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CAPITULO V.

ALFONSO EL EMPERADOR EN CASTILLA.

RAMIRO EL MONGE EN ARAGON: GARCIA RAMIREZ EN NAVARRA.

De 1126 á 1137,

General aplauso con que fué aclamado Alfonso VII. de Castilla.-Vistas y tratos con su tia doña Teresa.-Sujeta algunos condes rebeldes.-Sus triunfos en Galicia y Portugal.Rindensele las plazas ocupadas por los aragoneses.-Pasa á su servicio el emir SafadDola.-Gloriosa incursion de Alfonso en Andalucía.-Eleccion de Ramiro el Monge en Aragon, y de García Ramirez en Navarra: sepáranse otra vez estos dos reinos.—Entrada del castellano en Zaragoza.-Rindenle homenaje los reyes de Aragon y de Navarra. El conde de Barcelona y los de Gascuña en Zaragoza.-Proclámase solemnemente Alsonso VII. emperador de España.-Diferencias entre aragoneses y navarros.-Tratado de Vadoluengo. Preparativos de rompimiento.-Conducta de Non Ramiro el Monge.-Cė– lebre anécdota de la Campana de Huesca.—Abdicacion de don Ramiro.-Desposa á su bija con el conde de Barcelona y le cede el reino.—Cataluña.-Ramon Berenguer III. el Grande.-Sus guerras con los moros.-Ensancbes y agregaciones que recibe el condado.—Conquista de las Baleares -Espedicion del conde á Génova y Pisa.-Sus alianzas con el de Aragon.-Profesa de Templario y muere.-Ramon Berenguer IV.-Establece el orden de Templarios en Cataluña.-Casa con la hija de Ramiro el Monge de Aragon.—Unense Aragon y Cataluña y forman un solo estado.

Ensanchase el ánimo del historiador como debió dilatarse el de los castellanos al pasar del calamitoso y mísero reinado de doña Urraca, al espléndido y próspero de don Alfonso VII. su hijo. Jóven de 21 años cuando murió su madre (1126), educado en la escuela práctica de los infortunios, juguete inocente desde su infancia de las rivalidades de los magnates, de los rudos procedimientos de su padrastre y de la desacordada lijereza de su

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misma madre, forzado á actuar sin intencion ni voluntad propia en todos los enredos de aquel perpétuo drama, único astro que brillaba puro en medio de las tinieblas de aquel turbio horizonte, destinado por su nacimiento á ocupar el trono castellano, apreciado por las prendas y virtudes que habia tenido tantas ocasiones de descubrir en su temprana carrera de vicisitudes y de vaivenes, proclamado años hacía rey en Galicia, monarca nominal primero, compartícipe despues en el reino de Castilla con su madre, y el verdadero soberano de hecho en los últimos años de doña Urraca, fué á los dos dias del fallecimiento de esta solemnemente aclamado y coronado el jóven Alfonso rey de Castilla y de Leon en la iglesia catedral de esta ciudad con universal aplauso y contentamiento. Apresuráronse á reconocerle y rendirle homenaje los condes y señores de Asturias, Leon y Castilla, habiendo pasado luego á Zamora, donde se hallaba su tia doña Teresa de Portugal, y donde un año antes se habia armado caballero su primo don Alfonso Enriquez (tan célebre luego como fundador del reino de Portugal), alli fueron à jurarle obediencia los condes é hidalgos de Estremadura y de Galicia. En un pueblecito de la comarca de Zamora, nombrado Ricobayo, celebraron una entrevista el nuevo monarca castellano y su tia la condesa de Portugal, y, estipulóse entre los dos una paz por un determinado período de tiempo.

No le faltaron sin embargo al jóven Alfonso algunas chispas y aun llamaradas que apagar, restos del fuego que en los diez y siete años del reinado de su madre habia devorado la monarquía. Negáronse á obedecerle algunos condes, ya resistiendo entregarle las fortalezas que poseian, ya alzando bandera de rebelion en Castilla y en las Asturias de Santillana, bien como parciales del rey de Aragon, bien como antiguos favorecidos de doña Urraca, que acostumbrados á las preferencias de la madre, y aun á la especie de soberanía que á la sombra de aquella privanza habian ejercido en el reino, no sufrian tener que someterse como otros cualesquiera súbditos al hijo Eran los principales entre estos el intimo valido, y al decir de algunos, oculto esposo de la reina, don Pedro Gonzalez de Lara, y su hermano don Rodrigo Gonzalez. Fué el jóven monarca apagando estos parciales incendios, sometiendo los rebeldes, ocupando sus fortalezas, y tranquilizando el reino, usando para con los sediciosos de mas generosidad de la que ellos podi n esperar y acaso merecian. Habian logrado los de Lara apoderarse de Palencia á la voz del rey de Aragon y ayudándolos los caballeros de Burgos y de Castrojeriz que estaban por el aragonés. Acudió con presteza don Alfonso y recobrada la ciudad y cayendo en su poder los discolos condes, escepto don Rodrigo Gonzalez que pudo fugarse á Asturias, hízolos encerrar en las torres de Leon; mas á poco tiempo por intercesion de sus parientes púsolós

en libertad el magnánimo principe como quien no temia á tan impotentes enemigos. Despojado de sus feudos el conde de Lara, y no pudiendo sufrir la abatida y humilde situacion á que despues de su pasada grandeza se veia reducido, allá se fué á buscar al rey de Aragon, y cuando este príncipe tenia sitiada á Bayona murió de resultas de heridas recibidas en un desafio con don Alfonso Jordan, el hijo de don Ramon de Tolosa, pariente del rey. Asi acabó el célebre favorito y amante de la reina doña Urraca, objeto de tantas murmuraciones y celos en Castilla (1).

Quedaba todavía su hermano don Rodrigo el fugado de Palencia. Mas toda aquella tenacidad hubo de ceder ante la actitud imponente del rey, que entró devastando á sangre y fuego las tierras y castillos en que aquel se habia hecho fuerte. El término de esta expedicion, omitiendo las circunstancias menos importantes que refieren algunos cronistas, fué que arrepentido de su rebeldía el de Lara pidió humildemente perdon á su soberano, jurando que de alli adelante seria su mes fiel y leal servidor. Correspondió el rey á su humillacion con tal generosidad, que para tenerle mas obligado por la gratitud no solamente le volvió á su gracia, sino que le confió la tenencia de Toledo, la mas importante de Castilla. Y no le pesó de ello en verdad, porque el honrado castellano fué despues uno de los caballeros que hicieron al rey mas útiles servicios y le dieron mas leal ayuda en las guerras contra los infieles..

Estas contrariedades, y las que por otra parte le suscitaba el rey de Aragon y dejamos referidas en el anterior capítulo, no fueron las solas que tuvo que arrostrar y vencer el jóven monarca de Castilla y de Leon en los primeros años de su reinado. Sosteniendo su tia doña Teresa de Portugal con admirable perseverancia las pretensiones de independencia que no logró ver realizadas don Enrique su marido, continuaba en Galicia despues de la concordia de Zamora, no solo fortificando y guarneciendo sus castillos der Miño, sino levantando otros nuevos, como quien se preparaba, y no con mucho disimulo á resistir la dominacion de su sobrino. Fiaba la de Portugal en el valimiento de don Fernando Perez, el hijo del conde de Trava, antiguo ayo del príncipe, y en los barones y caballeros-portugueses y gallėgos con quienes aquel tenia relaciones de parentesco o de amistad. Intimas eran las de doña Teresa y don Fernando, y mas de lo que al buen nombre y al decoro de una princesa convenia, y que llevadas á términos todavia mas estremosos que las familiaridades que tanto en Castilla se habian murmurado entre doña Urraca y el de Lara, habian de producir no tardando

1). Sandov. Chron. del Emperador Alfonso VII.

pacificacion interior del reino. Una noche se vieron los moros tan de improviso atacados en su campo y con tal ímpetu y bravura, que por confesion de los mismos historiadores árabes muy pocos Almoravides escaparon de su vengadora espada. El esforzado Tachfin se mantuvo con unos pocos sufriendo con admirable constancia las mas peligrosas arremetidas de la caballería castellana, hasta que él mismo herido en una pierna, de que quedó ya imperfecto siempre, dió gracias de poder escapar con vida. El faquí Zakarya, su alcatib, escribió con ocasion de esta batalla una cásida de elegantes versos en que le consolaba de su derrota, describia lo horroroso del combate y le daba oportunos avisos y consejos militares (¡).

Orgulloso con este triunfo el de Castilla, juntó á las márgenes del Tajo un numeresp ejército y resolvió hacer una atrevida invasion en Andalucía, å semejanza de la que ocho años antes habia hecho su padrastro el rey de Aragon. Su nuevo vasallo el árabe Safad-Dola se ofreció á servirle de guia en su marcha. Dividió el rey su ejército en dos cuerpos para proveerse con mas facilidad de subsistencias; á la cabeza de uno marchaba él mismo; guiaban el otro elex-emir Safad-Dola y aquel don Rodrigo Gonzalez de Lara, el antiguo rebelde de Leon, Palencia y Asturias, que tal era la confianza que le inspiraban y la fidelidad con que le servian el musulman recien allegado y el cristiano antes enemigo. Por dos distintos puntos atravesaron la sierra, y juntáronse allá en el suelo andalúz donde los mantenimientos abun¬ daban.

«Era la estacion de la siega, dice la crónica de don Alfonso, y el rey mandó incendiar las mieses, las viñas, los olivares y las higueras. Consternó el terror á los Morabitas (los Almoravides) y á los hijos de Agar (los musulmanes andaluces). Abandonaban los infieles las plazas que no podian-defen

(1) Há aqui algunos de los versos con que el poeta pinta lo récio de aquella batalla:

Tråbase nueva lid, espesos golpes
Se multiplican, recio martilleo
Estremece la tierra, y con las lanzaş
Cortas se embisten, las espadas hiereu,
Y hacen saltar las aceradas piezas
De los armados, y al sangriento lago
Entran como si fuesen los guerreros
Camellos que la ardiente sed agita.
Cual si esperasen abrevarse en sangre
Que á borbollones las heridas brotan,

Fuentes abiertas con las crudas lapzas...........

Trad, de Conde, p. 111. c. 32.

der, y se retiraban á los castillos fuertes, á las cuevas de los montes y á las islas del mar. Plantó el ejército cristiano sus tiendas cerca de Sevilla, quemando los pueblos y fortalezas abandonadas: llenaron su campamento de cautivos, de ganado, de aceite y de trigo. El fuego devoraba las mezquitas con sus impíos libros, y los doctores de su ley eran pasados al filo de la espada. De allí pasó el rey á Jerez, que destruyó, y avanzó hasta Cádiz. A vista de esto los príncipes andaluces enviaron á decir secretamente al emir Safad-Dola: «Habla al rey de los cristianos para que nos libre de los Almoravides; y le serviremos contigo, y reinarás sobre nosotros tú y tus hijos.» Safad-Dola, despues de haber consultado con el rey, les respondió: «Andad y decid á mis hermanos los príncipes de Andalucia que se apoderen de todas las plazas fuertes, y hagan la guerra á los Almoravides, y el rey de Leon y yo vendremos á socorreros. Pero el rey determinó retroceder en seguida, que no era para contarse todavia seguro en aquellas tierras, y regresó sin descalabro á la comarca de Toledo (1).»

Despues de esta famosa algara tuvo el rey que sofocar algunas alteraciones y revueltas que habian movido en Asturias los condes don Gonzalo Pelaez y don Rodrigo Gomez, que al fin tuvieron que darse á partido, contribuyendo no poco á la feliz terminacion de estas sublevaciones los consejos que don Alfonso seguia recibiendo, asi de su esposa doña Berenguela como de su hermana doña Sancha (1133). Y eso que no se mostró el rey el mas celoso guardador de la fidelidad conyugal, pues en una de estas expediciones á Asturias aficionóse à una dama llamada Gontroda, hija del conde don Pedro Diaz, ‹y húbola (dice el obispo cronista) en su poder, y de ella una hija que se llamó doña Urraca, y dió para que la criase á su hermana la infanta doña Sancha (2).»

En tal estado se hallaban las cosas de Castilla en 1134 cuando acaeció la muerte de don Alfonso el Batallador en los campos de Fraga, que vino á ocasionar grandes mudanzas en todos los reinos cristianos españoles, y á acrecentar el poder del monarca y de la monarquía castellana. Tan luego como se supo el fallecimiento, juntáronse aragoneses y navarros en Borja, donde celebraron córtes, á que asistieron ya no solo los ricos-hombres y caballeros, sino tambien procuradores de las ciudades y villas, ó sea de las

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