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mandado la batalla Castaños, el éxito no hubiera sido igual.

Castaños no era realmente un general. Aunque capitán á los diez y ocho años, cosa nunca vista en aquellos tiempos y debida á las poderosas relaciones de su familia, y ser además antiguo alumno de la escuela de Puerto de Santa María, no era más que un soldado valeroso de lo que dió pruebas en la guerra con la República donde fué herido, careciendo en cambio de las dotes propias de un mediano estratégico.

Según la opinión de historiadores respetables, sus facultades eran más de diplomático que de militar, y en el ajuste de la paz de Basilea representó tan bien al gobierno español, que éste le premió con el empleo de mariscal de campo.

La cualidad sobresaliente de Castaños era el dón de gentes y la simpatía que inspiraba por carácter alegre y su gracejo y afición á contar chascarrillos hasta el punto que, según aseguran personas que le conocieron, sus ayudantes no podían estar mucho tiempo serios hasta en los momentos de combate. Además Castaños tenía una gran facilidad para la organización de ejércitos, siendo el general que más pronto sabía convertir á un recluta en un soldado completo.

La batalla de Bailén fué oscurecida en su gloria por la poca generosidad que los vencedores tuvieron con los vencidos, cosa á la que está poco acostumbrado el noble carácter español.

El recuerdo de los horrorosos sa

queos de Córdoba y Jaen estaba todavía fresco en la memoria de todos, y de aquí que los prisioneros en todos los puntos del tránsito hasta la costa, fueran insultados y aun agredidos por el vecindario.

El haber caido al suelo en Puerto de Santa María algunos vasos sagrados de la maleta de un oficial francés, hizo que para acallar la gritería del pueblo indignado se hiciera un registro general en las maletas y mochilas de los prisioneros, dando esto por resultado que quedaran despojados de cuanto poseían, que en su mayor parte era producto de anteriores rapiñas.

En aquella época, estos hechos, que estaban en contraposición con lo pactado en Bailén, parecieron naturales y justos, pues estaban los ánimos influenciados por lo ocurrido anteriormente; pero hoy se deben calificar de censurables porque constituían un abuso del vencido y una violencia á un contrato tan sagrado como lo era el de capitulación.

En los artículos de ésta marcábase el que las tropas de Vedel sólo quedaban prisioneras de guerra por el momento, y que se las haría salir de Andalucía embarcándolas en los puertos de San Lúcar y la Rota para desembarcar en Rochefort, y á pesar de esto las autoridades españolas negáronse á efectuarlo, fundándose primeramente en que no habían buques y por fin en que, como decía Morla, el gobernador de Cádiz, ganoso de popularidad para

borrar las anteriores sospechas, algo fundadas de su complicidad con los franceses, no se debía respetar la formalidad de un tratado con gentes que todo lo habían violado.

Castaños, con una caballerosidad que le honra, se opuso á aquella violación de lo tratado; pero la Junta de Sevilla se adhirió á la opinión de las autoridades de Cádiz y fueron vanos cuantos esfuerzos hizo el general victorioso para lograr el cumplimiento de la capitulación.

Las tropas francesas fueron encerradas en las fortalezas y pontones de Cádiz, y sólo Dupont, Vedel, Marescot y otros generales franceses lograron en Setiembre ser puestos en libertad y marchar á Francia, aunque no por esto cambiaron de suerte, pues el emperador, enojado por la derrota de Bailén, los encerró en un castillo del que no salieron hasta la caída del Imperio en 1814.

La noticia de la jornada de Bailén produjo un efecto indescriptible en toda España y especialmente en Madrid.

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Comprendiendo que las tropas vencedoras no tardarían en caer sobre Madrid, José reunió un Consejo de generales para acordar lo más propio en aquellas circunstancias, convinien-. do todos en la opinión de Savary que era mientras llegaban los refuerzos pedidos al emperador, evacuar Madrid y retirarse á la otra parte del Ebro replegando todas las fuerzas que estaban extendidas por la Mancha y Castilla la Vieja.

En la misma noche del día 29, en que se celebró el Consejo, claváronse más de ochenta cañones que no se podían llevar en la retirada, inutilizaron numerosas cajas de fusiles y municiones arrojándolas á los estanques del Retiro, y se embalaron para llevarse todas las alhajas, vajillas y cuadros notables del palacio y sitios reales.

En la mañana del 30 emprendieron los franceses la retirada camino de Somosierra. En su marcha dejaron tras sí un reguero de crímenes y horrores, pues su brutalidad, su codicia y su rabia se cebaron en cuantas poblaciones encontraron al paso.

Especialmente fué víctima de tales atropellos la villa de Venturada que los franceses entregaron á las llamas.

Aquellos miserables, indignos del nombre de soldados, desahogaban su furor por verse vencidos contra todo español que encontraban al paso.

El 9 de Agosto se juntó José en Burgos con Bessières, y juntos marcharon á Miranda del Ebro, donde

atrincheraron su campo por si acaso | profecía de Pitt y comprender que po

les atacaban los españoles.

Con la jornada de Bailén más de media España quedó limpia de franceses, y el espíritu bastante entusiasmado anteriormente, se reanimó hasta un grado inconcebible.

Aquello faé una sublime manifestación de un pueblo que venía á nueva vida.

El país que hacía cerca de dos siglos permanecía postergado y en el olvido, volvió á llamar la atención del mundo; las Cortes de Europa vencidas aterradas por Napoleón, miraron con asombro al pueblo que humillaba por primera vez á los ejércitos que se consideraban invencibles, é Inglaterra respiró al ver cumplida la notable

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día contar para combatir á su eterno enemigo con la cooperación de una raza que no había degenerado y era digna sucesora de los soldados que medían con el rasero, de su espada todo el mundo del siglo XVI.

Napoleón ante Bailén sintió que perdía su serenidad olímpica.

El encanto estaba roto y su preponderancia universal iba pronto á desvanecerse al desaparecer el temor que sojuzgaba á sus piés todos los Estados europeos.

El Goliath del siglo había encontrado su David en el humilde y olvidado pueblo español, y la piedra que le hería en la frente, era Bailén.

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ΤΟΜΟ Ι

CAPITULO IV

1808

Primer sitio de Zaragoza.-Retirada de Palafox.-La batalla de las Eras.-Derrota de Palafox en Epila. Entra dicho general en Zaragoza.-Pérdida de Monte Torrero.-Bombardeo de la ciudad.-Asalto de 1.o de Julio. -Acción heróica de Agustina Zaragoza.-Toman los franceses los conventos de Capuchinos y San José. -Intenta en vano Verdier circunvalar Zaragoza.-Combates parciales.-Se apoderan los franceses de Santa Engracia.-Salida de Palafox en busca de refuerzos.-Combate en el Coso entre españoles y franceses:-Mariano Cerezo, Casta Alvarez y la condesa de Bureta.-Consejo de guerra en Osera.-Entra Palafox con refuerzos en Zaragoza. -Levantan los franceses el sitio.-Juicio del general Foy sobre la primera defensa de Zaragoza. -Situación de Madrid después de la retirada de José.-El Consejo de Castilla se constituye en autoridad española.-Canciones de la época y movimiento poético y periodístico. -Entrada en Madrid de una división valenciana y del ejército de Andalucía.-Regocijos populares.-Necesidad que se siente de constituir una autoridad central.

ESPUÉS de describir la azarosa sa- | lida de Madrid del rey José y su corte, fuerza nos es retroceder algunos días para relatar uno de los hechos más grandiosos y sublimes de la historia de España, pues tal calificación merece los dos sitios que Zaragoza sufrió de los franceses.

El primero comenzó el 14 de Julio, pues en el capítulo anterior ya dejamos en tal fecha al general Lefebvre en las cercanías de la inmortal ciudad.

Se encuentra Zaragoza asentada á la margen derecha del caudaloso Ebro, y por el Sur y el Este la ciñe el Huerva, río de escaso caudal, que un poco más abajo de la ciudad rinde sus aguas á aquél.

Su población al comenzar el primer sitio, pasaba de cincuenta y cinco mil almas, sus calles eran en su mayoría estrechas y tortuosas, sus casas de ladrillo y de dos y tres pisos, y con éstas alternaban gran número de edificios

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públicos de piedra, como palacios, la derrota de Alagón, excitó de nuevo conventos, iglesias, etc.

Estaba cercada de un muro de diez ó doce piés de alto por tres de espesor, en unas partes de tapia y en otras de mampostería, interpolado con algunos edificios y perforado por ocho puertas que daban al campo.

A la parte izquierda del río está el arrabal, que se comunica con la ciudad por medio de un puente de piedra, á un cuarto de legua de Zaragoza se levanta el monte Torrero, cuya altura atraviesa el canal Imperial, y en las afueras de la ciudad, por la parte que se abre la puerta del Portillo, está la Aljafería, antiguo palacio de los reyes de Aragón, rodeado de foso y muralla y cuyos cuatro ángulos están defendidos por otros tantos bastiones.

Zaragoza no tenía nada de ciudad fortificada, por lo que un siglo antes y como rara profecía dijo D. Juan Alvarez Colmenar en sus «Anales de España y Portugal,» que la capital de Aragón «estaba sin defensa, pero que reparaba esta falta el valor de sus habitantes.>>

Si era deficiente y escasa la fortificación de la ciudad, no lo eran menos los medios de defensa con que contaba para el sitio, pues no pasaban de trescientos los soldados de línea que, procedentes de diversos cuerpos, se habían quedado en Zaragoza, y no se contaba con un solo oficial de artillería para dirigir los cañones.

Palafox que, según ya dijimos, se había retirado á Zaragoza después de

con su presencia el entusiasmo, de aquel pueblo que le adoraba ciegamente, y con el objeto de contestar de una manera enérgica y decisiva á las proposiciones de rendición que le dirigió Lefebvre acompañadas de otras de los tres diputados que envió al Congreso de Bayona y de los cuales ya hablamos, se colocó al amanecer del día 15 en las afueras de la ciudad con intento de atacar á los franceses; pero viendo cuán superiores eran éstos en número y organización y no queriendo exponer sus soldados á una derrota más, se retiró ordenadamente hasta llegar á las cercanías de Calatayud, donde deseaba unir á su división, la que en dicho punto estaba organizando el barón de Versages.

Esta decisión de Palafox, fué en verdad algo censurable, pues si bien puede considerarse como acto de prudencia el no empeñar un combate con fuerzas superiores, merece otra calificación el dejar Zaragoza á las espaldas totalmente desamparada y sin defensa.

Palafox, joven y sin experiencia y aun no poseído de ese heroismo que dá el hábito de la guerra, se estaba formando entonces como general; así es que en aquellos primeros actos que bien pudieran calificarse de ensayos cometió muchas torpezas que solamente excusa su poca edad.

Sin enemigos formales á quién combatir, se presentó Lefebvre ante las puertas de la plaza á las nueve de la

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