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Intentan entonces Suleiman y Abdallah penetrar en Andalucia y apoderarse de Córdoba por un golpe de mano. Pero el activo emir les sale al encuentro, y casi en el mismo sitio en que en vida de su padre habia hecho el primer ensayo de su temeraria intrepidez contra aquel mismo Suleiman su to, alli encontró ahora las huestes de los dos hermanos: alli correspondió otra vez al alto concepto que desde aquella primera ocasion habia hecho formar de su arrojo; alli en lo mas recio de la batalla vió caer á los piés de sus caballos al mayor de sus tios, Suleiman, clavada una flecha en su cuello. Desordenáronse con este golpe las bandas rebeldes, y Abdallah se retiró á Valencia á favor de la noche seguido de algunos. Cuando al emir le fué presentado el cadáver de su tio lloró sobre él, y mandó hacerle solemnes exequias á que asistió él mismo. Aunque Addallah era muy querido en Valencia, tanto que le apellidaban Al Balendi (el Valenciano), no quiso prolongar por mas tiempo los males de una guerra que seria ya inútil, y envió á Alhakem su sumision, ofreciéndole pasar á vivir en África ó donde le destinase. Admitió el emir la propuesta, concediéndole generosamente morar donde mas gustase, asignándole mil mitcales de oro mensuales y cinco mil mas al fin de cada año, pero exigiéndole en rehenes sus hijos como en garantía de la fé de su padre. Trató Alhakem á sus primos como príncipes, otorgándoles altos empleos en muestra de su confianza, y aun dió al mayor de ellos, Esfah, en matrimonio su hermana Alkinza (1). Volvióse con esto Alhakem á Córdoba, donde fué recibido con grande alegría (800). De este modo acabó la segunda guerra de los dos hermanos Suleiman y Abdallah, en que se vieron tantos ejemplos de esa estraña mezcla de crueldad y de sentimientos nobles y humanitarios tan comun en las gentes de la Arabia.

¿Habia estado entretanto ocioso y quieto Alfonso de Asturias? Por el contrario, aprovechando las desavenencias de los musulmanes habia hecho én 797 una atrevida escursion á la Lusitania, llevádola hasta las lejanas márgenes del Tajo, penetrado aunque momentáneamente en Lisboa, talado sus campiñas y traido ricos despojos. Hallándose Carlo-Magno en Aquisgran, vió llegar unos personages cristianos que mostraban ir de apartadas tierras, llevando consigo siete cautivos musulmanes con otros tantos caballos, lujosos arneses, y un magnifico pabellon árabe. Eran dos nobles españoles, Basílico y Froya, enviados y mensageros de Alfonso el Casto de Asturias, que iban á ofrecer de parte de su rey al monarca franco aquellos preciosos dones, gloriosos trofeos de su feliz expedicion á Lisboa, al propio tiempo que su alianzà y amistad (2). Quedó desde entonces Alfonso en relacion íntima con el poginon, Cron. cit. por Florez, tom. XI. p. 6.

(1) Alkinza significa el tesoro.

(2) Eginhard, Annal.-Id. Fuldens.-ReТомо п.

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deroso Cárlós, que esteħdió igualmente á su hijo Luis de Aquitania. Tambien á Tolosa, donde este principe celebraba una especie de asamblea para deliberar sobre el modo de hacer otra incursion en España, fueron mensageros de Alfonso con presentes para aquel rey, siendo de este modo los tres monarcas el nervio de la liga cristiana de aquel tiempo.

Pero tan íntimas relaciones, tales y tan cumplidas muestras de amistad por parte de Alfonso á los príncipes francos hubieron de ser interpretados por algunos celosos próceres de Asturias como signos de dependencia, sumision ó vasallage, y no pudiendo tolerar la idea del mas remoto peligro de dependencia estrangera, formóse un partido bastante poderoso para derrocar á Alfonso del trono y encerrarle, bien que por muy poco tiempo, en el monasterio de Abelanica (802). Las sucintas crónicas de aquella cra no nos dicen quién fuese aclamado en su lugar. Acaso ninguno: porque muy brevcmente, en aquel mismo año, los vasallos leales de Alfonso, que eran los mas, capitaneados por un godo llamado Theuda, le sacaron de la reclusion y le devolvieron la libertad y el trono de que injustamente le habian despojado. Fundado ó nó el cargo que á Alfonso le hacian, es lo cierto que desde aquella fecha no se volvió á hablar ni de presentes y regalos, ni de afcctuosos escritos de parte del rey de Asturias y Galicia al señor emperador Carlo-Magno, como ya entonces se le llamaba (1). Tampoco desde entonces volvió á ser inquietado Alfonso en la pacífica posesion de su cetro.

Por dichoso hubiera podido tenerse Alhakem con no contar mas enemigos cristianos que los del Norte de España. Hubiera al menos podido reposar un tanto tranquilo en su soberbio alcázar y á la sombra de sus bellos jardines de Córdoba, despues de terminada la guerra civil de sus dos tios, si por el Nordeste de la Península no viera irse estrechando las fronteras de su imperio al empuje de las armas de otro formidable adversario. Ni CarloMagno ni su hijo Luis habian renunciado á sus proyectos sobre España. Uno y otro tenian honra que vindicar, pérdidas que resarcir, y ambicion que satisfacer: y la asamblea de Tolosa que hemos mencionado, no habia sido estéril; habíase acordado en ella una nueva invasion, y realizóse con la ayuda y cooperacion que habia ido á ofrecerles en Tolosa aquel gefe de frontera Balhul, uno de aquellos moros de quienes dice la crónica árabe, «que acostumbrados á ser independientes en sus gobiernos, se mantenian en ellos con artera y vil política, buscando la amistad y el favor de los cristianos, para no obedecer á su señor ni servirle, y cuando ya no podian sufrir la opresion đe los cristianos, fingian ser leales y buenos muslimes, y se acogian al rey, que

(4) Albeld. Chron. I. c. Astron. Vit. I udovici Pii.-Egin. Vit. Karol. Maga.

por esta causa se habia perdido aquella frontera.» Viene, pues, otra vez cl cjército franco-aquitanio. Gana fácilmente los lugares fronterizos: Gerona, tres veces en un año tomada y perdida por musulmanes y cristianos: la antigua Ausona, tan floreciente en otro tiempo, y en aquella sazon casi deshabitada (1); Caserras, situada sobre una alta roca; el fuerte de Cardona, en la pendiente de un desfiladero; Solsona, Manresa, Berga, Lérida, todas fueron cayendo sucesivamente en poder de los francos, que se dedicaron á fortificarlas, como quien pensaba hacer asiento en el pais, que fué el núcleo de lo que habia de llamarse luego Marca Hispana, y quedó por entonces encomendado al conde Borrell. El gobernador de Barcelona Zaid rehusó entregar la plaza, segun habia ofrecido. Tal era la fé de los moros. Quedó Barcelona para ser especial objeto de una gran cruzada por parte de los francos.

En el primer año del siglo IX. se celebraba en Tolosa una solemne asamblea, especie de Campo-de-Mayo, presidida por el rey Luis de Aquitania. Tratábase de formar una gran liga de todos los condes y leudes francos y aquitanios para la conquista de Barcelona. El duque Guillermo de Tolosa fué cl orador mas vehemente y el instigador mas fogoso en favor de la espedicion. Ardia en descos de vengar el desastre de Orbieu. El discurso de aquel Guillermo, entonces duque y despues santo, arrastró tras sí los votos de toda la asamblea. Francos, gascones, godos y aquitanios, de Tolosa, de la Guiena y de la Auvernia, provenzales y borgoñones enviados como auxiliares por Carlo-Magno formaron el grande ejército expedicionario, que fué dividido en tres cuerpos. En el otoño de aquel año (801), una numerosa hueste cristiana derribaba los árboles de las cercanías de Barcelona, levantaba estacadas, construia torres de madera, armaba escalas, arrastraba piedras, manejaba arietes y todo género de máquinas de batir. Un moro, seguido de una muchedumbre de gente, paseaba por lo alto de los muros de Barcelona. Era Zaid, que alentaba á los musulmanes á que no desmayáran á la vista del ejército franco. Todos los asaltos de los sitiadores cran rudamente rechazados con no poca pérdida de la gente cristiana.

Los musulmanes esperaban que Alhakem les enviára socorros de Córdoba. Pero habiase apostado para impedirlo el duque Guillermo de Tolosa con el tercer cuerpo entre Tarragona y Lérida. Por otra parte, el moro Balhul, acaudillando á los cristianos del Pirineo, aquellos rústicos y bravos montañeses avezados á todo género de privaciones y de fatigas, devastaba las campiñas y poblaciones árabes que hallaba descuidadas, y en una de sus

(1) Estaba tan destruida que se le dió el donde le quedó el de Vic, Vique, y hoy nombre de Vicus (aldea) Ausonensis, de Vich.

atrevidas escursiones llegó á apoderarse de Tarragona, que hizo su plaza de armas. Singular fenómeno el de un caudillo musulman haciendo guerra terrible á los de su misma creencia con guerrilleros cristianos. Un cuerpo de auxiliares andaluces mandado por Alhakem hubo de retroceder apenas llegó á Zaragoza, espantado del aparato bélico de los cristianos. Con eso pudo el duque Guillermo reunirse con su division á la de los sitiadores, y activáronse las operaciones del asedio, y jugaron con mas vigor las máquinas de guerra. Insultábanse y se denostaban sitiados y sitiadores. «¡ Oh mal acon<<sejados francos! gritaba un árabe de lo alto del muro; ¿á qué molestaros <«<en batir nuestras murallas? Ningun ardid de guerra os podrá hacer dueños «de la ciudad. Sustento no nos falta; tenemos carne, harina y miel, mien«tras vosotros pasais hambre.» — «Escucha, orgulloso moro, le contestó «el duque Guillermo; escucha palabras amargas que no te agradarán, pero <«que son ciertas. ¿Vés este caballo pio que monto? Pues bien, las carnes «de este caballo serán despedazadas con mis dientes antes que mis tropas se «alejen de tus murallas, y lo que hemos comenzado sabremos concluirlo.»>

Lo del moro habia sido una arrogante jactancia. Hambre horrible llegaron á sufrir los sitiados: los viejos cueros de que estaban aforradas las puertas los arrancaban y los comian; otros preferian á las angustias del hambre precipitarse de lo alto de las murallas en busca de la muerte: todo menos rendirse: heroismo digno de otra mejor causa y religion que la de Mahoma: escitaban ya la compasion como la admiracion de los mismos cristianos. Créese que luego recibieron socorros por mar, porque el sitio continuó, y ellos en vez de rendirse se mostraron mas firmes y animosos.

Aproximábase ya la cruda estacion del invierno, y esperaban los muslimes que los rigores del frio obligarian á los cristianos á levantar el sitio y volver el camino de Aquitania. Por lo mismo fué mayor su confusion y sorpresa al ver desde las murallas los preparativos para la continuacion del bloqueo, construir chozas, clavar estacas, colocar tablones, levantar, en fin, por todo el campo atrincheramientos y abrigos que Indicaban intencion resuelta de pasar alli el invierno. Mayor fué todavía el desánimo de los mahometanos al percibir un dia en el campo enemigo del lado del Pirineo un movimiento y una agitacion desusada. Era el rey Luis, que acababa de llegar del Rosellon con su ejército de reserva, avisado de que era el momento y sazon de venir á recoger la gloria de un triunfo con que ya se atrevian á contar. El desaliento de los musulmanes de la ciudad fué grande entonces: hablábase ya públicamente de rendicion : solo Zaid rechazaba esta idea con energía, y para reanimarlos les daba esperanzas de recibir pronto socorros de Córdoba. Poco tiempo logró mitigar la ansiedad del pueblo, porque los

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socorros no llegaban y Alhakem parecia tenerlos abandonados. Zaid veia crecer la alarma y los temores, y no hallaba ya medio de acallarlos. Asaltóle entonces el atrevido pensamiento de salir él mismo de la ciudad, ir á Córdoba, pedir auxilio al emir, y volver á la cabeza de las tropas auxiliares á libertar á Barcelona. Arrojado era el proyecto, pero ante ninguna dificultad retrocedia el intrépido y valeroso Zaid. Comunicóle á los demas gefes, nombró gobernador de la plaza durante su ausencia á su pariente Hamar, y se dispuso á ejecutar su designio á la noche siguiente. Encargó y recomendó mucho á sus compañeros que no desanimáran, que no se asustáran por nada, que tuvieran serenidad, pero que no provocáran al enemigo con salidas imprudentes, seguros de que no tardaria en venir en su socorro.

A estas instrucciones añadió otra muy notable, que prueba la prevision al mismo tiempo que el ardor generoso del bravo musulman. «Si por casualidad, les dijo, cayese en poder de los cristianos, lo cual no es imposible, y quisieran sacar partido de mi cautiverio imponiéndome por condicion para el rescate de mi vida el exhortaros á entregar la ciudad, no me escucheis, no hagais caso de mis palabras, manteneos firmes, sufridlo todo, hasta la misma muerte, como la sufriré yo, antes que rendiros con ignominia. Esto es lo que os dejo encargado.» ¿Cómo no habia de inflamarse, por decaido que estuviese, el espíritu de los muslimes con tales palabras?

Llegó la noche; una noche tenebrosa de invierno. Zaid habia observado un sitio del campo enemigo en que las tiendas y cabañas estaban menos espesas ó á mas distancia anas de otras. En aquella direccion salió Zaid á caballo por una puerta secreta: el animal parecia comprender el oculto designio de su dueño; en medio del silencio de la noche percibíanse apenas sus pisadas: asi llegaron sin ser sentidos casi á las últimas chozas que ceñian el campamento: unos pasos más, y el atrevido musulman se veia libre de peligros. Ya casi se lisonjeaba de estarlo cuando una desigualdad del camino hizo tropezar al caballo: el cuadrúpedo se levanta, relincha, espoléale el ginete, corren..... poco les falta para salvar el campo..... pero al relincho del corcel todos los centinelas se han puesto en movimiento, y Zaid encuentra embarazado el paso por un peloton de soldados. En su vista retrocede camino de Barcelona: pero la alarma habia cundido por todas partes; por todas encuentra soldados cristianos, que le acosan, le cercan, le hacen en fin prisionero, y le conducen á la tienda del rey. La alegría se derrama por el campamento cristiano; la noticia no tarda en llegar á los sitiados de Barcelona: compréndese el terrible efecto que causaria.

Sucedió todo lo que Zaid había previsto. Los francos quisieron valerse de

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