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mo de la Andalucia (781). El otro hijo de Yussuf el Fehri, aquel Abul Asûad, á quien en 763 dejamos recluido por órden de Abderrahman en un torreon de los muros de Córdoba, acababa de evadirse de la prision, y era el que habia alzado de nuevo el estandarte rebelde de los Fehries. Las circunstancias de su evasion merecen ser referidas.

Los primeros años de su cautiverio habia sido custodiado con mucho rigor, porque el bando de los Fehries era todavía fuerte y hacía necesaria toda precaucion. Mas al paso que se disipaban los temores de nuevas revueltas por parte de aquella parcialidad indócil, habia ido aflojando el rigor de los guardas y carceleros, y disminuyendo poco á poco su vigilancia y cuidado. No era, sin embargo, ésta tan escasa que hubiese podido Abul Asûad realizar su fuga en dos ocasiones que la intentó. Entonces apeló á un ardid, tan ingenioso como de paciencia grande y de ejecucion dificil. Un dia habiéndole sacado á que gozase de la luz del sol, fingió en aquel momento quedarse ciego, y lo fingió con tal propiedad y lo sostuvo con tal perseverancia que llegaron todos á persuadirse de ser una realidad su ceguera. Con este motivo fuéronsele ensanchando los límites de la prision; permitíasele bajar á los algibes, y á las salas bajas del baluarte que daban al rio, y cuyas ventanas ofrecian fácil salida; dejábasele hasta dormir en aquellas piezas en las noches del estio. En este estado habia tenido ocasion de comunicar su proyecto á algunos de los parciales de su familia que acudian á verle, y de concertar con ellos los medios de ejecucion. Asi fué que una tarde de verano, aprovechando la hora y sazon de estarse bañando las gentes en el Guadalquivir y distraidos en otros negocios sus carceleros, se descolgó de repente por una de las ventanas bajas de la escalera de las cisternas, pasó á nado el rio, y cuando se halló del otro lado tomó un disfraz y un caballo que sus amigos le tenian dispuesto, y se encaminó por sendas desusadas á Toledo, donde ya le esperaban tambien sus adictos, los cuales le proveyeron de todo lo necesario y le facilitaron medios para que pudiese sin peligro pasar á las montañas de Jaen, abrigo de todos los descontentos del emir y de todos los parciales del antiguo y pertinaz partido de los Fehries.

Cuando el emir supo la evasion del creido ciego exclamó: «Temo mucho que la fuga de este ciego nos haya de causar no poca inquietud y efusion de sangre.» En efecto, ya entonces se hallaba Abul Asûad al frente de seis mil hombres posesionado de las sierras de Segura y de Cazorla, mientras su hermano Cassim, el fugado de Toledo, el compañero de Ibnalarabi, habia reaparecido otra vez como por encanto en la Serranía de Ronda, y reclutaba gente para engrosar las bandas de Abul Asûad. ¡Admirable actividad y constancia la de los hijos de Yussuf, solo comparable á la de su padre! No

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ticioso el emir de esta novedad partió de Córdoba á la cabeza de su caba→ llería, y dió órdenes á diferentes walies para que se le incorporasen con sus respectivas huestes. Encastillados los rebeldes en las breñas de Cazorla, sostuviéronse por espacio de tres años haciendo la guerra de montaña, la mas á propósito para rendir de fatiga y sin resultados las tropas del emir. Impacientado ya éste y ardiendo en deseos de terminar de una vez lucha tan prolongada y fatigosa, hizo un llamamiento general á todas las tríbus, y congregados todos los hombres útiles de guerra, dispuso una batida simultánea en las asperezas en que se abrigaban los rebeldes, resuelto á no dejar un enemigo á vida. Abul Asûad de resultas de este ojeo reconcentró su gente en Cazorla. Aconsejábanle alli unos que implorase la clemencia del emir, seguro de que seria acogido con benignidad, otros que aceptára la batalla y en lo mas recio de ella se pasára al campo enemigo donde seria recibido con benevolencia. Desechó altivamente el Fehri una y otra proposicion como innobles, y prefirió aventurar el todo por el todo en un combate. Y asi fud que forzado á aceptar la pelea en los campos de Cazorla, sus indisciplinadas bandas, buenas para la guerra de montaña, de sorpresa y de rapiña, pero poco á propósito para una batalla campal, fueron pronto acuchilladas y deshechas por los escuadrones regulares y aguerridos de Abderrahman. Muchos sc ahogaron en las aguas del Guadalimar: otros se retiraron á sus casas; Hafila, uno de los bandidos mas antiguos, huyó á sus conocidas montañas de Jaen; Cassim pudo retirarse á la Serranía de Ronda, y Abul Asûad escapó despavorido con unos pocos por Sierra Morena á Estremadura y el Algarbe. Mas de cuatro mil hombres habian quedado en el campo (784).

Vióse Abul Asûad acosado en tierra estraña por los walies de Beja, de Alcántara y de Badajoz: abandonaronle sus compañeros; y solo, errante noche y dia por bosques y cuevas, como hambriento lobo, dice un autor ará→ bigo, derrotado y miserable entró en Coria, donde estuvo oculto algun tiempo: precisado á volver á salir de alli, continuó errante de bosque en bosque, apagando su sed en los arroyos, y pidiendo limosna á los transeuntes; por fin, descalzo y andrajoso, desfigurado con los trabajos, entró en Alarcon, pueblo y fortaleza de Toledo, donde recibió la hospitalidad del desvalido, y á poco tiempo una muerte oscura puso fin á sus infortunios. Tal fué el lamentable fin del hijo mayor de aquel Yussuf, enemigo implacable de Abderrahman. Habiase fingido ciego en la prision, y solo recobró la libertad y la vista para gozar de la libertad de las fieras del bosque y del espectáculo de su negra desventura.

Terminada esta guerra, pasó Abderrahman á visitar la Extremadura y Lusitanią. Recorrió las ciudades de Mérida, Evora, Lisboa, Santaren, Coimbra,

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Porto y Braga, haciendo levantar en todas partes mezquitas y estableciendo escuelas públicas para la enseñanza del islamismo: volvió por Zamora, Astorga y Avila, ciudades todas conquistadas antes por el rey cristiano de Asturias Alfonso I., y abandonadas sin duda después ó poco defendidas, y pasó á Toledo, donde fué recibido por su hijo Abdallah con las mayores demostraciones de alegría (785). Alli supo que Cassim, el hijo menor de Yussuf, unido al indómito Hafila, restos ambos de la batida de Cazorla, hacian todavía los últimos desesperados esfuerzos por la parte de Murcia y Almería. Mientras Abdallah, hijo del célebre Marsilio, y heredero del valor y de la severidad de su padre, perseguia á Cassim ben Yussuf, Abderrahman visitaba los pueblos de las montañas de Jaen, teatro de la última guerra, cambiando con su presencia y porte el espíritu desfavorable que en ellos dominaba y disipando con su amabilidad las prevenciones que contra él tenian. Al llegar á Segura de la Sierra, esclamó: «esta fortaleza, defendida por un buen alcaide y por algunos ballesteros fieles, seria inaccesible como el nido del águila en la empinada roca. Lleváronle alli la noticia importante de haber caido Cassim el Fehri en manos de Abdallah, hijo de Marsilio (Abdelmelek ben Omar). Invirtió algunos dias el emir en recorrer las aldeas de la sierra, y luego bajó á Denia, donde le esperaba otra nueva no menos feliz. Abdallah habia capturado tambien al terrible caudillo de los rebeldes Hafila, á quien habia decapitado en el acto. Cuando Abderrahman llegó á Lorca, incorporósele el vencedor Abdallah, y juntos se encaminaron á Córdoba, donde entraron en medio de las mas vivas aclamaciones y plácemes de los habitantes de la ciudad (786). Presentáronle alli al rebelde Cassim encadenado: el hijo de Yussuf imploró la clemencia del emir, besando la tierra que pisaba el mismo á quien habia hecho guerra obstinada y pertinaz. El ilustre emir puso término á la guerra de treinta años con un rasgo de magnanimidad que acabó de realzar su grandeza. No solo mandó quitar las cadenas y grillos al cautivo Fehri, sino que le otorgó mercedes y le dió tierras en Sevilla para que pudiese vivir conforme à su antiguo rango y socorrer á sus parientes desvalidos. Cassim conmovido con tan generoso proceder ofreció solemnemente ser desde entonces el mas fiel servidor y amigo de su magnánimo bienhechor (1).

¡Cuán diferente estrella la de los dos hijos de Yussuf el Fehri! Abul Asûad, preso diez y ocho años en una torre, logra á costa de una fingida ceguera, ficcion aun mas incómoda que el mismo cautiverio, evadirse de la prision, alza el pendon rebelde en el corazon de una montaña, es batido á ojeo como

(1) Conde, part. II., cap. 23,

una fiera dañina, derrótanle en un combate, abandónanle los suyos, vaga por los bosques como una alimaña perseguida por el cazador, pide limosna á los transeuntes, apaga la sed en los torrentes del desierto, desfigúranle los trabajos de la vida salvage, y escuálido y desnudo entra en una poblacion donde muere como un mendigo en la oscuridad y en la miseria. Cassim, su hermano, diez veces prisionero y otras tantas auxiliado para fugarse, fomentador de todas las rebeliones, conspirador incansable y eterno, aparecido do quiera que habia enemigos armados del emir, en ciudades y en despoblados, en España y fuera de ella, en Mediodía y en Oriente, en riscos y llanos, es apresado al fin, y no solo obtiene perdon é indulto de un vencedor de quien fuera tan mortal enemigo, sino tambien tierras de que poder vivir con la grandeza de un príncipe. Inútil seria buscar en lo humano las causas de estos contrastes, que en todos los siglos, en todas las religiones y en todos los paises suele ofrecer la suerte de los hombres.

Llegamos por fin al término de la carrera de Abderrahman; treinta años llevaba de luchas el hijo de Moavia con pocas interrupciones, al cabo de los cuales, vencedor siempre, pero siempre molestado, logró todavía poder dedicar con quietud alguno aunque corto tiempo á afianzar el trono de los Ommiadas y á legársele en un estado brillante á sus sucesores. Dedicó, pues, Abderrahman este apetecido período de sosiego á embellecer á Córdoba con monumentos que testificáran á la posteridad su poder y grandeza. Ya la habia adornado con alcázares, palacios y jardines; mas queriendo dejar levantado en la capital del imperio un templo que igualára ó excediera á los mas magníficos y soberbios de Oriente, dió principio á la construccion de la grande aljama ó mezquita mayor de Córdoba sobre el mismo plan de la de Damasco, en lo cual llevó acaso la idea religiosa y el pensamiento político de apartar mas y mas á los musulmanes españoles de la dependencia moral de Oriente en que los conservaba la veneracion á la Meca, haciendo á Córdoba un nuevo centro de la religion muslímica. Para activar los trabajos y alentar å los operarios con su ejemplo, trabajaba Abderrahman por sí mismo una hora cada dia; mas á pesar de tanta actividad y de haber consumido en los gastos de la obra mas de cien mil doblas de oro, Dios no le permitió ver concluido el grandioso monumento, en que, al decir de un moderno poeta, el ojo habia de perderse en maravillas (1). Reservada estaba esta satisfaccion á su hijo Hixem (2). Pero á Abderrahman corresponde la gloria del pensamiento

(1) Victor Hugo.

(2) Abderrahman hizo la parte principal, desde el muro occidental hasta la undécima

nave inclusive. Segun el autor del Indicador Cordobés (edicion de 1837), la actual catedral de Córdoba compendia en sí la bistoria

y la honra de haber dotado con rentas perpétuas los hospitales y escuelas madrissas, que levantó á la sombra de la grande aljama.

Ocupado estaba el ilustre Ommiada en estos trabajos, cuando sintiéndose próximo à descender al sepulcro convocó á los walíes de las seis provincias, y á los gobernadores de doce ciudades principales con sus veinte y cuatro wazires, y teniéndolos reunidos en su alcázar, á presencia de su hahgib ó primer ministro, del cadi de los cadies, de los alkatibes, secretarios y consejeros de estado, declaró su voluntad de dejar á su hijo Hixem por*wali alahdi, ó sucesor del imperio; rogó á todos le reconociesen y jurasen portal, é hicieronlo asi todos aquellos altos dignatarios, tomando la mano á Abderrahman, segun costumbre, en señal de obediencia y respeto, y prometiendo fidelidad al futuro emir cuando su padre muriese. Era Hixem el predilecto de su padre, porque aventajaba á sus hermanos en bondad y en sabiduría, en prudencia y rectitud. Murmuróse que la sultana Howara, madre de Hixem, la mas querida, y acaso la única esposa que tuvo el emir, no habia dejado de influir en la eleccion. Mas aunque los dos hermanos mayores Suleiman y Abdallah no podian reclamar legalmente derecho de preferencia á la soberanía, puesto que esta era electiva, como lo era tambien en aquella época entre los cristianos, no pudieron sin secretos celos y sin un resentimiento que por entonces ahogaron, verse postergados á un hermano menor, cuyo mérito y virtudes presumian por lo menos igualar.

Despedida la asamblea, partió Abderrahman á Mérida, acompañándole Hixem, y quedando Abdallah en Córdoba: Suleiman volvió á su gobierno de Toledo. A los pocos meses adoleció Abderrahman en Mérida de una enfermedad, de la cual no tardó en sucumbir. Acaeció su muerte en el año de la hegira 171, el 22 de la luna de Rebie segunda (30 de setiembre de 788). Tenia entonces poco mas de cincuenta y nueve años, y dejaba once hijos y nueve hijas. Hízosele un entierro solemne y pomposo, acompañando su féretro toda la gente de la ciudad y de sus contornos, con señaladas muestras de sentimiento y pesadumbre (1).

en tiempo de los godos el templo de San Jorge, aquel fuerte donde se refugiaron los caballeros godos y cordobeses cuando la invasion de Mugueiz el Rumi, y que de la ca

de los cuatro grandes períodos de la España romana, gótica, arábiga y restaurada. En el sitio que hoy ocupa este grandioso templo estuvo el que los romanos dedicaron á Jano, que llamaron Augusto. De ello se hatástrofe en él ocurrida se llamó iglesia de llaron dos inscripciones cuando se abrieron los cimientos para la fábrica de la capilla mayor, que están hoy colocadas en el arco llamado de las Bendiciones. En este mismo sitio, segun la opinion mas probable, estuvo

los Mártires. Despucs fué la gran mezquita,
y San Fernando la convirtió en catedral
cristiana, cuyo destino conserva.
(1) Conde, cap. 24.

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