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apostólica y el inquisidor general de Roma, á quienes habia autorizdo para examinar las doctrinas del mismo, y decidir sobre ellas. Los profesores de la universidad de Witemberg, donde aquel enseñaba teologia, temiendo que en Roma fuese atropellado, escribieron al Papa una sumisa carta, pidiendo á S. S. que deputase en Alemania personas de ciencia y autoridad para que examinasen sus doctrinas; lo mismo pidió al legado del Pontífice en la dieta de Ausburgo el elector de Sajonia que protejia á Lutero; y este, que entonces estaba muy lejos de negar la autoridad á la Santa Sede, escribió tambien á Leon X una carta muy rendida, ofreciendo someterse á su voluntad.

Accediendo el Pontífice á aquellas súplicas, nombró para examinador y juez de las nuevas doctrinas al cardenal Cayetano, su legado en Alemania, teólogo escolástico eminente, y muy adicto á la córte romana. Exigió este una retractacion, y Lutero en lugar de hacerla, se retiró secretamente de Ausburgo, apelando en forma solemne del Papa mal informado, al mismo cuando tuviese mas instruccion sobre el asunto. Entretanto los jueces nombrados en Roma le declaraban herege; y el Papa publicó despues la famosa bula de excomunion contra él, en la cual se condenaban cuarenta y una proposiciones sacadas de sus

obras como heréticas y escandalosas. En desquite Lutero juntando los profesores y estudiantes de la universidad de Witemberg, quemó á presen→ cia de una gran muchedumbre, los libros del derecho canónico y la bula del Papa (1).

Desde entonces se alzó el estandarte de la rebelion contra la silla apostólica; y esta revolucion religiosa traspasó los primeros límites, como acontece. por lo comun en las políticas, y fue mas allá de lo que tal vez pensaban y querian sus autores. Asi debió de conocerlo el sabio Erasmo que no quiso abrazar la nueva doctrina, á pesar de haber sido el mayor antagonista de la córte romana.

Carlos, defensor de la antigua creencia por sus opiniones religiosas, tenia ademas un interes peculiar en oponerse al elector de Sajonia y á otros grandes vasallos del imperio. Las prerogativas de estos habian llegado á tal punto, que la dignidad del emperador venia á ser un vano título. Carlos trataba de recobrar muchas de aquellas prerogativas que por debilidad habian perdido sus antecesores; y para lograrlo nada le parecia mas á propósito que defender la religion establecida, de que era protector natural, como un instrumento para estender su autoridad civil (2). Pero ni ha

(1) Robertson, The History &c., tomo 2.o, página 162. (2) Robertson, History &c., tomo 2.o, página 265.

bia calculado la fuerza inmensa de los pueblos cuando les agita el deseo innovador, ni conocial que un poder cualquiera cercado de otros cuya civilizacion es poco mas o menos igual á la suya, no tiene prestigio ni fuerza bastante para domeñarlos cual si fueran tribus de salvages.

Asi es que despues de largas contiendas el emperador victorioso á veces, y otras obligado á transigir y hacer concesiones, fue por último vencido por las tropas de los príncipes protestantes acaudilladas por el célebre Mauricio de Sajonia, que le obligaron á firmar un tratado de paz en Pasau. Por él quedaron anulados cuantos convenios religiosos se habian hecho hasta entonces : desvaneciéronse las esperanzas que abrigaba Carlos de hacer absoluta y hereditaria en su familia la dignidad imperial; y se estableció sobre sólidas bases la iglesia protestante, que hasta aquella épo ca habia subsistido de un modo precario.

Empero la intolerancia religiosa vencida en Alemania subsistia en los Paises Bajos, y sobre todo en España, donde el poder teocrático iba ganando mucho terreno con la terrible autoridad de la inquisicion, apoyada por el emperador. En las instrucciones que este habia dado á sus vireyes relativas á las Comunidades de Castilla, decia hablando de este tribunal. «La santa inquisicion como oficio santo y puesto por los reyes católicos

nuestros señores y abuelos á honra de Dios nuestro señor y de nuestra santa fé católica, tengo firme é entrañablemente asentado y fijado en mi corazon, para la mandar favorecer y honrar, como príncipe justo y temeroso de Dios es obligado y debe hacer.... Por ende como cosa de Dios, en cuyo poder es mi persona y estado, os encomiendo cuan afectuosamente puedo el dicho santo oficio y oficiales de él; y encargo y mando que asi á él como á los oficiales y ministros de él honreis é favorezcais, y deis todo el favor y ayuda que os pidieren y fueredes obligados para la ejecucion de las cosas que se ofrecieren tocantes al dicho santo oficio, como yo mismo daria y haria, presente estando. No consintais ni deis lugar que directe ni indirecte ninguna persona sea osada á hacer ni haga cosa que sea en perjuicio ni damno del dicho santo oficio, castigando gravemente al que lo hiciere (1).»

El poder teocrático recibió en España un gran refuerzo con la institucion de los jesuitas, quienes ademas de los tres votos ordinarios de pobreza, castidad y obediencia, comunes á las otras órdenes

(1) Copia sacada del original de la propia mano y letra del secretario Francisco de los Cobos. Historia de Maldonado, nota 8.a, página 311.

regulares, prestaban otro de obediencia al Papa, obligándose á ejecutar cuanto les mandase en servicio de la religion. Los dos generales Laynez y Aquaviva que sucedieron á San Ignacio de Loyola, trazaron aquel sistema de profunda y artificiosa política que distinguia á su orden.

Los individuos de esta no se destinaban esclusivamente como los de otras á trabajar para su salvacion en la soledad y el silencio del claustro, ocupados en obras de piedad y rigorosa mortificacion. Los jesuitas dedicados mas bien á la vida activa que á la contemplativa, eran unos soldados escogidos de la milicia regular, prontos siempre á pelear con las armas espirituales en servicio de Dios y del Papa. Mezclábanse en todos los negocios mundanos por el influjo que podian tener en la iglesia; debian estudiar el carácter é inclinaciones de las personas constituidas en altos puestos, y grangearse su amistad: en suma, por la constitucion é índole peculiar de la orden, todos los individuos de ella contraian un hábito comun de actividad y manejo cauteloso.

Claro es que mezclados asi en los negocios seculares y en las intrigas de los poderosos, habian de ser condescendientes para complacer á estos, que su moral habia de relajarse con mundanas contemplaciones, y esto se vio luego en las máximas de sus escritos. Tambien era consiguiente que

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