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los dineros que me podía costar aquel negocio, pues todo había de salir de las costillas del dómine; y así por hacerle más mal, y que fuesen mayores las costas, daba cuanto me pedían. Andaban listos, solícitos y bulliciosos; sentían el dinero como las moscas la miel; no daban paso en vano. En menos de ocho días el pleito estuvo muy adelante, y mi bolsa muy atrás. Las probanzas se hicieron con facilidad, porque los alguaciles que los habían preso, los hallaron en fragante delito, y los llevaron a la cárcel en camisa como estaban; los testigos eran muchos, y sus dichos verdaderos. Los buenos del procurador, letrados y escribanos, que conocieron la flaqueza de mi bolsa, comenzaron a desmayar; de suerte, que para hacerles dar un paso era menester meterles más espuela que a mula de alquiler. La remisión fué tan grande, que conocida por el arcipreste y los suyos, comenzaron a gallear, untándoles las manos y los pies; parecían pesas de reloj, que subían a medida que los míos bajaban. Diéronse tal maña, que en quince días salieron de la cárcel bajo fiado, y en menos de ocho, con testigos falsos, condenaron al pobre Lázaro a pedir perdón, en costas y destierro perpetuo de Toledo.

Pedí perdón, como era justo lo hiciese quien con veinte escudos se había puesto a pleitear con quien los contaba a espuertas. Di hasta

mi camisa para ayudar de pagar las costas, saliendo en porreta a cumplir mi destierro; víme en un instante rico, pleiteando contra una dignidad de la santa iglesia de Toledo, empresa sólo para un príncipe; respetado de mis amigos, y puesto en predicamento de hombre honrado que no sufría moscas en la matadura; y en el mismo me hallé echado, no del paraíso terrenal, cubiertas mis vergüenzas con hojas de higuera, mas del lugar que más amaba y de donde tantos regalos y placeres había recibido, cubierta mi desnudez con andrajos que' en unos muladares había hallado. Acogíme al consuelo común de todos los afligidos, creyendo que pues estaba en lo más bajo de la rueda de la fortuna, necesariamente había de volver a subir. Acuérdome ahora de lo que oí decir una vez a mi amo el ciego, que cuando se ponía a predicar era un águila: que todos los hombres del mundo subían y bajaban por la rueda de la fortuna, unos siguiendo su movimiento, y otros al contrario, habiendo entre ellos esta diferencia que los que iban según el movimiento, con la facilidad que subían, con la misma bajaban, y los que al contrario, si una vez subían a la cumbre, aunque con trabajo, se conservaban en ella más tiempo que los otros. Según esto, yo caminaba a pelo y con tanta velocidad, que apenas estaba en lo alto, cuando

me hallaba en el abismo de todas las miserias. Vime hecho pícaro de más de marca, habiendo sido hasta entonces recoleto; pude muy bien decir: desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.

Encaminéme hacia Madrid pidiendo limosna, que lo sabía muy bien hacer: molinero solía ser, volvíme a mi menester. Contaba a todos mis cuitas, unos se dolían y otros se reían de mí, y algunos me daban limosna; con ella, como no tenía hijos ni mujer que sustentar, me sobrada la comida y aun la bebida. Aquel año habían cogido tanto vino, que a las más puertas que llegaba me decían si quería beber, porque no tenían pan que darme, jamás lo rehusé, y así me sucedió algunas veces en ayunas haber envasado cuatro azumbres de vino, con que estaba más alegre que moza en víspera de fiesta. Si he de decir lo que siento, la vida picaresca es vida, que las otras no merecen este nombre; si los ricos la gustasen, dejarían por ella sus haciendas, como hacían los antiguos filósofos, que por alcanzarla dejaban lo que poseían; digo por alcanzarla, porque la vida filósofa y picaral es una mesma; sólo se diferencia en que los filósofos dejaban lo que poseían por su amor, y los pícaros, sin dejar nada, la hallan. Aquéllos despreciaban sus haciendas, para contemplar con menos impedi

mento en las cosas naturales, divinas y movimientos celestes: éstos para correr a rienda suelta por el campo de sus apetitos; ellos las echaban en la mar; y éstos en sus estómagos; los unos las menospreciaban como caducas y perecederas; los otros no las estimaban, por traer consigo cuidado y trabajo, cosa que desdice de su profesión; de manera que la vida picaresca es más descansada que la de los reyes, emperadores y papas. Por ella quise caminar como por camino más libre, menos peligroso y nada triste.

CAPITULO IX

CÓMO LÁZARO SE HIZO GANAPAN.

No hay oficio, ciencia ni arte, que si se ha de saber con perfección, no sea necesario emplear la capacidad del más agudo entendimiento del mundo: a un zapatero que haya ejercitado treinta años su oficio, decidle que os haga unos zapatos anchos de puntas, altos de empeine y cerrados de lazo: ¿harálos? Primero que os haga un par como le pedís, os perderá los pies. Preguntad a un filósofo, por qué las moscas cagan en lo blanco negro, y en lo negro blanco :

pararse há tan colorado, como moza a quien se lo vieron afeitar a la candela, y no sabrá qué responder; y si a esto responde, no lo hará a otras mil niñerías.

Encontré junto a Illescas un archipicaro: conocílo por la punta, me llegué a él como a un oráculo, para preguntarle el cómo me había de gobernar en la nueva vida sin perjuicio de barras; respondióme, que si quería salir limpio de polvo y paja, juntase a la ociosidad de María el trabajo de Marta; a saber: que con ser pícaro añadiese serlo de cocina, del mandil, del rastro, o de la soguilla, que era como poner una salvaguardia a la picardía. Díjome más que por no haberlo hecho así, al cabo de veinte años que ejercitaba su oficio, el día anterior le habían dado doscientos por holgazán ; agradecíle el aviso, y tomé su consejo.

Cuando llegué a Madrid compré una soguilla, con que me puse en medio de la plaza, más contento que gato con tripas. Dios y enhorabuena, el primero que me engüeró fué una doncella (él me perdone si miento) de hasta diez y ocho años, más relamida que monja novicia; díjome la siguiese; llevóme por tantas calles que pensé lo había tomado a destajo, o que se burlaba de mí; a cabo de rato llegamos a una casa, que en el postiguillo, patio y mujercillas que allí bailaban, conocí ser

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