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el mapa las diócesis nuevas, estableciendo cuarenta y cinco obispados y quince arzobispados. Para proveerlos nombraria el primer cónsul los eclesiásticos que creyese mas dignos, sin distinguir entre los juramentados y los no juramentados, tomando mas de estos últimos, por ser mas numerosos y mas queridos de los fieles, y el papa se prestaría á confirmarlos. El Estado incluiría en el presupuesto y pagaría religiosamente la dotacion del culto y clero; pero en cambio el pontifice reconoceria como válida la enagenacion de los bienes de la Iglesia, y otorgaria el perdon á todos los clérigos casados.

Entabláronse las negociaciones entre monseñor Spina, presbitero genovés, arzobispo de Corinto, enviado expresamente á París por el papa con este objeto, y el cura Bernier, relacionado con el gobierno desde que contribuyó á pacificar la Vendea, y ahora su agente. Cuando el enviado romano escuchó de Bernier las proposiciones de concordato que antes hemos dicho, las declaró contrarias à la fé, y anunció que el pontifice no accedería nunca á admitirlas; pero propuso otras condiciones, cuya sustancia era la siguiente: En el preámbulo del convenio se declararía á la religion católica religion del Estado, con obligacion en los consules de profesarla públicamente y de derogar las leyes contrarias á ella. Admitiendo el número y nueva circunscripcion de diócesis, no quería Spina la dimision forzosa de los antiguos prelados, y en su lugar proponia que el papa se entendiese amistosamente con el gobierno, á fin de que aquellos obispos que le fueran adictos fuesen reintegrados en sus diócesis, ó en las correspondientes á las que respectivamente habian tenido; y los que no merecieran la confianza de Bonaparte continuarían en el mismo estado en que se hallaban, hasta su muerte, gobernando entre tanto las iglesias administradores nombrados de comun acuerdo por el papa y el primer consul. Solo las sillas vacantes se proveerian indistintamente con eclesiásticos juramentados y no juramentados, pero exigiéndose de los primeros una retractacion de sus errores. No habia dificultad en reconocer en el primer cónsul la misma facultad que en los reyes de Francia en cuanto al nombramiento de los obispos, pero con la excepcion de que no pudiera ejercer este derecho el cónsul que no fuese católico. Los curas serian nombrados por los obispos con el consentimiento de la autoridad civil.

La aprobacion explícita de la enagenacion de los bienes nacionales suscitaba dificultades gravisimas; pero en cambio ofrecia monseñor Spina que el papa prometeria renunciar á su derecho contra los poseedores de aquellos bienes, siempre que se devolviesen á la Iglesia los no vendidos, y se le reconociese el derecho de adquirir por testamento otros nuevos. Por último, la Iglesia volvería á admitir en su seno á los clérigos casados, exceptuando tan solo á los religiosos que habian hecho ciertos votos, y á los prelados.

Bonaparte insistió en sus proposiciones. Bernier hizo presente que el tribunado y el cuerpo legislativo no adwitirían la declaracion relativa á la religion de Estado, pero que esta cláusula podria sustituirse con otra en que se dijese que la religion católica era la de la mayoría del pueblo francés. Prometió tambien que el primer cónsul asistiria á las ceremonias solemnes del culto, pero no se obligaba á ejercer otras prácticas, como la confesion y la comunion. En cuanto a la dimision de los antiguos obispos, replicó Bernier que, habiéndola hecho ellos en 1790 en manos de Pio VI, cuando lo tomaron per árbitro, con motivo de la constitucion civil del clero, ahora podia aceptárseles el cumplimiento de aquella promesa; y que habia ya un ejemplo de esto en la Iglesia, cuando 500 obispos de Africa renunciaron sus diócesis para poner fin al cisma de los donatistas. Tampoco se hizo concesion ninguna en cuanto á la eleccion para las diócesis de los eclesiásticos juramentados, ni á la excepcion de que el primer cónsul dejase de nombrar los obispos cuando no fuese católico, ni á la restitucion de los bienes nacionales no vendidos. Respecto al restablecimiento de la facultad de adquirir en la Iglesia, se ofreció concederla para aceptar donaciones constituidas en rentas del Estado.

No atreviéndose monseñor Spina á aceptar estas proposiciones ni á desecharlas absolutamente, por temor de que se malograra la negociacion, consintió en enviar á Roma el proyecto de concordato redactado por el primer cónsul, recomendando al Santo Padre la necesidad de concluir un tratado que habia de restablecer en Francia el culto católico. Un correo llevó á M. Cacault, embajador francés en Roma, aquel proyecto, con orden de someterlo inmediatamente á la aprobacion definitiva del papa; y para captarse la benevolencia de Su Santidad, se devolvió á Loreto la imágen de la Virgen de este nombre,

que habia sido traida de Italia en tiempo del directorio, cuando el ejército francés se apoderó de aquella ciudad. Pio VII acogió el proyecto mejor de lo que se esperaba, y se dispuso á admitirlo, con algunas variaciones de redaccion. Para hacerlas lo sometió al exámen de tres cardenales, cuyo informe debería ser consultado con una congregacion de otros doce, guardando todos el mayor secreto, á fin de que los emigrados franceses, enemigos de toda avenencia entre Roma y el gobierno usurpador de su pais, no influyesen en el sacro colegio contra las intenciones pacíficas del papa. La congregacion de los doce cardenales hizo modificaciones en el proyecto de Bonaparte que no pudo aceptar M. Cacault. Perdióse con esto bastante tiempo, hasta que al fin la corte de Roma envió á Francia un contra-proyecto conforme en todo con el del primer cónsul, menos en los puntos siguientes: Se insistia en que se declarase á la religion católica religion del Estado, con obligacion en los cónsules de practicarla. El papa pediria la dimision á los antiguos obispos, pero no se obligaba á deponer á aquellos que se negasen á darla, y en su lugar ofrecia adoptar las medidas convenientes para que no continuasen administrando sus diócesis. Por último, tampoco cedia Pio VII en cuanto à privar á la Iglesia de la facultad de adquirir bienes raices por testamento, y á no excluir del derecho de presentar obispos al primer consul cuando no profesase la religion católica.

Mientras se seguian en Roma estas negociaciones, se preparaba en Paris un golpe decisivo para intimidar al pontifice y acabar con sus vacilaciones. Receloso Bonaparte de la sinceridad de la corte romana, al ver pasar el tiempo sin llegar á un resultado definitivo, llamó á monseñor Spina, á Bernier y á Talleyrand, su ministro de Estado, para manifestarles que el papa abandonaba los intereses de la religion por respeto hacia los emigrados y á los gobiernos enemigos de Francia; que él prescindiría de la Santa Sede, puesto que ella rechazaba su auxilio; que no perseguiría á la Iglesia, pero que abandonaría á su suerte á los sacerdotes, castigando à los turbulentos, y dejando á los demas que viviesen como pudieran; y que se consideraría libre de todo compromiso con la corte romana, inclusos los contraidos por el tratado de Tolentino. Monseñor Spina comunicó esta declaracion à su corte, lleno de terror. Talleyrand escribió al embajador, encargándole

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viese al papa para comunicarle la resolucion del primer consul, y anunciarle que tenia órden para salir de Roma en el término de cinco dias, si inmediatamente no se aceptaba el concordato tal como habia sido propuesto, y sin ningunas modificaciones.

Estos despachos pusieron en consternacion al papa y dieron gran pesar á M. Cacault, que sabia que las dilaciones de que se quejaba Bonaparte no nacian de malicia, sino de la lentitud provervial de la cancilleria romana, Convencido ademas el embajador de la buena fé con que procedia el pontifice, y sabiendo que el cardenal Consalvi, su ministro, era á quien principalmente se atribuian en Francia las dificultades del concordato, propuso á Pio VII' que el mismo cardenal fuese enviado à Paris con amplios poderes para terminarlo. Gran dolor costó al papa separarse de su ministro predilecto, pero al fin consintió cediendo á la necesidad; y como las órdenes de retirarse que habia recibido Cacault eran terminantes, los dos embajadores salieron juntos de Roma, uno con direccion à Francia y otro para Florencia, donde debia aguardar el resultado, conforme le prevenia su gobierno.

Entre tanto Bonaparte se habia tranquilizado al ver por el contra proyecto de concordato enviado de Roma que no eran muy graves las diferencias que quedaban por arreglar, y en su consecuencia se dispuso á acoger benévolamente al cardenal Consalvi. Llegado este á Paris tuvo varias conferencias con Bernier, para tratar de las dos dificultades principales del arreglo, que eran la declaracion. de una religion de Estado y la deposicion de los antiguos obispos. Por último, se convino en un preámbulo, que enlazado con el artículo primero, llenase hasta cierto punto los deseos de ambas partes. Diríase en él que el gobierno, reconociendo que la religion católica era la religion de la gran mayoria de los franceses.... El papa, reconociendo por su parte que esta religion habia recibido y esperaba aun en aquel momento grandes bienes del restablecimiento del culto católico en Francia, y de la profesion particular que hacian de él los cónsules de la republica, etc. Por estos dos motivos ambas autoridades establecian (articulo 1.°) que la religion católica se practicaria en Francia, siendo público su culto, y conforme á los reglamentos de policia que se juzguen necesarios para mantener la tranquilidad pública. Este preámbulo cumplia en cierto modo los deseos de am

bas partes, porque proclamaba el restablecimiento del culto, y todo lo concerniente à la religion de los cónsules, como hecho personal y privado, lo ponja en boca del papa. Sobre la deposicion de los antiguos obispos pedia Consalvi que no se obligase al papa á pasar por el dolor de decretarla en un acto público, y prometia en cambio que Su Santidad no consideraria como titulares de sus respectivas sillas à los que no quisiesen resignarlas, y consentiria en reemplazarlos, sin que este convenio se incluyese en el concordato. Pero Bonaparte firme en su propósito, exigió un artículo en que se dijera, que el papa pediria su dimision á los antiguos obispos con la esperanza de que todos la darían por amor á la religion, y que si la rehusaban se proveeria con nuevos titulares al gobierno de las diócesis de la nueva circunscripeion eclesiástica. Respecto al nombramiento de los obispos accedió Bonaparte à que se dijese, que cuando el primer cónsul fuese protestante, se haría un nuevo convenio para determinar el modo de nombrarlos. Se estipuló que los curas serían nombrados por los obispos, con acuerdo del gobierno. La cuestion relativa al juramento de los eclesiásticos, quedó resuelta haciendo que los obispos lo prestasen ante el primer cónsul, en los mismos términos en que antes lo hacian á los reyes de Francia. Los clérigos de segundo órden harian igual juramento ante las autoridades civiles. Se reconoció sin dificultad á los obispos el derecho de establecer seminarios eclesiásticos y cabildos catedrales, pero sin obligacion de dotarlos por parte del Estado. La Santa Sede, de acuerdo con el gobierno, haria la nueva circunscripcion de diócesis. Los obispos harian otra semejante de parroquias, con aprobacion de la autoridad civil. El articulo 15 relativo á la enagenacion de los bienes del clero, quedó redactado en estos términos: Su Santidad, por el bien de la paz y el feliz restablecimiento de la religion católica, declara que ni ella ni sus sucesores inquietarán de manera alguna á los poseedores de los bienes eclesiásticos enagenados, y que en su consecuencia, la propiedad de estos mismos bienes y los derechos y rentas unidos à ellos, permanecerán inconmutables en su poder y en el de sus causa-habientes. El gobierno se comprometió á pagar una dotacion conveniente á los obispos y á los curas, y se obligó á adoptar las disposiciones necesarias para que los franceses católicos pudiesen hacer fundaciones en favor de la Iglesia. Ambas

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