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del regimiento de Irlanda y el de Ordenes Militares mandado por su valiente coronel D. Francisco de Paula Soler. A la derecha tenía sus posiciones otro batallón de Irlanda con dos

cañones.

Vedel deseando sin duda borrar sus anteriores desaciertos con un golpe de arrojo ó creyendo todavía posible vencer á los españoles y ganar la batalla, sin avisar á Reding de que no respetaba la tregua, y media hora después de haberle manifestado que la acataba, ordenó el ataque contra los puntos antes citados, conducta poco digna de un general que debe siempre batir con honor á sus enemigos y no valiéndose del engaño y aprovechándose de su descuido.

El general Cassagne atacó la derecha del camino y pillando á sus defensores descansando confiadamente, consiguió apoderarse de la posición, coger muchos prisioneros de Irlanda hacer suyos los dos cañones. Pero

y

en la ermita de San Cristóbal ó sea á la izquierda del camino ya no fué igual la suerte de los franceses, pues el valiente Soler aguantó bizarramente la acometida del coronel Roche.

Vedel tenía empeño en apoderarse de aquel punto más que de otro, porque una vez dueño de él, hubiera podido comunicarse fácilmente con Dupont; pero Soler supo defenderlo muy bien y cuando ya el general francés iba á atacarlo, recibió orden de Dupont para que estuviera quieto.

El armisticio que antes se había entablado, seguía negociándose.

Reding había manifestado á Dupont que él solo podía disponer en lo de la suspensión de armas; pero que en cuanto á otros tratos, debía entenderse directamente con Castaños que estaba en Andújar.

Se presentó en este último punto el general Chabert ampliamente autorizado por su superior, y que pedía se dejase franco á los franceses el paso de Somosierra, que ellos se retirarían de toda Andalucía.

Castaños parecía inclinarse á esta determinación, pero en esto llegó la noticia del ataque de Vedel y se recibió un parte de Savary, que las guerrillas habían interceptado y en el cual se ordenaba á Dupont la retirada á Madrid para oponerse á los ejércitos de Galicia y Castilla que avanzaban contra la capital, por lo que el conde de Tilly, cuyo carácter fogoso y arrebatado ya conocemos, y que figuraba en el cuartel general como representante con plenos poderes de la Junta de Sevilla, se opuso abiertamente á todo arreglo presentado al enviado de Dupont, como el único el que los franceses se rindieran á discreción.

Agriáronse con esta contestación las conferencias, y quedaron rotas las negociaciones.

Realmente el conde de Tilly, á quien muchos de carácter apocado atacaban y calumniaban por su espíritu revolucionario, estaba en lo cierto al no acceder como Castaños á que el ejér

cito francés se retirase, pues éste hubiera ido á salvar la capital que el lugarteniente consideraba amenazada. A pesar del enfado que Dupont había mostrado al conocer la contestación del de Tilly, tuvo muy pronto que volver á reanudar las negociaciones, pues su situación se hacía cada vez más difícil. El paisanaje, sabedor de lo ocurrido en Bailén, acudía desde muy largas distancias y formaba en las alturas un compacto cordón de gente armada, que cercaba y es trechaba al vencido ejército francés que hambriento y agonizante de sed, no podía moverse para buscar lo que necesitaba.

En esta situación no era extraño que muchos soldados quebrantados por la fatiga y al mismo tiempo deseosos de conservar el botín que habían adquirido, pidieran á gritos la rendi

ción.

Tornó por esto á tratar Dupont con los vencedores, y envió á Andújar al general Marescot, inspector general de ingenieros del imperio casualmente incorporado al ejército, y el cual tenía antigua amistad con Castaños, pues le conoció en 1795 cuando se ajustó la paz de Basilea.

No todos eran en el campo franceses partidarios de la rendición. Un buen número de oficiales enojados de que un ejército de paisanos y reclutas hubieran podido vencerlos, deseaban con ardor volver al combate; pero sus voces no encontraron eco en Dupont, pues si bien éste dejándose llevar de

los arrebatos del corazón, deseaba morir combatiendo antes que ser vencido cuando contemplaba el estado de sus tropas, comprendía la imposibilidad de acometer toda empresa.

Convencido de que su rendición era inevitable, ordenó á Vedel que devolviera á los españoles los prisioneros, las banderas y los cañones que había cogido frente á la ermita de San Cristóbal, lo que hizo éste á pesar de las murmuraciones de sus tropas que no querían pasar por vencidas sin haber combatido.

Los mismos oficiales que Dupont enviaba á Vedel para comunicarle sus órdenes, inducían á éste á que faltara á lo mandado y atacara á los españoles pero el general francés, entre rendirse sin haber combatido ó atacar, optó por un término medio, que fué alejarse del lugar del combate para no ser comprendido en la derrota, y dejando en su campo un escuadrón y cuatro compañías para disimular su marcha, emprendió ésta llegando á Santa Elena á las diez de la mañana del 21. Cuando ya se disponía á volar las rocas de Despeñaperros así que hubiera pasado su división para interceptar el paso de sus perseguidores, recibió de Dupont la orden terminante de volver.

Reding al saber la huida de Vedel montó en cólera, achacando á instigaciones de Dupont tal villanía y le aseguró que si no hacía volver á aquél inmediatamente pasaría á cuchillo todo su ejército. Vedel, antes de obedecer á Dupont, reunió un consejo de oficiales

superiores y acordaron menos cuatro votos acudir donde se les llamaba, pues de lo contrario los soldados españoles y aquel paisanaje que les odiaba por los saqueos de Córdoba y Jaen, no tendrían escrúpulo en pasar á cuchillo á sus compañeros de Bailén y aun ellos puede que tuvieran igual suerte.

Por fin terminaron de ajustarse en Andújar las bases de la capitulación, que firmaron por una parte Castaños y el conde de Tilly y por otra los generales Marescot Ꭹ Chabert.

En dichas bases se reconocía á todos los franceses del ejército de Dupont como prisioneros de guerra, debiendo entregar sus armas y someterse á la condición de tales, y á los de Vedel se les obligaba á salir de Andalucía entregándoles el armamento que quedaría en depósito al tiempo de embarcarlos.

Dicho tratado quedó ratificado el día 23 y al día siguiente se verificó la ceremonia de la rendición.

Las tropas vencidas desfilaron por frente á la tercera división y á la reserva que eran justamente las fuerzas españolas que no habían tomado parte en la batalla. Dupont entregó su espada á Castaños y los franceses depositaron sus armas á cuatrocientas toesas del campo.

Gran injusticia fué la cometida en la ceremonia de la rendición de Bailén, pues su honor lo gozaron las tropas que nada habían hecho y en ella no figuraron Redin, Coupigny ni Abadía que eran los hombres á quienes se debía el éxito de la batalla.

El mayor Abadía era el jefe de Estado mayor de las dos divisiones que se batieron y gozaban justa fama de militar entendido y valeroso; el marqués de Coupigny era un simple oficial de guardias de Corps, á quien la Junta de Sevilla elevó á general fundándose en los relevantes méritos que después demostró tener, y en cuanto á Reding ya hemos visto en el capítulo anterior como la Junta de Granada le elevó de coronel á general y qué entusiasmo tan grande sentía por la causa de España á pesar de ser suizo de nación.

A aquellos tres hombres se debió casi en la mayor parte el éxito de la batalla de Bailén. Ellos en los momentos más supremos ó sea al principio del ataque corrieron á escape de un punto á otro para animar á aquellos soldados bisoños no acostumbrados nunca á un ataque y sostenién– dolos en el primer instante y haciendo que se sostuvieran firmes decidieron el éxito del combate, pues los nuevos soldados, al ver que habían resistido bien la primera embestida, se envalentonaron y fué creciendo su valor y su serenidad hasta luchar como leones.

El renombre que Castaños alcanzó con la batalla de Bailén y que aun dura hasta nuestros días, fué en cierto modo injusto, pues al mismo tiempo se deja en olvido á los héroes que verdaderamente ganaron la batalla y cuyos nombres son desconocidos de la generalidad.

Esto es tanto más injusto cuanto que es muy de suponer que á haber

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La Capitulación de Bailén (Cuadro de J. Casado del Alisal)

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