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Iglesia Española, Leandro de Sevilla su tío, el sostenedor infatigable de la lucha de su hermano, el que había convertido á éste y defendido su causa con tanta energía, habían labrado también en su ánimo, y si ya cuando príncipe no era Recadero católico, y acaso lo disimuló por no suscitar más contrariedades á su padre, por lo menos tan pronto como ciñó la diadema (586), disfrazó ya poco su tendencia al catolicismo. El suplicio de Sisberto, de aquel capitán de guardias que había tenido la honra poco envidiable de ser el ejecutor de la muerte de Hermenegildo, fuese ó no Sisberto conspirador contra el nuevo monarca, mostró ya bien claramente que no era el arrianismo lo que Recadero favorecía. Pero bastante ilustrado y discreto para conocer que el cambio de religión en un Estado, por más dispuestos que parezca hallarse á él los pueblos, puede fácilmente producir alteraciones y disturbios, condújose con circunspección y prudencia, y dióse tiempo para sondear antes la opinión del clero y de las poblaciones.

A los diez meses de reinado, creyó ya estar seguro de que sería bien recibido en la nación el cambio que meditaba, anuncia pública y formalmente Recadero que abraza la fe católica, tal como está contenida en el símbolo de Nicea, repone en sus iglesias á los obispos desterrados por Leovigildo, erige y dota monasterios, y sin valerse de la soberanía para mandar, emplea sólo la exhortación con sus súbditos, españoles, godos y suevos, para que se conviertan como él al catolicismo (1).

Hiciéronlo así la mayor parte de los arrianos, pero algunos, más pertinaces, y principalmente aquellos prelados á quienes Leovigildo había colocado en las sillas de que expulsara á los obispos católicos y á quienes el nuevo monarca reponía, comenzaron á tramar contra él conjuraciones, así en España como en la Galia gótica. Aquí era Sunna, el obispo arriano de Mérida, que con los condes Segga y Viterico atentaban contra la vida del respetable Mausona, metropolitano católico de la misma silla desterrado por Leovigildo, y del duque Claudio, gobernador de Lusitania. Allá era el obispo arriano de Narbona Athaloco, á quien llamaban Arrio por su exaltación y fogosidad en sostener las doctrinas del heresiarca, y que en unión con otros dos condes ofrecía á Gontran la Septimania siempre que con sus tropas auxiliara la rebelión. Descubierta por el mismo Viterico la conjuración de Mérida, desterrado el obispo Sunna, y trasportado el conde Segga á Galicia después de haberle cortado las manos, otra conspiración se fraguó dentro del palacio mismo, que hubiera sido más peligrosa y temible si por fortuna no se hubiera frustrado también. Otro obispo arriano nombrado Uldila, de concierto con la reina Gosuinda, la viuda de los dos reyes Atanagildo y Leovigildo, de cuyo furor por el arrianismo tenía la familia real tan tristes pruebas, enderezaban sus planes, ya no sólo contra la doctrina ortodoxa, sino también contra la vida del monarca. Sabida por el rey esta conjura, el obispo salió desterrado de España, y la muerte que en aquella sazón sobrevino á Gosuinda ahorró á Recaredo el trabajo de discurrir el castigo que impondría á la viuda de su padre. ¿Nos maravillaremos de que á vista de tan repetidas conspiraciones se pusiera Recadero en la necesidad

(1) Ratione potius quam imperio converti ad catholicam fidem facit. Viclarens. Chron.

de aparecer intolerante mandando recoger todos los escritos de los arrianos y entregarlos al fuego para que no quedara rasgo escrito de aquella doctrina?

Y todavía no cesaron las conjuraciones. Al año siguiente un duque de provincia, llamado Argimundo, perteneciente al oficio palatino, conspiró simultáneamente contra la vida del rey y contra el trono de que pretendía apoderarse. Los cómplices de esta maquinación, también oportunamente descubierta, pagaron con la vida el atentado. Su jefe Argimundo, que aspiraba á ceñir la corona, sufrió la afrenta ignominiosa de ser paseado por las calles de Toledo, sentado sobre un jumento, con el cabello rapado y cortada la mano derecha, expuesto á la burla y escarnio de la plebe, después de lo cual se le condenó á muerte (1).

La novedad del cambio de religión en el monarca y en el pueblo era demasiado importante para que Recadero dejara de solemizarla de la manera digna que tan gran negocio requería. Al efecto, convocado en Toledo un concilio general de todos los obispos de España (589), que era el tercero que se celebraba en aquella ciudad, congregados hasta el número de sesenta y dos prelados y cinco metropolitanos, entre los cuales se hallaba el esclarecido Leandro de Sevilla, alma y lumbrera de aquel concilio, presentóse el monarca ante la venerable asamblea; y renovando solemnemente el acta de abjuración del arrianismo, declaró en su nombre y en el de la reina. Bada que abrazaba y profesaba la fe católica y el símbolo de Nicea, reconociendo la igualdad de las tres personas divinas. Exhorta seguidamente á los obispos arrianos y á los grandes que asistían al concilio á que sigan é imiten su ejemplo en obsequio á la unidad de la Iglesia. Un prelado pregunta en su nombre si se adhieren á los sentimientos del monarca, y como por una inspiración providencial todos suscriben á la profesión de fe de Recadero, el cual entrega por su mano á los obispos el tomo regio, que contenía los puntos relativos al buen orden y disciplina de la Iglesia de que el concilio se había después de ocupar.

Así quedó la religión católica solemnemente proclamada la religión del Estado en España. Así triunfó el principio religioso, el emblema de la civilización que se había anunciado en Judea, que había subido al trono de los Césares con Constantino, y que depurado de la herejía después de algunos siglos de controversia y de lucha, se asentó puro y sin mancilla en el trono español, esperamos que para no descender de él jamás. «Si los monarcas españoles, dijimos en nuestro discurso preliminar, se decoran hoy con el título de Majestades católicas, la historia nos enseña su origen, y nos lleva á buscarle en Recadero.» Celebróse tan fausto acontecimiento con demostraciones públicas de alegría en toda España, y Roma saltó de regocijo. Interesantes son las cartas que con tan feliz motivo dirigió el papa San Gregorio el Grande, ya al monarca español, ya al ilustre prelado de Sevilla San Leandro. «¿Qué diré en el juicio final, le decía á Recadero, cuando me presente con las manos vacías, y vos vayáis seguido de rebaños de fieles cuyas almas habéis ganado á la fe con sólo el imperio de la per

(1) Juan de Viclara, que termina su crónica con la relación de este suceso.

suasión? Cargo terrible, que acusará la tibieza y ociosidad del gran pastor de los fieles, cuando se vea las santas fatigas de los reyes cristianos para la conversión de las almas (1).» Y envióle con esta carta, en retorno de los presentes que de él había recibido, un fragmento de la verdadera cruz, algunos cabellos de San Juan Bautista, y dos llaves, la una tocada en el cuerpo del apóstol San Pedro, la otra en que habían entrado limaduras de las cadenas con que el santo había estado aprisionado.

Pero los negocios de la religión no habían estorbado á Recadero atender á los de la guerra. Movíasela en la Galia gótica el implacable Gontran, único de los reyes francos que se había negado á toda proposición de alianza ni de paz con el monarca visigodo después de su conversión al catolicismo. Habiendo Recadero pedido en matrimonio á Clodosuinda, hermana de Childeberto (con quien parece no llegó al fin á casarse), otorgábasele la mano de la princesa franca con tal que Gontran diera su consentimiento. «¿Cómo queréis, contestó el vengativo rey de Borgoña á los enviados de Recadero, que yo fíe en vuestras promesas cuando mi sobrina Ingunda se vió en una prisión, y vuestra perfidia la hizo morir en un destierro mientras su marido caía bajo el hacha del verdugo? Andad, y decid á vuestro señor que no recibiré de él embajada alguna. Dios me ordena vengar á Ingunda, y obedeceré á Dios (2).» Así el obispo arriano de Narbona le encontró dispuesto á auxiliar la rebelión de la Septimania, y el conde Desiderio fué enviado por Gontran con un cuerpo de tropas para apoyar la sublevación del fogoso y ambicioso prelado. Derrotados los rebeldes por el ejército de Recadero, esperaba el monarca visigodo que el obstinado Gontran se determinaría á aceptar la paz que otra vez le propuso; pero el odio inveterado de Gontran al soberano español pudo en su ánimo más que su conveniencia propia, y volvió á rechazarle con cólera y enojo. Antes haciendo un llamamiento general á todos los hombres de armas de su reino, resolvió en su soberbia despojar á Recadero de la Septimania: sesenta mil hombres al mando de Boson penetraron en la bella provincia del dominio gótico. Contra tan formidable fuerza envió Recaredo al duque Claudio, gobernador de la Lusitania. Condújose el experimentado general español en esta campaña con tal destreza y valentía, que habiendo atraído al numeroso ejército franco á un estrecho y montuoso valle, donde tenía emboscado un escaso pero escogido cuerpo de godos, imposibilitadas las masas enemigas de revolverse y evolucionar en aquella estrechura, ejecutaron en ella los godos tan espantosa carnicería, que el triunfo de Claudio en aquella ocasión se cuenta por el mayor que habían alcanzado los godos desde la famosa batalla de los campos Catalaunicos. << Jamás, dice San Isidoro, dieron los godos en España batalla mayor ni aún semejante (3).» Las crónicas cristianas suponen que los soldados de Claudio no pasaban de trescientos, y atribuyen á milagro tan señalada victoria. De todos modos fué portentoso el triunfo, y tan eficaz, que ni Gotran con todo

(1) Greg. Mag., lib. VIII, ep. 128.

(2) Id., lib. IX.

(3) Nulla unquam in Hispaniis Gothorum vel major vel similis extitit. Isidor. Hist. Goth.

su encono, ni los demás reyes francos, se atrevieron á inquietar á los godos en la posesión de la Septimania.

En cuanto á los griegos imperiales de la Bética, tuvo también Recaredo que combatirlos para reprimir sus incursiones. Pero queriendo respetar las posesiones que obtuvieron legítimamente en virtud del tratado entre Justiniano y Atanagildo y habiendo este perecido en el incendio de los archivos de Constantinopla, encargóse el papa Gregorio Magno de negociar con el emperador Mauricio otro tratado, por el que se inhibía á los bizantinos toda conquista en el interior de España, asegurándoles sus primitivas posesiones del litoral. Así quedaron todavía apegados á la costa de España aquellos extranjeros tan indiscretamente traídos.

Invirtió Recaredo los años siguientes de su reinado en promover la

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unidad nacional y la felicidad interior de su pueblo. Habiendo ya reunido á todos sus súbditos, godos, suevos, galos y romano-hispanos, bajo una fe, y establecido la unidad del principio religioso, quiso también igualarlos en los derechos civiles, sometiéndolos á todos á una misma legislación. Si no abolió el Breviario de Alarico, hizo por lo menos muchas leyes que mandó fuesen obligatorias indistintamente para los pueblos, echando de este modo los cimientos de la unidad política sobre la base de la unidad religiosa, que eran los dos principios de que había de partir la civilización moderna. Mostrando en todo su tendencia hacia las tradiciones del imperio, la lengua latina fué reemplazando en los actos públicos, en el servicio divino, y hasta en la vida privada á la lengua gótica; los empleos de la corte tomaron títulos latinos, y comenzando á fundirse en una sola las dos razas hasta entonces separadas por la religión y las leyes, fueron perdiendo también su tinte nativo las costumbres góticas. Llevando al extremo la imitación de los Césares de Oriente, tomó el título bizantino de Flavio, que adoptaron también sus sucesores, á estilo de los reyes ostrogodos y lombardos.

Fué Recaredo el primer rey godo que se hizo ungir con el óleo santo por la mano de los obispos de la iglesia metropolitana de Toledo. De su tiempo data la importancia de los célebres concilios de aquella ciudad, y la influen

cia y preponderancia del clero, no ya sólo en los negocios eclesiásticos, sino también en los políticos y de Estado.

Murió este gran príncipe cuando se hallaba consagrado á la revisión y reforma de las leyes eclesiásticas y civiles, en Toledo á los quince años de su glorioso reinado (febrero de 601). Príncipe verdaderamente grande, si la grandeza de un rey se ha de medir, como creemos, por los beneficios que dispensa á sus pueblos, y por las instituciones útiles con que los dota para su felicidad futura. «Era, dice San Isidoro, de un natural amable, pacífico y bondadoso, y tal el imperio de su dulzura sobre los corazones, que sus mismos enemigos no podían resistir al atractivo que los arrastraba hacia él. Liberal hasta el extremo, restituyó á sus propietarios todos los bienes que les había confiscado su padre. Sus riquezas eran de los pobres tanto como suyas: porque sabía que no había recibido el poder sino para hacer buen uso de él, y para merecer un fin dichoso por medio de las buenas obras.» «No se hallaría acaso, dice un escritor de nuestros días, en aquella época triste un reinado en que se vertiera menos sangre, en que se cometieran menos violencias, menos atentados á la fortuna pública ó privada. Y sin embargo, continuas conjuraciones amenazaron la vida de este príncipe tan digno de ser amado. La nobleza, cuyo influjo disminuyó por favorecer el del clero, no le perdonó nunca, y la veremos pronto tomar venganza en su descendencia. »

CAPÍTULO IV

ORGANIZACIÓN RELIGIOSA, POLÍTICA Y CIVIL DEL REINO GODO-HISPANO HASTA

EL SIGLO VII

I.-Consideraciones sobre la trasformación social que obró en España la conquista de los godos.-Doble misión que éstos traían.-Cómo la llenaron.-Cómo y con qué elementos se fué realizando la fusión entre el pueblo vencedor y el pueblo vencido. -II. Organización religiosa.—Orden jerárquico del clero.-Metropolitanos, obispos, presbíteros, etc.-Primeros concilios.-Monjes y monjas.-Origen y diferencias de la vida monástica.-Sobre el matrimonio de los clérigos.-Celibatismo - Leyes para reprimir y castigar la incontinencia.-Rentas eclesiásticas. Su distribución.-III. Organización política.-Monarquía electiva.-Atribuciones de la corona.-Magistrados de provincia.-Oficio palatino.—Gobierno municipal.-Diversas clases de siervos entre los godos.—IV. Organización militar.-Duques, condes, millenarios, etc. -Servicio militar.-Armas y trajes de los soldados godos.—V. Algunas costumbres del pueblo visigodo.

I. ¡Qué revolución tan grande ha sufrido España en el período que acabamos de bosquejar! Gobierno, religión, leyes, costumbres, todo ha variado. Lo maravilloso de esta trasformación es que unos pueblos designados con el nombre aterrador de bárbaros; que una horda cuya planta salvaje iba dejando tras sí la huella de la devastación y de la ruina; que unas tribus que iban arrasando la tierra como una lengua de fuego; que unas razas desprendidas de las regiones ásperas y frías del Norte á los suaves y abundosos climas del Mediodía y Occidente como manadas de lobos hambrientos en busca de presas que devorar; que unos hombres que en su marcha de destrucción mezclaban los despojos de las ciudades des

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