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una tapia débil, y cuyas ventanas y balcones no ofrecían mejores condiciones para la defensa que cualquiera casa particular.

se pudo procurar y las que encontró en las casas, fué colocándose en las avenidas del edificio, en lo alto de las tapias y en todos los sitios que dejándose llevar de su instinto, juzgó favorables á la defensa.

Apenas los más habían cargado sus armas y circuladas las primeras órdenes para la resistencia, cuando aparereció en la calle de San Pedro una fuerte columna francesa mandada por el general Lefranc.

La desorganización y la decadencia en que entonces estaba el ejército español se manifestó más que en ninguna parte en aquel lugar, pues en todo el Parque por más que se buscó sólo pudieron encontrarse diez cartuchos de cañón y muy escasas municiones de fusil. Los dos hombres que estaban pues- Reinó un terrible silencio. Los estos á la cabeza del movimiento, orga-pañoles dejaron acercar con la mayor nizaron la defensa rápidamente. Un tranquilidad á los confiados enemigos grupo de paisanos y soldados tomaron con el fin de que sus descargas fueran las alturas del Parque haciendo huir más certeras y causaran mayor estraá los franceses que ya estaban pose- go en los franceses. sionados de ellas; las mujeres que en gran número formaban en las masas sublevadas, sacaron á brazo del edificio cinco cañones y colocaron dos enfilando á la calle de San Pedro desde el patio y con las puertas de éste cerradas y los artilleros que no quedaron destinados al servicio de dichas piezas, se ocuparon en fabricar cartuchos de cañón.

La pequeña compañía de Voluntarios del Estado en la que figuraba el bravo teniente Ruiz, oficial valeroso y entusiasta, digno compañero de los dos heroicos capitanes de artillería, se posesionó de las ventanas del Parque para desde allí hacer fuego á los enemigos, y el pueblo pertrechado con los fusiles de los ochenta franceces prisioneros, las armas que en los primeros instantes de la sublevación

Daoiz y Velarde estaban en el patio inmóviles al pié de los dos cañones, tras las cerradas puertas, esperando el momento propicio para repeler con más éxito á los franceses.

Sobre aquéllas cayeron las hachas de los gastadores, que hicieron grandes esfuerzos para derribarlas, pero así que sonaron los primeros golpes, se dió la voz de fuego! y retumbó una tremenda descarga cuyos estragos aumentaron los fracmentos del portón, que voló hecho pedazos junto con las balas de los cañones.

El efecto fué horrible; la calle quedó cubierta de cadáveres y los franceses huyeron acosados por los continuos disparos que los voluntarios y el pueblo hacían desde las alturas del Parque.

El espantoso desastre que dió por

resultado la primera acometida de los franceses, hizo conocer á Murat que allí había un terrible enemigo á quien tenía que vencer cuanto antes, sino quería correr el peligro de que la sublevación tomara más cuerpo y le obligara á evacuar Madrid.

Con objeto de apagar cuanto antes aquel temible foco de insurrección, envió á la división westfaliana mandada por el general Lagrange, apoyada por numerosas fuerzas de caballería y artillería.

En el tiempo transcurrido entre el primer ataque y el envío de nuevas fuerzas, los sitiados habían completado su sistema de defensa, cubriendo todos los puntos por donde fuera accesible la llegada de los enemigos. Habían colocado fuera del Parque dos cañones, uno en la parte más elevada de la calle de San José y otro en la calle Ancha de San Bernardo que en unión de la de San Pedro eran los tres puntos por donde podía llegarse á aquel caserón, que el valor de muchos héroes convirtió por algún tiempo en inexpugnable fortaleza.

A la primera aparición de las tropas de Lagrange, empezó un fuego espantoso y horrible que sin tregua duró más de tres horas.

el fuego hasta llegar cerca de las baterías enemigas, donde disparaban tranquilamente su fusil retirándose después á los grupos de sus compañeros.

Cada descarga de los enemigos era saludada con gritos de ¡Viva España! ¡Viva Fernando VII! y siempre que un patriota caía, se abalanzaban muchos sobre él para arrancarle el fusil ó la escopeta de las manos y continuar la lucha que antes presenciaban desarmados.

Muchas veces el herido no cedía á tales demandas de sus compañeros, y tendido en el suelo, derramando copiosamente sangre por las heridas, seguía disparando mientras quedaba en su cuerpo un átomo de vida.

Las calles cercanas al Parque se cubrían de muertos y heridos y á pesar de esto, el fuego continuaba encarnizado por ambas partes sin dejar por un instante de atronar el aire con su estruendo.

El antiguo caserón de Monteleón y sus alrededores, ofrecía un aspecto sublime al par que horrible.

Los cadáveres caían unos sobre otros, la sangre corría por todas partes, las armas se manchaban con la de los mismos que las disparaban, y á pesar de esto la defensa no cejaba ni un solo instante.

Los cañones franceses disparaban metralla sobre los grupos de paisanos que se defendían á pecho descubierto Todos los artilleros que servían el fuera de las tapias del Parque, y eran cañón de la calle de San José habían muchos los patriotas que llevados de muerto gloriosamente al pié de la pieuna exaltación heroica rayana á la lo-za, y ésta seguía disparando cargada cura, avanzaban impávidos por entre y servida por mujeres que vociferaban

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mil denuestos contra los enemigos y que no desmayaban ni palidecían al ver caer á su lado á las compañeras. El bravo teniente Ruiz, que abandonó los pisos altos del Parque para batirse en las calles, había sido herido gravemente á causa del exceso de su bravura, y Daoiz tenía destrozado un muslo por una bala, á pesar de lo cual seguía al pié de su cañón, cargando y disparando contra los franceses sin otra ayuda que la de algunos paisanos. El momento angustioso, esperado por los organizadores de la defensa, no tardó en llegar. Corrió la voz de que faltaban municiones y los artilleros se desesperaron por no tener con qué cargar á los ya mudos cañones. Daoiz al pié de la pieza que mandaba se sentía dominado por la desesperación ante la falta de proyectiles, pero allí estaba su compañero Velarde, el genio organizador de la defensa, que corría de un sitio á otro siempre buscando armas ó municiones para los combatientes, que tan pronto animaba á los voluntarios de arriba como se mezclaba en los grupos de paisanos que hacían fuego en las calles y el cual llegó cargado con una caja de piedras de chispa.

Daoiz las empleó como metralla y completamente solo cargó el cañón dos veces, é hizo los disparos.

No quedaban ya más municiones; se habían agotado por completo todos los recursos y Daoiz debilitado por la mucha sangre que perdía y comprendiendo que era ya inútil el cañón,

ΤΟΜΟ Ι

apoyó su cuerpo en la cureña con la resignación de héroe. En el mismo instante, los franceses desde el extremo de la calle, hacían señal de parlamento con un pañuelo blanco.

Los españoles cesaron el fuego por aquella parte y dejaron avanzar á un oficial seguido de un grupo de granaderos. Indignación al par que orgullo causa el decir, que aquellos soldados imperiales, acostumbrados á vencer frente á frente á los primeros ejércitos del mundo, para sofocar la sublevación de unos pocos soldados y de un paisanaje casi desarmado pero heróico, tuviera que recurrir á una traición infame y sin ejemplo en la historia.

Llegó el grupo de franceses hasta las puertas del Parque, ostentando la señal de parlamento sin ser molestado y el oficial que lo mandaba, entabló un diálogo con Daoiz que cada vez más débil de la herida, hacía esfuerzos para mantenerse en pié.

Las primeras palabras del oficial extranjero fueron un insulto contra aquellos españoles que tan valientemente se batían por su patria, y Daoiz, ante tales palabras que tan mal cuadraban con el carácter de parlamentario con que el insolente oficial se presentaba, le contestó con firmeza que tales frases se debían sostener con la espada en la mano.

El oficial francés se puso en guardia y Daoiz, á pesar de su herida, apoyándose trabajosamente en el cañón le imitó y los dos comenzaron á batirse furiosamente.

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