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dicado á promover la felicidad de sus estados, que. necesitaban de fomento y reposo. Pero el irracional empeño de someter á las provincias confederadas del Norte, y luego el ahinco de humillar á la Francia, le acarrearon interminables disepsiones, sangrientas guerras, costosos sacrificios, ruina y desolacion para su patria.

La reina Isabel de Inglaterra auxiliaba á los protestantes de Holanda, asi por simpatia religio. sa, como para contrarestar y poner, coto. al poder colosal de Felipe. Agraviado este no menos por tales actos de hostilidad, que por haberle desairado antes Isabel rehusando su mano, proyectó una agigantada espedicion marítima para invadir Y sojuzgar la Inglaterra.

Impugnaron aquel descabellado proyecto Idiaquez, uno de los principales ministros de Felipe II. y el famoso general Alejandro de Farnesio, con quienes habia consultado. Pero desestimando tan juiciosos pareceres, llevó á ejecucion la arriesgada empresa; y su armada, conocida en la historia con el risible título de invencible, quedó enteramente deshecha por los temporales y las fuerzas enemigas.

Delirio fue aquella tentativa sin haber tomado antes algunos de los puertos mas considerables de Holanda y Zelandia, como queria el duque de Parma, para asegurar la retirada en caso de un

desastre. Y aun suponiendo un feliz desembarco ¿habia calculado Felipe la resistencia de una nacion que pelea por su libertad, independencia y religion? ¿Creia que se hallaba la Inglaterra en el mismo estado que en tiempo de Cesar ó de Guillermo el conquistador? Pero aun considerándola vencida Y. domada, ¿á qué añadir mas territorios á la inmensa monarquia española, que ya no podia ser bien gobernada por su propia magnitud, é incoherencia de los diversos estados que la componian?

La derrota de la armada invencible y el mal aspecto que iba tomando la guerra de los Paises Bajos, debian convencer á Felipe de que estos eran bastante para dar ocupacion al número de tropas que le permitia mantener en pie el decadente estado de su hacienda. Debia ademas conocer que era una necia temeridad entregarse á proyectos de ambicion, no teniendo bastante fuerza para someter á sus propios súbditos rebelados; pero desoxendo los consejos de aquella prudencia que tanto recomiendan en él los escritores españoles, se mezcló tambien en los negocios interiores de la Francia, haciendo confederacion con aquella funesta liga que socolor de hacer la guerra á los calvinistas, queria destronar al monarca Enrique III.

El duque de Guisa, gefe de la liga intentaba hacia largo tiempo deponer al rey, encerrarle en

por su

un convento, y poner en su lugar al anciano y enfermo cardenal de Borbon, bajo cuyo nombre se proponia reinar, hasta que vacando muerte el trono, pudiese él ocuparle. El rey que no ignoraba los designios del duque de Guisa, mandó asesinarle, como tambien á su hermano el cardenal de Lorena. Este atentado produjo los mas funestos efectos para Enrique III. Los católicos se exasperaron: recurrieron en todas partes á las armas, y el duque de Mayenne, hermano del de Guisa, fue nombrado comandante general de la liga.

En tan apurada situacion no tuvo Enrique otro recurso que confederarse con el rey de la Navarra baja; y este príncipe generoso olvidando sus resentimientos, fue á socorrerle al frente de su ejército. Con tan poderoso auxilio Enrique se hubiera apoderado de Paris, si un fraile dominico escitado por sus fanáticos superiores, no le hubiese atrozmente asesinado. Por su muerte se estinguió la linea de los Valois, y recayeron los derechos al trono de Francia en el susodicho rey de Navarra Enrique de Borbon, primer príncipe de la sangre real.

Como era calvinista, tenia contra sí el partido católico; y Felipe, á quien mas movia el deseo de reinar en Francia, que el interes de la religion, se valió de todos los medios y ardides para escluir

del trono á Enrique IV; pero despues de varios trances de guerra, se convirtió este al catolicismo, allanando asi el camino del trono, y destruyendo de un golpe los proyectos de la liga y de Felipe. Prosiguió sin embargo la guerra entre las dos coronas, hasta que al fin el monarca español exhausto de recursos, cercano ya á su fin, y no queriendo dejar un enemigo tan poderoso como Enrique IV, á su hijo y sucesor, que solo tenia 20 años de edad, hizo la paz con Francia, renunciando á sus funestas miras de ambicion.

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CAPÍTULO VII.

Política interior de Felipe II, ó sea el influjo de su gobierno en la civilizacion de la monarquia española.

Felipe respetó las formas que halló establecidas

en Castilla acerca de la representacion nacional; pero reducida al estado humilde en que la habia dejado su padre ¿qué obstáculo podia oponerle en su desenfrenada carrera de ambicion y despotismo? Cuando tenia necesidad de recursos, convocaba las cortes, á fin de que le sirviesen de instrumento para sus exacciones, y no recayese en él solo la odiosidad. Hipócrita y cauteloso consultaba con sus ministros, y aun con otros sugetos de gran crédito en los negocios arduos; pero cuando el dictámen no era conforme á sus intenciones, se desentendia de él, y obraba á su antojo. Mas laborioso aun que su padre en el despacho de los nego

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