Imágenes de páginas
PDF
EPUB

cudero, que me había hurtado el vestido en Murcia; y sin duda que algún santo me lo deparó allí (porque yo no había dejado ninguno en las letanías que no hubiese llamado). Como vi la ocasión que me mostraba su calva, asíla del copete, y con una piedra quise matar dos pájaros, vengándome de aquel fanfarrón y librándome de aquellos sayones. Así les dije: "Señores, alerta, que el galán robador de vuestra honra viene aquí, que ha mudado de vestido." Ellos, ciegos de cólera, sin hacer más discurso, me preguntaron quién era; señaléselo; arremetieron a él, y asiéndole de los cabezones le echaron en el suelo, dándole mil coces, puntapiés y mojicones. Uno de los mozalvillos, hermano de la doncella, le quiso meter la espada por el pecho; mas su padre lo estorbó, y apellidando a la justicia lo maniataron. Como vi el juego revuelto, y que todos estaban ocupados, tomé las de Villadiego, y lo mejor que pude me escondi. Mi buen escudero me había conocido, y pensando que eran algunos deudos míos que le pedían mi vestido, decía: "Déjenme, déjenme que yo pagaré dos vestidos"; mas ellos le tapaban la boca a puñadas. Ensangrentado, descalabrado y molido le llevaron a la cárcel, y yo me salí de Madrid, renegando del oficio, y aun del primero que lo había inventado.

CAPITULO XI

CÓMO LÁZARO SE PARTIÓ PARA SU TIERRA, Y DE

LO QUE EN EL CAMINO LE SUCEDIÓ.

Quise ponerme en camino, mas las fuerzas no llegaban al ánimo, y así me detuve en Madrid algunos días; no lo pasé mal porque ayudándome de muletas, no pudiendo caminar sin ellas, pedía limosna de puerta en puerta, y de convento en convento, hasta que me hallé con fuerza de ponerme en camino; dime prisa a ello por lo que oí contar a un pobre, que al sol con otro se estaban espulgando: era la historia del cofre, como la he contado, añadiendo que aquel hombre, que habían puesto en la cárcel pensando era el del arca, había probado lo contrario, porque a la hora que había pasado el caso, estaba ya en su posada, y persona del barrio le había visto con otro vestido del con que lo habían prendido, mas que con todo eso lo habían sacado a la vergüenza por vagamundo, y desterrádolo de Madrid: y así él como los parientes de la doncella buscaban un ganapán, que había sido el que lo había urdido, con juramento que el primero que lo encontrase lo había de acribillar a estocadas. Abrí el ojo, y púseme en uno

un parche, rapándome la barba como cucarro: quedé con tal figurilla seguro de que la madre que me parió no me hubiera conocido. Sali de Madrid con intención de irme a Tejares por ver si, tornando al molde, la fortuna me desconocería. Pasé por el Escorial, edificio que muestra la grandeza del monarca que lo hacía (porque aún no estaba acabado), tal que se puede contar entre las maravillas del mundo, aunque no se dirá que la amenidad del sitio ha convidado a edificarle allí, por ser la tierra muy estéril y montañosa; pero sí la templanza del aire, que en verano lo es tanto, que con sólo ponerse a la sombra, no enfada el calor, ni la frialdad ofende, siendo por extremo sano.

A menos de una legua de allí encontré con una compañía de gitanos, que en un casal tenían su rancho; cuando me vieron de lejos pensaron era alguno de los suyos, porque mi traje no prometía menos; mas de cerca se desengañaron. Esquiváronse algún tanto, porque según eché de ver, seguían una consulta o lección de oposición: dijéronme que aquel no era el camino derecho de Salamanca, pero sí el de Valladolid. Como mis negocios no me forzaban más a ir a una parte que a otra, díjeles que, pues así era, quería, antes que volviese a mi tierra, ver aquella ciudad. Uno de los más ancianos me preguntó de dónde era, y sabiendo que de Tejares,

me convidó a comer por amor de la vecindad de los lugares, porque él era de Salamanca: admití el convite, y por postres me pidieron les contase mi vida y milagros. Hicelo, sin hacerme de rogar, con las más breves y sucintas palabras que cosas tan grandes permitían. Cuando llegué a tratar de la cuba, y de lo que en Madrid me había sucedido en casa de un mesonero, dióles muy gran risa, particularmente a un gitano y a una gitana, que daban las carcajadas de más de marca. Comencé a correrme poniéndome colorado: el gitano compatriota, que conoció mi corrimiento, dijo: "No se apure, hermano, que estos señores no se ríen de su vida, siendo ella tal que pide antes admiración que risa; y pues tan por extenso nos ha dado cuenta della, justo es le paguemos en la misma moneda, fiándonos de su prudencia, como él lo ha hecho de la nuestra; y si estos señores me dan licencia contarle he de dónde la risa procedió". Todos le dijeron la tenía, pues sabían que su mucha discreción y experiencia no le dejarían pasar los límites de la razón. "Sepa, pues, prosiguió él que los que allí ríen y carcajean, son la doncella y clérigo, que saltaron por la ventana in puribus, cuando el diluvio de su cuba los quiso anegar: ellos, si gustan, le contarán los arcaduces por donde han venido al presente estado".

La gitana flamante pidió licencia, captando la

benevolencia del ilustre auditorio, y así con voz sonora, reposada y grave, relató su historia del modo siguiente: "El día que salí o salté, por mejor decir, de casa de mi padre y me llevaron a la trena, me pusieron en un aposento más oscuro que limpio, y más hediondo que adornado; al dómine Urvez, que está presente y no me dejará mentir, le metieron en el calabozo, hasta que dijo ser clérigo, que del mismo lo remitieron al señor obispo de anillo, que le dió una muy grande reprensión por haberme pensado ahogar en tan poca agua y haber dado tal escándalo ; pero con la promesa que hizo de ser más cauto, y de atar su dedo de modo que la tierra no supiese sus entradas y salidas, le soltaron, mandándole no dijese misa en un mes. Yo quedé en guarda del alcaide, que como era mozo y galán, y yo niña, y no de mal talle, me bailaba el agua delante. La cárcel era para mí jardín y Aranjuez de deleites; mis padres, aunque indignados de mi libertad, hacían lo que podían para que la tuviese; pero en vano, porque el alcaide ponía los medios posibles para que no saliese de su poder. El señor licenciado, que está presente, andaba alrededor de la cárcel como perro de muestra, por ver si podía hablarme; hízolo por medio de una buena tercera, que era un águila en el oficio, vistiéndole con una saya y cuerpo de una criada suya, y poniéndole un rebozo por

« AnteriorContinuar »