Imágenes de páginas
PDF
EPUB

dos estos elementos que le dieran vida, el célebre código que nació en esa sociedad, que ordenó esa monarquía, que caracterizó esa época, que fué redactado por esos literatos y esos obispos. Cuando faltas y yerros por una parte, cuando la ley de la naturaleza por otra, acabaron con el pueblo y con sus monarcas, con los próceres y con los sacerdotes, con el poder y con la ciencia de aquella edad, el código se eximió justamente de ese universal destino, y duró y quedó vivo en medio de las épocas siguientes, que no sólo le acataron como monumento, sino que le observaron como regla y se humillaron ante su sabiduría. »

Nosotros, sin constituirnos en apologistas de los godos ni de su sistema de gobierno, cuyos defectos hemos apuntado, añadiremos, por último, que si hemos de juzgar de la civilización de un pueblo, no por el ostentoso aparato de los triunfos militares comprados á precio de sangre humana; no por el brillo exterior de pomposos espectáculos, que fascinan y corrompen á un tiempo; sino por su mayor moralidad, por el menor número de inútiles matanzas de hombres, por el mayor respeto á la humanidad, á la propiedad, á la libertad individual de sus semejantes, por la mayor suavidad de sus leyes y de sus castigos, por su mayor justicia y su mayor consideración á la dignidad del hombre, España debió grandes beneficios á un pueblo que modificó y alivió la dureza de la esclavitud, que abolió la bárbara costumbre de entregar los hombres á ser devorados por las fieras del circo, que hizo menos mortíferas las guerras, que economizó la pena de muerte, que consignó en sus leyes la libertad personal, y que le dió, en fin, una nacionalidad y un trono que no tenía. Bajo este concepto la civilización goda aventajó en mucho á la romana, como guiada por el principio civilizador y humanitario del cristianismo. Así, al través de sus defectos de constitución, de las leyes bárbaras conservadas en su código, de los regicidios que mancharon el principio y el fin de su dominación, y de otros males de que no pretendemos eximir aquel período de tres siglos, incomparablemente menos terrible para España que lo fué para los pueblos de Europa, la sociedad siguió su marcha progresiva, aunque lenta, hacia su mejoramiento social. Ahora retrocederá otra vez, para encontrarse más avanzada al cabo de centenares de años, que tal es y tan pausado y por tantas contrariedades interrumpido el desarrollo de la vida de la humanidad.

PARTE SEGUNDA

EDAD MEDIA

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO PRIMERO

CONQUISTA DE ESPAÑA POR LOS ÁRABES

De 711 á 713

La Arabia.--Su clima.-Vida, costumbres, religión de los primitivos árabes.-Nacimiento, educación y predicación de Mahoma.-El Corán.-La Meca; Medina; la Hégira.-Contrariedades y progresos del islamismo.- Muerte de Mahoma.—Sus discípulos y sucesores.-Abubekr.- Conquistas de los musulmanes.-La Siria, la Persia, el Egipto, el África.-Guerras con los berberiscos: son éstos vencidos y se hacen mahometanos - Muza, gobernador de África.—- Pasan los árabes y moros á España.-Sucesos que siguieron á la batalla de Guadalete. — Venida de Muza.— Desavenencias entre Muza y Tarik.-Se posesionan de toda la Península.-Teodomiro y Abdelaziz.-Capitulación de Orihuela.-Muza y Tarik son llamados por el califa á Damasco.-Castigo de Muza.-Conducta de los primeros conquistadores y carácter de la conquista.

¿De dónde procedían estos nuevos conquistadores que invadieron nuestra España, y por qué encadenamiento de sucesos han venido esas gentes á plantar los pendones de una nueva religión en las cúpulas de los templos cristianos españoles? ¿Qué causa los movió á dejar los campos del Yemen, y quién fué ese hombre ó ese genio prodigioso á quien invocan por profeta?

Hay allá en el Asia una vasta península que circundan el mar Rojo y el Océano Indico, entre la Persia, la Etiopia, la Siria y el Egipto: país en que se reunen, más aún que en España, todos los climas; donde hay comarcas en que la lluvia del cielo está empapando los campos seis meses del año seguidos, y otras en que por años enteros suple á la falta de lluvia un ligerísimo rocío: heladas eminencias, y planicies abrasadas por un sol de fuego: vastísimos desiertos é inmensos arenales sin agua y sin vegetación, donde se tiene por dichoso el viajero que al cabo de algunas jornadas encuentra una palma á cuya sombra se guarece de los ardientes rayos de aquel sol esterilizador, si antes no ha perecido ahogado en un remolino de arena, ó caído en manos de alguna tribu de beduínos, únicos que de aquellos inmensurables yermos han podido hacer una patria movible; y también risueñas campiñas, fertilísimos valles, frondosos y amenos bos

ques, verdes y abundosos prados, regados por mil arroyos de cristalinas aguas, donde estuvo, dicen, el Edén, el paraíso terrenal criado por Dios para cuna del primer hombre. Este país tan diversamente variado es la Arabia, que Tolomeo y los antiguos geógrafos dividieron en Desierta, Pétrea y Feliz.

Preciábanse los árabes de descender de la tribu de Jectan, cuarto nieto de Sem, hijo de Noé, y también de Ismael, hijo de Abraham y de Agar, y de aquí los nombres de Agarenos y de Ismaelitas. Los habitantes del Yemen ó Arabia Feliz, y de una parte del desierto, ó labraban sus campos, ó comerciaban con las Indias Orientales, la Persia, la Siria y la Abisinia. Pero los más hacían una vida nómada, vagando en grupos de familias con sus rebaños y plantando sus movibles tiendas allí donde encontraban agua y pastos para sus ganados. Teniendo que ser á un tiempo pastores y guerreros, ejercitábanse y se adiestraban desde jóvenes en el manejo de las armas y del caballo para defender su riqueza pecuaria. Especie de campeones rústicos, los fuertes hacían profesión de defender á los débiles, y montados en caballos ligeros como el viento, protegían las familias y sostenían su agreste libertad y ruda independencia contra toda clase de enemigos. Así resistieron á los más poderosos reyes de Babilonia y de Asiria del Egipto y de la Persia. Vencidos una vez por Alejandro, pronto bajo sus sucesores recobraron su independencia antigua. Aunque los romanos extendieron sus dominios hasta las regiones septentrionales de la Arabia, nunca fué ésta una provincia de Roma. Defendida la Arabia Feliz por los abrasados arenales de la Desierta, cuando ejércitos extranjeros amenazaban su libertad como en tiempo de Augusto, aquellas tribus errantes aparejaban sus camellos, recogían sus tiendas, cegaban los pozos, se internaban en el desierto, y los invasores, hallándose sin agua y sin víveres, tenían que retroceder si no habían de sucumbir ahogados entre nubes de menuda y ardiente arena y sofocados por la sed sin poder dar alcance á aquellos ligeros y fugitivos hijos del desierto.

Así se defendió por miles de años esta nación belicosa, protegida por los desiertos y los mares, y como aislada del resto del mundo. Pero divididas entre sí sus mismas tribus. no se libertaron de sostener sangrientas guerras intestinas de que fué principal teatro la Arabia Central, y cuyas hazañas suministraron materia á multitud de poesías y cantos nacionales, á que tanto se presta el genio de Oriente.

En los tiempos de su ignorancia, como ellos los llamaban después, aquellas tribus, acampadas en las llanuras, adoraban los astros que les servían de guía en el desierto. Cada tribu daba culto á una constelación, y cada estrella y cada planeta era objeto de una veneración particular. Mas desde los primeros tiempos del cristianismo la religión cristiana había hecho también prosélitos en la Arabia. Cuando los herejes fueron desterrados del imperio de Oriente, refugiáronse muchos en aquella península, especialmente monophisitas y nestorianos. Acogiéronse allí igualmente después de la destrucción de Jerusalén muchos judíos, y el último rey de la raza homeirita se había convertido al judaísmo, lo cual le costó perder la corona y la vida en una batalla. Con esto y con distinguirse los árabes, en árabes primitivos, árabes de la pura raza de Jectan y árabes

mixtos ó descendientes de la posteridad de Ismael, hallábase el país dividido en una confusa multitud de sectas y de cultos, cuando nació Mahoma en la Meca, ciudad de un cantón de la Arabia Feliz, hacia el año 670 de Jesucristo.

Pertenecía la Meca á la tribu de los Coraixitas, que se suponían descendientes en línea recta de Ismael, hijo de Abraham. Gobernábanse por una especie de magistrados nombrados por ellos mismos, que eran al propio tiempo los sacerdotes y guardianes del templo de la Casbah, que decían construído por el mismo Abraham. A los dos años de su nacimiento quedó Mahoma huérfano de su padre Abdallah, el hombre más virtuoso de su tribu. A poco tiempo le siguió al sepulcro su esposa Amina, que dejó á Mahoma por toda herencia cinco camellos y una esclava etíope. El huérfano fué confiado á una nodriza, hasta que le recogió su tío Abutaleb, que hizo con él veces de padre, y le dedicó al comercio, llevándole consigo á todos los mercados. Púsole después en clase de mancebo en casa de Cádija, viuda de un opulento mercader, que prendada del ingenio, de la gracia, de la elocuencia y del noble continente del joven, le ofreció su fortuna y su mano. Tenía entonces Mahoma 25 años, y la que se hizo su esposa 40, y á pesar de la diferencia de edad no quiso Mahoma, dicen los árabes, en todo el tiempo que vivió con ella, usar de la ley que le permitía tener otras mujeres. Dueño ya de una inmensa fortuna, prosiguió algunos años dedicado á la vida mercantil, corriendo las ferias de Bostra, de Damasco, y de otros pueblos aún más lejanos, al frente de sus criados y sus camellos.

No era esta, sin embargo, la ocupación á que Mahoma se sentía llamado. Otros y más elevados eran sus pensamientos. Por espacio de quince años, al regreso de cada viaje, y después de reposar en los brazos de Cádija, retirábase á una gruta del monte Ara á entregarse á sus silenciosas meditaciones. Allí fué donde se le apareció (al decir suyo) una noche el ángel Gabriel con un libro en la mano: «Mahoma, le dijo, tú eres el apóstol de Dios, y yo soy Gabriel.» Su libro estaba hecho: Mahoma comenzaba su misión: de allí salió proclamándose el Profeta, el Enviado de Dios. No hay más Dios que Dios, decía, y Mahoma es su Profeta. He aquí su gran principio. Daba á su nueva religión el nombre de islamismo, consagración á Dios. Proponíase acabar con la anarquía religiosa que reinaba en la Arabia, y principalmente con la idolatría, que había llegado al mayor grado de desconcierto. En sólo el templo de la Casbah se adoraba á más de trescientos ídolos, representados muchos de ellos en ridículas figuras de tigres, de perros, de culebras, de lagartos, y de otros animales inmundos, á los cuales se sacrificaban hombres y niños, y bajo este concepto la religión de Mahoma, que predicaba la unidad de Dios, era un verdadero progreso.

Escaso fué, no obstante, el número de prosélitos que en los primeros años logró hacer Mahoma. Fueron éstos su mujer Cádija, Alí, á quien dió en matrimonio á Fátima, su hija, Abubekr, con cuya hija se casó él cuando murió Cádija, Omar, Zaid y algunos otros. Cuando ya contó con adeptos entusiastas que le ayudaran en la obra de su misión, comenzó á hacer lectura pública de su libro, Corán ó Alcorán, que significa la lectura. Mas aunque tenía ya su libro acabado, ni le leía ni le revelaba todo de

una vez, sino por páginas sueltas y gradualmente según las escribía y entregaba el ángel Gabriel, recitando en las plazas públicas con aire y voz de hombre inspirado los versos más maravillosos de su Corán, los más á propósito para herir las ardientes imaginaciones orientales, aquellos en que prometía á los buenos y justos la posesión de un paraíso de delicias, de una mansión de deleites, embalsamada de suavísimos aromas y perfumes, donde descansarían en los purísimos senos de hermosísimas huríes que los embriagarían de placer. Pero al paso que con tan seductora doctrina halagaba la sensualidad de aquellas gentes y ganaba secuaces, excitaba más los celos de los Coraixitas, sacerdotes del templo de la Meca, que no podían consentir su predicación que daba al traste con su influjo y sus riquezas. Conjuráronse contra tan peligroso innovador, y pusiéronse de acuerdo para asesinarle una noche. Fué avisado de ello Mahoma, y burló á los conspiradores fugándose con su discípulo y amigo Abubekr, con el cual llegó felizmente á Yatreb, llamada desde entonces Medinath-atNabi, ciudad del Profeta, y después por excelencia Medina (la ciudad). Esta huída memorable fué la que sirvió de cómputo para la cronología de los árabes. Llámanla hégira, que significa huída (1).

Tenía entonces Mahoma 54 años, y era el décimocuarto de su apostolado. Contaba en Medina con partidarios numerosos, y la antigua rivalidad entre Medina y la Meca favoreció los designios del gran reformador. Uniéronsele allí muchas familias principales, y los emires ó jefes de las más poderosas tribus. La espada de Dios vino luego en ayuda del Profeta. como decían sus sectarios, y en pocos años logró señalados triunfos contra sus perseguidores los Coraixitas, contra los incrédulos, los idólatras y los judíos. Fuerte y poderoso, púsose á la cabeza de sus fieles, que le siguieron entusiasmados, y acometió la Meca; rindió á los Coraixitas, se apoderó de la ciudad, abatió los ídolos del templo, le purificó y consagró al verdadero culto que él decía. Mahoma fué proclamado sobre la colina de Al-Safah primer jefe y soberano pontífice de los islamitas. Rendida la Meca, todas las tribus de la Arabia se agruparon en derredor de sus estandartes, todas las kabilas se fueron inclinando ante el Corán, y la Persia y la Siria se veían amenazadas del proselitismo. Volvió Mahoma á Medina,

(1) La hégira comienza en el primer día de moharren, primer mes del año árabe, que corresponde al 16 de julio de 622 de J. C. Aunque la fuga de Mahoma se verificó el 8 de rabie primera de este año, y su llegada á Medina fué el 16 del mismo mes, los árabes comenzaron á contar su era desde el primer día del año en que tuvo lugar la huída, no del día mismo en que se realizó. Para buscar la relación entre los años árabes y los cristianos, hay que comparar los dos calendarios, comenzando á contar el primero de los árabes por el 16 de julio de 622 de Cristo, teniendo presente que el año arábigo no es solar como el cristiano, sino lunar de 354 días, 8 horas y minutos, y que la diferencia de diez ú once días en un año, viene á ser considerable á la vuelta de un siglo, puesto que 97 años solares equivalen casi á 100 lunares. Estas diferencias no bien conocidas de nuestros antiguos cronistas, dieron ocasión á muchas equivocaciones cronológicas, que han ido desapareciendo desde que se fijaron con la posible exactitud las correspondencias. Hoy tenemos ya tablas bastante minuciosas y exactas.

La huída de Mahoma de la Meca, su patria, es una buena confirmación del proverbio del Evangelio: Nemo est propheta in patria sua: Nadie es profeta en su patria.

« AnteriorContinuar »