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cimiento de territorio que á la organización política y civil del Estado, que al estudio de las letras, al fomento de la industria y de las artes, y á los medios de regularizar una administración.

III. ¿Qué lengua se hablaría en estos primeros siglos de la reconquista en las diversas comarcas y Estados cristianos de España? Que el idioma se alteró y modificó con la conquista de los árabes y la caída del imperio godo, es incuestionable. Fuera es de duda también que el latín, ya algo adulterado en la dominación goda aun entre las clases ilustradas y los hombres de letras, y más viciado y corrompido en el uso vulgar de las masas iliteratas é incultas, apareció desde los primeros tiempos de la restauración no sólo alterado en su sintaxis, en sus casos y declinaciones, sino salpicado también de palabras nuevas y extrañas, que revelaban el nacimiento y formación de un nuevo lenguaje en el pueblo, cuyo lenguaje trascendía á los documentos oficiales, á las escrituras públicas y á los instrumentos solemnes. No hay sino ver los que de esta clase y de aquellos tiempos insertan en sus obras Yepes, Sandoval, Aguirre, Flórez y otros coleccionistas de escrituras, de donaciones y privilegios de los primeros siglos de la restauración (1).

¿Pero qué elementos entraban en la confección de este nuevo idioma, de que había de resultar andando el tiempo la rica y armoniosa lengua castellana? Creemos que los eruditos Aldrete, Pellicer, Poza, Mayáns y Ciscar, Larramendi, Escolano, Sarmiento, Marina y otros ilustres españoles que han tratado de propósito esta materia hubieran podido andar más acordes en sus opiniones y sistemas, si algunos no se hubieran dejado llevar del apasionamiento hacia lo que se llama glorias de cada país; flaqueza de que no suelen eximirse los escritores de más ilustración y criterio (2). No nos empeñaremos ahora nosotros en apurar la parte respectiva que en la formación del nuevo idioma que lentamente se elaboraba pudo caber á cada uno de los elementos que entraron en su composición: ni es de nuestro propósito, ni nos prometeríamos que de nuestro examen saliera una opinión menos sujeta á controversia que las de los autores citados.

(1) En la de fundación del monasterio de Obona en 780 se encuentran las palabras: vacas, tocino, mula, río, peña, y otras completamente extrañas al latín, y que hoy forman parte del diccionario castellano. En la de donación de Alfonso el Católico á la iglesia de Covadonga se lee: «Propterea damus vobis Abbati Adulpho et monachis..... duas campanas de ferro, et duas cruces..... tres casullas de syrgo, et tres pallias, et quinque capas..... viginti equos, et totidem equas, triginta porcos, etc.» En otra de Ordoño I, se encuentra verano, iberno, ganado, carnicerías, y otras del lenguaje usual moderno, como caballos, desfigurándose cada vez más el degenerado latín con la inezcla de estas voces castellanas al paso que avanzan los tiempos.

(2) Desconsuela ver la divergencia que en este punto se nota entre nuestros filólo-. gos. Mientras Larramendi hace la lengua éuscara ó vascongada una de las más influyentes en la adulteración del latín y en la formación del castellano, Mayáns y Ciscar la coloca en el último lugar de las que entraron en su composición. «Los etimologistas, dice el escritor valenciano, hallarán en el territorio español más etimologías en la lengua latina que en la árabe, más en la arábiga que en la griega, más en la griega que en la hebrea, más en la hebrea que en la céltica, más en la céltica que en la gótica, más en la gótica que en la púnica y más en la púnica que en la vizcaína ó vascuence » Origenes de la lengua castellana. tom. II, ». 67.

Cúmplenos sólo como historiadores considerar las circunstancias de tiempo y de lugar en que comenzó á obrarse esta fusión de idiomas y la situación relativa en que cada pueblo entonces se hallaba, para deducir cuáles de ellos pudieron ejercer más influjo en la construcción de aquella nueva é imperfecta gramática, de que después había de resultar una de las más variadas y armoniosas lenguas vulgares.

Reunidos al abrigo de unos riscos los restos del imperio godo-hispano, apiñados allí y en inmediato contacto emigrados é indígenas, obispos, clérigos, monjes, nobles y pueblo de diferentes comarcas de España, así habitantes del interior como moradores de aquellas montañas que más habían resistido la influencia civilizadora de los pueblos dominadores; los unos con el influjo que les daba su mayor saber, los otros con el ascendiente del número; viviendo todos en íntimo trato y comunicación; hablando el clero y los hombres más ilustrados el latín heredado de los romanos, más ó menos alterado ó puro, degenerado en las masas, y adulterado y confundido en los dialectos usuales de éstas con vocablos del primitivo idioma que siempre conservan los pueblos, y con los que en más o menos copia dejan y trasmiten á cada país las dominaciones que pasan, al modo de las arenas ó del limo que los ríos desbordados van depositando en las comarcas que riegan: todos estos elementos, allí donde la necesidad, el peligro y el interés estrechaban entretanto á los hombres, debieron entrar en la refundición del idioma que comenzó á obrarse. Por lo mismo no tenemos dificultad en convenir en que al latín, raíz principal y elemento dominante siempre, se agregarían voces célticas, éuscaras, fenicias, púnicas, griegas y hebreas, y que alterando su sintaxis, y modificándole en sus casos, desinencias é inflexiones, dieran nacimiento á la lengua mixta, que perfeccionada y enriquecida había de ser la que después hablaran los españoles.

Siguiéronse luego las guerras con los árabes, las continuas y recíprocas irrupciones; las conquistas y reconquistas, las treguas y alianzas. Comarcas enteras eran dominadas frecuente y alternativamente por españoles y sarracenos; árabes resentidos emigraban á territorio cristiano, cristianos había en países de continuo ocupados por los árabes; ejércitos árabes y españoles peleaban juntos; cautivos musulmanes eran educados por los cristianos y los hacían sacerdotes, como los clérigos sacricantores de Alfonso el Casto; sacerdotes cristianos eran hechos cautivos por los sarracenos, y con sus predicaciones convertían después á los muslimes, como San Víctor (1); renegados de una y otra religión que se pasaban á los dominios contrarios; capitulaciones, cartas, embajadas, y por último enlaces matrimoniales entre súbditos y aún entre príncipes de ambos pueblos. Todas estas relaciones no podían menos de producir mezclas en los idiomas, y no extrañamos que Marina señale la lengua arábiga como una de

(1) Flórez, Esp. Sagr. tom. XXVIII: Apéndice III.-El mismo Flórez, y Berganza en sus Antigüedades, traen documentos de fundaciones religiosas, en los cuales se leen, entre los nombres de los firmantes, no pocos de presbíteros ó clérigos, ó con muy poca alteración, ó completamente árabes, como Meliki presbiter, Maruanus presbiter, Alaytrac presbiter, Ayub diaconus, Mohamudi diaconus, etc.

las que se inocularon más en la que hoy se habla en Castilla (1); ni que Escaligero dijera que eran tantas las voces arábigas que se encontraban en España, que podía hacerse de ellas un lexicón completo (2). Y aunque no carezca de razón un crítico moderno cuando dice, «que entrando en el examen de la afinidad de las lenguas por el significado de ciertos vocablos y por el análisis, se entra en un laberinto y se prueban los mayores absurdos,» tales pueden ser las afinidades, y tan numerosas las voces y de tan clara procedencia, que no pueda ponerse en duda su origen, y no hay sino abrir el vocabulario español para hallar multitud de palabras cuya raíz, sabor y sonido arábigo es imposible desconocer.

Mientras así se formaba la lengua en el Norte de España, los cristianos del Mediodía de tal manera llegaron á arabizarse, que al decir del ilustre cordobés Pablo Alvaro (3), á mediados del siglo IX apenas se encontraba en aquella tierra quien supiese escribir bien una carta en latín, habiendo por el contrario muchísimos que hacían elegantes y muy correctos y limados versos en árabe. Y esto hubiera acontecido de todos modos con el trascurso de los tiempos, y aun cuando el emir Hixem no hubiera prohibido, como prohibió, que se enseñase el latín en las escuelas de los cristianos, y ordenado el uso del árabe para todas las transacciones sociales.

Entretanto en el Oriente de España, en la Cataluña ó condado de Barcelona, formábase también otra lengua, nacida, como la castellana, del latín corrompido y modificado con los idiomas y dialectos de los pueblos de raza germánica que se establecieron en el Mediodía de la Francia, con quienes en tan inmediatas y tan largas relaciones estuvieron aquellas regiones españolas. Este idioma, construído también sobre las ruinas del romano, fué el provenzal ó lemosín, del que dijo nuestro historiador Gaspar Escolano: «La tercera lengua maestra de las de España es la lemosina, y más general que todas..... por ser la que se hablaba en Provenza, y toda la Guiayna, y la Francia Gótica, y la que agora se habla en el Principado de Cataluña, reino de Valencia, islas de Mallorca, Minorca, etc. (4).» Y hablábase en efecto el lemosín en la larga zona comprendida desde las fronteras de Valencia y parte de Aragón, Cataluña, la Guiena, Languedoc, Provenza, y la Italia Septentrional hasta los Alpes: era la lengua de los célebres trovadores provenzales (5).

No insistimos ahora más sobre este punto, porque la historia y los documentos nos irán mostrando cómo el idioma, siguiendo la misma marcha que la nación, se fué formando como ella sobre los fragmentos inco

(1) Memoria sobre el origen y progresos de la lengua, y especialmente del romance castellano, inserta en el tomo IV de las de la Academia de la Historia.

(2) Joseph. Escalig. Epistolæ: epist. 228 ad Isaacum Fontanum. (3) En su Indiculus luminosus.

(4) Hist. de Valencia, part. I, lib. I, cap. XIV.

(5) «Tal vez, añade un moderno escritor francés que suele hablar con acierto de las cosas de España, tal vez en Cataluña y Aragón tomó origen el uso de la lengua provenzal, porque los catalanes en su famosa Proclamación católica recuerdan al rey de España, como uno de sus principales méritos, que los primeros padres de la poesía vulgar fueron los catalanes.....» Viardot, Hist. de los árabes de España, part. II, capítulo II.

herentes y dispersos arrancados á anteriores dominaciones, que unidos. con el tiempo habían de constituir una nación y una lengua propia, abundante y rica.

CAPÍTULO XIV

ABDERRAMÁN III EN CÓRDOBA.-DESDE GARCÍA HASTA ORDOÑO III EN LEÓN

De 912 á 950

Toma Abderramán el título de Califa y de Emir Almumenín. - Dedícase á pacificar la España musulmana.-Vence á Caleb ben Hafsún.-Persigue y somete á los rebeldes de Sierra Elvira.-Breve reinado de García, primer rey de León.-Elección de Ordoño III.-Recobra Abderramán á Zaragoza.-Muerte del famoso revolucionario Ben Hafsún.-Triunfo de Ordoño II sobre los árabes en San Esteban de Gormaz.-Derrota de los reyes de León y Navarra en Valdejunquera: resultados de esta batalla.-Llega Ordoño II hasta una jornada de Córdoba.-Prende y ejecuta á cuatro condes de Castilla.-Muerte de Ordoño II.-Efímero reinado de Fruela II. -Jueces de Castilla: Lain Calvo y Nuño Rasura.-Alfonso IV de León.-Gloriosos triunfos de Abderramán.-Apodérase de Toledo.-Ramiro II de León.- Encierra en un calabozo á su hermano Alfonso y á sus tres primos, y hace sacarles los ojos. -Su primera campaña contra los sarracenos: toma y destruye á Madrid —El conde Fernán González -Célebres batallas de Simancas y Zamora: triunfos de Ramiro II. -Tregua con Abderramán.-Prisión y libertad de Fernán González.— Muerte de Ramiro II y elevación de Ordoño III.

Llegamos á uno de los reinados más brillantes de la dominación árabe en España; pero también comienza á complicarse la historia de esta nación, abriéndose nuevos teatros á los sucesos.

Reinaba García en León; gobernaban sus dos hermanos Ordoño y Fruela la Galicia y Asturias, como condes ó señores, ó si se quiere con el título honorario de reyes; á Borrell I había sucedido Sunyer en el condado de Barcelona (1); y en Navarra seguía reinando Sancho García ó Garcés, cuando subió al trono de los Beni-Omeyas el nieto de Abdallah, el hijo de Mohammed el Asesinado, el joven y aventajado príncipe que estaba siendo el encanto y las delicias de la corte de Córdoba, el más hermoso de los muslimes, el de color sonrosado y ojos azules, el amable, el gentil, el erudito y prudente Abderramán, de quien anunciamos había de ser la gloria y el orgullo de los Ommiadas, de quien dijo Ahmed Al-Makari, «que Dios le había dado la mano blanca de Moisés, aquella mano poderosa que hace brotar agua de las peñas, que hiende las olas del mar, la mano que domina, cuando Dios lo quiere, los elementos y la naturaleza entera, y con la que llevó el estandarte del islamismo más lejos que nin

(1) Y no Mirón, como suponen casi todas nuestras historias, inclusas las de Cataluña, hasta que en la obra antes citada del archivero Bofarull se fijó la verdadera cronología de los condes. Es extraño que habiéndose publicado esta obra en 1836, y habiendo dado á luz tres años después el diligente Carlos Romey el tomo III de su Historia de España, haya incurrido en el mismo error cronológico, haciendo á Mirón sucesor de Wifredo el Velloso, cuando mediaron entre los dos Borrell I, Sunyer ó Suniario, y Borrell II. Acaso no conocería aún los Condes de Barcelona vindicados.

guno de sus predecesores.» Todos los pueblos y todos los partidos recibieron con júbilo la proclamación de aquel joven de veintidós años, á quien conocían ya por su discreción y sus virtudes. Los partidarios de Abdallah veían en él al predilecto de su abuelo; los muzlitas no recelaban de un príncipe cuyo padre había sido sacrificado por su propia causa; y hasta los cristianos andaluces, después de las persecuciones sufridas, miraban con afición al primer soberano musulmán por cuyas venas corría sangre cristiana, porque «la madre que le parió (dice la crónica árabe) se llamaba María, hija de padres cristianos (1).»

Fué el primer emir de Córdoba que tomó el título de Califa á imitación de los de Bagdad, abusivamente dado por nuestros historiadores á los que le habían precedido. Y deseando honrarle los pueblos le dieron también otros como el de Imam, de Al-Nassir Ledin Allah (amparador de la ley de Dios), y de Emir Almumenín (príncipe de los fieles), de que los cristianos hicieron por corrupción Miramamolín. Fué el primero también que hizo grabar su nombre y sus títulos en las monedas, que hasta entonces no se habían diferenciado de las de los califas de Oriente sino en la indicación del año y lugar en que se acuñaban. En las de Abderramán se leía de un lado esta frase sacramental: No hay más Dios que Dios, único y sin compañero: circundada de una orla que contenía estas palabras: En el nombre de Dios, este dirhem (ó dinar) ha sido acuñado en Andalucía en tal año. De otro lado: Imam Al-Nassir Ledin Allah Abd el-Rahman Emir Almumenín; y por último, la leyenda siguiente: Mahoma es el apóstol de Dios: Dios le envió para dirigir el mundo, para anunciar la verdadera religión, y hacerla prevalecer sobre todas las demás, á despecho de los adoradores de muchos dioses. La naturaleza de los caracteres arábigos y el carecer sus monedas de busto permitían tan largas inscripciones. A partir de este reinado muchas de ellas llevaban también el nombre del hagib ó primer ministro, lo cual no dejó en lo sucesivo de influir en las prerrogativas de estos primeros funcionarios.

Dedicóse antes de todo Abderramán á pacificar la España muslímica, y dirigiendo sus miras hacia los hijos del rebelde Hafsún que seguían apoderados de Toledo, de algunas ciudades del Mediodía, y de gran parte del Este de España, hizo un llamamiento general á todos los muslimes, los cuales acudieron en tanto número á la voz del nuevo califa, que para que las familias no quedaran sin apoyo y los campos sin cultivo, fué menester limitar las huestes, quedando reducidas á cuarenta mil hombres, distribuídos en ciento veintiocho banderas. Al frente de este ejército se encaminó Abderramán hacia Toledo. Sometiéronsele pronto las fortalezas de la comarca, y no atreviéndose Caleb ben Hafsún á sostener la campaña, salió en busca de refuerzos á la España Oriental, dejando encomendada la defensa de Toledo á su hijo Giafar. Siguióle allí el califa: su tío el valeroso

(1) Conde, cap. LXVIII.-Según un Mss. del Escorial á que se refiere Morales, Abderramán III era nieto de Abdallah y de Íñiga, hija de García Íñiguez el de Navarra, la cual fué cautivada en la batalla de Aybar en que murió su padre. Mohammed, hijo de esta cristiana, se casó también con otra, llamada María, de quien nació Abderramán.

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