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los suevos

3. En aquel cáos que el entendimiento apénas concibe, en aquel cataclismo moral, el mayor de cuantos ha esperimentado el universo, tres grandes avenidas de bárbaros cayeron y rodaron desde Los vándalos, luego y casi simultáneamente en nuestra tierra de España : la de los vándalos, la de los y los alanos. suevos y la de los alanos. Desde las selvas germánicas, las dos primeras; desde las steppas de la Tartaria, segun se cree, esta última, todas tres vinieron á desgarrar la península ibérica, á subvertir la paz y tranquilidad que en ella se gozaban, á imponer un nuevo yugo en los hombros de sus habitantes. La soberanía imperial se escapaba como una ilusion, y el látigo y la frámea del salvaje reemplazaban á las fasces del pretor y á la espada del legionario.

4. No es nuestro propósito el consignar aquí, ni aun muy sumariamente, la tristísima historia de aquella época. Decimos solo lo que es necesario como preliminar al exámen de la legislacion goda, objeto del presente discurso.

5. Los alanos, los vándalos y los suevos habian descansado en España, arrancando tres de sus anchas provincias al moribundo imperio de Occidente. Ocupada la Lusitania por los primeros, la Bética por los segundos, y por los últimos la Galicia, tan solo los territorios que reconocian por capitales á Tarragona y á Cartagena, es decir, la España central y la oriental, permanecian adheridas, siquiera de nombre, á la antigua dominacion romana. No se piense, sin embargo, que era posible algun reposo, alguna estabilidad en aquella situacion : el torbellino continuaba en sus vueltas, y la lucha se renovaba todos los dias, porque las posesiones de los bárbaros, mas bien que ese nombre, merecian el de campamentos, los cuales en una noche se podian levantar para trasladarlos á otros puntos, adonde su interes ó su capricho los convidasen. Aquellos espoliadores del romano imperio eran solo hordas, y no naciones todavía.

Los godos.

6. En medio de semejantes circunstancias, una cuarta irrupcion, la de los godos, apareció por las cimas del Pirineo.

Origen

de este pueblo.

7. El orígen, la procedencia, la historia primitiva de este pueblo, han dado ocasion á grandes debates. Quiénes, apoyándose en una expresion de Tácito, colocan su asiento en la Germania, hácia la embocadura del Vístula; quiénes, fundándose en la autoridad de Jornandes, su obispo y cronista, los hacen proceder de la Escandinavia, hoy la Suecia; quiénes, por último, los suponen venidos de la Escitia, pretendiendo que eran verdaderos tártaros, oriundos de los anchos paises que se dilatan mas allá de la laguna Meótides. Esta opinion, indicada ya en el siglo vi por S. Isidoro, no solo parece la mas probable en el dia por las autoridades que la recomiendan, sino que es la única por donde se pueden explicar grandes diferencias entre las costumbres góticas y las germánicas, acerca de las cuales no cabe ninguna duda sin subvertir completamente la historia.

8. De cualquier modo que sea, parece indudable que hacia los principios de la era cristiana existian simultáneamente dos pueblos de godos, semejantes, no solo en el nombre, sino tambien en el idioma y en el aspecto: uno de los cuales habitaba las costas del mar Báltico, á entrambos lados de los estrechos que le unen con el del Norte, mientras que el otro se extendia entre el Don y el Danubio, en los límites del Asia y de la Europa. Tal vez eran hermanas estas dos tribus, como ramas separadas del mismo tronco, y divididas en uno de los movimientos anteriores de la humanidad; pero si esto era así, el orígen comun de una y otra lo debieron ser las regiones del Asia superior, de donde partieron sucesivamente, en tiempos mas antiguos que nuestra historia, las grandes emigraciones que poco a poco han ido poblando toda la tierra. Suponer á los godos del Danubio oriundos de la Escaná dinavia es precisamente asentar una contradiccion, ó cuando ménos una excepcion, á todos los hechos primitivos de que tenemos noticia; lo cual exigiria á la vez un cúmulo de pruebas, que de seguro no pueden suministrarnos los que se inclinan á aquella hipótesis, é indicaria el vencimiento de inmensas dificultades, que no concebimos cómo se hubiesen superado.

9. Los godos pues en cuanto nos interesan á nosotros, los godos, que representan un papel tan importante en la agonía y en la ruina del Imperio, no son un pueblo germánico, como los francos, los suevos y los sajones: son un pueblo oriental, como los escitas y los hunos. Latinizandó su nombre, segun era entre ellos costumbre, llamábanlos getas los escritores romanos, y colocaban su asiento en las riberas del Ponto-Euxino, entre los anchos rios que hemos mencionado ántes. Ya por esta época

en wisigodos

parece que se dividia la nacion en dos grandes tribus, separadas por el Dnieper (Borysthe- Su division nes), y llamadas, segun su posicion, ostrogodos y wisigodos, godos orientales y godos OC- y ostrogodos. cidentales mas internados en la Tartaria los primeros, mas próximos al orbe romaño los segundos; mas bárbaros aquellos, si así puede decirse, mas cercanos estos á la civilizacion, por su roce con pueblos que la disfrutaban.

40. Qué fuesen los godos en sus costumbres, en sus leyes, en su vida privada y nacio Sus costumbres. nal, durante el espacio de tiempo que ocuparon àquella region, primer alto en su marcha á que aleanza y que refiere la historia, son puntos más bien para conjeturarse que no para afirmarse con certeza. Respecto á esa Germania del Dnieper no tenemos por guia al gran escritor del siglo de Vespasiano; y léjos de ofrecernos la antigüedad un libro semejante, nos vemos en la precision de adivinar algo que le pueda suplir, por medio de fragmentos esparcidos en multitud de analistas. La comparaeion de los unos con los otros, y la aplicacion del buen sentido que rectamente los juzgue, son los únicos caminos que nos pueden llevar en investigacion tan dificultosa. Aun el mismo célebre historiador de la decadencia y la ruina del Imperio ha fijado muy lijera y superficialmente sus miradas en todo lo que dice relacion al elemento bárbaro de su asunto, seducido y preocupado por el romano, que era mas acepto al género de sus ideas y á la índole de su carácter.

14. Hé aquí, sin embargo, una descripcion que nos ha dejado Ammiano Marcelino de las tribus alanas, raza evidentemente gótica, segun el sentir de los historiadores mas estimados. A falta de dátos directos, la crítica y la filosofía tienen que contentarse con los que dan orígen á razonables inducciones, y explican lo igual, ó siquiera lo parecido, ya que no describan lo que se busca y apetece. Jamas han habitado estos bárbaros, dice aquel historiador, bajo ningun techo ; jamas han empuñado >> sus manos instrumento alguno con que labrar la tierra. La carne y la leche de sus rebaños constitu» yen todo su alimento, mientras que sentados en sus carros, que están cubiertos de ramas y corte» zas, discurren lentamente por aquellas inmensas soledades. Cuando llegan á un lugar abundante >> en pastos, forman los carros en círculo y hacen alto, para que sus ganados los coman; luego que > los han agotado, prosiguen su marcha, llevando á otra parte su errante y nómada poblacion. En » los carros es donde el varon se une á la hembra, donde nacen y se crian los hijos, donde están co» locados los penates, donde fijan y consideran la patria. Llevando delante de sí sus innumerables ganados, puede decirse que se apacientan á sí propios, á la par con ellos. Cuidan sobre todo de » eriar y de tener gran muchedumbre de caballos, acostumbrándose desde la juventud á dirigirlos, y » mirando como un desdoro el caminar á pié. Las mujeres y los viejos incapaces de batallar perma » necen siempre en los carros, dados à las ocupaciones que su sexo y su debilidad les permiten. Tampoco hay entre ellos templos ni imágenes: una espada que clavan en la tierra, segun el rito bár» baro, es la representacion del dios Marte, á quien prestan adoracion á su modo. »

12. Por escasas que sean estas noticias, adviértense ya diferencias entre el pueblo que ellas des eriben y los pueblos germánicos de Tácito. Encontramos aquí un estado de civilizacion mas lejano, mas primitivo, mas oriental: al escucharle, no nos lleva nuestra imaginacion á los bosques del Elba, sino á los desiertos de la Tartaria. Esa ausencia completa de cultivo, ese carro por toda habitacion, esa cabalgada permanente, unida al desprecio con que se mira al hombre de á pié, esa simplicidad de culto religioso, que apénas merece este nombre; todo ello nos arroja leguas y siglos atras, hácia la época y hacia los lugares donde tuvo su orígen el género humano. Mas adelante vendrán otras razones á confirmarnos en la misma idea, y á asentar definitivamente que léjos de haber sido pueblos de la raza germánica las tribus godas que invadieron el Imperio, no fuéron ni pudieron ser sino los sármatas de la antigüedad, los cosacos de la historia moderna.

en las fronteras del Imperio.

13. Estos sármatas, estos gelas, estos godos habian aparecido varias veces en las fron- Su aparicion teras del imperio romano, y alguna tambien le habian invadido, llevando sus incursiones hasta la Iliria; mas aquel poder, fuerte y robusto aun, se habia defendido enérjicamente de ellos, y los habia rechazado hácia el norte, y lanzádolos mas allá de su frontera. Llegó sin embargo un ins tante en que, coincidiendo la decadencia de los unos con la presión de otra nueva oleada tártara, que impelia delante de sí al pueblo wisigodo, pasó este por la postrera vez el Danubio, y se aposentó en

Su invasion por el Danubio.

las provincias de la Tracia y de la Mesia. El emperador Valente, que gobernaba el mundo oriental, hubo de resignarse mal su grado á lo que no tenia medios para impedir; y sacando al ménos partido de lo que era una calamidad y un presagio de ruina, inventó convertir á los godos en unos cuasi súbditos, auxiliares y defensores de la decadente autoridad romana.

14. Habíanse desvanecido ya la antigua virtud, el espíritu, la enerjía de los dominadores del orbe. Desmoralizados los ánimos con la perversion de todas las ideas, enmuellecidos los cuerpos con el desenfreno de todos los placeres, eran venidos á un estado de postracion de que apénas podemos formarnos juicio, aun en estos tiempos, que no se distinguen ni por la severidad de los pensamientos, ni por la austeridad de las costumbres. Si se conservaba el nombre primitivo de las legiones, nada habia en el hecho mas distante que una del siglo iv y lo que habia sido una de César. Las murallas, obra del ingenio, podian resguardar las ciudades ante las ignorantes hordas que no sabian combatirlas; mas los hombros del soldado eran incapaces ya para llevar la coraza, y no existian brazos que doblasen el arco, arrojasen la lanza y empuñasen la espada que habian conquistado el mundo. 15. Incapaz pues Valente de resistir á los godos, quiso ganarlos con sus dones, pagarlos con sus riquezas, valerse de ellos como de soldados mercenarios. Dióles anchas provincias, ofrecióles cuantiosos sueldos, y demandóles á la vez que defendiesen el Imperio de las tribus bárbaras que en pos de ellos acudian. Los godos accedieron á sus proposiciones, espantados por una parte y deslumbrados por la grandeza romana, que llenaba su imaginacion, y compelidos de la otra por la nueva avenida que con el nombre de hunos comenzaba á rebosar y derramarse de las regiones por donde ellos pasaran anteriormente.

Sus pactos con Valente.

Su conversion

al cristianismo.

16. Con ese primer pacto entre el imperio oriental y las tribus wisigodas coincide el adHlácense arrianos. venimiento de estas al cristianismo. Escasa y limitada, reducida ántes á lo puramente instintivo y necesario su religion, era natural que no les ofreciese grandes dificultades para ser convertidos á la del Imperio. Principio es que vemos repetido por donde quiera, y que la razon concibe y explica de un modo satisfactorio, el de que una teología puede ser resistida por otra ; pero que donde no hay sino los elementos groseros del culto natural, allí es infalible é inmediato el triunfo de toda creencia que se presenta satisfaciendo medianamente á la razon. Los pueblos civilizados han ofrecido dificultades para reducirse á la fe cristiana; los pueblos bárbaros jamas han ofrecido ninguna. En los godos, ademas, es necesario tener presente una circunstancia, sobre la que mas de una vez habrémos de llamar la atencion de nuestros lectores. De todas las tribus, de todas las hordas que cayeron sobre el imperio romano, ninguna era tan modificable, por decirlo así, ninguna recibia tan fácilmente cualquier género de impresiones, ninguna á su vez las cambiaba con mas prontitud y lijereza. Imitadores pues por instinto, mas que ninguna otra nacion de las que surgieron y aparecieron entónces, tenian los godos aun este nuevo motivo para adoptar la religion cristiana, tan luego como se pusiesen en contacto con su santa creencia, y tomasen asiento, aunque breve, en regiones donde fuera dominante. Un sacerdote de su tribu, llamado Ulfilas, fué el apóstol á quien debieron los principios de esa religion, al mismo tiempo que los de las letras : él tradujo en el idioma gótico cuasi todos los libros de la Biblia, y suya fué tambien la invencion del alfabeto con que comenzaron á escribirse aquellas palabras, no recogidas jamas anteriormente.

17. La conversion de los godos, verificada con tanta facilidad, no lo fué sin embargo á la ortodoxia católica. El imperio de Oriente, por donde ellos entraban á la esfera de la civilizacion, estaba agitado con mil disputas acerca del dogma cristiano. Tales diferencias, que son en el dia tenues y casi imperceptibles para nosotros, lo debieron ser mucho mas para unos bárbaros cuyas ideas y cuyo idioma estaban á la mayor distancia posible de los refinamientos metafísicos de la Grecia. No debian pues, por una parte, aquellas tribus dar la menor importancia á los debates teológicos que á su vista se ofreciesen; al paso que, por otra, debian abrazar como regla de fe la primera que se les predicara. Aconteció que el predicador Ulfilas se habia imbuido en las ideas arrianas, profesadas por Valente y seguidas con mucho favor y generalidad en aquellas provincias; y este puro acaso, decidiendo la herejía de los godos, trajo en pos de sí inmensas consecuencias que no debe desdeñar la historia, y algunas de las cuales habrémos de consignar en este discurso.

los emperadores.

18. Volvamos empero á nuestra narracion. El pacto concluido entre los godos (los wisigodos, los godos occidentales) y los romanos, por el que los segundos concedian tierras á los primeros, miéntras que estos se obligaban en cambio á depender de ellos y á servirles, no podia tener verdaderamente subsistencia. Mas débiles los unos cada dia, mas audaces y desenfrenados los otros, á medida que se iba disipando el prestigio de la autoridad imperial, era un absurdo el presumir que se respetasen y se estimasen recíprocamente, tratando de cumplir cada parte las obligaciones que se habian impuesto. Los emperadores y el pueblo griego debian de acudir contra los godos á la Desavenencias con perfidia los godos, á su vez, tendrian que apelar contra aquellos á las armas. La lucha ocurrió en efecto, y Valente pereció á manos de sus huéspedes, ya sus enemigos. Desde entónces el imperio godo, estendiéndose del uno y del otro lado del Danubio, en los confines de la barbarie y de la civilizacion, conservando mucho de la primera, y tomando algo de la segunda, se comprimia ó se dilataba, perdia ó aumentaba poder, segun eran por un lado débiles ó respetables los emperadores, y segun le acosaban ó dejaban respirar por otro las invasiones tártaras, que rodando como las olas del mar, iban acercándose á la Europa.

19. Bajo la dominacion de Teodosio, último monarca de aquella época digno de llevar la Atanarico. corona en sus sienes, las tribus godas dirigidas por Atanarico (Athanrik) eran unos aliados y auxiliares sumisos y obedientes del Imperio. Verdad es que á veces invadian sus regiones y recorrian algunas de sus provincias extremas; mas luego que se presentaba ante ellos la autoridad romana, enfrenábanse sus demasías y tornaban á manifestar su respeto al emperador. En este roce, que ni era el comercio ni la guerra, que ni era enemistad ni era alianza, pero que participaba grandemente de uno y otro principio, iba poco a poco aquel pueblo tomando de los antiguos dueños del mundo muchas de sus ideas, una gran parte de su idioma, vivos deseos por lo menos de su cultura y civilizacion. Primogénito, si así puede decirse, entre todos los bárbaros, caminaba, segun hemos indicado, y con mas éxito cada vez, á constituir un punto medio entre el Mediodía y el Norte, entre el orbe antiguo que se desplomaba, y el orbe nuevo que debia sentarse sobre sus ruinas.

20. Murió empero Teodosio, y faltaron la prudencia y el valor á la direccion del mundo romano. Al mismo tiempo que se extinguia el respeto con que habian mirado los bárbaros á aquel gran monarca, dejaba el imbécil Honorio de satisfacerles el sueldo acostumbrado, y daba ocasion de esta manera á que se arrojasen con un nuevo furor sobre las mas ricas provincias del Imperio. Entónces pudo decirse ya con exactitud, como lo dice Procopio, que los godos habian declarado la guerra á toda la Europa.

21. Era por este tiempo su rey y capitan el célebre Alarico (All-rik), de la noble familia Alarico. Balta, elegido para tan encumbrado puesto por el bando que ansiaba los combates y la destruccion. Natural habia sido en tales tiempos, en semejantes circunstancias, la formacion de esa parcialidad, conservadora de las antiguas tradiciones y hábitos del pueblo godo, así como tambien la formacion de otra pacífica, y por hablar como hoy hablamos, favorecedora de la civilizacion. Natural era tambien que al llegar el Imperio á manos tan débiles é indignas como las que le gobernaban, cobrase fuerza el partido belicoso, y subiese al poder el que estaba señalado por el destino para abatir los muros de Roma, y hacer beber á los caballos escitas el agua del Tíber dentro de la ciudad eterna. 22. No nos corresponde á nosotros describir la horrorosa escena de desolacion y pillaje á que llaman el reinado de Alarico; ni sus continuas invasiones y paseos por Italia; ni los sitios de Roma, que repetidas veces tomó ; ni la creacion por él de un emperador de fábrica bárbara, para oponerle al miserable Honorio; ni su intento de pasar al Africa, primera expedicion marítima de aquel pueblo, tan fatal á él como casi todas las que emprendió mas adelante; ni su muerte, en fin, ocurrida en Cosenza, y el original sepulcro que dentro del álveo de un rio le construyeron sus soldados.

23. A falta del grande depredador que acababa de dirigirlos, eligieron estos á su pariente Ataulfo. Ataulfo (Atta-hülph), no ménos bravo que aquel, no ménos probado en los combates. Bajo su direccion vuelven los godos á saquear á Roma, y se apoderan de Gala-Placidia, hermana del emperador, á la : cual convierte Ataulfo de prisionera en mujer propia, emparentando así con Honorio, y comenzando á abrirse entre ellos tratos y estipulaciones que duraron toda la vida del monarca bárbaro. Pretenden

algunos que, como consecuencia de este consorcio, otorgó el César á la gente goda todo lo que en España pudiesen arrebatar á los vándalos y á los suevos: por lo menos es seguro que, con el designio de separarlos de la Italia, se les concedió que tomasen asiento en la Galia meridional. Ataulfo pasó Toman asiento efectivamente á ella, á la cabeza de aquel ejército que era al mismo tiempo una nacion; y los feraces territorios que se extienden al sur del Garona, hasta la cordillera de los Pirineos, hubieron de obedecerle como á su monarca.

en las dos vertientes del Pirineo.

24. No duró mucho, sin embargo, esta apariencia de paz entre el jefe godo y el césar de Ravena. La inquietud natural á los bárbaros no les permitia contenerse dentro de los límites artificiales que se les impusieran; y los romanos á su vez, orgullosos con el recuerdo de su valor antiguo, tambien se arrojaban á nuevas luchas luego que encontraban otros bárbaros que los sirviesen, ú olvidaban sus últimas derrotas. El godo embistió primeramente á Marsella, que no pudo tomar; y fué en seguida acometido y sitiado en Narbona por Constantino, general de Honorio, antiguo amante de su mujer Placidia, que tampoco consiguió rendirle.

25. Algun tiempo despues de estos inútiles combates, Ataulfo, sin abandonar la Galia meridional, donde su pueblo iba ya tomando asiento y apropiándose una parte de las tierras, atravesó con sus guerreros los Pirineos orientales, invadió la España tarraconense, y se apoderó y fijó su asiento en Barcelona. Es de creer que por la intercesion de su esposa habia hecho nuevamente la paz con Honorio, y venia á España con su consentimiento y en provecho comun. Por lo menos parece seguro que, suspendiendo toda hostilidad contra los romanos, ántes al contrario, apoyándose en los restos de poder que les quedaban, hizo durante tres años una guerra cruda, aunque sin gran éxito, á los vándalos de la Bética y de la Cartaginense. Período á la verdad horrible sobre toda comparacion, en que enjambres de extranjeros, igualmente bárbaros y destructores, se disputaban nuestro suelo para saquearlo, y en que cualquiera que fuese el resultado de la contienda, no se podia aguardar para los infelices legítimos moradores del pais otra solucion que la del exterminio ó la esclavitud.

Guerrean con

Politica

de Ataulfo.

26. Algunos autores contemporáneos han atribuido á Ataulfo mayores y mas trascendentales pensamientos, Paulo Orosio, en particular, hace de estos una descripcion que, siendo exacta, indicaria gran elevacion de ánimo. Segun él, la primera idea del rey godo habria sido nada menos que la de aniquilar el nombre romano, fundando sobre todas las tierras del Imperio un estado gótico, y repitiendo el papel de Augusto, creador de un trono y de una dinastía que dominaron el universo. La observacion y el conocimiento de la índole de sus compatricios, la experiencia de sus obras, le habian hecho comprender despues que los godos eran incapaces de obedecer tranquilamente á las leyes, y de asentar y constituir por entonces un verdadero estado. Impedido pues de obtener la gloria en que habia consistido su primer sueño, sustituyólo con otro que juzgaba posible, y que verdaderamente no lo era mas que aquel. Queria con toda eficacia constituirse en curador, en defensor, en padrino, por decirlo así, de la potencia que Dios y su pueblo habian destruido, y levantar de nuevo el nombre romano en toda su antigua valía, por el servicio y con los enérjicos brazos de los godos. Impotente á hacer un nuevo imperio con que reemplazar al que se desplomaba, proponíase al ménos libertar á este de su perdicion, salvarlo, reconstituirlo, ser su restaurador y su defensor.

27. Pero semejantes intenciones eran inconcebibles para la generalidad de la nacion goda. Si efectivamente pasaron por la imaginacion de Ataulfo, el buen sentido no debe considerarlas sino coma un delirio sublime. Ni el imperio romano era capaz de restauracion, ni los godos podian ser sus ministros y sustentadores. Aquel se venía á tierra por momentos; y los segundos estaban destinados por la Providencia, no á la reconstitucion del órden antiguo, sino á la formacion de uno nuevo en lugar del que espiraba. Ataulfo, civilizado, entusiasta por lo que antes fuera, decidido á restaurarlo, ya que no lo podia sustituir, era un anacronismo, porque era un retroceso ó un adelanto evidente, en medio de la ciega barbarie del pueblo que le habia aclamado por caudillo y director. Así fué imposible que se resignara este á sus tendencias pacíficas y romanas; y una conjuracion, dirigida por Su muerte. Sigerico (Sieg-rik), le sacrificó con toda su familia en las calles de Barcelona.

28. Aquí tambien, entre los godos, como en el Imperio cuyos huéspedes habian sido, cuyos imi

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