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largo, marchita las facultades intelectuales, al modo que una substancia mortífera corrompe los principios vitales. Estas varias castas que formaban la mayoria de la poblacion se despreciaban unas á otras, y todas detestaban á los criollos, especie de patricios que en efecto no los miraban sino como un pueblo de libertos. La nobleza del color blanco era siempre un obgeto de odio y un título para la ambicion. El alto comercio, las magistraturas civiles y eclesiásticas, estaban en manos de esta aristocracia, la cual tampoco podia de pronto penetrarse toda bien de los beneficios de la revolucion; los unos temian la pérdida de su fortuna, y á los otros les importaba pocò que el incienso ofrecido á la divinidad fuese ofrecido por un vasallo ó por un ciudadano.

La desigualdad de condiciones, la diferen⚫cia y la relajacion de costumbres formaban allí, como en todas partes, una masa de po blacion compuesta de individuos de todas las demas clases; era en extremo pobre, aun mas escasa de talentos, sin cuidado alguno acerca de su estado en la sociedad, y accesible solo á bajas afecciones. De buena ó mala voluntad, esta masa daba reclutas á la milicia del poder español; pero los patriotas no obtenian su ayuda sino á fuerza de dádivas, y únos mis

mos individuos militaban alternativamente por una y otra causa: la voz de la libertad no era escuchada, y el despotismo encontraba siempre á su favor el hábito de la obediencia. Así es como los republicanos y los realistas se han disputado por mucho tiempo los hombres y el territorio; pudiendo decirse en cierto modo que habia dos estados mayores para un solo egército.

Finalmente no olvidemos que la metrópoli habia condenado á los americanos á no conocer ni la protecion de la industria, ni los socorros de una agricultura variada. No tenian manufacturas, ni artes, ni otros recursos que los que les permitia la desconfianza del régimen colonial. Era menester crear todos los medios de hacer la guerra, esto es, armas y la decidida voluntad de sacrificarse. Con todo la regeneracion de un pueblo semejante no ha hecho desmayar ni por un mo❤ mento siquiera el valiente espíritu de Bolivar de sus camaradas.

y

las

Estos promovieron las primeras insurrecciones y sostuvieron los primeros combates con hombres medio desnudos y armados de palos y de horquillas. En mucho tiempo no pudieron oponer sino el arma blanca á las de fuego de Europa; y la España admiraba en

esto la obra de su política que habia hecho de sus hijos un pueblo de Indios. Pero estos ensayos de la multitud y la perseverancia de los gefes daban grandes egemplos, inspiraban una generosa emulacion, y por último enseñaban á vencer. Los ricos dieron honor á su pais, pagando con el oro que debia afeminarlos, el hierro que hace libres las naciones mientras que las reacciones sangrientas del poder acababan de promover la decision absoluta de todas las clases, especie de educacion política en que las provincias del norte han mostrado adelantar con mayor ardor. Los españoles decian «< que los venezuelanos no solo habian sacado la espada, sino que habian hecho pedazos la vaina, cuando en la Nueva Granada se contentaban con hacer los - oradores. >

Venezuela continuaba arrancando los elogios de sus opresores. Estaba asolada mas no sometida. Los compañeros y los succesores de Boves, desdeñandose de restablecer el gobierno de la metrópoli, no habian siquiera establecido una autoridad militar; allí no habia sino una permanente mortandad de víctimas señaladas por la codicia ó sacrificadas por el miedo. No hallaban seguridad sino sentándose sobre ruinas, porque no consé

guian la sumision sino en medio de cadáveres. La guerra se hacia por fin nacional. Los habitantes tímidos que habian llamado moderacion su tibio valor; otros contenidos por mucho tiempo por intereses ó por hábito ó por estar titubeando entre los deberes domésticos y las virtudes republicanas; todos heridos ya por la tiranía querian sustraerse de recibir nuevos golpes. Refugiados á los bosques con sus familias, tomaban á egemplo de los salvages aquel género de vida que aumenta las fuerzas del hombre y disminuye 'sus necesidades; iban pidiendo su alimento á la tierra y la venganza al cielo.

Reunidos muy inmediatamente en gran número, excitados por el cuadro de sus miserias é inspirando por todas partes el temor de una suerte semejante, hicieron partidarios de su causa á los fogosos habitantes de las llanuras, y de esta mezcla de diferentes castas se vió salir una multitud de guerrillas invencibles.

Todo lo que prepara la derrota de los soldados europeos, parece combatir á favor de los llaneros. Ellos no tienen necesidad ni de bagages ni de hospitales; no conocen el calzado, y todo su vestido se reduce á unos calzoncillos. Sus raciones se encuentran he

chas en cualquier parte donde se paran; asan la carne y la comen sin pan, y no beben sino leche ó el jugo del coco. El europeo sondea los pantanos y mide los precipicios, mas el llanero los ha saltado ya muchas veces. La lanza de que se vale contra las bestias feroces, lleva la muerte á las filas enemigas; ni tiene otras armas de fuego que las que toma en el campo de batalla. Estos hombres disfrutan de todas las riquezas del clima, y son superiores á todos sus peligros. La mayor parte montaban en caballos que ellos solos podian domar. Caian de improviso en medio de los Españoles, sin dejarles nunca tiempo para disputar la victoria. Sus incursiones repentinas, la rapidez de sus movimientos, y lo precipitado de sus retiradas han hecho darles el nombre de Tártaros de la América.

. En el número de sus gefes, que eran todos ciudadanos pacíficos en otro tiempo, y entónces soldados 'infatigables, se distinguian Cedeño y Monagas ; Paez decidido al principio por los Españoles y que habia adquirido su indignacion contra ellos estando en sus filas; Saraza que se negó á las seducciones del poder con un desinteres digno de la antigüedad. Estos ocupaban lo interior del pais, forzando siempre á los Españoles á refugiarse en las fortalezas

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