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esta tormenta, y haciendo á los dos prisioneros (940), los trasportó, al castillo de León al uno y al de Gordón al otro. Allí permanecieron algún tiempo, hasta que hecho juramento de lealtad al rey y de renunciar para siempre á todas sus pretensiones, no sólo les dió libertad,.sino que llevó su confianza en Fernán González, cuyo mérito y valor por otra parte conocía, al extremo de concertar el matrimonio de su hijo primogénito Ordoño con la hija de González llamada Urraca (1).

No bien escarmentados todavía los árabes, intentaron al año siguiente (941) otra invasión por la frontera cristiana del Duero. Mas sorprendidos los infieles cerca de San Esteban de Gormaz entre el río y unos altos cerros y tajadas peñas, no les quedaba otra alternativa que perecer ó triunfar. El Coraixi que los mandaba era uno de aquellos musulmanes que reunían la cualidad de poetas á la de guerreros; para alentar pues á sus soldados en trance tan comprometido les recitó unos célebres versos que nos han conservado sus historiadores (2). Según ellos surtió su efecto la enérgica excitación del caudillo poeta, las aguas del Duero se enturbiaron con sangre cristiana, y se apoderaron de la fortaleza de Sanestefan con gran mortandad de sus defensores.

Desde esta batalla no se habla de otras relaciones entre árabes y leoneses hasta una tregua ajustada en 944, que el escritor arábigo refiere en los siguientes términos: «El rey Radmir de Galicia envió sus mandatarios al rey Abderramán para concertar ciertas avenencias de paz en sus fronteras; y Abderramán los recibió muy bien, y otorgaron sus treguas que ofrecieron guardar por conveniencia de ambos pueblos, y envió el rey Abderramán á su vazir Ahmed ben Said con los mandaderos de Galicia para saludar en su nombre al rey Radmir, y fué el vazir á Medina Leionis (León)..... se ajustaron treguas por cinco años y fueron muy bien guardadas (3).»

Tales fueron las consecuencias de la famosa batalla de Simancas, la mayor que se había dado entre cristianos y musulmanes desde el desastre de Guadalete.

Invirtiéronse los años que duró la tregua en fundar y repoblar ciudades y villas en Castilla y León, hasta que habiendo aquélla expirado (949), y no bien avenido con la ociosidad el genio activo y belicoso de Ramiro, repasó el Duero con sus leoneses, y dirigiéndose á la siempre combatida Talavera maltrató sus muros, obligó á los moros á aceptar un combate en que les mató doce mil hombres, les hizo siete mil prisioneros, y se volvió victorioso á su corte de León (4). Esta fué su última campaña. Habiendo

(1) Sampir. n. 23.-Monach. Silens.-Lucas Tud.-Roder. Tolet. (2) Conde los traduce así:

«De un lado nos cerca Duero,-del otro peña tajada,
La salida está en vencer,-y en el valor la esperanza;
La sangre de los infieles-enturbie del Duero el agua.»

(3) Conde, cap. LXXXII.

(4) Samp. Chron. n. 24.-Los árabes lo cuentan de otro modo, y se atribuyen la victoria como de costumbre.

en el otoño del mismo año hecho un viaje de León á Oviedo, regresó atacado de una grave enfermedad, de la cual sucumbió el 5 de enero de 950, víspera de la Epifanía, después de haber recibido la confesión y el hábito penitencial ante la presencia de varios obispos y abades, y hecho cesión de la corona en su hijo Ordoño, tercero de este nombre, casado con la hija del conde Fernán González. Enterrósele en el monasterio de San Salvador de León, fundado por él para su hija Elvira; que en los pocos períodos de paz que en un reinado de cerca de veinte años disfrutó Ramiro II, hizo lo que acostumbraban á hacer los monarcas de aquel tiempo, fundar y do. tar monasterios y dedicarse á arreglar las cosas de la Iglesia (1).

CAPÍTULO XV

ABDERRAMÁN III EN CÓRDOBA.-DESDE ORDOÑO III HASTA SANCHO I EN LEÓN

De 950 á 961

Grandeza y esplendidez de la corte de Abderramán III.-Descripción del maravilloso palacio de Zahara.—Embajada del emperador griego Constantino Porphirogeneto. -Otras embajadas de príncipes extranjeros al soberano de Córdoba.—Grave disgusto de familia.-Suplicio de su hijo Abdallah.-Muerte de Almudhaffar.-Ordoño III de León.-Conspiran contra él su hermano Sancho y el conde Fernán González.—Frustra su empresa, y repudia á su mujer Urraca.-Muerte de Ordoño III y elevación de Sancho el Gordo.-Sancho es destronado.-Refúgiase á Pamplona.Pasa á Córdoba á curarse de su extremada obesidad.-Su amistad con Abderramán. -Repónele el califa en el trono de León.-Fuga y desgraciado término de Ordoño el Malo.-Guerras y engrandecimiento de Abderramán en África.-Conquista de Túnez.-Riquísimo y espléndido regalo de Ahmed.-Célebre embajada. -Otón el Grande de Alemania.-El monje Juan de Gorza.-Sobre el martirio de San Pelayo. -Ultimos momentos de Abderramán III.-Su corte.-Ciencias, letras, artes.— Poetisas de su alcázar.-Dicho célebre de Abderramán III.

A cinco millas río abajo de Córdoba había un ameno y apacible sitio, donde Abderramán, convidado por su frescura y frondosidad, solía pasar las temporadas de primavera y otoño. Allí hizo construir edificios magníficos y bellos jardines, pasión predilecta de los árabes. En medio levantó un soberbio alcázar, que se propuso decorar y enriquecer con todo lo más

(1) Dispútase mucho todavía sobre si Ramiro II tuvo una sola, ó dos ó más mujeres. Sampiro dice expresamente que casó con Teresa Florentina, hija de Sancho Abarca de Navarra. Morales menciona escrituras en que aparece el nombre de Urraca. Sandoval cita otras en que se nombra á Jimena. El maestro Flórez, en sus Reinas Católicas, intenta resolver la cuestión del modo que generalmente acostumbra, esforzándose en probar que fué una sola con los nombres de Urraca Teresa. Con frecuencia vemos suscitarse estas dudas sobre el número y nombres de las mujeres de los reyes de Asturias, León y Castilla, bien nazca de que en aquellos tiempos pusieran á las reinas varios nombres, bien de los muchos yerros que en punto á nombres propios cometían los copiantes de manuscritos, bien de que se confundieran los de las mujeres legítimas con los de las amigas de los reyes (que así las llama por decoro el erudito Flórez), ó bien de que no se diera á la averiguación de este asunto la mayor importancia, hasta que el mencionado Flórez dedicó á este exclusivo objeto su utilísima obra de las Reinas Católicas, que por lo común nos sirve de guía sobre este particular en nuestra historia.

Town II

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suntuoso y que más pudiera halagar los caprichos de la imaginación humana. Tan galante como espléndido el califa, dedicóle á su esclava favorita, la más hermosa y linda de su harem, llamada Zahara, que significa Flor, y de cuyo nombre llamó á la nueva ciudad Medina Zahara, ciudad de las flores (1).

Para la construcción de este palacio trabajaron, dicen sus historias. diez mil hombres, mil quinientos mulos y cuatrocientos camellos. Entraban cada día diez mil piedras labradas, sin contar las de mampostería. Hiciéronsele quince mil puertas, y sustentábanle cuatro mil trescientas columnas de mármoles preciosos. Empleábanse en su servicio interior trece mil setecientos cincuenta esclavos varones y seis mil trescientas cuarenta mujeres. Los pavimentos y paredes eran también de mármol, los techos pintados de oro y azul, las vigas y artesonados de cedro con relieves de un trabajo exquisito. En los salones había elegantes fuentes que derramaban sus aguas en tazas y conchas de mármoles de colores. En la llamada del Califa había una de jaspe con un cisne de oro de maravillosa labor, trabajado en Constantinopla, y sobre la fuente del cisne pendía del techo una magnífica perla que había regalado á Abderramán el emperador griego León VI. Contiguo al alcázar estaba el generalife (2), con multitud de árboles frutales, bosquecillos de laureles, arrayanes y mirtos, estanques y lagos en que se pintaban las frondosas copas de los árboles y las arreboladas nubes del cielo. En medio de los jardines, y sobre un cerro que los dominaba, se veía el pabellón del califa, sostenido por columnas de mármol blanco con capiteles dorados, en el cual descansaba cuando volvía de caza. Las puertas eran de ébano y marfil. Cuentan que en el centro de este pabellón había una gran concha de pórfido con un surtidor de azogue vivo, que fluía y refluía como si fuese de agua, y daba con los rayos del sol y de la luna un resplandor fantástico. Los baños de los jardines eran igualmente de mármol, hermosos y cómodos; las alcatifas. cortinas y velos tejidos de oro y seda, con figuras de flores y animales, que parecían vivos y naturales á los que los miraban. En suma, dice el escritor árabe de quien tomamos esta descripción, dentro y fuera del alcázar estaban como compendiadas todas las riquezas y delicias del mundo que puede gozar un príncipe poderoso. Con razón, pues, exclama en su estilo otro escritor arábigo (3), «que sólo el Dios del cielo podría llevar cuenta de los grandes tesoros que en esta posesión consumió el califa Abderramán. >>

Espléndido y fastuoso en todo, hizo construir en Medina Zahara una mezquita que en preciosidad y elegancia, ya que no en grandeza, aventajaba á la de Córdoba. Edificó también una zeka ó casa de moneda, y

(1) Otros escriben Azzahra.-Aun quedó entre nosotros el nombre de azahar, aplicado á la flor del naranjo y del limonero, que es una de las más aromáticas y agradables.

(2) Genat al Aryf, jardín de recreo, sitio de placer. El que con este nombre se conserva todavía en Granada al oriente de la Alhambra puede dar idea del gusto de estos jardines, en que se mezclaba lo agreste con lo bello, y en que competían la naturaleza y el arte.

(3) Ahmed Al-Makari, Hist. de las Din istiis mahom. en España.

otros muchos edificios y cuarteles para el alojamiento de su guardia, que se componía de doce mil hombres, cuatro mil esclavos de á pie, cuatro mil africanos zenetas de caballería y otros cuatro mil caballeros andaluces; los jefes y capitanes de esta guardia habían de ser ó de la propia familia real, ó jeques principales de Andalucía. En sus cacerías y expediciones, además de la guardia militar que le acompañaba, llevaba siempre consigo un número de esclavos y esclavas, y hacía también que le acompañasen algunos vazires, alcatibes, sabios, poetas y astrónomos, porque Abderramán no daba un paso en que no desplegase una ostentación y una pompa verdaderamente orientales. ¿Pero qué se hizo esa ciudad de delicias, ese depósito de todo lo más magnífico y bello que la imaginación de un árabe pudo inventar? ¿Qué fué de Medina Zahara? Ni un solo vestigio ha quedado de esa ciudad de maravillas, todo ha desaparecido, y tuviéramosla por una ciudad fantástica, y las descripciones que de ella hacen sus historias se nos entojaran fabulosas, si no nos certificaran de su existencia las muchas monedas en ella acuñadas que se han conservado y aun subsisten. Edificóse Medina Zahara por los años 324 y 325 (936 y 937 de nuestra era).

Así vivía el califa Abderramán III el tiempo que le dejaban libre las guerras de que en el capítulo anterior hemos hablado. La tregua celebrada en 944 con el rey Ramiro de León, le permitió poderse dedicar más tranquilamente á los placeres del campo y al trato y comunicación con los eruditos y sabios de su corte, que eran entonces muchos y de los cuales andaba constantemente acompañado. La fama del esplendor y brillo de la corte de Córdoba y de las guerras de Abderramán en África y España había llegado á los reinos extranjeros y á los países más apartados. En 949 recibió el esclarecido príncipe Ommiada una embajada del emperador griego Constantino Porphirogeneto, hijo de León VI, el que le había regalado la famosa perla del alcázar de Zahara, solicitando la renovación de las antiguas relaciones de amistad y alianza que habían existido entre sus mayores contra los califas de Bagdad. La carta del emperador venía escrita en pergamino con caracteres de oro y azul; esta carta contenía otra en fondo azul y letras de plata, en que se expresaban los regalos que ofrecerían al príncipe musulmán los enviados del monarca bizantino. La primera estaba escrita de mano del mismo emperador, de quien dicen que era un excelente calígrafo. Cerrábala un sello de oro, de peso de cuatro mitcales, en cuyo anverso se representaba el rostro de Cristo, y en el reverso los bustos de Constantino y de su hijo Romano. Esta carta iba dentro de una cajita de plata elegantemente cincelada, sobre la cual en un cuadro de oro se veía el retrato de Constantino pintado sobre el cristal. Otra segunda caja de forma de un carcaj, forrada de tela tejida de oro y plata, servía de cubierta á la primera. La carta comenzaba así: «Constantino y Romano, adoradores del Mesías, ambos emperadores y soberanos de Roma, al grande, al glorioso, al noble Abderramán, Califa reinante de los árabes de España, prolongue Dios su vida, etc.»

El recibimiento no podía menos de corresponder, y aun era de esperar que excediese en magnificencia y brillo á la embajada. Desde que Abderramán supo que venían los embajadores había enviado á la frontera á

Yahia ben Mohammed con un escogido cortejo para recibirlos, y cuando se aproximaron á la corte, las mejores tropas con los jefes más distinguidos salieron á darles escolta. Alojáronse en el palacio Meruán, y allí estuvieron sin comunicarse con nadie hasta el día de la recepción solemne, que fué el 11 de la luna de rabie primera (7 de setiembre de 949). Aquel día las tropas de la guardia se pusieron de gran gala; el pórtico, vestíbulo y escalera del alcázar se adornaron con ricas colgaduras. El califa estaba sentado en su trono con sus hijos á la derecha, sus tíos á la izquierda, y sus ministros á un lado y otro en el orden de su respectiva jerarquía; los hijos de los vazires con los funcionarios subalternos, vestidos con ricos trajes, ocupaban el fondo del salón, cuando comparecieron los embajadores, é hicieron presentación al califa de la carta de Constantino. Abderramán, para hacerles los honores, mandó á los poetas y literatos de su corte que celebrasen la grandeza del Islam y del califato, dando gracias a Dios MONEDAS ARÁBIGAS

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por la protección manifiesta que había dispensado á su santa religión humillando á sus enemigos. Cuentan con este motivo una curiosa anécdota, en que no sabemos si habrá tenido alguna parte la imaginación hiperbólica de los escritores orientales.

Dicen que turbados oradores y poetas con el brillo y majestad que presentaba aquella asamblea, bajaron los ojos y apenas pudieron tartamudear las primeras frases de sus discursos. Mohammed ben Abdilbar, encargado por Alhakem, hijo mayor del califa, de pronunciar una oración, al tiempo de comenzar á hablar se sintió indispuesto y no pudo proseguir. Hallábase de huésped del califa un afamado sabio y poeta llamado Abu Aly al Kaly, el cual fué con este motivo invitado á hablar; pero ni él ni nadie pudieron pronunciar sino algunas palabras. Presentóse entonces un joven, á quien nadie tenía por poeta, y sin haberse preparado pronunció un largo discurso, que más bien, dicen, fué un largo poema. con tal facilidad, elegancia y facundia, que dejó atónita la asamblea, y aquel hombre hasta entonces ignorado y oscuro fué mirado ya como un genio superior. Llamábase Almondhir ben Said, y tan satisfecho quedó el califa de las disposiciones de aquel joven, que le confirió de pronto una de las primeras dignidades de la mezquita de Zahara, y después le hizo cadí de los cadíes de la grande aljama de Córdoba, en cuyo empleo murió con gran reputación de predicador, poeta y escritor moralista.

Los embajadores, después de haber visitado y admirado las maravillas de Córdoba, despidiéronse del califa, el cual dispuso que los acompañara uno de sus vazires hasta Constantinopla, con encargo de saludar al empe

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