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No satisfecho el gobierno con esta providencia, se abstuvo al pronto de publicarla, tratando de realizar su propósito por otros medios. Para ello ajustó una concordia con el arzobispo de Colonia y algunos otros prelados (19 junio, 1834), con la cual, bajo pretexto de explicar el breve de Su Santidad para llevarlo á ejecucion, destruyó sus disposiciones mas esenciales. Convinose en ella que los curas no harían la intimacion prévia relativa á los cánones sobre matrimonios mixtos, ni pedirian á los cónyuges la promesa de educar á sus hijos en la verdadera fé; que la presencia puramente pasiva del párroco no tendria lugar sino en muy pocos casamientos, y que, para vigilar la ejecucion del breve de Su Santidad y sostener la independencia del clero en el disfrute de sus beneficios, se establecerían en las provincias del Rhin tribunales eclesiásticos. Cuando el papa tuvo noticia de esta novedad, pidió explicaciones al ministro de Prusia en Roma: el gobierno y los obispos que aprobaron la concordia las dieron poco satisfactorias, quedando la contienda en suspenso hasta 1837. En este tiempo murió el arzobispo de Colonia, sucediéndole en la silla un anciano benemérito por la perseverancia de su carácter y su firmeza en la fé. El nuevo arzobispo prometió al tiempo de la eleccion ejecutar la concordia de 1834 conforme al breve de Su Santidad, y como tal conformidad no existiese en su concepto sobre los puntos mas esenciales, se resistió á obedecerla. El gobierno le prendió para obligarle: los católicos tomaron con gran calor su causa, y desde entonces, ó no se celebraron en las provincias del Rhin mas matrimonios mixtos, ó á los que se hicieron precedió la intimacion y promesa ordenadas en el breve. No menos animoso se mostró el clero: los obispos que habian aceptado la concordia se apresuraron á condenarla, abjurando sus errores. El arzobispo de Posen, que fué uno de estos prelados, por haber prohibido bajo graves penas los matrimonios mixtos que no se celebraran con arreglo al breve, fué suspendido de sus funciones eclesiásticas, y desterrado de su diócesis: quebrantó luego el destierro, y llevado ante los tribunales civiles, tuvo que purgar en una prision el exceso de su celo. El pontífice aprobó su conducta, y protesto contra la sentencia que le condenara; mas el gobierno se mantuvo inflexible y le tuvo en la prision hasta que, habiendo ascendido al trono Federico Guillermo IV (1840), le indultó y permitió volver à su dió

cesis. Entonces dirigió el arzobispo una pastoral á sus fieles, exhortándoles à vivir en paz con los sectarios de otras religiones, y encargando à los curas que obedeciesen la ley civil que prohibia exigir la promesa canónica en los matrimonios mixtos, pero mandándoles que se abstuviesen de aprobarlos. Dos años despues prohibió las excomuniones públicas por razon de tales matrimonios, y ordenó á los, sacerdotes que dieran á los que los contrajesen la absolucion en el tribunal de la penitencia, y los sacramentos en caso de enfermedad. Tambien terminó de un modo satisfactorio la persecucion del arzobispo de Colonia. Este digno prelado renunció á la administracion de su diócesis, de acuerdo con la corte de Roma, y por mediacion del rey de Baviera, entrando á sustituirle como coadjutor el obispo de Spira, y dándosele satisfaccion pública por los agravios pasados. El rey rey declaró que nunca habia creido tomase parte el arzobispo en intrigas políticas, y el presidente de la provineia retiró la proclama injuriosa que habia dado cuando mandó prenderle.

En virtud del mismo derecho de inspeccion y vigilancia sobre la policía exterior del culto, ejercia el gobierno de Prusia la prerogativa de dar o negar el pase à la correspondencia de los obispos con la corte de Roma. Esta formalidad habia dado ocasion à graves conflictos, hasta que Federico Guillermo IV, por un decreto de 1842, permitió á los prelados comunicar libremente con la Santa Sede. Y así, con estas providencias conciliatorias y otras semejantes, se restablecieron al cabo las buenas relaciones entre aquel gobierno protestante y la Iglesia católica, que habian estado. interrumpidas mientras duró la cuestion de los matrimonios mixtos.

Un concordato muy semejante al de Prusia logró ajustar el Hannover en 1824 para las diócesis de Hildesheim y Osnabruck. Otro tratado de la misma especie concluyó la Holanda con la Santa Sede en 1827. Por él se estableció una nueva circunscripcion eclesiástica, creando dos obispa-' dos sufragáneos, uno en Amsterdam y otro en Bois-le-Duc;" se fijó la dotacion del clero; se reorganizaron los cabildos,' y se déterminó el modo de comunicar los obispos con la Santa Sede. Mas el gobierno protestante de este pais tuvo despues menos tolerancia con la Iglesia de la que merecia el número considerable de holandeses católicos, favoreció con demasiada parcialidad la religion reformada, y dió

lugar à la insureccion que rompió los lazos entre Holanda y Bélgica (1).

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La organizacion eclesiástica de Suiza exigia tambien alguna reforma desde que varió la de Alemania, con la cual tenia estrechos vinculos. Diez cantones católicos consiguieron en 1814 un breve del papa, que los constituyó en diocesis separada de las de Alemania de que antes dependian. No se habia llevado á efecto este breve cuando el canton de Argovia pidió entre otros que se le pusiese interinamente bajo la autoridad del obispo de Constanza. Por negociaciones posteriores se reunieron los cantones de Basilea, Lucerna, Berna, Soleura y Argovia: uniéronse los obispados de San Gall y Coira, y volvieron á separarse en 1825. El papa no quiso aceptar un concordato, en cuya virtud debian unirse los tres cantones primitivos de Uri, Schwytz y Unterwalden al obispado de Coira. Por último, los católicos del canton de Ginebra, antiguo foco del calvinismo, fueron agregados al obispado de Friburgo. Estas medidas parciales carecian de sistema, pero dieron lugar a que en 1828 pudiera la Suiza celebrar un concordato con el papa Lon XII, en que se organizará definitivamente en aquel pais la Iglesia católica. Por él se establecia una nue va circunscripcion de diócesis: los católicos de Lucerna, Soleura, Berna, Argovia, Basilea, Zug y Thurgovia, formariau la diócesis de Basilea, cuya silla habia de estar en Soleura. Habria en la iglesia matriz un cabildo de canónigos con tres dignidades, nombradas una por el obispo, otra por el gobierno y otra por el papa: el obispo habia de ser, elegido por el cabildo y confirmado por el pontifice. Mas estos acuerdos fueron desaprobados por muchos cantones, en cuyo nombre se habian aceptado, por lo cual fué, preciso celebrar otro convenio con los cantones de Lucerna, Berna, Soleura y Zug, al cual se adhirieron en 1850 los de Argovia y Turgovia. En su virtud, los 882,859 católicos de Suiza, fueron repartidos entre seis obispados, uno en Basilea, otro en Lausana-Ginebra, otro en Sion, otro

(1) De la Prusse et de sa domination, París, 1942.—Alzog, lugar citado.

en Coira-San Gall y otros dos en Coma y en Milan para el canton de Tessino. No habiendo arzobispo nacional, todos los obispos de Suiza quedaron sujetos inmediatamente à la Santa Sede, la cual habia de ejercer su autoridad por medio de un nuncio apostólico, que residiría en Lucerna. Tal ha sido por fin la organizacion eclesiástica definitiva de aquel pais, la cual ha durado á pesar de la cruel persecucion que ha sufrido alli la Iglesia católica, y de la guer ra á que dió origen la supresion de los conventos, la expulsion de los jesuitas y otras medidas hostiles á los catóficos que tomó no ha mucho la dieta con infraccion del pacto federal.

La iglesia de Portugal es una de las que han sufrido mas trastornos en estos últimos tiempos á consecuencia de la revolucion política. Uno de los primeros actos del emperador D. Pedro cuando conquistó este reino para su hija, fué la abolicion completa é inmediata de todas las órdenes religiosas de varones y la ocupacion de sus bienes. Las comunidades de religiosas continuaron, pero permitiéndoles abandonar sus conventos, y mandándoles no admitir á profesion monjas nuevas. Prohibiéronse las procesiones religiosas, desaparecieron de los parajes públicos los retablos é imágenes de los santos, y se vedó el toque de campanas fuera del absolutamente preciso para llamar á los fieles á misa. Todos los obispados y prelacias que habian sido provistos por D. Miguel fueron declarados vacantes: suprimiéronse los diezmos: se prometió á los curas y á los exclaustrados una pension que se les pagó rara vez, y se trató de proveer las diócesis cuyos titulares no habian sido nombrados por el gobierno ilegitimo. Mas el papa se negó á reconocer al nuevo monarca, no dió la institucion á los obispos que le presentaron, y en una alocucion de 1.° de agosto de 1834, deploró amargamente las desventuras de la iglesia portuguesa, y amenazó al gobierno con las censuras canónicas si seguia despojando al clero de lo suyo, é invadiendo la autoridad eclesiástica.

A esta amenaza contestó el gobierno portugués con un acto de mas abierta hostilidad: viendo que Roma no confirmaba sus obispos, quiso suplir esta falta de una manera anticanónica, haciendo que el patriarca de Lisboa los instituyera y consagrara á un tiempo. Los católicos mas fervorosos, aconsejados por el obispo de Viseu, no reconocie ron como prelados ni como párrocos legitimos à los que no

habian sido nombrados por la Santa Sede; y como estos fuesen pronto muchos en número, se vieron desiertas las iglesias públicas, al mismo tiempo que se reunian secretamente los fieles en casas particulares para practicar el culto y oir la divina palabra de boca de sus antiguos pastores. Alarmado el gobierno con estos sucesos, empleó primero la violencia para hacerse obedecer; pero convenciéndose luego de que la oposicion religiosa tenía muy hondas raices, trató de contemporizar con ella buscando al papa para negociar un arreglo.

Las primeras insinuaciones hechas à la corte de Roma tuvieron mal suceso, pues el papa se negó á entrar en tratos con el gobierno de doña Maria mientras no se otorgasen ciertas condiciones. Pero hubo de temer Su Santidad que este rigor fuese perjudicial á los intereses de la reli gion católica, y así se decidió en 1841 á enviar por nuncio å Lisboa á monseñor Cappacini, å fin de que reconociese en nombre de la Santa Sede á la reina doña María, y le entregase la rosa de oro acostumbrada en tales actos. Vi niendo en seguida á los negocios eclesiásticos, prometió el nuncio no reclamar contra la enagenacion de los bienes del clero, lo cual permitió que ambas partes conviniesen en las bases de un futuro concordato. Hallándose en este estado la negociacion (1843), confirmó el para al patriarca de Lisboa, al arzobispo de Braga y al obispo de Leiria, dejando pendiente la causa de los demas obispos para mas adelante. Nada se ofreció por una ni por otra parte sobre restablecimiento de las comunidades religiosas; pero si se derogaron los decretos ofensivos al culto y contrarios á las ceremonias. Estos hechos anunciaban que debia concluirse muy pronto un concordato definitivo, mas aun no se ha verificado, ó por lo menos no ha visto la luz pública (1).

No hacemos mencion de otras bulas en cuya virtud han provisto los papas muchas iglesias de las nuevas repúblicas de América, que estuvieron largo tiempo sin pastores despues que se separaron de la metrópoli. Estos convenios no ofrecen novedad alguna despues de los concordatos celebrados con otras potencias. España, por último, ha entrado tambien en este camino ajustando con la Santa Sede el concordato que se acaba de promulgar; pero nada podemos decir de las negociaciones seguidas para llegar á él, porque no pertenecen todavía á la historia.

(1) Reveu Britanique, noviembre 1844.-Alzog, obra citada.

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