su compañero Suleiman, intentó ganar la falda del monte Auseba y ordenó la retirada. Embarazábanse unos á otros en aquellas angosturas. Levantóse en esto una tempestad que vino á aumentar el espanto y el terror en los que iban ya de vencida. El estampido de los truenos, cuyo eco retumbaba çon fragor por montes y riscos; la lluvia que se desgajaba á torrentes; las peñas y troncos que de todos lados sobre los árabes caian; el movedizo suelo que con la lluvia se aplastaba y hundia bajo los piés de los que habian logrado ganar alguna pendiente, y que caian resbalados por aquellos senderos sobre los que se rebullian confusos en el valle, y que perecian ahogados en las desbordadas aguas del Deva, todo contribuyó á hacer creer que hasta los montes se desplomaban sobre los soldados de Mahoma. Horrible fué la mortandad: hay quien afirma no haber quedado un solo musulman que pudiera contar el desastre: de todos modos el triunfo cristiano fué glorioso y completo; por mucho tiempo, cuando las crecientes del rio descarnaban las faldas de las colinas, se descubrian los huesos y armaduras de los soldados sarracenos. En medio de la vega de Cangas una capilla con la advocacion de la Santa Cruz muestra todavía el sitio en que se atrevió ya Pelayo á atacar en campo raso á sus diezmados enemigos. Aconteció este famoso suceso en el año 99 de la hegira, 718 de Jesucristo (1).

(1) Para la relacion que acabamos de hacer del levantamiento de Asturias, de la proclamacion de Pelayo y de la batalla de Covadonga, hemos recogido cuanto hemos hallado de mas comprobado y verosímil en los escritores árabes y cristianos, desnudo de las exageraciones y fábulas, de las invenciones maravillosas y de las estravagantes aserciones con que algunos parece haborse propuesto embrollar este brillante periodo de nuestra historia, los unos llevados del fanatismo propio de su época, los otros arrastrados de una especie de pirronismo histórico. Asi no estrañamos que el doctor Dunban se viera embarazado hasta el punto de expresarse de la manera siguiente: «Hay

«tanta confusion, tanta contradiccion, y á

«veces tal carencia de probabilidad en las coscuras autoridades relativas á este perio«do, asi árabes como cristianas, que es de«sesperada empresa la del que aspira á for«mar una narracion algo racional y un tan«to ordenada del reinado de Pelayo. Bien es «verdad que cuando discrepan las autorida«des, toca á la razon dar el fallo...» Esto es precisamente lo que nosotros bemos procurado hacer, eon la diferencia que no tenemos por tan desesperada empresa como el historiador inglés, el entresacar de entre tan encontrados relatos lo mas conforme á la autoridad, á la razon y á la tradicion. Creemos que basta para ello un mediano criterio.

Convenimos en que se ha embrollado

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