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religiosa de España se hace mencion de la heregía que en aquel tiempo difundieron los dos obispos de Urgel y Toledo, Félix y Elipando, cuya doctrina era una especie de nestorianismo disfrazado, contra la cual escribieron luego algunos monges y otros obispos españoles, y fué anatematizada en los concilios de Narbona y Francfort, celebrados por Carlo-Magno (1).

Todavía despues de la muerte de Mauregato (789), fué por cuarta vez desairado y desatendido el poco afortunado Alfonso. Temerosos siempre los nobles (que ya comenzaban á recobrar aquella antigua influencia que habian ejercido en tiempo de los godos) de que siendo rey quisiera tomar satisfaccion, no ya solo de la muerte de su padre, sino tambien de los repetidos desaires que en cada vacante le habian hecho, no hallando otra persona de sangre real en quien depositar el cetro, diéronsele á Veremundo ó Bermudo, hermano de Aurelio, sin reparar en que fuese diácono, traspasando asi por primera vez en este punto las leyes góticas que inhabilitaban para el ejercicio del poder real á los que hubiesen recibido la tonsura. Bermudo, aunque diácono, estaba casado con Numila, de quien tuvo dos hijos, Ramiro y García; que el precepto del celibatismo impuesto por Fruela á los clérigos ó no alcanzaba á los diáconos, sino solo á los sacerdotes, ó no habia tenido la mas rigorosa observancia. Era Bermudo hombre generoso y magnánimo, y mas ilustrado de lo que la índole de aquellos tiempos comunmente permitia. Por lo mismo conociendo las altas prendas de aquel Alfonso tantas veces excluido le llamó luego cerca de sí, y le confió el mando de las milicias cristianas, que era como predestinarle al trono, dando tambien de este modo ocasion á que conociéndole los grandes fueran deponiendo los recelos y prevenciones que contra él tenian. Y como nunca se hubiera olvidado de sus deberes de diácono, y pensára mas, como dice la crónica, en ganar el reino del cielo que en conservar el reino de la tierra, concluyó por resignar espontáneamente el cetro en manos de Alfonso, retirándose á cumplir con las obligaciones del órden sagrado de que se hallaba investido (791). Conocida ya por los grandes la condicion apacible y las altas cualidades de aquel Alfonso que tanto habian repugnado y temido, determináronse á reconocerle por rey, posesionándose de esta manera del supremo poder un príncipe que tantas contrariedades habia esperimentado. Bermudo vivió todavia lo bastante para gozar en su retiro y en medio de su abnegacion el placer de ver realizadas las esperanzas que de su sucesor habia concebido, manteniendo con él las relacio➡ nes mas afectuosas (2).

(1) Florez, Esp. Sagrad. tom. V.
(2) Chron. Albeld. 57.-Sebast. Salmant

20 27.- Florez, tom. 37.

Falta hacía al pobre reino de Asturias, despues de tantos monarcas ó indolentes ó flojos (pues apenas alguno desde Fruela habia sacado la espada contra los sarracenos), un príncipe enérgico y vigoroso que le sacára de aquel estado de vergonzosa apatía, é hiciera respetar otra vez á los infieles las armas cristianas como en tiempo de Pelayo y de Alfonso el Católico. Mas por lo mismo que va á tomar nuevo aspecto la monarquía cristiana bajo el robusto brazo del segundo Alfonso, fuerza nos es hacer una pausa para dar cuenta de los importantes sucesos que en otros puntos de nuestra España habian durante estos reinados acaecido.

CAPITULO VI.

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RONCESVALLES.—FIN DE ABDERRAHMAN 1.

De 774 á 788.

Educacion de los hijos de Abderrahman.-Defeccion del wali de Zaragoza Ibnalatabi. Pide auxilio á Cárlo-Magno contra el omir.-Venida de Cárlo-Magno con grande ejér❤ cito á España.-Llega á las murallas de Zaragoza.-Se retira.-Célebre derrota del ejército de Carlo-Magno en Roncesvalles.-Canto de guerra de los vascos.-Nuevos disturbios en Zaragoza.—Sométela el emir.—Alzan otra vez bandera de rebelion los hijos de Yussuf. Notable fin que tuvieron.-Paz.-Da principio Abderrahman á la construccion dela gran mezquita de Córdoba.-Nombra sucesor á su hijo Hixem, y muere.

Dejamos á Abderrahman en Córdoba en 774, vencidas las facciones de los Abassidas y Fehries, gozando, si no de paz, por lo menos de un respiro que desde su arribo á España no habia podido obtener. Íbase afianzando el poder de los Ommiadas en el centro y Mediodia de España. Los hijos del emir desempeñaban ya cargos públicos importantes. El mayor, Suleiman, era wali de Toledo; el segundo, Abdallah, lo era de Mérida. El tercero, Hixem, el predilecto de su padre, el que destinaba para sucesor suyo, vivia en su compañía recibiendo la mas esmerada educacion, asistiendo á las asambleas de los cadies de la aljama y al mexûar ó consejo de estado, é instruyéndose en las artes y en las ciencias, de que hacian los árabes alta estima: añaden los escritores que él mismo leia en las academias elegantes versos en elogio de su padre.

Mas al tiempo que reinaba esta calma por la parte del Mediodía, nublábase el horizonte por Oriente, y preparábase por el Norte estruendosa tempestad. Las indóciles tribus berberiscas que tenian su principal asiento en la parte oriental y septentrional de la Península, las mas apartadas del centro del imperio, en sus perpétuos odios de raza no cesaban de conspirar contra el

emirato, alimentando siempre la esperanza de la emancipacion. Ya un personage llamado Hussein el Abdari, walí que habia sido de Zaragoza, habia fra— guado en esta ciudad una conspiracion, que el wali Abdelmelek, el bravo Marsilio, habia acertado á conjurar apoderándose bruscamente de Hussein y haciéndole decapitar instantáneamente, dejando con esto por entonces la ciudad consternada y tranquila. Mas estos no eran sino síntomas de otras mas terribles borrascas. El gérmen del descontento minaba sordamente aquel pais; silencio y misterio envuelven el periodo que siguió á aquel amago de revolucion, y las crónicas no nos dicen ni lo que pasó despues en Zaragoza, ni lo que fué del valeroso Marsilio, ni quién le reemplazó en el gobierno de la provincia. Sábese solo que en 777 se hallaba de wali de Zaragoza Suleiman ben Alarabi, que lo habia sido de Barcelona por Abderrahman y conducidose alli con la mayor fidelidad al emir. Pero el fiel servidor de Abderrahman en Barcelona dejó de serlo en Zaragoza. Acaso el verse al frente de una ciudad tan importante y en que dominaba el espíritu y abundaban los elementos de hostilidad hácia la familia de los Omeyas, le sugirió el pensamiento de alzarse en emir independiente de la España Oriental. Fuese éste ú otro semejante su designio, Zaragoza se hizo el centro y asilo de todos los enemigos y de todos los resentidos ó descontentos del emir. Creyó no obstante Ben Alarabi (comunmente Ibnalarabi), que necesitaba el apoyo de un aliado poderoso que le ayudase en sus planes contra el soberano de los muslimes de España. Corria entonces por Europa la fama de los grandes hechos de Cárlo-Magno, y á él determinó acudir el ingrato wali. Trasladémonos por un momento á otro teatro para comprender mejor el interesante drama que se va á representar.

Despues de los célebres triunfos de Cárlos Martéll sobre las armas sarracenas, su hijo Pepino el Breve habia estendido su dominacion desde este lado del Loire hasta las montañas de la Vasconia. A su muerte, acaecida en 768, los estados de Pepino se dividieron entre sus dos hijos Karl y Karloman; mas habiendo ocurrido á los tres años (771) la muerte de Karloman, hallóse su hermano Karl, el llamado despues Cárlos el grande y Cárlo-Magno, dueño de toda la herencia de Pepino hasta los Pirineos. Tuvo CárloMagno en los primeros años siguientes ocupada toda su atencion y empleadas todas sus fuerzas y toda su política en el Norte del otro lado de los Alpes y del Rhin, peleando alternativamente contra los sajones y contra los lombardos, y oponiendo un dique á las últimas oleadas de las invasiones de los pueblos germanos. Habíanse los sajones sublevado de nuevo en 777; marchó contra ellos el rey franco y los deshizo, y despues de haber implantado, como dice un escritor de aquella nacion, con ayuda de los verdugos

la obediencia y el cristiáñismo en el suelo rebelde de la Sajonía, los empla→ zó para que compareciesen en el Campo-de-Mayo (1) de Paderborn.

Hallábase, pues, Carlo-Magno presidiendo esta célebre dieta en el fondo de la Germania, cuando inopinadamente se presentaron en ella unos hombres cuyos trages y armaduras revelaban ser musulmanes. ¿A qué iban y quiénes eran aquellos estrangeros que asi interrumpian las altas cuestiones que se agitaban en la asamblea? Era Ben Alarabi el wali de Zaragoza, que con Cassim ben Yussuf (2), y algunos otros de sus compañeros iba á solicitar de Carlo-Magno el auxilio de sus armas contra el poderoso emir de Córdoba Abderrahman. No desechó el monarca franco una invitacion que le proporcionaba propicia coyuntura, no solo de asegurar la frontera de los Pirineos, sino tambien de ensanchar sus estados incorporando á ellos por lo menos algunas ciudades de España que el disidente musulman le debió ofrecer (3), dado que mas allá no fuesen sus pensamientos de conquistador. Preparóse pues para invadir la España en la primavera del año siguiente (778). Dejó aseguradas las fronteras de Sajonia, pasó el Loire, cruzó la Aquitania, juntó el mayor ejército que pudo, y dividiéndole en dos cuerpos ordenó que el uno franqueára los desfiladeros del Pirineo Oriental, mientras él á la cabeza del otro penetraba por las gargantas de los Bajos Pirineos.

Sin tropiezo avanzó el rey franco con todo el aparato y brillo de un conquistador poderoso por San Juan de Pié de Puerto y los estrechos pasos de Ibañeta hasta Pamplona, cuya ciudad, en poder entonces de los árabes, tampoco le opuso resistencia; y prosiguiendo por las poblaciones del Ebro, talando y devastando sus campos, se puso sobre Zaragoza. Gran confianza llevaba el monarca franco de entrar derecho y sin estorbo á tomar posesion de la ciudad. Grande por lo mismo debió ser su sorpresa al encontrar las puertas cerradas y sus habitantes preparados á defenderla. ¿Qué se habian hecho los ofrecimientos y compromisos de Ben Alarabi? ¿Es que se arrepintió de su obra al ver á Cárlos presentarse, no como auxiliar, sino con el aire y ostentacion de quien va á enseñorearse de un reino? ¿O fué que los musulmanes llevaron á mal el llamamiento de un príncipe cristiano, y de un ejér– cito estrangero, y se levantaron á rechazarle aun contra la voluntad de su

(1) Nombre que daban los francos á las asambleas semi-religiosas, semi-militares de la Germania, por haber Pepino trasladado al mes de mayo los antiguos Campos de Marte. Mas tarde se llamaron dietas, estados generales, cámaras, etc.

(2) Aquel tercer hijo de Yussuf el Fehri, que cuando el ejército de Abderrahman to

mó á Toledo se habia fugado de la ciudad salvándose à nado. (Cap. IV. de este libro). (3) «Entonces el rey, dice su mismo secretario y cronista Eginhard, concibiendo á persuasion del mencionado sarraceno la esperanza de tomar algunas ciudades en España... Tunc rex persuasione prædicli sarraceni, etc. Eginu. Annal.

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