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También esta vez fué postergado el hijo de Fruela, y dióse la soberanía del reino á un noble llamado Silo, por hallarse casado con Adosinda, hija de Alfonso I. Fijó Silo su residencia en Pravia, pequeña villa situada á la izquierda del Nalón después de su confluencia con el Narcea. Príncipe también oscuro, sólo se sabe de él que debió á la influencia de su madre la paz en que vivió con los árabes (1), sin que de esto nos hagan más revelaciones las crónicas, y que sujetó y redujo á la obediencia á los gallegos que otra vez habían vuelto á sublevarse, batiéndolos en el monte Ciperio, hoy Cebrero. Viéndose sin sucesión, trajo á su lado, á persuasión de la reina Adosinda, y dió participación en el gobierno del palacio y del reino á su sobrino Alfonso, que desde la muerte de su padre se hallaba retirado en Galicia en el monasterio de Samos. Murió Silo en Pravia al año noveno de su reinado (783).

A la muerte de Silo la reina viuda Adosinda, en unión con los grandes de palacio, hizo proclamar rey á su sobrino Alfonso. Mas como todavía muchos nobles guardaran encono á la memoria de su padre Fruela, hacia quien parecían conservar un odio inextinguible, concertáronse para anular la elección de Adosinda y sus parciales y proclamaron á su vez á Mauregato. Era este Mauregato hijo bastardo del primer Alfonso, á quien había tenido de una esclava mora de aquellas que él en sus excursiones había llevado á Asturias. Hay quien añade que puesto Mauregato á la cabeza de los descontentos reclamó el auxilio del emir de Córdoba Abderramán, el cual le acudió con un ejército musulmán para ayudarle á derribar del trono á su sobrino, y que á esto debió apoderarse del reino (2). Sobre no estar justificado este llamamiento á los árabes, bastaba el recelo de los que habían tenido parte en la muerte de Fruela para que vieran de mal ojo el poder real en manos de su hijo, cuya venganza temían, y para que ayudaran con todas sus fuerzas á Mauregato á arrebatarle el cetro. Lográronlo al fin, y Alfonso se vió obligado á buscar un asilo en el país de Álava, entre los parientes de su madre. De esta manera conquistó Mauregato el trono de Asturias que ocupó por seis años, sin que del bastardo

de hacerlo antes que nosotros, y lo que sentimos es tener que hacer mención todavía de tan desacreditadas tradiciones, y no lo haríamos á no hallarlas estampadas en la historia de España que más popularidad ha alcanzado entre nosotros. Véase sobre esto á Ambrosio de Morales, á Mondéjar, Flórez, Ferreras, Masdeu, y á todos los modernos, inclusos los extranjeros.

(1) Ob matris causam..... pacem habuit, dice el Cronicón Albeldense.

(2) A éste es á quien han atribuído los más el vergonzoso tributo de las cien doncellas, á cuyo precio, dicen, compró el auxilio de Abderramán. El buen Mariana, sin tener presente que en el cap. VI. lib. VIII, había aplicado lo del infame tributo al rey Aurelio, no vaciló en aplicársele también en el cap. VII á Mauregato, diciendo: «Hizo recurso á los moros, pidiéndoles le auxiliasen, y alcanzólo con asentar de darles cada un año por parias cincuenta doncellas nobles y otras tantas del pueblo.» Sobre lo cual le dice su anotador Sabau: «No consta por ningún documento auténtico, ni por ningún escritor de aquellos tiempos que este príncipe pidiese socorro á los moros, ni que hiciese el concierto vergonzoso de darles las cien doncellas: así debe reputarse como una fábula inventada para denigrar la fama de nuestros reyes, y recibida y propagada inconsideradamente por nuestros historiadores.» Por nuestra parte nada tenemos que añadir á lo que arriba dejamos dicho.

TOMO II

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príncipe hubiera quedado á la posteridad otra memoria que la de su nombre, á no haberle dado cierta celebridad las fábulas con que en tiempos posteriores exornaron algunos su reinado. En la historia religiosa de España se hace mención de la herejía que en aquel tiempo difundieron los dos obispos de Urgel y Toledo, Félix y Elipando, cuya doctrina era una especie de nestorianismo disfrazado, contra la cual escribieron luego algunos monjes y otros obispos españoles, y fué anatematizada en los concilios de Narbona y Francfort, celebrados por Carlomagno (1).

Todavía después de la muerte de Mauregato (789), fué por cuarta vez desairado y desatendido el poco afortunado Alfonso. Temerosos siempre los nobles (que ya comenzaban á recobrar aquella antigua influencia que habían ejercido en tiempo de los godos) de que siendo rey quisiera tomar satisfacción, no ya sólo de la muerte de su padre, sino también de los repetidos desaires que en cada vacante le habían hecho, no hallando otra persona de sangre real en quien depositar el cetro, diéronsele á Veremundo. ó Bermudo, hermano de Aurelio, sin reparar en que fuese diácono, traspasando así por primera vez en este punto las leyes góticas que inhabilitaban para el ejercicio del poder real á los que hubiesen recibido la tonsura. Bermudo, aunque diácono, estaba casado con Numila, de quien tuvo dos hijos, Ramiro y García; que el precepto del celibatismo impuesto por Frucla á los clérigos, ó no alcanzaba á los diáconos, sino sólo á los sacerdotes, ó no había tenido la más rigorosa observancia. Era Bermudo hombre generoso y magnánimo, y más ilustrado de lo que la índole de aquellos tiempos comunmente permitía. Por lo mismo, conociendo las altas prendas de aquel Alfonso tantas veces excluído, le llamó luego cerca de sí, y le confió el mando de las milicias cristianas, que era como predestinarle al trono, dando también de este modo ocasión á que conociéndole los grandes fueran deponiendo los recelos y prevenciones que contra él tenían. Y como nunca se hubiera olvidado de sus deberes de diácono, y pensara más, como dice la crónica, en ganar el reino del cielo que en conservar el reino de la tierra, concluyó por resignar espontáneamente el cetro en manos de Alfonso, retirándose á cumplir con las obligaciones del orden sagrado de que se hallaba investido (791). Conocida ya por los grandes la condición apacible y las altas cualidades de aquel Alfonso que tanto habían repugnado y temido, determináronse á reconocerle por rey, posesionándose de esta manera del supremo poder un príncipe que tantas contrariedades había experimentado. Bermudo vivió todavía lo bastante para gozar en su retiro y en medio de su abnegación el placer de ver realizadas las esperanzas que de su sucesor había concebido, manteniendo con él las relaciones más afectuosas (2).

Falta hacía al pobre reino de Asturias, después de tantos monarcas ó indolentes ó flojos (pues apenas alguno desde Fruela había sacado la espada contra los sarracenos), un príncipe enérgico y vigoroso que le sacara de aquel estado de vergonzosa apatía, é hiciera respetar otra vez á los infieles las armas cristianas como en tiempo de Pelayo y de Alfonso el

(1) Flórez, Esp. Sagrad., tom. V.

(2) Chron. Albeld. 57.-Sebast. Salmant. 20 21.-Flórez, tom. XXXVII.

Católico. Mas por lo mismo que va á tomar nuevo aspecto la monarquía cristiana bajo el robusto brazo del segundo Alfonso, fuerza nos es hacer una pausa para dar cuenta de los importantes sucesos que en otros puntos de nuestra España habían durante estos reinados acaecido.

CAPÍTULO VI

RONCESVALLES.-FIN DE ABDERRAMÁN I

De 774 á 788

Educación de los hijos de Abderramán.-Defección del walí de Zaragoza Ibnalarabi.— Pide auxilio á Carlomagno contra el emir.-Venida de Carlomagno con grande ejército á España.-Llega á las murallas de Zaragoza.-Se retira.-Célebre derrota del ejército de Carlomagno en Roncesvalles. - Canto de guerra de los vascos.— Nuevos disturbios en Zaragoza.-Sométela el emir.-Alzan otra vez bandera de rebelión los hijos de Yussuf.-Notable fin que tuvieron.-Paz.-Da principio Abderramán á la construcción de la gran mezquita de Córdoba.-Nombra sucesor á su hijo Hixem, y muere.

Dejamos á Abderramán en Córdoba en 774, vencidas las facciones de los Abassidas y Fehríes, gozando, si no de paz. por lo menos de un respiro que desde su arribo á España no había podido obtener. Íbase afianzando el poder de los Ommiadas en el centro y Mediodía de España. Los hijos del emir desempeñaban ya cargos públicos importantes. El mayor, Sulemain, era walí de Toledo; el segundo, Abdallah, lo era de Mérida. El tercero, Hixem, el predilecto de su padre, el que destinaba para sucesor suyo, vivía en su compañía recibiendo la más esmerada educación, asistiendo á las asambleas de los cadíes de la aljama y al mexuar ó consejo de Estado, é instruyéndose en las artes y en las ciencias, de que hacían los árabes alta estima: añaden los escritores que él mismo leía en las academias elegantes versos en elogio de su padre.

Mas al tiempo que reinaba esta calma por la parte del Mediodía, nublábase el horizonte por Oriente y preparábase por el Norte estruendo sa tempestad. Las indóciles tribus berberiscas que tenían su principal asiento en la parte oriental y septentrional de la Península, las más apartadas del centro del imperio, en sus perpetuos odios de raza no cesaban de conspirar contra el emirato, alimentando siempre la esperanza de la emancipación. Ya un personaje llamado Hussein el Abdari, walí que había sido de Zaragoza, había fraguado en esta ciudad una conspiración, que el walí Abdelmelek, el bravo Marsilio, había acertado á conjurar, apoderándose bruscamente de Hussein y haciéndole decapitar instantáneamente, dejando con esto por entonces la ciudad consternada y tranquila. Mas estos no eran sino síntomas de otras más terribles borrascas. El germen del descontento minaba sordamente aquel país; silencio y misterio envuelven el período que siguió á aquel amago de revolución, y las crónicas no nos dicen ni lo que pasó después en Zaragoza, ni lo que fué del valeroso Marsilio, ni quién le reemplazó en el gobierno de la provincia. Sábese sólo que en 777 se hallaba de walí de Zaragoza Suleiman ben Alarabi, que

lo había sido de Barcelona por Abderramán y conducídose allí con la mayor fidelidad al emir. Pero el fiel servidor de Abderramán en Barcelona dejó de serlo en Zaragoza. Acaso al verse al frente de una ciudad tan importante y en que dominaba el espíritu y abundaban los elementos de hostilidad hacia la familia de los Omeyas le sugirió el pensamiento de alzarse en emir independiente de la España Oriental. Fuese éste ú otro semejante su designio, Zaragoza se hizo el centro y asilo de todos los enemigos y de todos los resentidos ó descontentos del emir. Creyó, no obstante, Ben Alarabi (comunmente Ibnalarabi), que necesitada el apoyo de un aliado poderoso que le ayudase en sus planes contra el soberano de los muslimes de España. Corría entonces por Europa la fama de los grandes. hechos de Carlomagno, y á él determinó acudir el ingrato walí. Trasladémonos por un momento á otro teatro para comprender mejor el interesante drama que se va á representar.

Después de los célebres triunfos de Carlos Martell sobre las armas sarracenas, su hijo Pepino el Breve había extendido su dominación desde este lado del Loire hasta las montañas de la Vasconia. Á su muerte, acaecida en 768, los estados de Pepino se dividieron entre sus dos hijos Karl y Karlomán; mas habiendo ocurrido á los tres años (771) la muerte de Karlomán, hallóse su hermano Karl, el llamado después Carlos el Grande y Carlomagno, dueño de toda la herencia de Pepino hasta los Pirineos. Tuvo Carlomagno, en los primeros años siguientes, ocupada toda su atención y empleadas todas sus fuerzas y toda su política en el Norte del otro lado de los Alpes y del Rhin, peleando alternativamente contra los sajones y contra los lombardos, y oponiendo un dique á las últimas oleadas de las invasiones de los pueblos germanos. Habíanse los sajones sublevado de nuevo en 777; marchó contra ellos el rey franco y los deshizo, y después de haber implantado, como dice un escritor de aquella nación, con ayuda de los verdugos la obediencia y el cristianismo en el suelo rebelde de la Sajonia, los emplazó para que compareciesen en el Campo-de-Mayo (1) de Paderborn.

Hallábase, pues, Carlomagno presidiendo esta célebre dieta en el fondo de la Germania, cuando inopinadamente se presentaron en ella unos hombres cuyos trajes y armaduras revelaban ser musulmanes. ¿A qué iban y quiénes eran aquellos extranjeros que así interrumpían las altas cuestiones que se agitaban en la asamblea? Era Ben Alarabi, el walí de Zaragoza, que con Cassim ben Yussuf (2) y algunos otros de sus compañeros iba á solicitar de Carlomagno el auxilio de sus armas contra el poderoso emir de Córdoba Abderramán. No desechó el monarca franco una invitación que le proporcionaba propicia coyuntura, no sólo de asegurar la frontera de los Pirineos, sino también de ensanchar sus Estados incorporando á ellos por lo menos algunas ciudades de España que el disidente

(1) Nombre que daban los francos á las asambleas semi-religiosas, semi-militares de la Germania, por haber Pepino trasladado al mes de mayo los antiguos Campos de Marte. Más tarde se llamaron dietas, estados generales, cámaras, etc.

(2) Aquel tercer hijo de Yussuf el Fehri, que cuando el ejército de Abderramán tomó á Toledo se había fugado de la ciudad salvándose á nado. (Cap. IV de este libro).

musulmán le debió ofrecer (1), dado que más allá no fuesen sus pensamientos de conquistador. Preparóse, pues, para invadir la España en la primavera del año siguiente (778). Dejó aseguradas las fronteras de Sajonia, pasó el Loire, cruzó la Aquitania, juntó el mayor ejército que pudo, y dividiéndole en dos cuerpos ordenó que el uno franqueara los desfiladeros del Pirineo Oriental, mientras él á la cabeza del otro penetraba por las gargantas de los Bajos Pirineos.

Sin tropiezo avanzó el rey franco, con todo el aparato y brillo de un conquistador poderoso, por San Juan de Pie de Puerto y los estrechos pasos de Ibañeta hasta Pamplona, cuya ciudad, en poder entonces de los árabes, tampoco le opuso resistencia; y prosiguiendo por las poblaciones del Ebro, talando y devastando sus campos, se puso sobre Zaragoza. Gran confianza llevaba el monarca franco de entrar derecho y sin estorbo á tomar posesión de la ciudad. Grande por lo mismo debió ser su sorpresa al encontrar las puertas cerradas y sus habitantes preparados á defenderla. ¿Qué se habían hecho los ofrecimientos y compromisos de Ben Alarabi? ¿Es que se arrepintió de su obra al ver á Carlos presentarse, no como auxiliar, sino con el aire y ostentación de quien va á enseñorearse de un reino? ¿O fué que los musulmanes llevaron á mal el llamamiento de un príncipe cristiano y de un ejército extranjero, y se levantaron á rechazarle aún contra la voluntad de su mismo walí? Las crónicas no lo aclaran, y todo pudo ser. Es lo cierto que en vez de hallar amigos vió Carlos sublevarse contra sí todos los walíes y alcaides, todas las poblaciones de uno y otro margen del Ebro, y que temiendo el impetuoso arranque de tan formidables masas, tuvo á bien retirarse de delante de los muros de Zaragoza, con gran peso de oro, dicen algunos anales francos, pero con gran peso de bochorno también (2). Determinado á regresar á la Galia por los mismos puntos por donde había entrado, volvió á Pamplona, hizo desmantelar sus muros, y prosiguiendo su marcha se internó en los desfiladeros de Roncesvalles, sin haber encontrado enemigos. Sólo en aquel valle funesto había de dejar sus ricas presas, la mitad de su ejército, y lo que es peor para un guerrero, su gloria.

Dividido en dos cuerpos marchaba por aquellas angosturas el grande ejército de Carlomagno á bastante espacio y distancia el uno del otro. Carlos á la cabeza del primero, «Carlos, dice el astrónomo historiador, igual en valor á Aníbal y á Pompeyo, atravesó felizmente con la ayuda de Jesucristo las altas cimas de los Pirineos.» Iba en el segundo cuerpo la corte del monarca, los caballeros principales, los bagajes y los tesoros recogidos en toda la expedición. Hallóse éste sorprendido en medio del valle por los montañeses vascos, que apostados en las laderas y cumbres de Altabiscar y de Ibañeta, parapetados en las breñas y riscos, lanzáronse al grito de guerra y al resonar del cuerno salvaje sobre las huestes francas, que sin poderse revolver en la hondonada, y embarazándolas su misma

(1) «Entonces el rey, dice su mismo secretario y cronista Eginhard, concibiendo á persuasión del mencionado sarraceno la esperanza de tomar algunas ciudades en España... Tunc rex persuasione prædicti sarraceni, etc.» Eginh. Annal.

(2) Annal. Metens.-Id. de Aniano.-Id. de Eginhard., ad an. 778.

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