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CAPÍTULO X

LA ESPAÑA MUSULMANA EN EL PRIMER SIGLO DE SU DOMINACIÓN

I. En qué consistía la religión de los musulmanes.-Examen del Corán: en lo dogmático, en lo político, en lo civil y en lo militar.-Nótanse sus principales preceptos y disposiciones.—Juicio crítico de este libro.-II. Conducta de los árabes con los cristianos de España.-Situación en que quedaron los mozárabes.-Comportamiento de los diferentes emires.-Iglesias, obispos y monjes en Córdoba.-Cómo se condujeron los conquistadores entre sí mismos en sus guerras civiles.-Inextinguibles odios de tribu: crueldades horrorosas: venganzas horribles.-Explícase el contraste de tan opuesta conducta. - Carácter de los árabes.-III. Gobierno de los árabes en España en este primer período.-Administración de justicia.-Idem económica.- Empleos militares.-Sistema de sucesión al trono.-IV. Varias costumbres de los árabes.

Conozcamos al pueblo que nos dominó, y con quien se ha emprendido una lucha que durará siglos. ¿Cuál era su religión, cuál su gobierno, cuáles sus costumbres, su conducta, sus relaciones con el pueblo conquistado?

I. ¿Qué religión traían esos hombres que tenían la presunción de llamarse á sí mismos los creyentes por excelencia y de dar el nombre de infieles á los que no creían lo que ellos? ¿Qué doctrina es esa que tan rápidamente desde un ignorado rincón del desierto se ha difundido por las inmensas y dilatadas regiones de Asia y África, y aspira á extinguir el cristianismo en Europa, y á prevalecer sola en el mundo?

Todo el dogma, todos los preceptos de la religión mahometana están encerrados en un libro, que es para los musulmanes el libro de Dios, el libro precioso, que es no sólo su Biblia, sino también su código civil, político y militar. Este libro es el Corán, que fué sacado del gran libro de los decretos divinos, y cayó del cielo hoja á hoja. Dios le dictó, dicen ellos, el ángel Gabriel le escribió, Mahoma le recibió y le comunicó á los hombres. El Corán está dividido en capítulos ó suras, que en todos suman ciento catorce, y todos, á excepción del noveno, van encabezados con la fórmula que los musulmanes ponen á la cabeza de todos sus escritos: En el Nombre del Señor clemente y misericordioso. El noveno comienza de este modo: Este libro se halla distribuído con un orden juicioso, siendo obra del que posee la sabiduría y la ciencia. La aserción no puede ser más falsa, y todo el libro la está desmintiendo. Respecto al orden, nada más común que encontrar al fin del Corán lo que evidentemente corresponde al principio, y los dos primeros versículos que Mahoma recibió de mano del ángel Gabriel son ahora el noventa y seis y el setenta y cuatro. Sin orden fueron publicados, y el celoso musulmán que después de Mahoma se dedicó á recoger las hojas sueltas del Corán y á recopilar en un libro lo que los discípulos del Profeta habían ido escribiendo en hojas de palmera, en piedras blancas, en pedazos de tela y de cuero, y hasta en huesos de animales, lo hizo sin orden de tiempo ni de materia. Y en cuanto á la sabiduría y la ciencia del autor, no la acreditan mucho la incoherencia de materias en un mis

mo capítulo, la vaguedad y confusión en las disposiciones legislativas y en los preceptos religiosos, las repeticiones, y hasta las contradicciones.

Como obra literaria, está muy lejos de corresponder su mérito al que han querido darle los devotos musulmanes y muchos de sus comentadores. Es cierto que se hallan en él algunos pasajes sublimes, otros también poéticos y bellos, y algunas descripciones majestuosas: mas para encontrarlas es menester á veces devorar largos y enojosos capítulos. Parécenos semejarse al país en que se escribió; que para hallar los verjeles del Yemen es necesario atravesar los abrasados arenales del Desierto. Necesitase perseverancia para leer todo el Corán. Si hay capítulos que parece revelar habilidad en el legislador para cautivar la admiración de las clases ignorantes y crédulas, no comprendemos cómo las gentes ilustradas podían admitir los absurdos milagros del viaje de Mahoma á Jerusalén, de su ascensión nocturna al cielo en la famosa yegua Borak, de la luna que se hendía á su voz, de la tela de araña que cubrió la boca de la caverna en que se escondió en su huída de la Meca á Medina, y otros de este género. ¿Y qué diremos de las revelaciones celestes para cohonestar las faltas del Profeta á su misma ley, sus vicios y sus crímenes, los escándalos de su incontinencia, sus adulterios y divorcios, las liviandades y torpezas que se hallan sancionadas por Dios en este libro divino? ¿Cómo no conocían que en vez de un legislador que se acercase á la divinidad, tenían un legislador que hacía á la divinidad descender á autorizar su desenfrenada lujuria y sus obscenos placeres?

Pero érale necesario al lascivo apóstol encubrir sus flaquezas de hombre halagando por el mismo lado las imaginaciones ardientes y voluptuosas de los orientales, é inventó un paraíso en que los servidores de Dios habrían de hallar todo género de delicias y materiales placeres, y nada más propio para esto y más seductor que jardines esmaltados de arroyos, fuentes puras y cristalinas, sombrías alamedas, frutas deliciosas, manjares exquisitos, blandos lechos, aromas suaves, vírgenes hermosas y tiernas, adornadas de perlas y esmeraldas, inmarchitables huríes de ojos negros, siempre encantadoras y siempre enamoradas de los que tenían la dicha de morir por la fe del Profeta, de las cuales el más humilde de los creyentes había de tener para sus placeres por lo menos setenta y dos, cuya virginidad se estaría perpetuamente renovando. De modo que vino á hacer de la morada celeste un inmenso lupanar en que entraba todo lo que había podido inventar una imaginación lúbrica.

De esta suerte para los mahometanos los premios espirituales del cristianismo deberían ser ofertas áridas, sin aliciente, y en cierto modo incomprensibles. Mahoma, pues, discurrió una religión más acomodada por entonces á la grosería del mundo oriental. Así su código religioso, al través de sus incoherencias, contradicciones y absurdos, era un objeto de profunda veneración para los árabes, y al cual rendían un homenaje ciego. Prestábase juramento en los tribunales sobre el Corán. Nadie le tocaba sin hallarse legalmente purificado, sin besarle ó llevarle á la frente con mucho respeto y devoción. Miraban como un deber estudiarle de memoria y recitar versos y capítulos enteros. Muchos califas, sultanes, príncipes y grandes señores hacían vanidad de saberle de punta á cabo y le recitaban

cada cuarenta días. Otros poseían muchos ejemplares adornados y enriquecidos con oro y pedrería; y algunos mostraban su celo religioso copiándole muchas veces en la vida y vendiendo los ejemplares ó beneficio de los pobres. En su supersticiosa veneración hubo quien se tomara la tarea de contar las voces y letras que entraban en él, resultando setenta y siete mil seiscientas treinta y nueve de las primeras, y trescientas veintitrés mil quince de las segundas. Se sabe hasta las veces que cada letra está repetida: propia paciencia de quienes la tuvieron para contar las tejas que cubrían la gran mezquita de Córdoba. Siendo, pues, el Corán el libro santo, el código de las leyes religiosas, políticas y civiles de los conquistadores de España, la bandera que se enarboló en contra del cristianismo y á cuya sombra pelearon sus sectarios en nuestro suelo por espacio de ocho siglos, daremos una breve idea de sus principales dogmas y disposiciones.

El dogma fundamental del Corán es la unidad de Dios y la misión del Profeta. No hay Dios sino Dios y Mahoma es su Profeta. Su idea dominante fué la abolición de la idolatría que prevalecía entre los árabes, y para lo cual había sido él elegido por Dios, el encargado de purgar la tierra de los falsos ídolos y de restituir la religión á su primitiva pureza. Bajo este punto de vista y del reconocimiento de la gran verdad religiosa, la unidad de Dios, que forma también la base del cristianismo, y que acaso él aprendió de la comunicación con los cristianos y judíos, Mahoma dió un gran paso hacia la civilización en Oriente, puesto que era una especie de transacción y de término medio entre la idolatría y el cristianismo, y al cual probablemente se hubiera ya acercado si no hubiese prohibido absolutamente toda discusión sobre su doctrina. Mahoma admitió también ángeles buenos y malos, y genios á imitación de los persas. Estos genios son creados de fuego como los ángeles, pero de organización más grosera, puesto que comen, beben, propagan su especie, y están sujetos á la muerte. Consígnase en el Corán el principio de la inmortalidad del alma, el de la resurrección, y el de los premios y castigos en el paraíso y en el infierno. El paraíso hemos visto ya cómo lo describía: el infierno era igualmente material. «Los que no crean serán vestidos de fuego: se echará agua hirviendo sobre sus cabezas, con ella se disolverán su piel y sus entrañas, y serán además apaleados con mazas de hierro.» El juicio final será anunciado por la trompeta de Israfil. Entre otras señales terribles el sol saldrá por el Occidente como al principio del mundo: el Antecristo derrocará reinos, y Cristo, volviendo al mundo, abrazará el islamismo. Después de contar las escenas horribles y espantosas que precederán al juicio final, dice que aparecerá Dios para hacer justicia á todos. Abraham, Noé y Jesucristo habrán declinado su oficio de intercesores, y reemplazará á todos Mahoma. Los hombres darán entonces cuenta de su vida en este mundo, y el ángel Gabriel sostendrá la balanza en que se han de pesar las acciones buenas y malas, balanza cuyos platos serán bastante grandes para contener el cielo y la tierra y estar suspendidos el uno en el paraíso y el otro en el infierno.

Veneraban los musulmanes, además del Corán, la Sunna ó tradición, que correspondía á la Mischna de los judíos. Eran doctrinas trasmitidas

de viva voz por el Profeta y recogidas después por sus discípulos. No faltaban sectas, cismas ni herejías entre los mahometanos, así sobre la Sunna como sobre el Corán mismo, á que daba ancho campo la oscuridad de muchos lugares de su código religioso y sus mismas contradicciones. No podemos nosotros detenernos á enumerar ni explicar sus divergencias religiosas. Baste decir que sus cuestiones sobre el dogma y las diversas escuelas que se crearon produjeron escisiones profundas entre ellos, y los envolvieron más de una vez en sangrientas guerras civiles.

Cuéntase que un día se apareció á Mahoma el ángel Gabriel en forma de un beduíno y le preguntó: ¿En qué consiste el islamismo? A que Mahoma contestó sin detenerse: En creer que no hay más que un Dios, y que yo soy su Profeta, en la rigurosa observancia de las horas de oración, en dar iimosnas, en ayunar el Ramadán, y en hacer, si se puede, la peregrinación á la Meca.

Estas palabras encierran las principales obligaciones de los musulmanes. Prescribíase la peregrinación á la Meca al menos una vez en la vida á todo el que no estuviese imposibilitado de hacerla. El ayuno del mes de Ramadán era riguroso. No se podía tomar alimento desde la salida hasta la puesta del sol: cosa bien difícil de observar en otro país que no fuese la Arabia. «Se os permite comer y beber hasta el momento en que haya luz bastante para distinguir un hilo blanco de un hilo negro. El olor de la boca del que ayuna es más grato á Dios que el almizcle.» Prohibíase en todo tiempo el uso del vino y licores fermentados, la carne y sangre de puerco, y de todo animal que muriese ahogado ó de alguna caída, ó herido por otro animal, ó sacrificado á algún ídolo. Los árabes encontraron motivo ó pretexto en el clima de España y en el ejercicio de la guerra para quebrantar la abstinencia del vino y de otras bebidas y manjares prohibidos, y los primeros á dar el ejemplo solían ser los califas. Mahoma había imitado de los hebreos muchas de estas prácticas. Ordena también el Corán las abluciones, la santificación del viernes, día en que Dios crió al hombre y en que Mahoma hizo su entrada en Medina, y prohibe los juegos de azar y las varas divinatorias.

Además de la chotba ú oración pública por el califa que todas las fiestas tenían que hacer los muslimes en las mezquitas principales, el Corán les prescribe cinco oraciones diarias; antes de salir el sol, al mediodía, antes y después de ponerse, y á la primera vigilia de la noche; cada una tiene su denominación, como al-Sohbi, la oración del alba, al-Dohar, la de mediodía, etc. El que presidía á una asamblea de creyentes congregada para la oración, se llamaba imán, y el imán supremo era el sucesor de Mahoma. El muftí, intérprete de la ley, era el jefe de los alfaquíes ó doctores. Almokri era el lector de la mezquita: alhajit el doctrinero, y el muezzin llamaba á la oración de lo alto del minaret ó alminar. «La oración conduce al creyente hasta la mitad del camino del cielo, el ayuno le lleva hasta la puerta del Altísimo, la limosna le abre la entrada.»>

No se aconseja la limosna como acto de caridad, sino que se impone como obligación. «Haced limosnas de día, de noche, en público, en secreto. Socorred á vuestros hijos, á vuestros deudos, á los peregrinos: el bien que hagáis no quedará oculto para el Todopoderoso. Restituid á los huérfanos

su patrimonio cuando lleguen á mayor edad, y no les deis malo por bueno; no devoréis sus haciendas, acreciendo con ellas la vuestra, porque esto es un gran pecado.» No dejan de abundar en el Corán preceptos semejantes de humanidad y de beneficencia, que sin duda fueron tomados del Antiguo y del Nuevo Testamento. Condénase el suicidio y el asesinato, pero el legislador tuvo buen cuidado de no ser muy severo respecto á las pasiones á que su pueblo propendía más.

«El deseo de poseer á una mujer, sea ó no manifiesto, no os hará delincuentes ante el Señor, pues sabe que no podéis prescindir de pensar en las mujeres. No os caséis más que con dos, tres ó cuatro. Si no podéis mantenerlas decorosamente, tomad una sola, y contentaos con esclavas.» En otra parte hemos observado ya cómo el legislador comerciante se dispensó á sí mismo de esta especie de limitación que puso á la poligamia, como quien había recibido de Dios el privilegio exclusivo de casarse con cuantas mujeres y de tomar cuantas concubinas quisiese, inclusa la que fuese ya mujer de otro. ¡Y sin embargo, este moralista logró fanatizar aquel pueblo! Permitíase el divorcio, pero con harta desigualdad de derechos entre los dos sexos, pues al marido le bastaba el motivo más leve, mientras la mujer tenía que alegar motivos poderosos y perdía además su dote. Todas las leyes eran desfavorables á las mujeres, y el legislador que tanto las amaba las hizo esclavas.

Siendo el Corán un código político y civil al propio tiempo que religioso, contiene las leyes sobre herencias, sobre contratos, sobre hurtos y homicidios, y en general sobre todos los negocios y transacciones de la vida. No nos detendremos á analizar esta legislación: haremos sólo unas ligeras observaciones. Los hijos habidos de concubinas y esclavas son mirados en el Corán como legítimos para la sucesión en igualdad á los de las mujeres libres y legítimas: sólo son declarados bastardos los hijos de mujeres públicas y de padre desconocido. El adulterio se castiga de muerte, pero ha de ser probado con cuatro testigos de vista. El testimonio de dos mujeres equivale al de un hombre. En las sucesiones los hijos reciben doble parte que las hijas. Impónese al delito de robo la amputación de la mano que le ha cometido. Se castiga de muerte el homicidio voluntario, pero se admite la composición pagando un tanto de indemnización á la familia del difunto. El Corán prescribe la pena del talión para los homicidios y las injurias personales. «¡Oh verdaderos creyentes! La ley del talión ha sido ordenada para el homicidio: el libre morirá por el libre, el esclavo por el esclavo, y la mujer por la mujer.» Obsérvase que la legislación civil del Corán es más completa que la criminal. La insuficiencia de ésta daba lugar á las modificaciones y decisiones de los tribunales, y dejó mucho á la prudencia y discreción de los jueces ó cadíes, entre los cuales había uno superior que se nombraba el cadí de los cadíes, alta dignidad, ante la cual los mismos califas estaban obligados á comparecer.

Pero las disposiciones y preceptos que más resaltan en el código sagrado de los musulmanes son las relativas á la guerra. No en vano se llama también al Corán el libro de la Espada. En todas sus partes se descubre la intención de Mahoma de inflamar el espíritu belicoso de los árabes, de halagar sus pasiones aventureras y sanguinarias, haciendo del pue

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