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rero gobernador del reino en su ausencia.-Recibimiento de Felipe en Zaragoza.-Idem en Barcelona.-Llegada de la reina con la princesa do los Ursinos.-Córtes de Cataluña.-Determina el rey pasar á Nápoles.-Regencia de la reina.-Celebra córtes á los aragoneses. Viene á Madrid.-Admirable talento, prudencia y discrecion de la jóven reina.-Reforma de costumbres.-Admiracion de Luis XIV.-Estado en que halló María Luisa la córte de España.-Disposicion de los ánimos.

La solemnidad y el júbilo con que, á ejemplo de Madrid, proclamaron al nuevo rey Felipe V. de Borbon todas las ciudades de España, sin esceptuar las de Cataluña, no obstante hallarse alli de virey el príncipe de Darmstad, austriaco y adicto al emperador (bien que fuese pronto reemplazado por el conde de Palma, que fué el primer despacho que el nuevo monarca firmó de su mano en Bayona); las fiestas y regocijos populares y las demostraciones de afecto con que fué recibido y agasajado en todas las poblaciones por donde pasó, desde que puso su planta en el suelo español (28 de enero, 1701) hasta que llegó á la capital de la monarquía (18 de febrero); el buen efecto que produjo la presencia del jóven príncipe, afable, vivo y cortés, en un pueblo acostumbrado al aspecto melancólico, al aire taciturno y á la prematura vejez del último soberano, todo parecia indicar el gusto con que acogian los españoles al vástago de una estirpe á la sazon vigorosa, que venia á reemplazar en el trono de Castilla á la vieja y degenerada dinastía de Austria.

Felipe, despues de haber dado gracias a Dios por su feliz arribo en el templo de Nuestra Señora de Atocha, pasó á aposentarse en el palacio del Buen Retiro que se le tenia destinado, hasta que se concluyeran los preparativos que se hacian para su entrada pública y solemne, la cual habia de verificarse con suntuosa ceremonia y con magnificencia grande. El primer acto del nuevo monarca, despues del besamanos de aquel dia, fué nombrar al cardenal Portocarrero, al gobernador del Consejo de Castilla don Manuel Arias, y al embajador francés conde de Harcourt, para que asistiesen al despacho con S. M., y dar órden á don Antonio de Ubilla para que continuara desempeñando la secretaría del despacho universal. Anticipadamente la habia dado ya á la reina viuda para que saliera de la córte. Una disputa que esta princesa habia tenido con los individuos de la junta de gobierno, y sobre la cual habia elevado sus quejas al rey, sirvió á éste de pretesto para enviarle antes de llegar á Madrid la siguiente sucinta pero significativa respuesta: «Señora; toda vez que algunas personas >> intentan por diferentes medios turbar la buena ar>monía que debe haber entre nosotros, parece con>>veniente, á fin de asegurar nuestra mútua felicidad, » que os alejeis de la córte hasta que yo pueda exa>minar por mí mismo las causas de vuestro resenti>>miento. He dado las órdenes necesarias para que >>seais tratada con todas las consideraciones que os

>son debidas; recibiréis puntualmente la viudeda d >>que os señaló el rey vuestro esposo, y os autorizo á >> escoger para vuestra residencia la ciudad de Espa»ña que pueda seros mas agradable.»> Con esta carta, y con algunas mortificaciones que Portocarrero la hizo todavía sufrir, decidióse la reina viuda doña Mariana de Neuburg á trasladarse á Toledo, donde tambien la madre de Cárlos II. estuvo en otro tiempo desterrada.

Inmediatamente dieron principio Portocarrero y Arias á proponer al rey su sistema de reformas, comenzando por la supresion de muchos empleos en la servidumbre de palacio; los gentiles-hombres queda-' ron reducidos á seis de cuarenta y dos que eran: reforma á que Felipe accedió en consideracion á lo disminuidas y empeñadas que encontró las rentas reales, pero con la cual disgustaron aquellos ministros á muchas familias de la córte, quedando como quedaban los reformados sin sueldo, gage, ni emolumento de ninguna especie. Por consejo de Portocarrero, que se proponia consolidar su influjo deshaciéndose de todos los que no le eran devotos, so pretesto de parcialidad á favor de la casa de Austria, fué privado el almirante don Juan Tomás Enriquez de su cargo de mayordomo mayor: confirmado el destierro de Oropesa; mandado retirar á su obispado de Segovia el inquisidor general; proscritos y alejados de la córte varios otros grandes, y colocados en los gobiernos de las provin cias y en los empleos de la administracion los parcia

les

y hechuras del cardenal; lo cual, aunque se hizo con sosiego y sin resistencia, dió ocasion á que empezára á manifestarse en la córte cierto espíritu de oposicion al nuevo gobierno.

En estas medidas, y señaladamente en la deferencia á los consejos de Portocarrero, no hacia Felipe sino seguir las instrucciones que de Luis XIV., su abuelo, habia recibido, y en que le decia: «Tened gran confianza en el cardenal Portocarrero, y mostradle la buena voluntad que le teneis por la conduc ta que ha observado (1).»

(4) Primeras instrucciones de Luis XIV. á su nieto:

«No falteis jamás á vuestros deberes, en especial con respecto á Dios; conservad la pureza de las costumbres en que habeis sido educado; honrad al Señor siempre que podais, dando vos mismo ejemplo; haced cuanto sea posible para ensalzar su gloria; lo cual es uno de los primeros bienes que pueden hacer los reyes.

» Declaraos en todas las ocasiones defensor de la virtud, y enemigo del vicio.

»No tengais jamás afecto decidido á nadie.

>>Amad á los españoles y á todos los súbditos que amen vuestro trono y vuestra persona; no deis la preferencia á los que mas os adulen; estimad á aquellos que no teman desagradaros á fin de inclinaros al bien, pues que estos son vuestros amigos verdaderos.

» Haced la felicidad de vuestros súbditos, y con este intento no emprendereis guerra alguna

sino cuando os veais obligado á ello, y que hayais considerado bien y pesado en vuestro consejo los motivos.

» Procurad poner concierto en la hacienda; cuidad de las Indias y de vuestras flotas, y pensad en el comercio.

>> Vivid en estrecha union con Francia, no siendo nada tan útil para ambas potencias como esta union, á la cual nada podrá resistir.

» Si os veis obligado á emprender una guerra cualquiera, ponéos al frente de vuestros ejércitos, con cuyo fin procurad regularizar vuestras tropas, empezando por las de Flandes.

>> Jamás abandoneis los negocios para entregaros al placer, pero estableced un método tal que os dé tiempo para el recreo y la diversion.

>> Nada hay mas inocente que la caza y la aficion á las cosas del campo, con tal que no os ocasione esto gastos excesivos.

>>Prestad grande atencion á los

Una vez lanzados los dos ministros Portocarrero y
Arias en el camino de las reformas, no perdonaron
ni á los establecimientos de beneficencia, ni á las mi-
serables viudas, y, lo que fué peor para ellos y les

negocios de que os hablen, y al
principio escuchad mucho, sin de-
cidir nada.

>> Procurad que vuestros vire-
yes y gobernadores sean siempre
españoles.

.

>>Tened gran confianza en el
cardenal Portocarrero, etc.

>> No olvideis á Bedmar, go-
bernador de los Paises Bajos, que
es persona de mérito, y capaz de
serviros bien.

>>Dad entero crédito al duque
de Harcourt, pues es hombre há-
bil, que os dará consejos desinte-
resados, no teniendo en cuenta
mas que vuestro interés.

>> Procurad que los franceses no
salgan jamás de los limites del res-
peto, y que no falten á lo que os
deben.

>> Tratad bien á vuestros servi-
dores, pero no useis con ellos de
familiaridad estremada; que no
sean confidentes vuestros; pero
servíos de ellos mientras sean
prudentes, y despedidlos á la me-
nor falta, no apoyándolos jamás
contra los españoles.

»No tengais ma trato con la
reina viuda que aquel de que no
podais dispensaros: haced de mo-
do que salga de Madrid, pero pro-
curad que no salga de España.
Observad su conducta, y no con-
sintis que se mezcle en negocio
alguno: mirad con recelo á los que
tengan con ella trato demasiado
frecuente.

» Amad siempre à vuestros deu-
dos, recordando el dolor que han

tenido al separarse de vos. Con-
servad con ellos continuas rela-
ciones, sobre todo en los negocios
importantes; en cuanto á los pe-
queños, pedidnos todo aquello que
necesiteis y no se halle en vues-
tro reino, que lo mismo haremos

nosotros.

»No olvidéis jamás que sois
francés por lo que pueda aconte-
cer. Cuando tengais asegurada la
sucesion de España en hijos que
os conceda el cielo, id á Nápoles,
á Sicilia, á Milan y á Flandes, lo
cual nos dará ocasion de volver á
vernos; mientras tanto visitad la .
Cataluña, Aragon y otras provin-
cias; no descuidando lo que con-
venga hacer en Ceuta.

» Arrojad algun dinero al pue-
blo cuando os halleis en España,
y especialmente al entrar en Ma-
drid.

»Evitad cuanto podais el con-
ceder gracias á los que dan dinero
para alcanzarlas.

>> Dad oportuna y liberalmente,
y no acepteis regalos, á menos
que no sean bagatelas; y cuando
no pudiéreis evitarlos, haced otros
de mas valor que los que recibié-
reis, pero con intérvalo de algu-
nos dias.

>> Tened una caja en que con-
serveis lo que merezca estar mas
reservado, y cuya llave guarda-
reis vos mismo.

» Concluyo dándoos un consejo
de los mas importantes: no os de-
jeis gobernar: sed siempre amo,
no tengais favorito ni primer mi-
nistro. Escuchad y consultad á los

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