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dos los hombres literatos y doctos en los más honoríficos y eminentes puestos del Estado.

Al empadronamiento ó matrícula general que mandó hacer de todos. los pueblos del imperio debemos las siguientes curiosas noticias estadísticas de la población y riqueza que alcanzaba entonces la España musul mana. Había, dicen, seis ciudades grandes, capitales de capitanías, otras ochenta de mucha población, trescientas de tercera clase, y las aldeas, lugares, torres y alquerías eran innumerables. Suponen algunos que sólo en las tierras que riega el Guadalquivir había doce mil: que en Córdoba se contaban doscientas mil casas, seiscientas mezquitas, cincuenta hospicios, ochenta escuelas públicas y novecientos baños para el pueblo. Las rentas del Estado subían anualmente á doce millones de mitcales de oro, sin contar las del azaque que se pagaban en frutos. Explotábanse muchas minas de oro, de plata y otros metales por cuenta del rey, y otras por particulares en sus posesiones. Eran celebradas las de Jaén, Bulche y Aroche, y las de los montes del Tajo en el Algarbe de España. Había dos de rubíes á la parte de Beja y Málaga. Se pescaban corales en la costa de Andalucía y perlas en la de Tarragona. La agricultura prosperó también grandemente al abrigo de la larga paz que supo mantener Alhakem: se construyeron canales de riego en las vegas de Granada, de Murcia, de Valencia y Aragón: se hicieron albuheras ó pantanos con el propio objeto, y se aclimataron multitud de plantas acomodadas á la calidad de cada terreno. En suma, dice el autor árabe que nos suministra estas noticias, este buen rey convirtió las espadas y lanzas en azadas y rejas de arado, y trasformó los belicosos é inquietos muslimes en pacíficos labradores y pastores. Los hombres más distinguidos se preciaban de cultivar sus huertos y jardines con sus propias manos; los cadíes y alfaquíes se holgaban bajo la apacible sombra de sus parrales, y todos iban al campo dejando las ciudades, unos en la florida primavera, otros en el otoño y las vendimias. Envidiable estado y admirable prosperidad el de la España árabe de aquel tiempo, que casi nos hace sospechar si habrá alguna exageración de parte de sus escritores nacionales, si bien no desconocemos cuán grande y feliz puede hacer á un Estado un príncipe ilustrado y virtuoso que tiene la fortuna de suceder á otro príncipe no menos grande, filósofo é ilustrado

Muchos pueblos, continúa el mismo historiador, se entregaron á la ganadería, y trashumaban de unas provincias á otras, procurando á sus rebaños comodidad de pastos en ambas estaciones, en lo cual seguían la inclinación y manera de vivir de los antiguos árabes que de este modo pastoreaban sus ganados, buscando en la mesaifa ó estación de verano las alturas frescas hacia el Norte ú Oriente, y volviendo al fin de la estación para la mesta ó invernadero hacia los campos abrigados del Mediodía ó Poniente Llamábanse estos árabes moedinos, vagantes ó trashumantes (1) Largo fuera enumerar todas las obras así literarias como artísticas,

(1) Es fácil, añade Conde, que de estos moedinos, alterado el nombre, haya procedido el de nuestros ganados merinos. Y de aquí, no sin verosimilitud, opinan muchos que ha podido traer su origen la institución conocida en España con el nombre de Mesta, que tenía un objeto semejante y ha dura do hasta nuestros días.

industriales y de ornato y comodidad pública que se debieron al ilustre Alhakem. La famosa biblioteca del palacio Meruán dicen que se aumentó hasta seiscientos mil volúmenes (1); cifra asombrosa para aquellos tiempos, cuando hoy mismo con el auxilio del gran multiplicador, la imprenta, y con los progresos admirables de la mecánica, son pocas todavía las bibliotecas que reunen tan considerable depósito de libros. Siendo la poesía como innata en los árabes y una de las bases de su educación, no podía Alhakem dejar de ser poeta, y lo era por educación y por genio (2).

Dicen que solía dar á su hijo Hixem los consejos siguientes: «No hagas sin necesidad la guerra: mantén la paz para tu ventura y la de tus pueblos: no desenvaines tu espada sino contra los malvados: ¿qué placer hay en invadir y destruir poblaciones, arruinar Estados y llevar el estrago y la muerte hasta los confines de la tierra? Conserva en paz y en justicia los pueblos, y no te deslumbren las falsas máximas de la vanidad: sea tu justicia un lago siempre claro y puro, modera tus ojos, pon freno al ímpetu de tus deseos, confía en Dios, y llegarás al aplazado término de tus días.» ¡ Coincidencia singular! Estas máximas son casi las mismas que inculcó Hixem I á su hijo Alhakem I. Ahora es Alhakem II el que las recomienda á su hijo Hixem II. Perdidos fueron los consejos de ambos padres, y distantes estuvieron de observarlos los dos hijos.

Pasaron los días del esclarecido Alhakem II, dice su cronista arábigo, como pasan los agradables sueños que no dejan sino imperfectos recuerdos de sus ilusiones. Trasladóse á las mansiones eternas de la otra vida, «donde hallaría, como todos los hombres, aquellas moradas que labró antes de su muerte con sus buenas ó malas obras: falleció en Medina Zahara á 2 de safar del año 366 (976), á los 63 años de su edad, y á los quince años, cinco meses y tres días de su reinado: fué enterrado en su sepulcro del cementerio de la Ruzafa (3).»

Con la muerte de Alhakem II, último califa de los Beni-Omeyas que mereciera el nombre de ilustre, variará completamente la situación de todos los pueblos de España, musulmanes y cristianos. Se levantará un

(1) Ebn Alabar, in Casiri.

(2) Bella y notable es la composición que dedicó á la sultana favorita Sobeyha cuando partió para la campaña de San Esteban de Gormaz.

«De tus ojos y los míos-en la triste despedida
De lágrimas los raudales-inundaban tus mejillas:
Líquidas perlas llorabas,-rojos zafires vertías,
Juntos en tu lindo cuello-precioso collar hacían:
Extrañó amor al partir―cómo no perdí ia vida:
Mi corazón se arrancaba,-el alma salir queria:
Ojos en llanto anegados,- aquellas lágrimas mías
Si del corazón salieron,-en su propia sangre tintas,

Este corazón de fuego,-¿cómo no se deshacía?

Loco de amor preguntaba,—¿ dónde estás, bien de mi vida?
Y estaba en mi corazón,-y con su encanto vivía.....»

(3) Conde, cap. XCIV.

genio extraordinario y colosal, que amenazará acabar de nuevo con la independencia y la nacionalidad española, extinguir en este suelo la fe del Crucificado, llevar hasta el último confín de España el pendón del Profeta y frustrar la obra laboriosa de cerca de tres siglos. Examinaremos en otro capítulo esta época fecunda en graves sucesos.

CAPÍTULO XVII

ESTADO MATERIAL Y MORAL DE LA ESPAÑA ÁRABE Y CRISTIANA

De 910 á 970

I. Reinos cristianos.-Progreso de la obra de la restauración.-Lo que se debió á cada monarca.-Débil reinado de García de León.-Vigor y arrojo de Ordoño II.-Tendencia de los castellanos hacia la emancipación.-Obispos guerreros de aquel tiempo. -Piedad religiosa y moralidad de los reyes.-Jueces de Castilla.—Sistema de sucesión al trono.-Breves reinados de Fruela II y de Alfonso IV.-Ramiro II y Fernán González.-Lo que influyó cada uno en la suerte de la España cristiana Ordoño III: Sancho el Gordo y Ordoño el Malo.-Manejo de cada uno de estos príncipes: extraña suerte que tuvieron.-Castilla: Fernán González: cuándo y cómo alcanzó su independencia.-II. Imperio árabe.-Equivocado juicio de nuestros historiadores sobre su ilustración en esta época.-Grandeza y magnanimidad de Abderramán III: generosidad y abnegación de Almudhaffar.-Magnificencia y esplendidez del Califa: prosperidad del imperio.-Alhakem II.—Cultura de los árabes en este tiempo.-Protección á las letras: progreso intelectual: cómo se desarrolló y á quién fué debido.-Observación sobre las historias arábigas.

I. En la obra laboriosa y lenta de la restauración española, cada período que recorremos, cada respiro que tomamos para descansar de la fatigosa narración de los lances, alternativas y vicisitudes de una lucha viva y perenne, nos proporciona la satisfacción de regocijarnos con la aparición de algún nuevo Estado cristiano, fruto del valor y constancia de los guerreros españoles, y testimonio de la marcha progresiva de España hacia su regeneración. En el primero vimos el origen y acrecimiento, la infancia y la juventud de la monarquía asturiana: en el segundo anunciamos el doble nacimiento del reino de Navarra y del condado de Barcelona: ahora hemos visto irse formando otro Estado cristiano independiente, la soberanía de Castilla, con el modesto título de condado también. La reconquista avanza de los extremos al centro.

Merced á la grandeza del tercer Alfonso de Asturias, Navarra se emancipa de derecho, y el primogénito de Alfonso el Magno puede fijar ya el trono y la corte de la monarquía madre en León: paso sólido, firme y avanzado de la reconquista. ¡Así hubiera heredado el hijo las grandes virtudes del padre, como heredó el primer rey de León las ricas adquisiciones del último monarca de Asturias! Pero el hijo que conspiró siendo príncipe contra el que era padre afectuoso y monarca magnánimo, ni heredó las prendas paternales, ni gozó sino por muy breve plazo de la herencia real. A castigo de su crimen lo atribuyen nuestras antiguas crónicas; propios juicios de quienes escribían con espíritu tan religioso.

Vínole bien al reino su muerte, porque sobre haberse reincorporado

Galicia á León con la sucesión de Ordoño II, acreditó pronto este príncipe que el cetro leonés había pasado á manos más robustas que las de García su hermano. Los campos de Alange, de Mérida, de Talavera, de San Esteban de Gormaz, resonaron con los gritos de victoria de los cristianos. Sin embargo, la batalla de Valdejunquera demostró á Ordoño que no se desafiaba todavía impunemente el poder de los agarenos, y eso que pelearon unidos el monarca navarro y el leonés. Mas ni á Sancho de Navarra escarmentó aquel terrible descalabro, ni acobardó á Ordoño de León. Todavía el navarro tuvo aliento para esperar á los musulmanes en una angostura del Pirineo y vengar su anterior desastre, y todavía Ordoño tuvo el arrojo de penetrar hasta una jornada de Córdoba, como quien avanzaba á intimar al príncipe de los creyentes: «Apresúrate á sofocar las discordias de tu reino, porque te esperan las armas cristianas ansiosas de abatir el pendón del Islam.» Y cuenta que imperaba en Córdoba Abderramán III el Grande, y que mandaba los ejércitos mahometanos su tío el valeroso y entendido Almudhaffar.

La prisión y ejecución sangrienta de los cuatro condes castellanos ha dado ocasión á nuestros escritores para zaherir ó aplaudir, según sus opuestos juicios, la severa conducta del monarca leonés. Los unos cargan todo el peso de la culpabilidad sobre los desobedientes condes para justificar el suplicio impuesto por el rey de León: los otros intentan eximir de culpa á aquellos magnates para hacer caer sobre el monarca toda la odiosidad del duro y cruel castigo. Nosotros, sin pretender librar á los castellanos condes de la debida responsabilidad por la desobediencia á un monarca de quien eran súbditos todavía, y por cuya falta de concurrencia pudo acaso perderse la batalla de Valdejunquera, tampoco hallamos medio hábil de poder justificar el capcioso llamamiento que Ordoño les hizo, ni menos la informalidad del proceso (si fué tal como Sampiro lo cuenta) para la imposición de la mayor de todas las penas, lo cual se nos representa como una imitación de las sumarias y arbitrarias ejecuciones de Alhakem I y de los despóticos emires de los primeros tiempos de la conquista, menos indisculpables en éstos que en un monarca cristiano. Lo que descubrimos en este hecho es la tendencia de los condes ó gobernadores de Castilla á emanciparse de la obediencia á los reyes de León; tendencia que, mal reprimida por el excesivo rigor y crueldad de Ordoño, había de estallar no tardando en rompimiento abierto y en manifiesta escisión. Así, mientras por un lado vemos con gusto estrecharse entre las monarquías de León y Navarra las relaciones incoadas por Alfonso III, y pelear ya juntos sus reyes, por otro empieza á vislumbrarse el cisma que habrá de romper la unidad de la monarquía leonesa.

Lo que acerca de los prelados y sacerdotes de esta época dijimos en nuestro discurso preliminar (1), á saber, que solían ceñir sobre el ropaje santo del apóstol la espada y el escudo del soldado, vióse cumplido en el combate de Valdejunquera. Los musulmanes no debían maravillarse de esto, puesto que sus alimes y alcatibes peleaban también, y porque estaban acostumbrados á ver batallar los obispos cristianos desde el metropo

(1) Página XXXV.

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CAPITELES BIZANTINOS: RESTOS DE LA ANTIGUA CATEDRAL DE PAMPLONA (COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA)

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