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Navarra quisiese el rey emplear al mas entendido, valeroso y afortunado general español, y que mientras pasaban estos grandes acontecimientos la victoriosa espada del Gran Capitan se estuviera enmoheciendo en un agujero de las Alpujarras, como llamaba él á su retiro de Loja, todo por el infundado recelo que abrigaba todavía el suspicaz monarca del antiguo conquistador y virey de Nápoles. «Muy encallada está la nave,» decia aludiendo á su forzada inaccion el conde de Ureña. «Sabed, conde, replicaba Gonzalo, que esta nave, cada vez mas firme y mas entera, solo aguarda á que la mar suba para navegar á toda vela.»

Esta ocasion se creyó llegada, cuando á consecuencia del triunfo de los franceses sobre los príncipes de la Santa Liga en la batalla de Rávena determinó el rey, á peticion del papa y de los aliados, enviar á Italia al Gran Capitan, como el único capaz de sacar triunfante la causa de las potencias coligadas. Tan pronto como se supo esta determinacion, nobles, caballeros, soldados, hasta la guardia misma del rey, todo el mundo se apresuraba á alistarse en las banderas de Gonzalo, muchos se ofrecian á servir sin sueldo, solo por participar de sus glorias, y por ir á Italia con el Gran Capitan no se encontraba quien quisiera ir á la guerra de Navarra. Mas todo este entusiasmo se vió muy brevemente convertido en sentimiento público. Mientras se disponia la expedicion, mudaron de rumbo las cosas de Italia; los franceses, derrotados en Novara por los suizos, eran expulsados de Lombardía; y el objeto de la Santa Liga parecia cumplido. Entonces, y en ocasion que Gonzalo se hallaba en Antequera acelerando la marcha de la expedicion, recibió órden del rey para que suspendiese la partida, puesto que habiendo perdido los franceses lo que tenian en Italia, no habia ya necesidad allí ni de capitan ni de tropas españolas, | que los caballeros y continos de su casa que estaban con él fuesen á servir en la guerra de Navarra, á cuyas fronteras acudian todas las fuerzas francesas, y que licenciase y despidiese las tropas, continuando solo las pagas á los que quisiesen alistarse para el ejército de Navarra (1512).

La noticia de una gran derrota ó de un gran infortunio hubiera causado menos honda sensacion de disgusto y de pena que la que produjo en el ejército español esta conducta del rey con el Gran Capitan. Porque si al ordenar la suspension de su ida á Italia, donde podrian no ser ya necesarios sus servicios, le hubiera dado el mando en jefe del ejército de Navarra, no se hubiera atribuido á desaire, ni se hubiera calificado de insigne ingratitud, como lo era condenarle otra vez á la inaccion y al retiro, cuando ardia viva una guerra extranjera en el norte de España. Así fué que casi ningun capitan de los alistados con Gonzalo quiso servir en la campaña del norte. Gonzalo convocó sus tropas, las animó á celebrar la prosperidad de los negocios exteriores del reino, y no queriendo dejar de hacerles alguna demostracion de agradecimiento por el celo y la buena voluntad con que se habian prestado á seguirle, espléndido y liberal siempre, hizo reunir hasta la cantidad de cien mil ducados en dinero y alhajas, y los distribuyó generosamente entre los oficiales y soldados, y con esto se despidió de su ejército.

Altamente ofendido se mostró de su monarca el Gran Capitan, y en esta ocasion dió bien á entender que se le habia apurado el sufrimiento, y aun el disimulo que hasta entonces habia podido guardar. Lleno de dolor y de enojo, en la respuesta que envió al rey contestando á su mandamiento, le manifestó cuánto le maravillaba que hubiera tomado con él semejante determinacion, debiendo saber que «era mas codicioso de buena fama que de mucha hacienda, y que todo lo que el mundo valia lo estimaba en poco en comparacion de su lealtad á un amigo cualquiera, cuanto mas á su rey y señor; que S. A. debia conocer mejor que nadie á los hombres malévolos y de tan poco ánimo como sobrada ambicion que sin duda le envidiaban y calumniaban, y que recordara bien si alguna vez por causa suya habia recibido detrimento el reino, ó sufrido mengua las banderas españolas.» Y como el rey procurara justificarse con Gonzalo, exponiendo, con las mas suaves palabras que podia emplear, las causas por que habia mandado sobreseer en su ida á Italia, el Gran Capitan, cada vez mas irritado, escribió al rey dándole nuevas y mas amar

gas quejas, expresadas con palabras las mas fuertes y duras. Despues de desafiar al rey á que le señalase uno solo de entre todos sus súbditos y criados que le hubiesen servido con mas lealtad y paciencia y mas sin respeto de sí mismo, añadia, «que en ser de aquella manera tratado conocia que estaba pagando, lo que habia ofendido á Dios por servir á Su Alteza; que en lo que á él tocaba, acostumbrado estaba á sufrir y á pasar por todo, pero que le pesaba y dolia mucho el daño que con aquella órden se habia hecho á los que vendieron sus haciendas y dejaron buenos y honrosos partidos por seguirle en aquella empresa, y cuyas quejas cargaban sobre él; que por su parte no sentia lo que habia gastado en gratificar á aquellos caballeros, pues hasta quedar reducido otra vez á Gonzalo Hernandez, todo lo debia expender en servicio de S. A.;» y concluia pidiéndole licencia para irse á vivir con su familia á su pequeño ducado de Terranova, puesto que el estado en que se encontraban las cosas de Italia le ponia allí fuera de toda sospecha, hasta que Su Alteza tuviese mejor ocasion y mejor voluntad de servirse de él.

Dábale el rey por excusa que, siendo la intencion y propósito del papa hacer que saliesen de Italia los españoles, como habian salido ya los franceses, no consentiria que se enviase allá nuevo ejército, ni era conveniente hasta tener arregladas las cosas con los príncipes de la liga, y que le parecia mejor que hasta tanto que esto se determinase se fuese á descansar durante el invierno á Loja. Pero la verdad era que se habia tratado de persuadir al rey, y él por lo menos fingia creerlo ó recelarlo, que habia tratos secretos entre el papa y el Gran Capitan para echar de Italia así las tropas del emperador como las del Rey Católico, en premio de lo cual el pontífice daria á Gonzalo el ducado de Ferrara, y que esta era la razon del empeño que el papa habia mostrado siempre en que se nombrase á Gonzalo de Córdoba general de la Iglesia y de los ejércitos de la liga. De esta sospecha, tan injuriosa á la lealtad del Gran Capitan, no hemos hallado hasta ahora prueba alguna en la historia, por lo cual debemos creer que era todo ó calumnia de sus enemigos, ó suspicacia, ó tal vez malicia del rey. Ello es que indignado Gonzalo con aquella respuesta, envió al rey sus poderes, diciendo, «que para ermitaño, como lo pensaba ser, no tenia necesidad de ellos, y que se iria á vivir en aquellos agujeros, contento con su conciencia y con la memoria de sus servicios, teniendo aquel destierro por una de las mercedes que de la mano de Dios habia recibido, muy colmada para la alma y para la honra (1).»>

Poco tiempo despues, ó por probar hasta dónde llegaba el disfavor de su soberano, ó porque realmente necesitara alguna indemnizacion de los gastos que habia hecho con los caballeros y capitanes que entretuvo á su costa en Córdoba y Antequera, pidió al rey una tras otra dos encomiendas que sucesivamente vacaron, y ambas se las denegó el monarca, so pretexto de que no estaba léjos de pensar que tuviera derecho al gran maestrazgo de Santiago, y de ser informado de que proseguia su pretension con el papa para que se le confiriese en el caso de fallecimiento del rey.

No pudo ya el Gran Capitan ser amigo de un soberano que le correspondia con tanta ingratitud, y no estamos lejos de creer fuese cierto lo que Fernando despues comenzó á sospechar, á saber, que adhiriéndose á los nobles y grandes descontentos que suspiraban por la venida del príncipe Cárlos para alejar otra vez de Castilla al rey de Aragon, trabajaba con ellos por traer al archiduque heredero y encomendarle el gobierno de Castilla. Decíase que tenia proyectado embarcarse en Málaga para Flandes con objeto de ir á buscar personalmente al príncipe, y que solo esperaba buena ocasion para realizarlo. Es lo cierto que en la enfermedad que el rey padeció por aquel tiempo no habia ido á verle, y se disculpó despues con su soberano diciendo que no lo habia hecho «porque no lo atribuyese á lisonja, que era la moneda que menos queria dar ni recibir.» Y tal vez por alejarle de aquel punto le invitó Fernando y le rogó que asistiese al capítulo de las

(1) Crónica del Gran Capitan, lib. III.-Giovio, Vita Magni Gonsalvi, lib. III.-Mártir, epist. 498.-Zurita, Rey don Hernando, lib. X, capítulo 28.-Quintana, Vida del Gran Capitan, p. 330 y sig.

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órdenes que el dia de Santiago (1513) se celebraba en Valladolid, añadiendo que deseaba consultarle sobre las cosas de Italia y otros negocios graves que entonces ocurrian. Tambien se excusó el Gran Capitan de asistir á aquella asamblea, y no ocultando su resentimiento respondió al rey que se sirviese dispensarle, pues bien sabia las justas causas que tenia para ello, que personas de suficiencia tenia á su lado á quienes consultar, y que creia hacerle mejor servicio en no ir, porque si S. A. lo desease, no le hubiera dado tan breve plazo para andar tan largo camino (1).

Finalmente, habiéndose asegurado á Fernando que el Gran Capitan tenia ya resuelto embarcarse en Málaga con los condes de Cabra y de Ureña y con el marqués de Priego, segun unos para tomar el mando del ejército pontificio en Italia, segun otros, y con mas probabilidades, para traer de Flandes al archiduque, despachó el rey un comisionado para que impidiese su embarque, mandó que le vigilaran y espiaran de cerca, y que si era necesario, le prendiesen. Pero aquel grande hombre iba á dejar muy pronto de inspirar recelos á su soberano. En el otoño de 1515 adoleció en Loja de cuartanas, enfermedad que no parecia peligrosa, pero que agravada con las pesadumbres y tenazmente arraigada vino á hacérsele mortal. Con la esperanza de restablecerse variando de residencia, se trasladó á Granada, pero en vez de reponerse su quebrantada naturaleza, fué siempre declinando, hasta que sucumbió en los brazos de su esposa y de su querida hija Elvira (2 de diciembre, 1515). En los últimos dias de su vida oyósele decir que solo se arrepentia de tres cosas: de haber quebrantado el juramento que hizo al duque de Calabria, de haber violado el salvoconducto que dió á César Borgia, á quienes entregó en manos del rey Fernando, personal enemigo de entrambos; y además otra tercera que no quiso descubrir, y que unos suponian fuese no haber puesto á Nápoles bajo la obediencia del archiduque, y otros sospechaban seria no haberse alzado él con el señorío de aquel reino, aprovechando el favor con que le brindaba la fortuna (2).

Tal fué la muerte de aquel grande hombre, muerte que causó profunda y general tristeza en toda España. El mismo rey, que solo así dejó de temer al ilustre súbdito de quien tanto y tan infundadamente habia recelado en vida, no pudo menos de pagar un tributo de veneracion y de respeto á su memoria, vistiendo de luto él y toda su corte, y mandando que se le hiciesen solemnes exequias, no solo en su real capilla, sino en todas las iglesias principales del reino. Sus restos mortales se depositaron primeramente en la de San Francisco de Granada, y mas adelante fueron trasladados á la de San Jerónimo. Doscientas banderas y dos pendones reales tomados á los enemigos, y colocados en las paredes del templo en derredor de su túmulo, proclamaban las hazañas del héroe allí depositado y recordaban á los concurrentes las glorias y los servicios del Gran Capitan. El mismo rey escribió una afectuosa carta de pésame á la duquesa viuda, en que confesaba los inestimables servicios que su esposo le habia prestado (3).

(1) Zurita, Rey don Hernando, lib. X, c. 70.

(2) Giovio, Vitæ Illustr. Viror.-Crón. del Gran Capitan, libro III, c. 9.-Mártir, epist. 560.—Zurita, Rey don Hernando, libro X, c. 96 y 98. -Quintana, Vida del Gran Capitan, p. 333.

(3) Carta del rey, fecha 3 de enero de 1516, en la Crónica del Gran Capitan.

El sepulcro del Gran Capitan, obra magnífica de Diego de Siloe, en el monasterio de San Jerónimo, una de las primeras fundaciones del arzobispo Talavera, donde reposaban tambien las cenizas de la ilustre duquesa doña María Manrique, su esposa, ha sido en tiempos posteriores lastimosamente profanado, y, lo que es mas lamentable todavía, los huesos del grande hombre y los de su esposa fueron extraidos y robados, sin que se sepa cuál haya sido la mano sacrílega, ó al menos sin que una pena afrentosa haya marcado la frente del criminal ó criminales que arrebataron á España uno de los mas preciosos depósitos que guardaban sus monumentos. Parece que un particular conservaba algunos de estos venerables restos, que pudo reunir á fuerza de celo y laboriosidad, el señor don Bartolomé Venegas, restaurador del templo, que hoy es dependencia de la parroquia de San Justo y Pastor. En la parte exterior de la capilla que mira á Oriente hay dos matronas de piedra que representan la Fortaleza y la Justicia, sosteniendo un tarjeton en que se lee: Gun

«Gonzalo, dice un historiador extranjero (y le citamos con preferencia á los españoles, cuyo juicio pudiera aparecer apasionado), no estuvo manchado con ninguno de los vicios. groseros propios de su época: no se vió en él aquella rapaz codicia, de que harto frecuentemente se pudo acusar á sus compatriotas en estas guerras (4): su mano y su corazon eran tan liberales como la luz del dia: no se le notó nada de aquella crueldad y libertinaje que afea los tiempos de la caballería: siempre se mostró dispuesto á proteger al sexo débil contra toda injusticia é insulto: aunque sus maneras distinguidas y su clase le daban grandes ventajas con el bello sexo, jamás abuso de ellas, y ha dejado fama, que ningun historiador ha puesto en duda, de irreprensible moralidad en sus relaciones privadas. Fué esta virtud rara en el siglo XVI. La reputacion de Gonzalo está fundada en sus hazañas militares; y sin embargo su carácter parecia bajo diversos aspectos mas adecuado para los negocios tranquilos y cultos de la vida civil. En su gobierno de Nápoles desplegó mucha discrecion y muy buena política; y tanto allí, como despues en su retiro, sus maneras cultas y generosas le granjearon, no solo la voluntad, sino la mas sincera adhesion de todos los que le rodeaban. Su educacion primera, como la de la mayor parte de los nobles caballeros que nacieron antes de las mejoras introducidas en el reinado de Isabel, consistió en los ejercicios caballerescos mas bien que en la cultura intelectual; no le enseñaron nunca el latin, ni tuvo pretensiones de saber, pero honró y recompensó con generosidad á los que se dedicaban á las letras. Su buen juicio y su exquisito gusto suplian en él á todo lo que le faltaba; y así es que eligió los amigos y compañeros entre las personas mas ilustradas y virtuosas de la sociedad (5).»

No habia de tardar el Rey Católico en seguir á la tumba al hombre cuyas excelencias acabamos de compendiar. Hacia unos dos años que la salud de don Fernando se hallaba muy quebrantada á consecuencia de un hecho que revela las costumbres morales y las ideas que en materia de medicina se tenian en aquel tiempo. Cuando el rey habia perdido ya toda esperanza de tener sucesion de su segunda esposa doña Germana, esta señora, que lo deseaba vivamente, como tal vez el rey mismo, á fin de tener quien les sucediese en la corona de Aragon, aconsejada por dos principales dueñas propinó á su esposo cierto brebaje que confiaban habria de vigorizar su naturaleza (1513), expediente semejante al que en igual caso se habia empleado ya con el rey don Martin de Aragon. El resultado fué tambien en ambos casos parecido, á saber, el de estragar su salud y debilitar mas su naturaleza, hasta contraer una enfermedad, que se fué agravando cada dia, y vino á declararse en hidropesía, «con muchos desmayos y mal de corazon, dice el cronista aragonés, de donde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas (6).» Uno de los síntomas de esta enfermedad era aborrecer las grandes poblaciones, donde se sentia como ahogado, y no encontrar recreo sino en el campo y en los bosques, ni pasatiempo agradable sino en el ejercicio fatigoso de la caza.

Mas á pesar de sus padecimientos no dejó de tomar parte é intervenir en todos los negocios públicos, y en todas las

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Fué creado Gonzalo en Italia duque de Terranova y de Sessa y marqués de Bitonto; y además fué gran condestable de Nápoles y noble de Venecia. Sus estados de Italia le producian sobre cuarenta mil ducados de renta. Su hija Elvira, que heredó sus títulos, casó con su primo Luis Fernandez de Córdoba, conde de Cabra, con lo cual se perpetuaron en la casa de Córdoba.-Salazar de Castro, Historia de la Casa de Lara, t. II, pág. 621.

Contaba Gonzalo 61 años al tiempo de su muerte.

(4) Bien pudo el señor Prescott haber hecho extensiva esta acusacion á otros que no fuesen sus compatriotas, pues nadie mejor que el señor Prescott sabia, puesto que muchas veces nos lo ha dicho en su historia, que la rapaz codicia no era exclusiva de los españoles, y él mismo en muchísimas ocasiones, que le podemos fácilmente citar, nos ha hablado de la rapacidad de los extranjeros en aquellas mismas guerras á que alude. (5) Prescott, Hist. del reinado de Fernando é Isabel, part. II, c. 24. (6) Zurita, Abarca y Aleson refieren en términos demasiado explícitos este suceso, que dejaron consignado el ilustrado Pedro Mártir y el doctor Carvajal.

guerras, negociaciones y tratos que se agitaban en aquel, tiempo en todas las naciones de Europa. Primeramente se confederó de nuevo con Enrique VIII de Inglaterra su yerno, que habia invadido otra vez la Francia (1513), para hacer unidos la guerra al francés al año siguiente, en que concluia la tregua que este tenia establecida con el Rey Católico. Mas como variasen luego las circunstancias, prorogó Fernando la tregua con Luis XII, bajo las bases de casar al infante don Fernando su nieto con Renata, hija del rey Luis, y á doña Leonor su nieta con el mismo monarca francés, con cuyos matrimonios se proponian que confirmaria la tregua el emperador. Sentido el rey de Inglaterra de este trato, que daba al traste con todas las esperanzas de sus empresas en Francia, ajustó paz perpetua con el francés, como en venganza de haberle burlado su suegro, á quien pensó desde entonces en hacer todo el daño que pudiese (1514), bien que la reina de Inglaterra doña Catalina hizo los mayores esfuerzos por reconciliar á los reyes, como padre y marido que eran suyos.

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perjuicio de sus privilegios y en grave lesion de las libertades del reino. Viendo Fernando á los barones y caballeros confederados y resueltos á negarle el servicio, y las discordias que con este motivo andaban entre la nobleza y el brazo popular, doliente y casi postrado como se hallaba, determinó pasar personalmente desde Castilla á Calatayud (setiembre, 1515). Con su presencia y con la mediacion y las gestiones de su hijo el arzobispo de Zaragoza, varias ciudades y algunos barones y caballeros, juntamente con el brazo eclesiástico, accedieron á la peticion. Mas como otros insistiesen en su primera negativa, y hubiese fuertes contradicciones y protestas, encendióse tal llama de disensiones que hubo necesidad de cerrar las córtes, teniendo que contentarse el rey con subsidios particulares, con no poca mengua y detrimento de su autoridad. Los caballeros é hidalgos disidentes fueron privados de sus oficios y cargos públicos é inhabilitados para obtenerlos en adelante; pero de aquí nacieron en el reino tales enemistades y guerras, que duraron hasta la venida y sucesion del príncipe heredero. El rey se volvió á Castilla (octubre), profundamente afectado del disgusto con que sus súbditos naturales habian acibarado los últimos dias de su penosa existencia (2).

Entre tanto se habia renovado con nueva y mayor furia la guerra de Italia. El animoso monarca francés Francisco I habia llevado á Lombardía un poderoso ejército con resolucion de apoderarse de Milan. Próspero Colona, general del ejército suizo destinado á impedir la entrada á los franceses, habia sido sorprendido y preso en Villafranca por el señor de La Paliza, y el virey español de Nápoles don Ramon de Cardona esperaba que se le reuniesen los suizos y la gente del papa que conducia Lorenzo de Médicis para dar la batalla á los franceses. Entendiendo el rey Fernando el peligro que corria toda la Italia, y aun toda la cristiandad, si los franceses no eran oportunamente atajados, enviaba las órdenes mas apremiantes al virey Cardona para que se juntase inmediatamente con las tropas de la liga, al propio tiempo que el duque de Milan Maximiliano Sforza reclamaba tambien el pronto auxilio del virey español que se hallaba en la parte del Pó. Pero en este intermedio el rey de Francia tomó á Novara y su castillo, cuya empresa debió al capitan español Pedro Navarro que mandaba la infantería de los vascos y gascones.

La muerte de Luis XII de Francia (1.o de enero, 1515) desbarató todos aquellos tratos de paz y de matrimonios, porque Francisco I que le sucedia, hombre de gran corazon y codicioso de grandes empresas, enemigo de las casas de Austria y de España, que ofrecia á los reyes de Navarra restituirles el trono de que habian sido arrojados, y aspiraba para sí al señorío, no solo de Lombardía y del ducado de Milan, sino de toda Italia, publicaba tambien que el príncipe archiduque le habia de reconocer por superior en lo de Flandes, y pretendia que como tal habia de darle luego obediencia. Esto movió al Rey Católico á promover con grande instancia y actividad, en medio de sus dolencias, una liga general entre él, el papa, el emperador, el duque de Milan y los suizos, para asegurar los derechos y las posesiones de las casas de Austria y de España contra las pretensiones del nuevo monarca francés. Merced á la sagacidad y á los activos esfuerzos del anciano y achacoso Fernando, se hizo la confederacion entre aquellos Estados y príncipes, excepto el papa, á quien se reservó su lugar por si quisiese entrar en ella, para forzar al rey de Francia á que desistiese de la guerra de Lombardía. Pero en este intermedio el archiduque Cárlos, que acababa de emanciparse de la tutela del emperador su padre y de la princesa Margarita, y de tomar á su mano el gobierno de Flandes, hizo concordia con el nuevo rey de Francia por medio de sus embajadores en Paris (24 de marzo, 1515), y sin contar con su abuelo el Rey Católico, de quien no se hizo mencion, concertó matrimonio con Renata, hermana de la reina de Francia. Porque era de notar que, siendo la casa de Francia tan enemiga de las de Austria y Aragon á las que Cárlos habia de heredar, los consejeros del príncipe fuesen tan adictos al francés, hasta hacer que llamase padre al rey de Francia y le escribiese con este título. Semejante novedad produjo un cambio en la política, y se hicieron nuevas combinaciones matrimoniales. En julio de aquel año se celebraron en Viena los desposorios de los dos nietos del Rey Católico y del emperador Maximiliano, los infantes don Fernando y doña María, con Ana, hija de Ladislao, rey de Hungría, y con Luis, rey de Bohemia, su hermano (1). | Al propio tiempo que el Rey Católico, en medio de sus padecimientos, estaba siendo el alma de todas las negociaciones exteriores, ni desatendia ni descuidaba el gobierno interior del reino. Celebrábanse á la sazon córtes de aragoneses en Calatayud para tratar de un servicio que el rey habiació á Navarro por apartarle de aquel camino no solo los veinte pedido. Negábanse los ricos-hombres, caballeros é infanzones á otorgarle, mientras no se quitase el derecho de recurrir al rey que tenian los vasallos de los grandes señores, pretendiendo los barones ser los solos y absolutos señores de sus vasallos, sin que el rey y sus oficiales tuviesen jurisdiccion sobre ellos en los recursos por causas y razon de sospechas y miedos de jueces y lugares no seguros, lo cual llamaban «perhorrescencias,» y decian que entender el rey en aquellas causas era en

(1) A estos desposorios se juntaron y asistieron en Viena cuatro soberanos, el emperador Maximiliano, Ladislao de Hungría, Luis de Bohemia, y Sigismundo de Polonia. El emperador se desposó á nombre de su nieto Fernando, que estaba en Castilla.-Zurita, Rey don Hernando, lib. V, capítulo 91.

Sorprenderia ciertamente, si no lo hubiéramos anunciado en otro capítulo, encontrar á este valeroso caudillo español, al conquistador de Castelnovo, de Oran y de Bugía, sirviendo en un ejército extranjero contra su rey y su patria. Explicaremos la causa de esta lamentable novedad.

Habiendo caido este célebre guerrero prisionero de los franceses en la famosa batalla de Rávena, el Rey Católico anduvo tibio ó indiferente en procurar su libertad por veinte mil escudos que costaba su rescate. El rey Francisco I de Francia, comprendiendo cuán provechoso le podria ser aquel entendido y brioso capitan para su empresa de Italia, pagó los veinte mil escudos, le convidó con un gran puesto en la milicia, le hizo otros grandes ofrecimientos, y el resentido español sacrificó al interés y al enojo sus deberes, accedió á las propuestas del francés, envió al soberano de Castilla su título de conde de Oliveto, y le requirió le alzase la fidelidad que le debia para poder servir al rey de Francia de quien habia alcanzado la libertad. Fernando conoció su error, quiso enmendarle, y ofre

mil ducados, sino mas si fuese menester, y restituirle á su gracia y hacerle otras mercedes. Pero era ya tarde. Navarro se habia hecho ya tan francés, como antes habia sido español, y desechó para su mal las proposiciones de su monarca. Decimos para su mal, porque en una de las batallas posteriores de Italia fué hecho prisionero por sus compatriotas, y llevado al Castillo Nuevo de Nápoles que en otro tiempo habia tomado él á los franceses, y acabó en aquella prision su miserable vejez, expiando de esta manera su infidelidad á su nacion y á su soberano (3).

(2) Zurita, Rey don Hernando, lib. X, c. 93 y 94.-Abarca, Reyes de Aragon, tom. II, don Fernando el Católico, c. 23.

(3) Segun unos, se suicidó; segun otros, le mandó matar secretamente

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