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MEMORIA

PREMIADA POR LA

REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS

EN EL CONCURSO ORDINARIO DE 1883

ESCRITA POR EL

EXCMO. SR. D. MANUEL DANVILA Y COLLADO

INDIVIDUO DE NÚMERO DE LA REAL ACADEMIA

DE LA HISTORIA

TOMO TERCERO

MADRID

IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE MANUEL TELLO

IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.

Isabel la Católica, 23

1885

Span

76.2

Sales fund

LIBRO SEGUNDO.

CASA DE AUSTRIA.

TÍTULO IV.

FELIPE IV.

CAPÍTULO PRIMERO.

BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE ESTE REINADO.

LA MONARQUÍA COMO BASE DEL PODER CIVIL.

Felipe III, en sus postreros instantes, dijo á uno de sus ministros: Buena cuenta daremos á Dios de nuestro gobierno: y otra vez exclamó: ¡Oh, si al cielo pluguiera prolongar mi vida, cuán diferente fuera mi conducta de la que hasta ahora he tenido! Felipe IV, al morir, dirigió á su hijo estas elocuentes palabras: Quiera Dios, hijo mío, que seas más venturoso que yo. Uno y otro monarca confesaban de esta suerte que por lo menos no habían sido muy afortunados en el gobierno del país, y razón tenían para condolerse de su desgracia, porque sus errores y sus debilidades había de pagarlos muy caros la nación española. Fiado desde la edad de diez años á la sagaz dirección de D. Gaspar de Guzmán, segundo conde de Olivares, bien pronto los desabrimientos del Príncipe se trocaron en cariñosa simpatía y verdadero afecto, como acontece siempre que se lisonjean los caprichos y las inclinaciones. Así pudo continuar en el desempeño de su cargo de gentil-hombre de la cámara del Príncipe, cuando se organizó en 1618, á pesar de las justas desconfianzas del de Uceda;

y aunque después de la expedición desdichada á Portugal, se ausentó á Sevilla, bien pronto regresó al lado del Príncipe, porque su tío D. Baltasar de Zúñiga le anunció que las circunstancias iban á decidir bien pronto de su suerte. En esta oca sión fué cuando el Príncipe le dijo, según relata el conde de la Roca en sus Fragmentos de la vida del conde-duque de Olivares (963), el mal de mi padre se ha apretado: parece que no tiene ya duda su tránsito y nuestra desdicha: si Dios le lleva, Conde, sólo de vos he de fiar. Y entonces fué también cuando, perdida toda esperanza de salvar al Rey, dijo Olivares al de Uceda aquellas palabras que han repetido unánimes los historiadores: A esta hora todo es mío. ¿Todo? replicó el Duque. Todo, respondió Guzmán, sin faltar nada. Y no se equivocó en verdad, porque iba á ser el privado más omnipotente que registra nuestra historia.

El pueblo español aclamó Rey de España á Felipe IV en 1621 cuando apenas contaba diez y seis años; y esta edad, si necesita siempre ageno consejo, lo reclama más imperiosamente la gravedad de los deberes que se imponen al monarca, sobre todo si la herencia que se recibe no es ni buena, ni satisfactoria, ni se halla exenta de peligros y dificultades. Los embajadores venecianos de la época, cuyas minuciosas relaciones tanto han ilustrado la historia nacional, han dicho, como Pedro Gritti (964), que el joven monarca tenía gran vivacidad de ingenio, natural quieto y plácido, aunque algo más inclinado á la cólera que su padre, y suma cortesía; pero desde sus primeros años en el poder mostró verdadera indiferencia por los negocios del gobierno, pues no asistía al consejo de Estado ni á la junta especial que creó Felipe III. Luis Mocénigo, once años después, añadía (965) que era modesto en el vivir, pero ostentoso en la gala de la corte; no se ocupaba poco ni mucho de los negocios públicos, pero en cambio presumía mucho de sí propio, concedía fácilmente audiencias, y era muy dado á la caza, á los toros, comedias y aun al amor, pues según se murmuraba en la corte y dijo á la suya un veneciano, tuvo hasta veintitrés hijos bastardos. Sus aficiones le hicieron buen ginete, ágil y sufrido. á la fatiga. «Si gobernase, añadió Mocénigo, se cree de él que

»lo haría puntualmente y con equidad y justicia.» Francisco Corner señaló ya en 1634 (966) algunas modificaciones en el carácter del Rey, descubriendo sus aficiones históricas, su tendencia á ocuparse más de los asuntos del gobierno y su desvío de los placeres, que en algo habían gastado su robusta salud; pero en todo se sometía á su favorito y se apresuraba á contarle cuanto le decían, por lo cual pocos eran los que le hablaban con sinceridad. Al terminar en 1643 la privanza del conde-duque de Olivares, las condiciones morales del Rey no habían cambiado, pero las de carácter se habían modificado bastante, pues de jovial y placentero se hizo melancólico, era más amable con sus servidores, más compasivo que liberal, repugnaba el derramamiento de sangre, se condolía de la disipación pública, de la pérdida de los Estados, de la destrucción de sus ejércitos, del estado del país y de las desventuras que por todas partes presenciaba. Jerónimo Justiniano que tal juicio consig na, añade, que la capacidad del Rey era bastante para todo, pero desconfiaba de todo, y gustaba más seguir los consejos ajenos para excusar la responsabilidad moral de sus resoluciones; y reasume su juicio en estas palabras: «Hay en él más forma »que sustancia, y, á la manera de los ídolos antiguos, él recibe » la adoración, y sus ministros dan por él las respuestas.» Hay, pues, en el reinado de Felipe IV, y hasta en su carácter y condiciones morales, dos distintas épocas: la de la privanza del conde-duque de Olivares, tan funesta para él como para la nación, en la cual el Rey permanece completamente alejado de los negocios públicos y entregado á la política personal y absorbente de su favorito, á pesar de tener condiciones bastantes para gobernar bien; y la otra época, es, la de la privanza de D. Luis de Haro, durante la cual se dió á conocer la existencia del poder Real, indudablemente por consecuencia de la especial correspondencia que medió entre Felipe IV y Sor María de Agreda desde 1643, en que la conoció el Rey en su viaje á Aragón, hasta 1665, en que murió la venerable madre, objeto de un estudio importante, recientemente publicado por D. Francisco Silvela (967).

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