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para pelear contra los moros. Con esto se hallaron los monarcas | los suyos, pero perdiéndose en aquella subida su alférez el provistos de recursos (febrero, 1483) para pagar sus atrasos al ejército y para dar grande impulso á los preparativos de la guerra (1).

Pero la nueva fatal de un suceso, mas desastroso aun que el de la malograda expedicion de Loja, vino á este tiempo á turbar la alegría y las halagüeñas esperanzas de los reyes, de la corte y de los pueblos. El maestre de Santiago don Alonso de Cárdenas, encargado de la frontera de Ecija, ansioso de señalarse con alguna hazaña contra los moros, determinó hacer una invasion en la Ajarquía de Málaga, fiado en las noticias que le habian dado sus adalides de que allí, despues de atravesar algunas sierras y bosques, hallaria una comarca deliciosa donde pastaban numerosos rebaños de que podria apoderarse fácilmente, volviendo por un camino llano con inmensa presa y privando de sus mejores mantenimientos á los moros de Málaga. En vano el marqués de Cádiz le expuso que segun sus noticias la Ajarquía era un país montuoso y enriscado, lleno de barrancos y precipicios, propio solo para abrigo de bandoleros y salteadores. El plan del maestre de Santiago fué á pesar de estas reflexiones seguido, y en su virtud reunidos en Antequera los capitanes fronterizos, el marqués de Cádiz, el adelantado don Pedro Enriquez, el conde de Cifuentes, don Alonso de Aguilar y otros caballeros, con las banderas de Córdoba, de Sevilla, de Jerez y otras ciudades de Andalucía, la mas lucida, aunque no la mas numerosa hueste que en muchos años se habia visto, emprendieron su marcha (marzo, 1483) con la esperanza de volver cargados de material riqueza, y con la confianza de no encontrar quien pudiera atreverse á resistirles.

Tropezando pronto con escabrosos cerros y con ásperas y tortuosas veredas á orillas de hondos precipicios, iban hallando solamente pobres y desiertas aldeas, cuyos infelices habitantes huian con sus ganados á refugiarse en las cuevas ó en las cumbres casi inaccesibles de las montañas. Los soldados se vengaban en incendiar chozas y en cautivar ancianos á quienes sus achaques no habian permitido seguir á sus fugitivas familias. En esta marcha de devastacion se fueron internando insensiblemente y sin órden, porque no lo consentia el terreno, en lo mas fragoso de las sierras. El ruido de los peñascos que se derrumbaban de lo alto de los riscos cayendo sobre la retaguardia de los cristianos, y arrojando en su ímpetu algunos soldados al fondo de los valles, mezclados con una lluvia de venablos de saetas, avisaron á los expedicionarios, juntamente con los gritos de los moros que coronaban las cumbres, del paso peligroso en que se hallaban metidos. Con ansia esperaban la luz del dia para variar de rumbo: pero azorados ya los adalides, cada vez iban metiendo el desordenado ejército en mas intransitables sinuosidades. Para colmo de su mal, apercibido el viejo Muley Hacen por las fogatas que se divisaban en los montes de que habia enemigos en el territorio de la Ajarquía, ya que los suyos en atencion á su edad y achacosa salud no le consintieron empuñar, como él queria, la cimitarra, y salir en persona á país tan agrio, envió á su hermano Abu Abdallah el Zagal, y á los dos Venegas, Reduan y Albul Cacim, con lo mejor de sus tropas á tomar la embocadura de la Ajarquía hacia el mar y acuchillar á cuantos cristianos intentaran buscar por allí la salida.

Cuando los cristianos, siguiendo su fatigosa marcha por las vertientes de la sierra, divisaron la ordenada hueste de los musulmanes, creció su confusion y su aturdimiento, muchos por huir resbalaban y caian despeñados en los barrancos, atropellábanse unos á otros, y nadie pensaba sino en salvar su persona. En tal situacion el maestre de Santiago se mantuvo firme y sereno, arengó con fogosa energía á los suyos, muramos, les dijo, faciendo camino con el corazon, pues no lo podemos facer con las armas, é no muramos aqui muerte tan torpe: subamos esta sierra como hombres, é no estemos abarrancados esperando la muerte, é veyendo morir nuestras gentes no las pudiendo, valer. Y espoleando su caballo trepó á una montaña seguido de los mas esforzados de

(1) Pulgar, Crón., p. III, caps. 12 y 14. TOMO II

comendador Becerra, y rodando otros por aquellos despeñaderos. El marqués de Cádiz, guiado por un adalid leal, pudo ladear la misma montaña y salir de la sierra con unas sesenta lanzas. El conde de Cifuentes, el adelantado y don Alonso de Aguilar, no pudiendo seguir la tortuosa senda que el marqués llevaba, dieron en la celada del Zagal, que interpuesto entre unos y otros no los permitia socorrerse. Por todas partes eran los cristianos envueltos y despedazados, los unos con lanzas y alfanjes, los otros con flechas y venablos, con piedras los demás, siendo no pocos los que morian sin heridas abrumados del hambre y del cansancio, «é tan grande era el temor que tenian, dice el cronista, que ninguno sabia de su compañero, ni le sabia ayudar, y en aquella hora ni oian señal de trompeta que guardasen, ni donde se acaudillasen.» Allí perecieron tres hermanos y dos sobrinos del marqués de Cádiz con muchos caballeros de ilustre linaje. El nombre de Cuestas de la Matanza que quedó á las montañas de Cútar es un triste testimonio de la horrible mortandad que aquel dia sufrieron los cristianos.

Salváronse por fortuna los principales caudillos como mejor pudieron. El marqués de Cádiz anduvo cuatro leguas de selva en un caballo que le prestaron para poder salir de la Ajarquía. El gran maestre de Santiago, que se encontró tambien á pié, tomó el caballo de uno de sus criados, y se salvó con un guia por los mas ásperos senderos. «No vuelvo las espaldas á estos moros, decia, pero fuyo, señor, la tierra que se ha mostrado hoy contra nosotros por nuestros pecados.» El adelantado Enriquez y don Alonso de Aguilar pasaron la noche entre unos peñascos oyendo la gritería y algazara de los vencedores, y no pudieron hasta la mañana hallar salida á aquel laberinto por lugares fragosos. Mas desgraciado todavía el conde de Cifuentes, huyendo por desfiladeros dió en la emboscada de Reduan Venegas, el cual viéndole defenderse de una multitud de moros que le rodeaban quiso batirse con él cuerpo á cuerpo hasta que le rindió, prohibiendo despues bajo pena de la vida á los soldados que le injuriaran ni le molestaran. Su hermano don Pedro de Silva y algunos otros caballeros se entregaron tambien al generoso moro, y todos fueron conducidos prisioneros á Málaga. Era tal el aturdimiento de los cristianos en su desastrosa huida, que á veces un solo moro desarmado hacia prisioneros á cinco ó seis cristianos con armas, y hasta las mujeres cautivaban á los que andaban por entre los matorrales atónitos y dispersos (2).

El desastre de la Ajarquía derramó el luto y la consternacion en todos los pueblos de Andalucía; apenas habia familia que no llorara algun individuo muerto ó cautivo, y como dice un cronista, no habia ojos enjutos en todo el país. Los escritores de aquel tiempo atribuyeron la desgracia á castigo de la Providencia por las interesadas miras que dicen impulsaron á aquella expedicion á los cristianos, y porque la codicia y no el mejor servicio de Dios los habia conducido allí, no cuidando de prepararse como gente religiosa que iba á pelear en defensa de la fe (3). Otros culparon de traicion á los adalides. Al fin los que se salvaron se fueron reuniendo en Archidona y

(2) Bernaldez, cap. 60.—Pulgar, p. III, c. 19.-Carvajal, Anales, Año 1483.-El conde de Cifuentes, á quien el ilustrado Oviedo cuenta entre las mejores lanzas que habia en España en aquel tiempo, fué tratado con mucha consideracion por los vencedores, igualmente que sus compañeros de prision. Despues de haberle tenido algun tiempo en Málaga, fué trasladado á Granada, cuando Muley Abul Hacen recobró el

trono, y en 1486 logró su rescate por una cuantiosa suma de dinero. Los soldados y gente menuda fueron encerrados en mazmorras y vendidos despues como esclavos en las ferias públicas.

(3) Bernaldez dice que en no haberse confesado como correspondia, «dieron á conocer que no iban con buenas disposiciones, sino con poco respeto del servicio de Dios, movidos solo por la codicia y el deseo de una ganancia impía.»-Pulgar expresa que les sucedió por su soberbia y orgullo, y «porque la confianza que debian tener en Dios la pusieron en la fuerza de la gente.»-Y en un manuscrito de aquel tiempo se estampa «que mas iban á mercadear que á servir á Dios, porque pensaban que habia de ser el despojo como el de Alhama.»-La pérdida, segun Bernaldez, el Cura de los Palacios, fué de 800 muertos y 1,500 cautivos, entre ellos 400 caballeros de linaje. Pero hay variedad en los demás cronistas en cuanto á la cifra de muertos y prisioneros.

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Antequera, algunos de ellos despues de haber andado muchos dias por los montes y breñas alimentándose de yerbas y raíces, volviendo escuálidos y moribundos cuando ya se los contaba por muertos.

General fué la alegría que causó en Granada el desastre de los cristianos en la Ajarquía. Solo hubo uno que no participara del gozo público; que fué el rey Boabdil, el cual veia con envidia y con pena los aplausos que el pueblo daba á su padre Muley, y principalmente á su tio el Zagal. Comprendiendo pues Boabdil el Chico (1) que para no acabar de desconceptuarse con los suyos, que ya le murmuraban al verle pasar la vida en las delicias de la Alhambra, necesitaba acometer tambien alguna empresa ruidosa contra los cristianos, juntó una hueste de mil quinientos caballos y siete mil infantes, la flor de los guerreros de Granada, con ánimo de entrar por la frontera de Ecija, antes que se repusieran de su catástrofe los españoles. Contaba para ello con la ayuda del intrépido Aliatar, el veterano alcaide de Loja, á cuya hija, la tierna y sensible Moraima, habia hecho Boabdil la compañera de su trono y de su lecho, y era la sultana favorita. Al salir el rey por la puerta de Elvira espantóse su caballo tordo, y tropezando la lanza en la bóveda del arco se hizo astillas. A este funesto presagio, que no es el primer ejemplar de esta especie que nos han contado los escritores árabes, siguió otro de bien diferente índole, y no menos fatídico para los supersticiosos musulmanes. A poco de salir el ejército de la ciudad atravesó el camino una raposa por entre las filas de los soldados, escapando ilesa de las muchas flechas que estos la arrojaban. Aconsejaron algunos caudillos al rey que abandonara ó por lo menos suspendiera una empresa que se anunciaba con tan siniestros auspicios, pero el rey, mostrando despreciar tan pueriles pronósticos, «yo desafiaré, dijo, á la fortuna,» y prosiguió su marcha yendo á pernoctar á Loja (2).

Incorporado allí con su suegro Aliatar, pasó el Genil, devastó los campos de Aguilar, Cabra y Montilla, y procedió á poner sitio á Lucena. Mandaba en esta villa don Diego Fernandez de Córdoba, alcaide de los Donceles, el cual, noticioso de la invasion de los sarracenos, habia pedido auxilio á su tio el conde de Cabra, don Diego Fernandez de Córdoba como él, y preparádose á defender á todo trance la poblacion. Cercada esta y acometida por el ejército de Boabdil antes que llegara el socorro del conde de Cabra, el jóven alcaide de los Donceles hizo tocar la campana de rebato; á su tañido acudieron los vecinos armados á las tapias y á las aspilleras, logrando rechazar los primeros ataques de los moros. A nombre de Boabdil intimó Ahmad, caudillo de los Abencerrajes, al alcaide de los Donceles, que si instantáneamente no le abria las puertas de la villa la entraria á degüello; «decid á vuestro rey, contestó Fernando de Argote en nombre del alcaide cristiano, que con la ayuda de Dios le haremos levantar el cerco de Lucena,

(1) Llamáronle así los españoles, segun unos por haber sido proclamado muy jóven, segun otros para distinguirle de su tio, que se llamaba tambien Abdallah como él.

(2) A esta expedicion de Boabdil alude el antiguo romance:

Por esa puerta de Elvira sale muy gran cabalgada...........

¡Cuánta pluma y gentileza, cuánto capellar de grana, cuánto bayo borceguí, cuánto raso que se esmalta! ¡Cuánto de espuela de oro, cuánta estribera de plata! Toda es gente valerosa y experta para batalla.

En medio de todos ellos va el rey Chico de Granada, mirando las damas moras de las torres del Alhambra. La reina mora su madre de esta manera le habla: «Alá te guarde, mi hijo, Mahoma vaya en tu guarda!»>

y sabremos cortarle la cabeza y ponerla por trofeo en nuestros adarves.» En esto un ruido estrepitoso de cajas é instrumentos de guerra, cuyo eco se repetia y aumentaba en las montañas, conmovió el campo agareno é hizo creer á Boabdil y Aliatar que venia sobre ellos todo el poder de Andalucía, y no era sino el conde de Cabra que acudia con los guerreros de Baena y demás Estados de su señorío. Una cobarde retirada de la infantería granadina proporcionó al conde y al alcaide reunir mas fácilmente sus banderas, y juntos los dos caudillos y animados de igual ardor salieron de la plaza en busca de la caballería enemiga, que encontraron en un llano dispuesta en órden de batalla y pronta á la pelea. Terribles fueron las primeras arremetidas de los caballeros Abencerrajes, pero no fué menos vigorosa la resistencia de los jinetes cristianos. Dudoso estuvo el combate; hasta que los escuadrones de Fernando de Argote y de Luis de Godoy rompieron y desordenaron las filas sarracenas, y obligaron á Boabdil y Aliatar á pelear revueltos en confusos pelotones. La aguda voz de unos clarines que resonando en un inmediato cerro hirió los oidos de los caudillos musulmanes les dió á conocer que nuevos enemigos los iban á atacar por el flanco. Era en efecto la gente de Alonso de Córdoba y de Lorenzo de Porras que se aparecia saliendo de una cañada y cruzando unos encinares. Creció con esto la confusion y el pavor entre los moros: la infantería sarracena atropellada por su misma caballería fugitiva abandonó las acémilas cargadas con el botin de la anterior correría, y todos juntos y en tropel emprendieron una retirada vergonzosa y torpe, cebándose en los que menos corrian las lanzas de los cristianos.

Solo un escuadron de nobles jóvenes granadinos se fué sosteniendo con mucho órden hasta las márgenes de un arroyo, en cuyo cieno se encallaban hombres y bestias que intentaban vadearle. Al frente de este escuadron peleaba un jóven armado de lanza y cimitarra y de puñal damasquino, ceñido de corazas forradas en terciopelo carmesí, y montado en un soberbio alazan cubierto de ricos jaeces. Al llegar á la orilla del arroyo perdió este jóven su magnífico caballo, y corrió á ocultarse entre los zarzales. El intrépido regidor de Lucena, Martin Hurtado, descubrió al ilustre fugitivo y le acometió con su pica; defendióse el apuesto moro con su cimitarra cuanto pudo, hasta que habiendo llegado unos soldados de Cabra y de Baena hubo de rendirse ofreciendo un gran rescate. Disputábanse los soldados la posesion del cautivo, y como uno de ellos se propasara á asirle con su mano, desnudó el altivo musulman su acero y le asestó una puñalada, á tiempo que á las voces de la disputa acudia el alcaide de los Donceles, al cual se acogió el moro rindiéndose á discrecion.-«¿Quién sois? le preguntó aquel.-Soy, respondió el sarraceno, de la ilustre familia de los Alnayares, hijo del caballero Aben Alnayar.» El cristiano le puso la banda de cautivo, y mandó conducirle con todo miramiento y consideracion al castillo de Lucena, donde se averiguaria su calidad y linaje (21 de abril, 1483).

En tanto el veterano Aliatar con el resto de la caballería avanzaba por los campos de Iznajar y de Zagra á buscar el paso del Genil. Pero allí se encontró súbitamente con una banda de caballeros cristianos que le arremetieron visera calada y lanza en ristre. Era el valeroso don Alonso de Aguilar, uno de los caudillos que se salvaron del desastre de la Ajarquía, que desde Antequera habia acudido con sus hidalgos. cruzando á galope los campos de Archidona y de Iznajar en auxilio del alcaide de Lucena.- « Ríndete, le dijo el antiguo vencedor de Loja, y te otorgaré la vida.-Ni á tí ni á cristiano alguno, contestó el arrogante moro, se rendirá nunca Aliatar. -Pues acabe de una vez tu arrogancia,» replicó el cristiano:y le descargó un tajo que le dividió las sienes, y su cuerpo derrumbado del caballo se perdió en las aguas del rio. Así acabó el anciano y terrible alcaide de Loja, el padre de la sultana Moraima, la mejor lanza de todo el ejército granadino, que de este modo se libró de presenciar la humillacion y la ruina de su patria.

Y de esta manera quedó vengado el desastre y derrota de la Ajarquía. Costó á los moros la batalla de Lucena la pérdida de cinco mil hombres entre muertos y cautivos, entre ellos mucha parte de la nobleza de Granada, mil caballos, nove

NICHO EN EL PALACIO DE LA ALHAMBRA

Verdadera joya del arte árabe son los dos pequeños nichos ó takas abiertos en el grueso del arco que conduce á la habitacion, conocida por unos con el nombre de sala de la Barca y por otros con el de antesala de Embajadores, en el famoso palacio de los reyes nazaritas. Sus primorosas labores, ejecutadas en el duro mármol con la misma delicadeza y soltura que si estuviesen labradas sobre un trozo de blanda cera; el vistoso color del alicatado que reviste su parte interior; la belleza de las poesías que adornan su moldura ó recuadro, todo ello forma cierta armonía que hace destacarse ante los ojos de nuestra alma la civilizacion arábigo-granadina, con toda su voluptuosa imaginacion, con toda su fantasía deslumbradora, en una palabra, con todo su carácter.

Vamos á dedicar unas ligeras consideraciones á estos dos importantes monumentos y en especial al colocado á mano derecha de dicho arco, segun se entra por él, del patio de la Alberca á la antesala de Embajadores, que es precisamente el representado en la adjunta cromolitografía, para lo cual daremos en primer término una noticia descriptiva de los mismos, y en segundo algunas consideraciones sobre el uso que tenian en tiempo de los moros granadinos.

I

Levántanse los dos mencionados nichos sobre un zócalo de mármol blanco. En otro tiempo resaltaria la variedad de sus matices con la uniforme y limpia blancura de la piedra que le sirve de base. Hoy estos matices, antes tan vivos y variados, han perdido su intensidad. La accion del tiempo los ha ido borrando poco á poco, en tales términos, que solo queda el tono gris ó ceniciento del duro mármol sobre que fueron esculpidas sus primorosas labores, las que, merced á esta propia dureza y consistencia, se conservan hasta el dia con toda su primitiva correccion.

Entre estas labores resaltan las poesías que rodean la embocadura de ambos nichos, sirviéndoles como de marco ó moldura, y que constituyen dos estrofas de cinco versos, escritos en metro Raml de la quinta especie, una en cada nicho respectivamente.

La primera de las dos se halla escrita alrededor del de la derecha que es, como decíamos antes, el representado en la adjunta lámina. Sus versos se hallan distribuidos en la siguiente forma: los dos primeros escritos de abajo á arriba en el lado derecho, el tercero horizontalmente en el superior y el cuarto y quinto de arriba á abajo en el lado izquierdo. Hé aquí la traduccion de dichos versos:

«Yo soy una esposa con las vestiduras nupciales, dotada de hermosura y perfecciones.»
<Contempla el esplendor que me rodea y comprenderás la gran verdad de mis palabras.>>

«Mira tambien mi corona, la encontrarás semejante á la luna nueva.»>

<<Ibn Nazar es el sol de este orbe del esplendor y la belleza.»>

«Permanezca en su elevado puesto, sin miedo á la hora del ocaso.»

Para la mejor inteligencia de nuestra version haremos algunas indicaciones.

Estos versos se refieren á la habitacion de Comares ó Embajadores que se divisa desde el pórtico donde se hallan los nichos y que en aquellos tiempos lucian con todo su esplendor, cuando el monarca se sentaba en ella para dar audiencia á los enviados de las demás naciones, por lo que tambien se compara á una esposa que se viste de gala para recibir á su esposo.

La corona, de que habla la poesía, es el arco del mencionado pórtico que tiene efectivamente forma de media luna.

Ibn-Nazar no es otro sino Abul Walid Ismael que llevó este epiteto entre todos los Reyes de Granada y que no debe confundirse con Nazar, cuarto rey de la dinastía nazarita.

Pasemos á exponer la poesía esculpida alrededor del nicho de la izquierda que, aun cuando no es la del representado en la lamina, sirve sin embargo para completar el sentido de la misma. Dice así:

«Mientras que yo, llena de gloria por misericordia suya, publico siempre sus felicidades.»
<Contempla este esplendor: aquí se establece para administrar justicia á sus súbditos.>>
«Siempre que de aquí se aleja, sus vasallos se entristecen de no encontrarlo. >>
<<Pues por mi señor Ibn Nazar, colma Dios de gracias á sus servidores. >>

«Habiéndole hecho descendiente del señor de la tribu de Jazrrech Saad hijo de Obada.»>

Saad, hijo de Obada, fué uno de los varones que ayudaron á Mahoma en el establecimiento del islamismo y del cual se glorian descender los Reyes de Granada, llamándose por esto ansares, que quiere decir descendientes de ayudador.

Estas son las principales inscripciones de los nichos que vamos describiendo. Además tienen otra muy pequeña en el vértice de sus arquitos de herradura, escrita dentro de un círculo con letras doradas bastante diminutas que dicen: «Solo Dios es vencedor. » Este es el mote que llevaban en su blason ó escudo de armas los monarcas granadinos.

Hácia la parte superior del nicho, se ve el arranque de los adornos estalactiticos que revisten el grueso del arco. En el espacio comprendido entre dos columnitas que ocupan el centro de esta faja de adornos, se encuentra el vocablo bar-ca (bendicion) escrito en caractéres cúficos. Su primera sílaba se halla sobre fondo rojo, hácia la parte superior y la segunda se ve en torno de una estrellita, destacada en un pequeño espacio de color de cielo.

A los extremos de esta faja de adornos se lee la palabra áfía (salvacion) escrita en uno de ellos de izquierda á derecha y en el otro en sentido inverso para formar armonía.

II

Indicados los mas importantes detalles de los nichos que adornan el grueso del arco que da entrada á la antesala de Embajadores, pasamos á decir algo acerca de su uso.

Ha sido opinion general, desde que el padre Echeverría escribió sus Pascos por Granada, que los nichos del palacio árabe estaban destinados á colocar las babuchas aquellos que pasaban á presentarse delante del Rey, por lo que tambien se les ha conocido con el nombre de babucheros.

Esta opinion, aceptada por la generalidad y repetida en numerosas descripciones de Granada, no tiene fundamento alguno. El musulman, aun cuando acostumbra á descalzarse antes de entrar en ciertos sitios, deja su calzado en el suelo segun puede leerse en los libros de viajes.

Además hay en la Alhambra algunos nichos colocados en el interior de las habitaciones, donde en manera alguna podian tener el uso que les atribuye el citado padre Echeverría.

El mas probable de tales nichos es, segun nuestra opinion, el mismo que tienen en el imperio de Marruecos y otros países del Africa septentrional, en los cuales colocan en otros nichos semejantes, ya tazas y jarritos con agua para beber y flores para perfumar la estancia, ora los grandes vasos de laton para las abluciones que prescribe la ley de Mahoma. Algunos se hallan divididos por medio de vasares en los que colocan los alfanjes y gumías como tambien los libros de sus tradiciones y poemas, habiendo otros, un poco mas pequeños y de adorno mas delicado, que destinan á colocar el libro sagrado de su religion, el Koran de Mahoma, sin que se tenga noticia de que en país alguno se colocan las babuchas en estas alhacenitas.

Además, en otros nichos de la Alhambra se hace frecuente alusion al agua y á los vasos, con lo cual se prueba hasta la evidencia que el uso especial de estos nichos, como el de todos los del palacio, era el de colocar los vasos con agua para beber y jarritas con flores.

Terminaremos dando la dimension de los nichos sobre que acabamos de hacer las anteriores indicaciones. Altura del claro de la portezuela, om,60; ancho máximo de dicho claro, 0m,59; profundidad del hueco ó cavidad interior revestida de azulejos, om,49; altura del rectángulo de adornos é inscripciones que sirve al nicho de marco ó moldura, om,88; ancho del mismo, 0m,76.

El texto árabe de las inscripciones de ambos nichos pueden consultar las personas aficionadas á tal idioma en las páginas 47 y 48 de la obra que con el título de Estudio sobre las inscripciones de Granada acaba de publicar D. Antonio Almagro Cárdenas, autor á su vez de este artículo monográfico.

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