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Los Prelados eclesiásticos, los Príncipes seglares, los cabildos y caballeros sus exequias. particulares todos expresaron su sentimiento dando el pésame á los Prelados de nuestros conventos. Publicóse muy luego en Granada el fallecimiento del siervo de Dios, y como todos lo tenían en un altísimo concepto, venerándolo como á santo, fué innumerable el concurso de pueblo de todas clases y estados, que a impulso de su devoción vinieron á ve berar su cadáver, y á asistir á sus exequias. No contenta la piedad de los Granadinos con tan evidentes demostracio. nes de su devoción y afecto á su Venerable paisano, dispuso la nobleza de la Ciudad celebrar honras solemnes á tan esclarecido ciudadano, para que en la oración fúnebre se publicasen, aunque en compendio sus virtudes heróicas y algunos de los portentos, que en su vida. había el Señor por sus méritos obrado. De estos no nos ha quedado individual noticia, por lo que sólo diremos lo que en el Apéndice latino á nuestros Anales al folio 687, número 19 se refiere. Dícese pues, en el lugar citado, que luego que se divulgó la muerte del varón de Dios, muchas de las Ciudades donde el Venerable Padre había predicado, queriendo dar testimonio del grande amor y devoción que le tenían, hicieron suntuosas exequias. Una de las Ciudad de nuestra Andalucía, que quiso entonces echar el resto de su fineza fué Ecija; bres. para cuyo efecto erigieron un magnífico

Honras fúne

sucedió

en

túmulo, adornado de un gran número de hachas y de velas. Encendidas todas se cantó con mucha solemnidad la Vigilia y la Misa, se predicó el sermón y después el último responso, en que se consumieron cerca de tres horas, en cuyo Prodigio que tiempo estuvo toda la cera ardiendo. SuEcija. cedió después, que volviendo la cera á casa del Cerero y puesta en el peso, para pagar la que se hubiera gastado, se halló con admiración de todos, que ni aún una onza faltaba de las hachas y velas que habían estado ardiendo cerca de tres horas. Volvieron una vez y otra á examinar el peso y hallando que no había engaño alguno, sino que en la realidad nada. faltaba, lo capitularon todos por singular portento con que quiso Dios, premiar la piedad de quien había hecho aquella demostración cristiana y calificar los méritos de su siervo.

CAPITULO LIII

Vida del P. Francisco de Baeza

A

COMPAÑÓ en este mismo año de
1634, á su venerable Prelado en

cia.

la jornada á la eternidad, otro varón in. Su ascenden-
signe, digno de eterna memoria. Fué es-
te el venerable Padre Fray Francisco de
Baeza, el mozo, que también falleció en
el Convento de Granada y era hermano
carnal del V. P. Francisco de Baeza el
viejo, muerto en 1621, como se dijo en
la página 210 del libro primero, y am-
bos fueron hijos de Sebastián de Jimena
y de D. Ginesa de Antolínez su muger,
naturales y vecinos de dicha ciudad de
Baeza y de las más esclarecidas casas de
ella. Llamóse en el siglo este venerable
Padre D, Juan de Jimena, y siendo de
edad de veinte y ocho años, deseando
asegurar las verdaderas honras y rique-
zas que son las que por toda una eterni-
dad han de durar, deliberó para conse-
guirlas elegir los más proporcionados
medios, que fué seguir los pasos de su
hermano Fray Francisco, y aprovechar
el tiempo que Dios le diese de vida en
servicio suyo.

A este fin solicitó fervoroso tomar el hábito de nuestro Seráfico Patriarca en

Desea ser Ca
puchino.

DUE

bito.

tre los Capuchinos, como en efecto lo Toma el há- logró, pues admitiéndolo á la Religión nuestro Muy Reverendo Padre Fray Bernardino de Quintanar, Ministro Provincial que entonces era, lo envió al Convento de Alcalá de Henares; y el Reve rendo Padre Fray Lorenzo de Alicante, que era allí Guardián, en quince de Agosto de 1620 le vistió nuestro seráfico sayal, y quedó agregado al número de los novicios para el coro, con gran consuelo de su espíritu con el nombre de Fray Francisco de Baeza.

Alistado ya bajo la bandera de Nuestro Seráfico Padre, se propuso seguir perfectamente á Cristo nuestro Maestro Soberano, y habiéndose negado á sí mismo, tomó la cruz de la mortificación y penitencia, con ánimo resuelto y generoso; y como ya se hallaba en edad de que las esperiencias le habían dado á conocer la nada que son las más en cumbradas dignidades, honras y riquezas de este mundo, para poder hacerse acreedor á las que el Todopoderoso tiene prometidas á quien le sirve fielmente, empezó en su noviciado á practicar las virtudes de tal modo, que no parecía novicio, sino muy aprovechado maestro.

Celebrose capítulo por Octubre del mismo año de 1620, y se puso en Antequera noviciado, como dejamos dicho en su lugar; y pareciendo á los padres de la provincia que solo el ejemplo de Su noviciado. Fray Francisco de Baeza era bastante para instruir al menos aplicado en la

práctica de las virtudes, lo mandaron á dicha ciudad, para que en aquel Con- Su profesión. vento cumpliese su año de aprobación, y en el día 17 de Agosto de 1621 hizo su profesión solemne en manos de nuestro Muy Reverendo Padre Fray Bernardino de Quintanar, Ministro Provincial.

No por hallarse ya profeso desistió un punto de la aspereza ó rigor de vida y práctica de virtudes que ejerció en el noviciado, antes sí, conc ciendo se le habían aumentado las obligaciones, y que se hallaba de Dios más favorecido, pues lo habían traído á aquel estado donde tantos medios hay para llegar á la cumbre de la perfección, se empeñó con más sus virtudes. desvelo en corresponder agradecido. Fué en primer lugar sumamente observante de todos los preceptos de la regla y de cuanto nuestras sagradas constitu-. ciones previenen. Su obediencia fué tan ciega, que jamás halló motivo para dejar de obedecer lo que le mandaban sus prelados por árduos fuesen los preceptos. Su pureza fué angelical; su humildad tan profunda, que olvidado de lo distinguido de su nacimiento, siempre se juzgó por el más indigno de las comunidades en que vivía, y así se apropiaba los ejercicios más humildes de los Conventos: con lo que hecho verdadero ideal de un perfecto capuchino vivió en la Religión 14 años y á los 42 de su edad natural, falleció en el Convento muerte. de Granada con fama común de santidad.

que

Su dichosa

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