Imágenes de páginas
PDF
EPUB

y entonces fué cuando dispuso la famosa peregrinación á la Meca. Ochenta mil peregrinos le siguieron en aquella célebre expedición: él ejecutó escrupulosamente todas las ceremonias del Corán; dió siete vueltas al rededor del templo de Casbah, besó el ángulo de la misteriosa piedra negra, inmoló sesenta y tres víctimas, tantas como eran los años de su edad, y se rasuró la cabeza: Khaled recogió sus cabellos, á los cuales atribuyó sus victorias posteriores. Hecho todo esto, regresó á Medina, y ya se disponía á llevar la guerra santa á la Siria y la Persia, cuando le arrebató la muerte hallándose en la casa de su amada Aiesha (1).

¿Quién había de sospechar entonces que la naciente religión de Mahoma había de propagarse por la mitad del globo, y que había de venir no tardando á aclimatarse en la España cristiana por espacio de ocho siglos? Veamos cómo se verificó tan grande é impensado suceso.

Muerto Mahoma sin sucesión, fué nombrado jefe de los creyentes su discípulo Abubekr, el cual levantó el pendón de la guerra en Medina, dispuesto á propagar con las armas la fe del Profeta por todas las naciones. Los moradores de las ciudades y los pastores de las praderas del Yemen y del Hejiaz, todos acudieron entusiasmados, y vióse en poco tiempo

(1) Los árabes, en su fanatismo religioso, han llenado de relaciones maravillosas y hasta de anécdotas absurdas toda la vida de Mahoma. Según ellos, á su nacimiento se derramó por el horizonte un resplandor inusitado: el lago de Sawa se secó de repente, y el fuego sagrado de los persas, conservado mil años hacía, se apagó por sí mismo. Cuando Abraham é Israel edificaron el templo de la Meca, un ángel les llevó un jacinto blanco, que con el tiempo se petrificó: un día le tocó con su mano una mujer adúltera, y la piedra mudó de color y se hizo negra. Tocóle á Mahoma enterrar en el templo esta piedra misteriosa, signo de la nueva religión que iba á fundar. Las apariciones del ángel Gabriel fueron frecuentes: él fué quien le enseñó á leer y escribir, el que le infundió la ciencia y le nombró apóstol de Dios, el que le inspiró el Corán. Un día, durmiendo Mahoma en el monte Merva, el ángel Gabriel le despertó con un soplo. A su lado estaba el cuadrúpedo gris Elborak, cuyo galope era más vivo que el relámpago. El ángel echó á volar, y Mahoma le siguió en la famosa yegua. Llegaron á Jerusalén, donde Mahoma halló á Abraham, á Moisés y á Jesús; los saludó, los llamó sus hermanos, y oró con ellos. Desde allí se remontaron ambos viajeros á los cielos: setenta mil ángeles estaban entonando alabanzas á Dios, el cual ordenó á Mahoma las oraciones que había de hacer cada día; de cincuenta que le prescribió diarias, fué rebajando, á ruegos de Mahoma, hasta cinco, que son las que manda el Corán. Después de haber recibido las órdenes de Dios, volvió Mahoma á montar en su veloz yegua Elborak y regresó á la tierra. Por este orden se contaban de él mil ridículas visiones y maravillas.

A pesar del entusiasmo que el impostor supo inspirar á sus adeptos, hubo ocasiones en que sus escándalos estuvieron á punto de hacerle perder toda su autoridad. La ley de su mismo Corán no permitía á los musulmanes tener más de cuatro mujeres. Mahoma, luego que murió su primera esposa Cádija, pasando por encima de su propia ley, tuvo doce á un tiempo y se jactaba de ello. Hizo más: llevó á su lecho á Zainab, estando casada con Zaid, lo cual produjo entre los árabes gravísimo escándalo. «Dios (decía) ha dado á los hombres dos cosas buenas, los perfumes y las mujeres.» A pesar de todo, tuvo astucia y maña para acallar todas las murmuraciones, y logró que la misma Zainab fuese reconocida y saludada por mujer legítima del Profeta. La mayor prueba del ascendiente y prestigio que Mahoma alcanzó sobre los árabes, fué haber conseguido hacerlos renunciar al uso del vino.

Cuando examinemos el Corán, juzgaremos del mérito de Mahoma como legislador, y como reformador religioso.

la ciudad de Medina inundada de una muchedumbre inmensa de voluntarios, desarmados, descalzos y medio desnudos, de flacos y denegridos rostros, pero llenos de fe y de entusiasmo, pidiendo lanzas y cimitarras con que seguir al califa (1) y ayudarle en su santa empresa. Abubekr convirtió aquel entusiasmo en un verdadero vértigo ó frenesí, prometiendo á aquellos hombres la posesión del paraíso en premio de la muerte que recibieran en el campo de batalla peleando por la santa causa de Dios Ꭹ del Profeta. «Habitaréis, les dijo, oh creyentes, anchos y fresquísimos verjeles, plantados en un suelo de plata y perlas, y variados con colinas de ámbar y esmeralda. El trono del Altísimo cobija aquella mansión de delicias, en la cual seréis amigos de los ángeles y conversaréis con el Profeta mismo. El aire que allí se respira es una especie de bálsamo formado con el aroma del arrayán, del jazmín y del azahar, y con la esencia de otras flores. Frutas blancas y de jugo delicioso penden de los árboles, cuyas hojas y ramas son una labor de menuda filigrana. Las aguas murmuran entre márgenes de metal bruñido..... Allí está la tuba, ó el árbol de la felicidad, que plantado en los jardines del Profeta, extiende una de sus ramas hacia la mansión de cada musulmán, cargado de sabrosas frutas que vienen á tocar los labios de los que las apetecen. Cada uno de los creyentes será dueño de alcázares de oro, y poseerá en ellos tiernas doncellas de ojos negros y rasgados y tez alabastrina: sus miradas, más agradables que el iris, no se fijarán sino en vosotros: aquellas huríes nunca se marchitarán, y serán tales sus encantos, tan aromático su aliento y tan dulce el fuego de sus labios, que si Dios permitiera que apareciese la menos hermosa en la región de las estrellas durante la noche, su resplandor, más agradable que el de la aurora, inundaría al mundo entero. El menor de los creyentes tendrá una morada aparte, con setenta y dos mujeres y ochenta mil servidores..... Su oído será regalado con el canto de Israfil, que entre todas las criaturas de Dios es el que tiene la voz más dulce; y campanas de plata pendientes de los árboles, movidas por la suave brisa que saldrá del trono de Allah, entonarán con una melodía divina las alabanzas del Señor. La cimitarra es la llave del paraíso: una noche de centinela es más provechosa que la oración de dos meses: el que perezca en el campo de batalla será elevado al cielo en alas de los ángeles; la sangre que derramen sus venas se convertirá en púrpura, y el olor que exhalen sus heridas se difundirá como el del almizcle. Pero ¡ay del incrédulo que vacile, que no abrigue en su pecho la verdadera fe, y que desmaye por miedo á los peligros y á las fatigas! No hay palabras para deciros los martirios que sufrirá por los siglos de los siglos en las hogueras del infierno Marchad á proclamar por el mundo: No hay Dios sino Dios, y Mahoma es su profeta (2).»

¿Cómo con tan vivas y halagüeñas imágenes no habían de foguearselos ánimos ya exaltados de aquellos hijos del desierto y las vivas imagi

(1) Vicario.

(2) En el Corán se hallan estas y otras descripciones de las bellezas y encantosdel paraíso, tan propias para halagar el sensualismo oriental, especialmente en las suras ó capítulos 18, 25, 28, 38 y 56.

naciones de aquellos fanáticos, ya de por sí propensas á dejarse arrastrar de lo maravilloso? ¿Qué no acometerían aquellos pobres y desnudos soldados de la fe á trueque de ganar el paraíso? ¿Qué peligros no arrostrarían, qué brechas no asaltarían, qué temor podría infundirles la muerte, cuando en pos de ella les esperaba una mansión de tantas delicias, una embriaguez de bienaventuranza?

Después de esto el califa dió el mando general de las tropas que habían de ir á conquistar la Siria á Yezid ben Abi Sofián: hizo una corta oración á Dios para que auxiliase á los suyos, y dirigiéndose á Yezid, escuchando todos con el más profundo silencio: «Yezid, le dijo en alta y sonora voz, á tus cuidados confío la ejecución de esta santa guerra: á tí te encomiendo el mando y dirección de nuestro ejército: ni le tiranices ni le trates con dureza ni altivez: mira que todos son musulmanes: no olvides que te acompañan caudillos prudentes y bravos; consúltales cuando se ofrezca; no presumas demasiado de tu opinión, aprovecha sus consejos, y cuida de obrar siempre sin precipitación, sin temeridad, con reflexión y prudencia; sé justo con todos, porque el que no ama la equidad y la justicia, no prosperará.>>

En seguida, dirigiéndose á las tropas, les habló de esta suerte: «Cuando encontréis á vuestros enemigos en las batallas, portaos como buenos musulmanes, y mostraos dignos descendientes de Ismael: en el orden y disposición de los ejércitos y en las lides, seguid vuestros estandartes, seguid á vuestros jefes y obedecedles. Jamás cedáis ni volváis la espalda al enemigo; acordaos que combatís por la causa de Dios; no os muevan otros viles deseos; así no temáis jamás arrrojaros á la pelea, y no os asuste el número de vuestros adversarios. Si Dios os da la victoria, no abuséis de ella, ni tiñáis vuestras espadas con la sangre de los rendidos, de los niños, de las mujeres y de los débiles ancianos. En las invasiones y correrías, no destruyáis los árboles, ni cortéis las palmeras, ni abatáis los verjeles, ni asoléis sus campos ni sus casas; tomad de ellos y de sus ganados lo que os haga falta. No destruyáis nada sin necesidad, ocupad las ciudades y las fortalezas, y arrasad aquellas que puedan servir de asilo á vuestros enemigos. Tratad con piedad á los abatidos y humildes; Dios usará de la misma misericordia con vosotros. Oprimid á los soberbios, á los rebeldes y á los que sean traidores á vuestras condiciones y convenios. No empleéis ni doblez ni falsía en vuestros tratos con los enemigos, y sed siempre para con ellos fieles, leales y nobles; cumplid religiosamente vuestras palabras y vuestras promesas. No turbéis el reposo de los monjes y solitarios, y no destruyáis sus moradas; pero tratad con un rigor á muerte á los enemigos que con las armas en la mano resistan á las condiciones que nosotros les impongamos (1).»

Después de estas arengas, en que se revela el genio muslímico, y el carácter á la vez pontifical, militar y político de los califas, que desde la

(1) Conde, Historia de la Dominación de los árabes en España, part. I, cap. III. A ser ciertas estas arengas, probarían verdaderamente una ilustración y un espíritu de humanidad y de templanza, que sería de desear en muchos caudillos militares de los pueblos civilizados y de los siglos modernos. Por lo menos descubren no poca política de parte de aquellos conquistadores.

TOMO II

9

Meca y Medina dirigían las conquistas y los ejércitos, ordenó Abubekr que la mitad de sus tropas marchase á la Siria, y la otra mitad al mando de Khaled ben Walid hacia los confines de la Persia. ¿Quién será capaz de detener estos torrentes, que se creen impulsados por la mano de Dios, ni qué imperio podrá resistir al soplo del huracán del desierto? Las ciudades de la Siria se rinden á la impetuosidad de los ejércitos musulmanes: Bostra, Tadmor, Damasco, dan entrada á los sectarios y á los estandartes del Profeta. Si alguno recibe la muerte, su jefe le señala el camino del paraíso, y una sonrisa de anticipada felicidad acompaña su último suspiro. Khaled, el más intrépido de los jinetes árabes, llamado la Espada de Dios, lleva delante de sí el terror, y no encuentra quien resista el impulso de su brazo. La Persia sucumbe á la energía religiosa de los hijos de Ismael. Abubekr muere, y le sucede Omar. Bajo Omar el torrente se dirige hacia el Egipto; la enseña muslímica tremola en los muros de Alejandría y de Menfis; los árabes del desierto reposan á la sombra de las pirámides. Pero estos soldados misioneros no pueden detenerse: un soplo que parece venir de Dios los empuja, los hace arrastrar tras sí á sus jefes más bien que ser regidos por ellos: el verdadero jefe que los manda es el fanatismo; es Dios, dicen ellos, el que da impulso á nuestros brazos, y el que afila el corte de nuestras espadas; es el Profeta el que nos lleva por la mano á la victoria; si morimos, gozaremos más pronto de Dios y del paraíso, hablaremos con el Profeta; y nos acariciarán las huríes que no envejecen nunca. ¿Quién puede vencer á un ejército que pelea con esta fe?

Del Egipto el torrente se desborda de nuevo. ¿Qué dique podrá oponerle el África, devastada por los vándalos, sometida por Belisario, y arruinada y empobrecida por la tiranía de los emperadores griegos? Desde las llanuras de Egipto hasta Ceuta y Tánger, desde el Nilo hasta el Atlántico, había una línea de poblaciones, poderosas y florecientes en otro tiempo, yermas y pobres ahora. Berenice, la ciudad de las Hespérides; Cirene, la antigua rival de Cartago; Cartago, la ciudad de Aníbal y de Escipión; Utica é Hipona, las ciudades de Catón y de San Agustín; todas las poblaciones de las dos Mauritanias, teatro sucesivo de las conquistas de los cartagineses, de los romanos, de los vándalos, de los godos y de los griegos, se someten á las armas de ese pueblo nuevo, poco antes ó desconocido ó despreciado. Sólo los moros agrestes, aquellas hordas salvajes que, ó bien apacentaban ganados en las llanuras siendo el azote de los aduares agrícolas, ó bien vivían entre sierras y breñas disputando sus pieles á las fieras de los bosques, fueron los que opusieron á los árabes invasores una resistencia ruda y porfiada. Pero la política, la astucia y la perseverancia de los agarenos triunfaron al fin de todos los esfuerzos de los berberiscos. En medio del desierto y á unas treinta leguas de Cartago fundaron la ciudad de Cairwan, que unos suponen poblada por Okbah y otros por Merwan. El intrépido caudillo Okbah, después de haber penetrado por el desierto en que se levantaron más adelante Fez y Marruecos, cuéntase que detenido por la barrera del Océano, hizo entrar su caballo hasta el pecho en las aguas del mar, y exclamó: «Allah! ¡Oh Dios! Si la profundidad de estos mares no me contuviese, yo iría hasta el fin del mundo á predicar la unidad de tu santo nombre y las sagradas doctrinas del Islam!»

A principios del octavo siglo fué encargado Muza ben Nosseir, el futuro conquistador de España, de la reducción completa de Al-Magreb, ó tierra de Occidente, que así llamaban entonces los árabes al África entera por su posición relativamente á la Arabia. Muza llenó cumplidamente su misión; y el undécimo califa de Damasco, Al Walid, le dió el título de walí con el gobierno supremo de toda el África Septentrional (1). Muza logró con la persuasión y la dulzura mitigar la ruda fiereza de los moros; y las tribus mazamudas, zanhegas, ketamas, howaras y otras de las más antiguas y poderosas de aquellas comarcas, fueron convirtiéndose al islamismo y abrazando la ley del Corán. Llegaron los árabes á persuadirlos de la identidad de su origen, y los moros se hicieron musulmanes como sus conquistadores, llegando á formar como un solo pueblo bajo el nombre común de sarracenos (2).

En tal estado se hallaban las cosas en Africa en 711, cuando ocurrieron en España los sucesos que en el capítulo octavo de nuestro libro IV dejamos referidos. Estaba demasiado inmediata la tempestad y soplaba el huracán demasiado cerca para que pudiera libertarse de sufrir su azote nuestra Península. Los desmanes de Rodrigo, las discordias de los hispano-godos, y la traición de Julián, fueron sobrados incentivos para que Muza, jefe de un pueblo belicoso, ardiente, victorioso, lleno de entusiasmo y de fe, resolviera la conquista de España. De aquí la expedición de Tarik y la tristemente famosa batalla de Guadalete que conocemos ya, y en la cual suspendimos nuestra narración, para dar mejor á conocer el pueblo que concluía y el pueblo que venía á reemplazarle.

La fama del vencedor de Guadalete corría por Africa de boca en boca. Picóle á Muza la envidia de las glorias de su lugarteniente, y temiendo que acabara de eclipsar la suya, resolvió él mismo pasar á España. Por eso al comunicar al califa el triunfo del Guadalete calló el nombre del vencedor, como si quisiera atribuirse á sí mismo el mérito de tan venturosa jornada, y dió orden á Tarik para que suspendiera todo movimiento hasta que llegara él con refuerzos, á fin de que no se malograra lo que hasta entonces se había ganado. Comprendió el sagaz moro toda la significación de tan intempestivo mandato, mas no queriendo aparecer desobediente, reunió consejo de oficiales, y les informó de la orden del walí, manifestando que se sometería á la deliberación que el consejo adoptase. Todos

(1) Los califas sucesores de Mahoma hasta la conquista de España fueron Abubekr, Omán, Othmán y Alí, que residieron en la Meca y Medina desde 632 hasta 660. Hacia el fin del reinado de Alí, Moaviah ben Abi Sofián, de la casa de Ommiyah, walí de Siria, con pretexto de vengar la muerte de Othmán, le disputó el poder, y se siguió una guerra civil. A la muerte de Alí le sucedió su hijo Hassán en el Hejiaz, pero Moaviah tomó el título de califa de Damasco, y fué el origen de los Ommiadas que después habían de fundar un imperio en España. Siguiéronle Yezid I, Moaviah II, Merwán, Abdelmelek y Walid, sexto de los Ommiadas, en cuyo califato fué conquistada España.

(2) Derivan algunos el nombre de sarracenos de Sara, una de las mujeres de Abraham, lo cual se opone á la genealogía que se dan ellos mismos. Otros de Sharac, que significa oriental, que puede ser más probable, y otros también de Sahara, gran desierto, que no deja de ser verosímil.

« AnteriorContinuar »