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de volver á ganar en ella el ascendiente perdi

dido en julio (*).

Felizmente acabó en España la dominacion de Calomarde, el corifeo de la Congregacion; y aunque esta conserva profundas raices en aquel desgraciado pais, sin embargo como todos sus esfuerzos y poder apostólico los emplea, no solo contra los derechos del pueblo, sino contra los del trono y de la sucesion directa de Fernando y de Cristina, para suplantarla en aquel por el infante don Cárlos su caudillo, y para ello tiene que luchar con los amigos de la monarquía legal, y con los de la ilustracion y necesidades del siglo, se halla por tanto dividida У debilitada esta faccion, cuya predileccion por don Cárlos, príncipe recto y religioso, no depen

(*) Acaban de obtener los eclesiásticos entrada legal en la direccion de Estudios á la sombra del obispo de Mans se acaba de fundar un monasterio de benedictinos, á cuyo abad ha felicitado y animado por su santa empresa el famoso vizconde de Chateaubriand, partidario de la Santa-Alianza y de Enrique de Berry; y dos magistrados de Rouen han sido destituidos por no haber asistido á una funcion eclesiástica.

de sino de suponerle fanático y adicto á sus intereses, mas que á los de la España, y fácil de ser conducido por ellos. Quizá se equivoque, y cuando Fernando no les ha parecido bastante dócil, don Cárlos lo fuera aun ménos.

De todos modos, desenmascarar esta faccion, que cubre sus ambiciosos proyectos con el velo de religion; hacerla conocer por sus propios hechos irrecusables; demostrar el objeto á que tiende, en todos tiempos y paises; presentar á la vista ménos perspicáz los hilos de la grosera trama que urde en España para dominar envileciendo, y gozar embruteciendo á los miserables pueblos; creemos que es un servicio, que no deben desdeñar los príncipes ni los pueblos, desempeñándolo con decoro y lealtad.

Creemos hacer un servicio al gobierno actual de la Francia que titubea en la política que tiene que seguir, si se entabla probablemente una guerra civil en la Península, que podrá ser terrible y su término nocivo á la

Francia misma; pues si bien esta no tiene que temer la importacion del fanatismo, éste á su vez podrá dar en ella campo de batalla á los enemigos del pueblo francés y de sus instituciones; lo que una política previsora debe cuidadosamente evitar.

La moral es la mejor base de la política, y si á una y otra se agregan los vínculos que ligan á las naciones, como á los individuos, á reparar sus faltas y errores pasados, la Francia sabe bien la clase de vínculos y deberes que la ligan con la España.

La intervencion de Felipe II en tiempo de la liga, ha sido bien caramente pagada por los españoles y por los franceses, cuya sangre ha corrido del otro lado de los Pirineos bajo los reinados de Luis XIV, Napoleon y Luis XVIII, en las guerras de sucesion, de abdicacion y de Constitucion, por intereses de dinastía, y nun

ca

por los de uno ni otro pueblo. Tiempo es

que enmiende sus errores y repare sus daños,

y que la sangre de sus hijos corra solo por intereses nacionales.

En España ecsiste el abuso del poder sacerdotal, restablecido y robustecido en 1823, á la sombra del que dominaba en su suelo, y que tuvieron los franceses la gloria de derrocar en los tres memorables dias de julio: lo que no sabrian, ni podrian hacer los españoles, temiendo la vecindad de la Francia, la inconstancia de sus divisas, y la inconsecuencia de sus doctrinas y promesas ministeriales (*).

Reconociendo el clero el derecho divino de los reyes (el que reclama hoy don Cárlos, y niega don Fernando) (**) y la supremacía de los papas, sabe bien que solo en ellos y para ellos puede apoyarsc esta doctrina singular que impide á los príncipes y á los súbditos de ra

(*) Véase la Historia de la Revolucion de 1830 por M. Cabet, al f232, y las discusiones de las Cámaras, cuantas veces se ha tratado de los refugiados.

(**) Véase la correspondencia entre ambos príncipes en el presente año.

ciocinar; y aunque tal absurdo no lo enseñe el Evangelio, asi lo pretenden persuadir, los que se valen de él para su interés particular.

Todo lo contrario enseña, y la esperiencia de los siglos lo acredita. Siempre que el sacerdocio se ha mezclado en los asuntos temporales, la religion y el gobierno se han resentido igualmente, de la intervencion en los negocios mundanos de aquellos á quienes su profesion les impide precisamente de mezclarse, y les manda temerlos y alejarse iterativamente.

Debilitan y estravian (dice Montesquieu) (*) la autoridad y conciencia de los reyes que se entregaron á su influencia peligrosa, y les hacen ejecutar imprudentemente, aun las mismas cosas buenas.

Algunos podrán creer superflua por demamasiado notoria, ó redundante al menos, la esposicion prolija de los abusos de la dominacion eclesiástica; pero rogamos á los que tal crean 2

(*) Grandeur et décadence de l'empire Romain, cap. 22.

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