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Violento y duro el nuevo emir, hizo pesar una opresión igualmente ruda sobre cristianos y musulmanes. Belicoso y emprendedor, fué el primero que se atrevió á llevar las armas sarracenas del otro lado de los Pirineos, ó por lo menos el primero que, al frente de una expedición formal, franqueó la barrera oriental de aquellas montañas y penetró en la Galia gótica, en aquella Septimania que había constituído una parte integrante del reino godo-hispano, y que después de la catástrofe había tenido que ponerse bajo la tutela de los duques de Aquitania. Habíase refugiado á ella gran número de cristianos de la Península. Difundió El Horr el espanto por aquellos ricos y semi-abandonados países. Narbona no pudo resistir al ímpetu de las huestes sarracenas, y la antigua capital de la Septimania gótica fué convertida en capital de la Septimania árabe. Por espacio de tres años recorrió, según algunos, por un lado hasta Nimes y el Ródano, por otro hasta el Garona, hasta que le obligó á regresar la noticia de una victoria de los cristianos del Norte de la Península sobre un ejército musulmán.

Debió ser el primer triunfo de los refugiados en Asturias, suceso de que daremos cuenta en lugar separado, así por merecerlo su importancia, como por no interrumpir la narración cronológica de lo que acontecía en todo el resto de España.

Las injustas exacciones de El Horr y sus violencias contra los alcaides y walíes que no se prestaban á cooperar á sus iniquidades, sobre todo contra los moros y berberiscos, levantaron contra el universal clamor, y movieron al califa Yezid á enviar en su reemplazo á Alsamah ben Melek, el Zama de nuestras crónicas (727), que se consagró á reparar los males causados por la avidez y la dureza de su predecesor. Hábil y entendido en administración Alzama, arregló los tributos, hizo una distribución por suerte de los bienes que habían quedado sin dueños, estudió las provincias. y fué el primero que hizo y envió al califa una estadística de la población del país y sus riquezas de todo género, con una descripción de sus ciudades, sus ríos, sus costas y sus puertos.

Guerrero también Alsamah como todo buen musulmán de aquel tiempo, no quiso ceder en gloria á ninguno de sus predecesores, y con numerosa hueste avanzó, no ya sólo á la Septimania, sino á la Aquitania misma, centro de los vastos dominios del conde Eudón, y puso cerco á Tolosa A punto de rendirse estaba ya la ciudad, cuando acudió Eudón con un ejér cito considerable. «La muchedumbre de los enemigos era tanta, dice un historiador árabe, que el polvo que levantaba con sus pies oscurecía el cielo.» Los dos ejércitos se acometieron con el ímpetu de dos torrentes que bajan de las cumbres: dudosa estuvo mucho tiempo la batalla; corría Alzama á todas partes como un bravo león; cuando levantaba su espada, fluía la sangre y destilaba por su brazo: pero la lanza de un cristiano le atravesó el cuerpo y le dió el martirio. Con esto desmayó la caballería árabe; el campo quedó sembrado de cadáveres, y los restos del desbara

góticos. Nos acomodamos también en esto á la práctica de Conde, y creemos que de otro modo no sería fácil á muchos lectores hallar la identidad de una gran porción de estos nombres con los que estarán acostumbrados á leer en nuestras antiguas historias.

tado ejército se retiraron á Narbona, y nombraron su jefe y emir al valiente Abderramán, el Gafeki (721), cuya elección confirmó el emir superior de Africa.

No hizo poco Abderramán en contener á los cristianos de la Galia, y en reprimir á los de la frontera oriental española, que alentados con el triunfo de sus correligionarios de Tolosa se habían removido y alterado. Perdióle á Abderramán su excesiva liberalidad para con los soldados: repartíales todo el botín, sin exceptuar más que el quinto que la ley mandaba reservar el califa: amábanle con esto las tropas, pero los jefes le representaron como corrompedor de las costumbres frugales y sencillas de los musulmanes, y bastó para que el emir de África le reemplazara con Ambiza ben Sehim, de su misma tribu y familia.

Casi todos los emires comenzaban por organizar la administración. Ambiza hizo una nueva y equitativa distribución de los terrenos baldíos entre los veteranos del ejército y los musulmanes pobres que acudían á establecerse en España. Recargaba ó aliviaba el impuesto á las poblaciones, según era mayor su sumisión ó su resistencia á recibir la ley del Islam. Hacía constantemente justicia á todos, sin mirar que fuesen musulmanes ó cristianos, y cuando visitaba las provincias llenábanle los pueblos de bendiciones. Propúsose después vengar el desastre de Tolosa, é invadió resueltamente la Galia gótica. Carcasona, Beziers, Agda, Magalona, Nimes, todas las ciudades de la Septimania, además de Narbona que pertenecía ya á los árabes, cayeron en su poder. Penetró hasta el Ródano y tomó á Lyon; avanzó á la Borgoña y saqueó á Autún. La conducta de los conquistadores de la Galia era casi idéntica á la que habían observado en España. No imponían el islamismo; dejaban á los cristianos su culto, y el tributo á que los sujetaban era más ó menos crecido según la mayor ó menor resistencia de los pueblos conquistados. Murió, no obstante, allí Ambiza de resultas de heridas recibidas en un combate (725), designando antes de morir para sucederle á Hodeirah ben Abdallah, cuyo nombramiento no fué ratificado por el emir de África, el cual envió en su lugar á Yahia ben Salemah, hábil y bravo general, pero de un rigor inflexible (1).

Agriados por la severidad de Yahia los mismos jefes que habían influído en su nombramiento pidieron luego su destitución, y el emir de África, condescendiendo á los caprichos de aquellos caudillos, les dió á Hodeifa ben Alhaus, hombre sin talento, que sólo pudo sostenerse algunos meses, y hubo de ser reemplazado por Othmán ben Abu Neza, el Munuza de las crónicas cristianas, que á su vez fué pronto víctima de la inconstancia de aquellos turbulentos y descontentadizos jefes y sustituído á los seis meses por Alhaitam ben Obeid.

Desacertada elección fué también la de Alhaitam. Su avaricia y sus tiranías con musulmanes y cristianos, sus tormentos, suplicios y confiscaciones le hicieron tan aborrecible, que informado el gobierno de Damasco de sus excesos, hubo de despachar á España á Mohamed ben Abdallah con la misión de averiguar lo que de cierto hubiese en los desmanes que se

(1) Isid. Pacens. Chron. 53.-Cron. de Maissac.-Ahmed Al Makari.-Conde, capítulo XXII.

atribuían al emir, y de imponerle el conveniente castigo si resultase culpable. Poco trabajo le costó al enviado apurar la verdad; públicas eran sus vejaciones: el tirano fué preso; y despojado de sus insignias de jefe, con la cabeza desnuda y las manos atadas á la espalda, hízole pasear montado en un asno por las calles de Córdoba. teatro principal de sus maldades, embarcándole en seguida cargado de cadenas á África á disposición del emir (728). Así vigilaban los califas de Damasco por la suerte de su nueva dependencia de España, siempre que á tan larga distancia podían llegar las quejas de los oprimidos. Dos meses permaneció Mohamed en España gobernando con justicia y equidad, al cabo de los cuales partió dejando nombrado wali al guerrero Abderramán; aquel mismo que por su excesiva liberalidad para con los soldados había sido antes depuesto. Recibido fué este nombramiento con general aplauso: sólo los berberiscos vieron con enojo su elevación, porque como árabe que era, distinguía y apreciaba con preferencia á los de su raza. Munuza, el africano, revoltoso y altivo, tramó pronto una traición contra el jefe de pura raza árabe.

Muchas injusticias reparó Abderramán; afable y justo con cristianos y muslimes, depuso á los alcaides opresores, y los reemplazó con otros de conocida probidad; restituyó á los cristianos las iglesias que les habían quitado faltando á las estipulaciones, y destruyó las que por soborno y á precio de oro habían permitido levantar de nuevo algunos gobernadores. Empleó los dos primeros años en reconocer y visitar las provincias, y en restablecer el orden por todas partes. Pero lo que hizo célebre á Abderramán fué su famosa expedición á la Galia, aunque de fatal resultado para él y para los árabes. Extraordinarios fueron los preparativos; tribus enteras de Arabia, de Siria, de Egipto y de África vinieron á España á alistarse bajo las banderas de Abderramán para la guerra santa; pero antes de emprenderla, érale preciso al emir deshacerse de Munuza, que envidioso de su glorias, de carácter inquieto y díscolo, pero belicoso y bravo, se había aliado con Eudón, duque de Aquitania, y casádose con su hija. Abderramán conoció lo que podía temer de Munuza que ambicionaba su puesto, si le daba lugar á encender una guerra civil entre los musulmanes, de concierto con su aliado. Despacha, pues, á un jefe sirio llamado Gedhi ben Zeyan, con orden expresa de buscar á Munuza y traérsele vivo ó muerto. Gedhi en cumplimiento de su misión marcha al frente de un fuerte destacamento hacia la residencia de Munuza: apenas tuvo éste tiempo para huir con su esposa Lampegia; Gedhi le persigue por los desfiladeros de las montañas: Munuza fatigado se detiene á reposar en un fresco y frondoso valle al pie de una fuente de agua viva que se desgajaba de una roca: el murmullo de las aguas y las caricias de su cautiva bien amada, como la llama el autor árabe, no le permiten oir el ruido de los pasos de su perseguidor: Munuza es sorprendido, Gedhi se apodera de Lampegia, Munuza cae á los golpes de las lanzas, córtanle la cabeza, y llevan ambos presentes á Abderramán. Admirado quedó el emir de la hermosura de Lampegia; la cabeza de Munuza la envió al califa, según costumbre, exponiéndole las causas que le habían movido á esta rápida ejecución.

Desembarazado de este rival, Abderramán se pone en marcha con su

grande ejército, el mayor que se había visto jamás en España bajo los estandartes blancos de los Ommiadas. Dirígese por Pamplona y el Bidasoa á los Pirineos, franquea esta inmensa barrera, penetra por los fértiles valles de Bigorra y el Bearnés en los Estados de Eudón, duque de Aquitania. El inmenso ejército se derrama como un torrente devastador; Burdeos intenta resistirle, pero es tomada y saqueada, el conde que la defendía cae prisionero, y tomándole por Eudón, los árabes le cortan la cabeza para enviarla á Damasco. Prosigue el ejército sarraceno su marcha terrorosa, pasa el Garona y el Dordoña y encuentra al fin á Eudón con considerables fuerzas de cristianos; Abderramán no duda un momento en arremeter á Eudón, y el ejército aquitanio queda destrozado. Los sarracenos victoriosos, cargados de botín, marchan sin otro obstáculo que el inmenso despojo, y se presentan delante de Poitiers: penetran en un arrabal y le incendian, pero el centro fortificado de la ciudad se prepara á resistirlos. Abderramán duda si atacar á Poitiers ó marchar contra Tours, cuando vienen á anunciarle que numerosas huestes mandadas por Carlos, hijo de Pepino, duque soberano de los franco-austrasios, marchan á su encuentro unidas con las reliquias del destrozado ejército de Eudón. Los francos y los árabes se encuentran en las vastas llanuras que se extienden entre Tours y Poitiers. Seis días maniobran los dos ejércitos en presencia uno de otro; al séptimo ú octavo se empeña seriamente el combate; Abderramán, confiado en su fortuna, acomete el primero impetuosamente con un cuerpo de caballería, la pelea se hace general, horrible la matanza para ambas partes, y pasa el día sin declararse la victoria. Reempréndese al siguiente día la batalla; Abderramán arremete con rabioso brío, y rompe la espesa línea de los austrasios; los robustos soldados del Norte pelean cuerpo á cuerpo con los tostados árabes y africanos....., un tumulto se levanta en las tiendas de los sarracenos: era las tropas del duque de Aquitania que habían hecho una irrupción por aquel lado: los árabes, temiendo perder las riquezas de su botín, hacen un movimiento retrógrado para defender su campo; este movimiento introduce la confusión; en vano Abderramán intenta restablecer el orden; cae del caballo atravesado de infinitas lanzas; estaba anocheciendo y las tinieblas vienen á economizar alguna sangre mahometana. Los árabes se retiran silenciosamente del campo del combate: al día siguiente los cristianos hallan las tiendas desiertas, los árabes habían ido en retirada hasta Narbona; el famoso Carlos, llamado después Martell, que quiere decir martillo (1), pone cerco á Narbona, pero los ismaelitas la defienden con valor, y le obligan á levantar el sitio con gran pérdida (2).

La derrota de Poitiers, acaecida en 732 (3), puso término al engrandecimiento de los árabes en Occidente, y acaso les impidió hacerse los dominadores de toda Europa, que tal había sido el pensamiento de muchos de sus caudillos. Ella completó también el abatimiento de la casa real de Clo

(1) Por los terribles golpes que á manera de martillo descargó sobre los enemigos en esta batalla,» según la Crónica de Saint-Denis.

(2) Isid. Pac. Cron. n. 59.-Conde, Dominac. cap. 25.-Fredegario, Cron.-Anales de Aniano.-Fauriel, Hist. de la Gaule Meridion.

(3) Conde la pone en 733: las crónicas francas todas en 732.

TOMO II

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doveo, y fué el principio y cimiento del imperio franco-germano de Occidente, y la base sobre que Carlos Martell fundó la soberanía de la Galia para los herederos de Pepino de Herestall.

CAPÍTULO III

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PELAYO.-COVADONGA.-ALFONSO

De 711 á 756

Los cristianos en Asturias.-Pelayo.-Combate de Covadonga.-Triunfo glorioso.— Formación de un reino cristiano en Asturias y principio de la independencia española.-Reinado de Pelayo.-Su muerte.-Idem de su hijo Favila.-Elevación de Alfonso I.-Estado de la España musulmana al advenimiento de Alfonso.—Sus guerras en la Galia con Carlos Martell. -Rebeliones y triunfos de los berberiscos en África.-Escisiones entre las razas muslímicas de España.-Atrevidas excursiones y gloriosas conquistas de Alfonso el Católico.-Terror de los árabes.-Nueva irrupción de africanos.-Designación de comarcas para el asiento de cada tribu.— Renuévanse con furor las guerras civiles entre las razas musulmanas.—Fraccionamiento de provincias.—Anárquica situación de la España sarracena.

¿Era toda la España sarracena? ¿Obedecía toda á la ley de Mahoma? ¿Era en todas partes el Dios de los cristianos tributario del Dios del Islam? ¿Habían desaparecido todos los restos de la sociedad goda? ¿Había muerto la España como nación? No: aun vivía, aunque desvalida y pobre, en un estrecho rincón de este poco há tan vasto y poderoso reino, como un desgraciado á quien han asaltado su casa y robado su hacienda, dejando sólo un triste y oscuro albergue, en que los salteadores con la algazara de recoger su presa no llegaron á reparar.

Desde la catástrofe del Guadalete y al paso que los invasores avanzaban por el interior de la Península, multitud de cristianos, sobrecogidos de pavor y temerosos de caer bajo el yugo de los conquistadores, buscaron su salvación y trataron de ganar un asilo en las asperezas de los montes y al abrigo de los riscos de las regiones septentrionales. llevándose consigo toda su riqueza mobiliaria, las alhajas de sus templos y los objetos más preciosos de su culto. Obispos, sacerdotes, monjes, labradores, artesanos y guerreros, hombres, mujeres y niños, huían despavoridos á las fragosida des de las sierras en busca de un valladar que los pusiera al amparo del devastador torrente. Los unos ganaron la Septimania, los otros se cobijaron entre las breñas y sinuosidades de la gran cadena de los Pirineos, de la Cantabria, de Galicia y de Asturias. Esta última comarca, situada á una extremidad de la Península, se hizo como el foco y principal receptáculo de los fugitivos. País cortado en todas direcciones por inaccesibles y escarpadas rocas, hondos valles, espesos bosques y estrechas gargantas y desfiladeros, una de las postreras regiones del mundo en que lograron penetrar las águilas romanas, no muy dócil al dominio de los godos, contra el cual apenas cesó de protestar por espacio de tres siglos, parecióles á aquellas asustadas gentes el más á propósito para guarecerse con menos probabilidad de ser hostilizados, y para atrincherarse y defenderse en el

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