Imágenes de páginas
PDF
EPUB
[merged small][graphic]
[ocr errors]

DOMNUS:

[graphic]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]
[ocr errors]

Томо ІІ

MONEDAS DE DON JUAN II

19

ses (fin de abril, 1408). En su virtud el servicio se rebajó por aquel año á cuarenta millones.

Durante esta tregua se sintió el rey Mohammed de Granada gravemente enfermo. Cuando se convenció de que se aproximaba el fin de sus dias, queriendo dejar asegurada la sucesion del trono en su hijo, determinó dar muerte á su hermano Yussuf, á quien, como dijimos en otro lugar (1), tenia preso en el castillo de Salobreña. La carta al alcaide de aquella fortaleza estaba escrita en estos términos: «Alcaide de Xalubania, mi ser

[merged small][ocr errors]

vidor: luego que recibas esta carta de manos de mi arraez Ahmed ben Xarac quitarás la vida á Cid Yussuf, mi hermano, y me enviarás su cabeza con el portador: espero que no hagas falta en mi servicio. » A la llegada del arraez se hallaba el príncipe jugando al ajedrez con el alcaide de la fortaleza, sentados ambos sobre preciosos tapices bordados de oro y en almohadones de oro y seda. Cuando el alcaide leyó la órden, se inmutó y turbó, porque el ilustre prisionero, con su bondad y excelentes prendas, se habia ganado los corazones de cuantos

[ocr errors][ocr errors][merged small][merged small][ocr errors]
[merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][ocr errors][merged small]
[ocr errors][ocr errors][merged small][ocr errors][merged small][merged small][ocr errors][merged small][ocr errors][merged small]

le rodeaban. Conociendo el príncipe su turbacion, le dijo: «¿Qué manda el rey? ¿ordena mi muerte? ¿pide mi cabeza?» El alcaide le dió á leer la carta. Luego que la leyó, «permitidme algunas horas, le dijo, para despedirme de mis donceles y distribuir mis alhajas entre mi familia. » El arraez apuraba por la ejecucion del mandato real, puesto que tenia tasadas las horas para volver á Granada con el testimonio de haber llenado su comision. «Pues al menos acabemos el juego, añadió el príncipe, y concluiré perdiendo la partida.» Continuaban jugando, mas aturdido y con menos concierto el alcaide que el mismo Yussuf, cuando entraron precipitadamente dos caballeros de Granada con la noticia de la muerte del rey Mohammed y de haber sido aclamado su hermano Yussuf. Dudando estaban todos de lo que oian, cuando llegaron otros dos mensajeros, portadores de la misma nueva. Era cierta la aclamacion, y Yussuf pasaba de repente desde el pié del patíbulo á las gradas del trono (2).

Entró, pues, Yussuf en Granada entre populares aclamaciones, por en medio de arcos de triunfo, sembradas de flores las calles y plazas, cubiertas las paredes de ricos paños de seda y oro, y fué paseado dos dias en triunfo recibiendo las mas vivas demostraciones de amor de su pueblo. Uno de sus primeros

(1) Cap. 24.

(2) Conde, Dominac. de los Arabes, part. IV, cap. 28.-No es nuevo este ejemplo de serenidad y fria calma en los árabes para recibir la muerte; y de ello hemos citado ya algun otro caso.

actos fué enviar una embajada al rey de Castilla, noticiándole su ensalzamiento y manifestándole sus deseos de vivir con él en paz y amistad. El portador de estas credenciales fué su privado Abdallah Alhamin. Fué este embajador bien recibido en Castilla, y se ratificó la tregua con las mismas condiciones que se habian pactado con Mohammed. El nuevo emir hizo al monarca castellano un presente de buenos caballos con preciosos jaeces, espadas y paños de seda y oro.

Desde este tiempo hasta que se renovó la guerra de Granada, volviéronse á sentir en Castilla y se renovaban cada dia las desavenencias entre el infante y la reina madre, no por culpa de aquel, que procediendo con nobleza y lealtad en todo deseaba y procuraba la mejor armonía y concordia, y no perdonaba medio para congraciar á su co-regente y disipar la semilla de la discordia que desleales consejeros se complacian en sembrar. Adolecia de crédula la reina; no faltaban en la corte espíritus rencillosos que por envidia y mala voluntad atribuian siniestras miras al infante don Fernando; veíase este contrariado en sus planes de gobierno; apartábansele ó le miraban con desconfianza algunos magnates, y era menester toda su generosidad y grandeza de alma para no desmayar en su celo y afan por el bien del reino. Mas justos apreciadores de sus cualidades los extranjeros que muchos de los castellanos, ofreciéronse á servirle en la guerra contra los moros á sus propias expensas, primeramente el duque de Borbon y el conde de Claremont, despues el duque de Austerlitz y el conde de Luxembourg, grandes señores de Alemania, á los cuales contestaron la reina y el infante agradeciéndoles su ofreci

miento, pero añadiendo que aquel año (1409) tenian pactada con sus compañías se movió hácia la Boca de Asno (2), donde tregua con los moros.

Tampoco desatendia el infante don Fernando el interés y el provecho de su propia casa y familia, y en aquel período de paz, como hubiesen muerto los grandes maestres de Alcántara y de Santiago, agenció y negoció con viva solicitud y empeño ambos maestrazgos para dos de sus hijos, logrando que fuese conferido el primero á don Sancho, el segundo á don Enrique. Hizo igualmente que fuesen ratificados por los procuradores del reino los desposorios antes concertados de su hijo don Alfonso con la princesa doña María, hermana del rey.

No habia podido Yussuf renovar y prolongar la tregua, aunque lo habia solicitado: deseaba el infante acreditar su esfuerzo en las lides y dejar al rey su sobrino ensanchados los límites de la monarquía castellana. Así, aun sin esperar á que las aguas y el sol de la primavera vistieran de verde los campos, salió de Valladolid para Córdoba (febrero, 1410) con el fin de preparar y activar la nueva campaña. Allí reunió los principales caballeros y los mas acreditados adalides; celebró consejos para determinar hácia qué parte convendria llevar primeramente la guerra, y oidos los diferentes pareceres resolvió por sí el infante acometer á Antequera, una de las ciudades mas importantes del reino granadino, y cuya fértil vega solo es comparable á la de la capital. A mediados de abril se pusieron en marcha las huestes cristianas, capitaneadas por el mismo infante.

Cuando habian atravesado las llanuras de Ecija, presentóse el caudillo de la legion sevillana don Perafan de Ribera, que llevaba la venerable espada de San Fernando para armar con ella otra vez el brazo del intrépido infante castellano; este se apeó del caballo para recibirla, y con la rodilla en tierra tomó y besó aquella reliquia militar que recordaba y representaba tantas victorias. A las márgenes del rio Yeguas, límite de los reinos cristiano y musulman, se arregló el órden que habia de llevar el ejército, cuya vanguardia se encomendó á don Pedro Ponce de Leon, señor de Marchena: capitaneaban los demás cuerpos el condestable Ruy Lopez Dávalos, el almirante don Alfonso Enriquez, y don Gomez Manrique, adelantado de Castilla: el centro le conducia el infante, y entre otros personajes y caudillos se veia al obispo de Palencia, don Sancho de Rojas, armado de todas armas como los demás campeones. El 27 de abril acampó el infante á la vista de Antequera con dos mil quinientas lanzas, mil caballos y diez mil peones, y desde luego tomó medidas para atacar vigorosamente la plaza.

Por su parte el emir granadino no habia estado ocioso, habia hecho predicar la guerra santa en las mezquitas, y todos los guerreros del reino habian recibido órden para reunirse en Archidona: los dos hermanos del rey, Cid Ali y Cid Ahmed, habian aceptado el cargo de caudillos, y congregáronse en aquella ciudad cinco mil jinetes y ochenta mil soldados de á pié (1). Avistáronse ambos ejércitos en uno de los primeros dias de mayo, y el 6 se comenzó el combate con gran gritería por parte de los moros y con grande estruendo de atabales y trompetas, dirigiéndose á las alturas de la Rábita, donde se habia atrincherado el obispo de Palencia, don Sancho de Rojas, pero fueron rechazados por los soldados del obispo reforzados por la hueste de Juan de Velasco. Los príncipes moros, Cid Ali y Cid Ahmed, se pusieron á la cabeza de sus columnas: los cristianos peleaban entusiasmados al ver al infante blandir la espada de San Fernando, y un monje del Cister excitaba su ardor religioso recorriendo las filas y predicando con un crucifijo en la mano. Las turbas agarenas, mucha parte de ellas indisciplinadas, no pudieron resistir el ímpetu de los guerreros castellanos; la victoria se declaró por estos, y los infieles huyeron á la desbandada á guarecerse en las escabrosidades de la sierra. Camino de Málaga y de Cauche seguian las huestes de Gomez Manrique y de Pedro Ponce de Leon á los fugitivos, sembrando de cadáveres los campos: el infante

[blocks in formation]

los moros habian tenido su real, dando órden al comendador mayor de Leon para que vigilara los moros de la plaza é impidiera su salida. Con mucho trabajo recogió la gente que se hallaba enfrascada en el botin, y se volvió á sus reales á dar gracias á la Vírgen María por el triunfo con que habia favorecido á los cristianos. Mas de quince mil moros habian perecido en aquel combate, segun el recuento que se supo habia hecho el rey de Granada; casi insignificante fué la pérdida del ejército cristiano; inmenso el botin que dejó el enemigo, tiendas, lanzas, alfanjes, banderas, albornoces, caballos, riquísimas alhajas, y hasta quinientas moras quedaron cautivas. El infante nada quiso para sí sino la gloria del triunfo, y solo tomó un hermoso caballo bayo que encontró en la tienda de los príncipes moros. Apresuróse á dar á la reina la noticia de tan señalada victoria, y en toda Castilla se hicieron procesiones y regocijos públicos (3).

Faltaba rendir á Antequera, objeto principal de la campaña. Forzoso es admirar el valor heróico de los musulmanes allí cercados, y señaladamente de su caudillo Alkarmen, que léjos de desfallecer con la terrible derrota de los suyos que habian presenciado, se mantenian impertérritos y respondian con altivez á los que desde fuera les hablaban de rendirse. Hizo el infante construir bastidas y castillos portátiles para el ataque de la plaza, pero los disparos y descargas que los de dentro hacian destruian las máquinas y destrozaban á los encargados de las maniobras, en términos de arredrar al condestable Ruy Lopez Dávalos que las dirigia. Igual destrozo hicieron en otras nuevas bastidas manejadas por los intrépidos soldados de Garci Fernandez Manrique, de Cárlos de Arellano y de Rodrigo de Narvaez, principalmente con una formidable lombarda que tenian colocada en la torre del Homenaje, hasta que un diestro artillero aleman que militaba en el campo castellano logró con certera puntería apagar sus fuegos. Tratóse de obstruir el foso, pero el fuego de la plaza hacia tal mortandad que nadie se atrevia ya á aproximarse á la cava. Entonces el infante dió un ejemplo de personal arrojo y bravura, tomando con sus propias manos una espuerta, llegando por entre una espesa lluvia de balas, de piedras y de flechas envenenadas, hasta el borde del foso, donde la vació, diciendo: Habed vergüenza, y haced lo que yo hago. La excitacion surtió su efecto. Cárlos Arellano, Rodrigo de Narvaez, Pedro Alfonso Escalante y otros bravos campeones penetraron por entre montones de cadáveres y quedaron ellos mismos heridos, pero el foso se cegó y pudieron aproximarse las bastidas. Sin embargo, el brioso Alkarmen hizo una vigorosa salida, acuchilló muchos soldados y deshizo otra vez las máquinas. Resolvió el infante dar el asalto la mañana de San Juan, y un furioso temporal que se levantó hizo diferir esta operacion por tres dias. Volvió á intentarse el 27, pero el éxito fué fatal á los cristianos. Sin dejar de continuar el sitio hacíanse incursiones en las tierras de los moros, y cada dia habia reencuentros y escaramuzas, y era un pelear incesante y un combatir sin descanso.

Un emisario del rey de Granada, llamado Zaide Alamin, llegó á proponer al infante de parte de su soberano que quisiese descercar á Antequera y ajustar una tregua de dos años. El infante respondió con dignidad, que estaba resuelto á no levantar el campo sin tomar la plaza, y que si treguas queria, fuesen con la condicion de declararse vasallo del rey de Castilla su sobrino, de pagarle las párias que acostumbraron sus antecesores, y dar libertad á todos los cristianos que tenia cautivos. Teniendo Zaide por inaceptables aquellas condiciones, intentó á fuerza de oro sobornar á algunos para que incendiasen el campamento de los cristianos. La conspiracion fué felizmente descubierta, y los culpables descuartizados y colgados de escarpias sus miembros. Para cortar las comunicaciones de los sitiados, hizo el infante levantar una tapia en derredor de la ciudad. Mas luego supo que Yussuf con todo su poder se aprestaba á acudir en socorro de los de Antequera,

(2) Llámase así una hendidura ó corte de la cordillera que se prolonga hácia Mediodía, y es el paso para la costa de Málaga. (3) Crón. de don Juan II, Año IV, c. 9.-Valla, De Rebus à Ferdinando gestis, lib. 1.

« AnteriorContinuar »