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venir a mi casa? Aquí pagaréis las de antaño y las de hogaño". Llamó a sus criados, y trayendo una manta me mantearon tan a su gusto cuanto a mi pesar; dejáronme por muerto, y como estaba me pusieron en un tablero. Era ya noche cuando torné en mí, y me quise menear; caí en tierra, rompiéndome de la caída un brazo; venido el día, poco a poco me fuí a la puerta de una iglesia, donde con voz lastimosa pedía limosna a los que entraban.

CAPITULO XV

CÓMO LÁZARO SE HIZO ERMITAÑO.

Tendido en la puerta de la iglesia y haciendo alarde de vida pasada, consideraba los infortunios en que me había visto desde el día que comencé a servir al ciego hasta el punto en que me hallaba, y sacaba en limpio que por mucho madrugar no amanece más temprano, ni el mucho trabajar enriquece siempre; y así dice el refrán: más vale a quien Dios ayuda, que no quien mucho madruga; encomendéme a él para que el fin fuera mejor que había sido el principio y el medio. Estaba junto a mí un hermanuco venerable, barba blanca, báculo y rosario en la mano, en cuyo remate colgaba una cala

vera, tan grande como de conejo. Como el buen padre me vió afligido, con palabras dulces y blandas me comenzó a consolar, preguntándome de dónde era, y qué sucesos me habían traído a tal término. Contéle con breves y sucintas razones el largo proceso de mi amarga peregrinación; quedó admirado de oirme, y con piedad y lástima que mostró tener de mí, me convidó con su ermita; acepté el partido, y como pude, que no fué con poca pena, llegamos al oratorio, que estaba una legua de allí en una peña. Pegado a él había un aposento como una alcoba y una cama; en el patio estaba una cisterna con fresca agua, de la cual se regaba un huertecillo, más curioso que grande. "Aquí, dijo el buen viejo, ha veinte años que vivo fuera del tumulto e inquietud humana: este es, hermano, el paraíso terrestre; aquí contemplo en las cosas divinas y aun humanas; aquí ayuno cuando estoy harto, y como cuando hambriento; aquí velo cuando no puedo dormir, y duermo cuando el sueño me acosa; aquí paso en soledad' cuando no tengo compañía, y estoy acompañado cuando no sólo; aquí canto cuando estoy alegre y lloro cuando triste; aquí trabajo cuando no estoy ocioso, y lo estoy cuando no trabajo; aquí pienso en mi mala vida pasada, y contemplo la buena presente; aquí, finalmente, es donde todo se ignora y todo se sabe".

En el alma me holgaba de oir al chocarrero ermitaño, y así le supliqué me diese alguna noticia de la vida eremítica, porque me parecía la nata de todas. "¿ Cómo, respondió él, la mejor? Eslo tanto, que sólo el que la ha gustado puede saberlo; mas la hora no nos da tiempo para más, porque se acerca la de comer." Roguéle me curase mi brazo, que me dolía mucho; hízolo con tanta facilidad, que de allí adelante no me hizo más mal; comimos como reyes y bebimos como tudescos; acabada la comida, en medio del dormir de la siesta, comenzó a gritar mi bueno del santero, diciendo: "¡Que me muero! ¡ que me muero!" Levantéme, y halléle que quería expirar. Viéndole de aquella manera, preguntéle si se moría: respondióme: "Sí, sí, sí"; y repitiendo sí falleció dentro de una hora. Víme afligido considerando que si aquel hombre se moría sin testigos podían decir que yo lo había muerto y costarme la vida, que hasta entonces con tantos trabajos había sustentado; y para esto no era menester muchos testigos, porque mi talle mostraba ser antes salteador de caminos que hombre honrado. Salí al punto de la ermita, por ver si parecía por allí alguno que fuese testigo de aquella muerte: mirando a todas partes vi un hato de ganado cerca de allí; fuí allá presto (aunque con trabajo por estar molido de la refriega sas

tresca), hallé seis o siete pastores y cuatro o cinco pastoras a la sombra de unos sauces junto a una fuente despejada y clara: ellos tañían y ellas cantaban; los unos bailaban y los otros tocaban; éste tenía de la mano a una, aquél dormía en el regazo de la otra; finalmente, pasaban el calor en requiebros y palabras regaladas. Llegué despavorido a ellos, rogándoles que sin dilación se viniesen conmigo, porque el ermitaño se moría: vinieron algunos dellos, quedando los otros a guardar el rebaño; entraron en la ermita, y preguntaron al buen ermitaño si se quería morir; dijo que sí (y mentía, porque él no lo quería, hacíanselo hacer contra su voluntad): como vi que estaba siempre en sus trece de decir que sí, díjele si quería que aquellos pastores sirviesen de albaceas y cabezaleros; respondió sí; preguntéle si me dejaba por su único y legítimo heredero; dijo que sí; proseguí si confesaba que lo que poseía y de derecho podía poseer me lo debía por servicios y cosas que de mí había recibido; dijo otra vez sí. Aquel quisiera hubiera sido el último cuento de su vida; mas como vi que aun le quedaba aliento, porque no le emplease en daño, proseguí con mis preguntas, haciendo que uno de aquellos pastores sentase todo lo que decía: hízolo el pastor con un carbón en una pared, porque no había tin

tero ni pluma; dijele si quería que aquel pastor firmase por él, pues que no estaba para ello, y murió diciendo: "Sí, sí, sí".

Dimos orden de enterrarlo; hicimos una sepultura en su huerto (todo con gran prisa porque temía que resucitase); convidé a merendar a los pastores; no quisieron admitirlo por ser hora de repastar; fuéronse dándome el pésame; cerré bien la puerta de la ermita y dí vuelta a todo: hallé una gran tenaja de buen vino, otra de aceite, y dos orzas de miel; tenía dos tocinos, mucha cecina y algunas frutas secas: todo esto me agradaba mucho, mas no era lo que buscaba; hallé sus arcas llenas de lienzo, y en un rincón de una un vestido de mujer: esto me maravilló, y más de que hombre tan prevenido no tuviese dineros: quise ir a la sepultura a preguntarle dónde los había puesto; parecióme que después de habérselo preguntado, me respondería: "Ignorante, ¿ piensas que estando en despoblado, sujeto a ladrones y malandrines, los había de tener en un cofre a peligro de perder lo que amaba más que a mi vida?" Esta inspiración, como si realmente la hubiera oído de su boca, me hizo buscar en todos los rincones, y no hallando nada, consideré si yo hubiese de esconder aquí dineros, para que ninguno los hallase, dónde los escondería; dije entre mí: en aquel altar;

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