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solo conse

bian irse á vivir á otra cualquiera parte, que sufrir una esclavitud tan dura como esta. Los nuevos tributos, de cualquier especie que sean, conmueven estraordinariamente los intereses de los hombres y los ponen en ansiedad. Con el medio que Jimenez juzga mirar por la paz, guirá suscitar tumultos, sediciones y guerras civiles. No hay duda en que nosotros y nuestros mayores jamas rehusamos el imperio de los legítimos reyes, entregándolo todo á su voluntad. ¿ A qué pues conduce ahora el poner mil soldados, recompensados con escesivas inmunidades, que abandonan las manufacturas de que hasta el presente se habian sustentado, sino á molestar y envolver en tumultos á una ciudad pacífica? ¿Quién podrá tolerar los insultos y orgullo de soldados de esta naturaleza? ¿Quién reprimirá su ferocidad, cuando entregados á la licencia se atrevan á cometer con sus conciudadanos lo que vencedores con vencidos? Ademas ¿con qué causa, bajo qué pretesto se pone guarnicion en las ciudades? Si los enemigos invadiesen nuestras fronteras, ó si los próceres maquinasen, como en otro tiempo lo hicieron, levantar tiránicas facciones, para nada se necesitaba la clase perdida y proletaria: entonces, sin que nadie los impeliese y á su propia costa, todas las gerarquías, todas las edades, todos los sexos en fin se esforzarian para que ningun menos

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por

cabo sufriese el estado real. Mas ahora cuando la bondad de Dios reina la paz entre nosotros, y no hay enemigos que temer, ¿qué crueldad no es cargar al pueblo con nuevos honorarios, mayormente en ausencia vuestra, que era cuando con mayor esmero se habia de conservar todo en paz? Ademas, siendo vos para nosotros el verdadero y legítimo monarca, querido y deseado por los votos de todos, ¿qué guerra, ya doméstica ya estrangera, se habia de mover jamas que no fuese sofocada al momento, conviniendo todos los pueblos en un mismo parecer? Ni es tampoco justo el que se obligue por fuerza á los españoles á aparecer como impelidos por inclinacion propia á aborreceros aun antes de que os conozcan, mayormente cuando vos no teneis culpa alguna, y vuestros procuradores os desacreditan sin razon. ¿Qué cosa hay mas inculcada en el corazon de nuestros españoles, que al le debe venerar despues de Dios, y que si necesario fuere hay que morir para engrandecer y dilatar su reino? Sin embargo, importa mucho, ó bondadoso monarca, el saber si obramos por nuestra voluntad, ó al contrario, si segun nuestras costumbres y las de nuestros mayores, ό por nuevos decretos que nos han de acarrear muchas vejaciones. Pues si las ciudades han de sufrir una guarnicion contínua, creemos que los mas de los ciudadanos se marcharán á los do

rey se

á

que

minios de los grandes, evitando á costa de cualquier ruina el yugo de tan desusada esclavitud. No nos es facil atinar quién es el autor de tan pernicioso consejo, quién ha persuadido la promulgacion de tan alarmantes edictos, pues creemos, no dudarlo, que es una maquinacion en odio vuestro, encaminada á disminuir el amor que os profesamos. ¿Quién no ve claramente que el inventar motivos de llamar la atencion antes de vuestra venida, tiene por principal objeto perturbar la paz, y echar abajo todo lo justo y piadoso, cuando es máxima tan repetida por los sabios que nada hay mas propio para la conservacion de los reinos ser el príncipe amado, nada mas contrario que el ser temido? Apenas al presente se le puede infundir al pueblo un temor mas cruel que el que produce el rumor, ó por mejor decir la fama cierta de nuevos tributos. Sin duda que si vos viniéseis á España y nosotros lográsemos el mayor de nuestros deseos, esto es el veros, el oir y repetir vuestras palabras, aunque llenos de pesar no rehusariamos vuestro imperio si conociamos que aprobabais esta determinacion. Mas sabiendo que vos estais absolutamente ignorante de este sediciosísimo decreto, y no ignorando que vuestras ciudades os han prestado mas ampliamente la fidelidad que jamas desmintieron con vuestros mayores, nos ha parecido que no era fuera de propósito el ser

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los primeros entre los concejos reunidos de las ciuque os pedimos parecer, aconsejándoos tambien los primeros, lo que creemos que es de suma utilidad para vos y para nosotros que sepais. Pues si os hemos de confesar la verdad, cuando los reinos recayeron en vos por muerte de vuestro abuelo, todos se llenaron de un gozo estraordinario, siendo la principal causa el creer que vos derogaríais, ó al menos aliviaríais los tributos que vuestros abuelos en otro tiempo nos impusieron repetidas veces bajo el pretesto de batir á los moros; pero es fuerza nos oprima el dolor, al ver, no solo sucede lo contrario, sino que se inventan nuevos pechos, viendo ademas asestados contra nuestros costados las espadas y puñales, poniéndonos en la dura alternativa, ó de sufrir una muerte afrentosa, ó de negar con mayor deshonor aun la obediencia á vos y á vuestros representantes. Os suplicamos pues, justísimo á la par que clementísimo rey, y os rogamos por vuestra índole sobrenatural, no permitais sufra tal afrenta una ciudad hasta ahora libre, y que siempre ha merecido bien de sus reyes, ni que sea ocupada por una verdadera guarnicion militar, como si su fidelidad fuera dudosa.".

APÉNDICE II.

Carta circular de Toledo á las ciudades de Castilla.

Magnificos nobles y muy virtuosos señores: ca

so que algunas veces os escribimos en particular, maravillarse han agora vuestras mercedes como escribimos á todos en general. Pero sabida la necesidad inminente que hay en el caso, y el peligro que se espera en la dilacion dello; mas seremos arguidos de perezosos en no lo haber hecho antes, que de importunos en hacerlo agora. Ya saben vuestras mercedes, y se acordarán, la venida del rey don Carlos N. S. en España, cuanto fue deseada, y como agora su partida es muy repentina: y que no menos pena nos da agora su ausencia, que entonces alegria nos dió su presencia.

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