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habeis aquí ayuntado, con todo eso ha querido su Cesárea Majestad que agora y en este lugar mas larga y claramente os sea por mí declarada. » Despues de una breve reseña de la vida del emperador, y viniendo á las razones que á tomar aquella resolucion le movian, contando como una de las primeras el cansancio y los padecimientos mas que la edad, añadió: «Y no solo por esta causa levanta el César la mano y se descarga de esta monarquía, poniendo en su lugar otro que para el gobierno de sus Estados sea su igual y tan idóneo, sino por otras muchas causas que lo incitan, mueven y fuerzan á ello. Quéjanse los españoles que ha doce años que no vieron la cara de su rey, y cada hora y momento claman por él: lo mismo desean los de Italia; los de Alemania de dia y de noche piden la presencia de su príncipe; á los cuales todos hubiera el César satisfecho y dádoles gusto, si la gran falta de salud no le impidiera, y le forzara á dar el remedio que agora se trata. Habeis visto y sabido á qué estado le ha traido su fuerte mal, y aquí presente lo veis, y no sin gran dolor. No está por cierto el César en edad que no fuera muy bastante para gobernar; mas la enfermedad cruel, á cuya fuerza no se ha podido resistir con todos los medicamentos y medios humanos, esta enemiga le ha tratado así, derribado, postrado su caudal y fuerzas. Es un mal terrible é inhumano el que se ha apoderado de S. M. tomándole todo el cuerpo, sin dejarle por dañar parte alguna desde la cabeza á la planta del pié. Encógensele los nervios con dolores intolerables, pasa los poros el mal humor, penetra los huesos hasta calar los tuétanos ó meollos, convierte las coyunturas en piedra, y la carne vuelve en tierra; tiene el cuerpo de todas maneras debilitado sin fuerzas ni caudal, tiene los piés y manos como con fuertes prisiones ligadas, los dolores continuos le atraviesan el alma, y así su vida es un largo y crudo martirio. Quiso el Señor, justo, santo, sabio y bueno, dar al César en lo que resta de su vida tal guerra con un enemigo cruel, invencible y duro. Y porque las humedades, aires y frialdad de Flandes le son totalmente contrarias, y el temple de España es mas apacible y saludable, S. M. ha determinado con el favor divino de pasar allá, y antes de partirse renunciar en su hijo el rey don Felipe y entregarle los Estados de Flandes y Brabante. Sintiera mucho el César y le llegara al alma si despues de haber padecido tantos trabajos por mar y por tierra por vuestra defensa y tranquilidad, cayérades en algun trabajo, pérdida ó daño por causa de su ausencia y falta de príncipe que os defenderá y amparará. Una sola cosa le consuela en esta determinacion y mudanza que hace, movido y guiado por la mano de Dios, y no por codiciar la ociosidad, ni amar el descanso, ni tampoco forzado, ni por miedo de algun enemigo, sino por desear y querer lo que os está mejor, os pone y entrega debajo del gobierno del rey don Felipe que está presente, y su hijo único, natural y legítimo sucesor, á quien poco há jurastes por vuestro príncipe, que está en edad propia, varonil y madura para os gobernar, y casado con la reina de Inglaterra, y para bien de estos Estados juntados con ellos aquella isla... Por lo cual tiene por cosa muy conveniente á Flandes y á todos sus reinos traspasar en él, ceder y renunciar como poco há comenzó, todos sus reinos y Estados, porque yéndole entregando en esta manera los Estados, se entenderá mejor con ellos y acertará á gobernarlos, que si de golpe ó juntamente le echase la carga de todos sus reinos y señoríos, con tanto peso apremiado, para mal suyo y de todos, daria con la carga en el suelo...>>

Absortos todos con la grandeza y novedad del acto y con la elocuencia del discurso que acababan de oir, quedaronlo mas cuando vieron al emperador levantarse, y apoyando la mano derecha sobre un báculo, la izquierda sobre el hombro de Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, comenzó á decir á la asamblea :

«Si bien Filiberto de Bruselas bastantemente ha dicho, amigos mios, las causas que me han movido para renunciar estos Estados y darlos á mi hijo para que los tenga, posea y gobierne, con todo eso os quiero decir algunas cosas con mi propia boca. Acordárseos há que á 5 de febrero de este año se cumplieron cuarenta en que mi abuelo el emperador Maximiliano, siendo yo de quince años de edad, en este mismo lugar y á esta misma hora me emancipó y sacó de la tutela en que

estaba, y hizo señor de mí mismo.....» Continuó refiriendo varios antecedentes de su vida y actos de su gobierno, y pronunció aquellas célebres palabras que con dificultad habrá podido proferir otro soberano en el mundo: «Nueve veces fuí á Alemania la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí á Flandes, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fuí contra Africa, las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta que por visitar mis tierras tengo hechos. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré á pasarlo para sepultarme, por manera que, doce veces he padecido las molestias y trabajos de la mar..... La mitad del tiempo tuve grandes y peligrosas guerras, de las cuales puedo decir con verdad que las hice, mas por fuerza y contra mi voluntad, que buscándolas ni dando ocasion para ellas. Y las que contra mí hicieron los enemigos resistí con el valor que todos saben.....» Despues de exponer las causas por que habia diferido este acto que hacia tiempo tenia pensado, y de dar á los flamencos varios consejos saludables, concluyó con estas notables palabras, que le honran mas que los hechos mas brillantes de su vida como guerrero y como emperador: «En lo que toca al gobierno que he tenido, confieso haber errado muchas veces, engañado con el verdor y brio de mi juventud y poca experiencia, ó por otro defecto de la flaqueza humana. Y os certifico que no hice jamás cosa en que quisiere agraviar á alguno de mis vasallos, queriéndolo ó entendiéndolo, ni permití que se les hiciese agravios; y si alguno se puede de esto quejar con razon, confieso y protesto aquí delante de todos que seria agraviado sin saberlo yo, y muy contra mi voluntad, y pido y ruego á todos los que aquí estais me perdoneis, y me hagais gracia de este yerro ó de otra queja que de mí se pueda tener (1).»

Volviéndose luego á su hijo, le dijo derramando lágrimas, entre otras cosas, lo siguiente: «Tened inviolable respeto á la religion: mantened la fe católica en toda su pureza; sean sagradas para vos las leyes de vuestro país; no atenteis ni á los derechos ni á los privilegios de vuestros súbditos; y si algun dia deseareis como yo gozar de la tranquilidad de una vida privada, ojalá tengais un hijo que por sus virtudes merezca que le cedais el cetro con tanta satisfaccion como yo os lo cedo agora.»>

Y diciendo esto, cayó casi desfallecido en la silla. Habíanle oido todos con religiosa atencion, y las lágrimas surcaban las mejillas de casi todos los miembros de aquella asamblea. El emperador lloró con ellos, y sollozando les dijo para despedirse: «Quedaos á Dios, hijos, quedaos á Dios, que en el alma os llevo atravesados. >>

Respondió á nombre de los Estados el síndico de Amberes en una larga y bien razonada oracion, manifestando lo sensible que les era su ausencia, asegurando que seria en todo cumplida su voluntad imperial, y pidiendo á Dios que diera próspero y feliz viaje al César y á su hermana la reina doña María. Levantóse entonces Felipe, púsose luego de rodillas delante del emperador, dióle sumisamente las gracias por la merced que recibia, manifestó que aceptaba la cesion y trasmision de los Estados de Flandes, y que procuraria gobernarlos en justicia con el favor de Dios. Dirigiéndose despues á la asamblea: «Quisiera, dijo, haber deprendido tan bien á hablar la lengua francesa, que en ella os pudiera decir larga y elegantemente el ánimo, voluntad y amor entrañable que á los Estados de Flandes tengo: mas como no puedo hacer esto en la lengua francesa ni flamenca, suplirá mi falta el obispo de Arrás á quien yo he comunicado mi pecho, y os pido que le oigais en mi nombre todo lo que dijere, como si yo mismo lo dijera. >>

Habló, pues, Granvela, obispo de Arrás, ponderando el celo de Felipe por el bien de sus nuevos súbditos. Levantóse despues de él la reina doña María, hermana del emperador y gobernadora de Flandes, y en otro discreto razonamiento hizo

(1) El obispo Sandoval insertó íntegros estos discursos en su historia. Es muy extraño que Robertson se contentara con hacer un ligerísimo resúmen de ellos, siendo tan interesantes.

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descargándose del peso de los demás Estados y coronas que aun conservaba, y así lo anunció al poco tiempo á los caballeros españoles de su servidumbre, manifestándoles el pensamiento que tenia de dejar tambien los reinos de España á su hijo, como habia hecho con los de Flandes. En efecto, á las pocas semanas (16 de enero, 1556) en su misma ciudad de Bruselas entregó al secretario Francisco de Eraso la carta de renunciacion, en que dejaba y traspasaba á su hijo el rey don Felipe los reinos de Leon, Castilla y Aragon (2), y escribió á

(2) Conoscida cosa sea, empieza la carta de renuncia, á todos los que la presente carta de cesion, renunciacion y refutacion vieren, como Nos don Cárlos por la divina clemencia Emperador siempre augusto, etc.>> La cesion está hecha en términos amplísimos y explícitos, y la presenciaron como testigos sus dos hermanas las reinas de Francia y de Hungría, el

todos los prelados, grandes, caballeros y ciudades de España, dándoles conocimiento de su determinacion, y pidiéndoles encarecidamente la llevasen á bien, y fuesen tan leales vasallos de su hijo como lo habian sido suyos. El rey don Felipe escribió tambien, confirmando los poderes de regente á la princesa doña Juana su hermana. En su virtud, á las tres de la tarde del 28 de marzo (1556) se levantaron pendones en la plaza mayor de Valladolid por el rey don Felipe á presencia de la grandeza y del pueblo. El príncipe don Cárlos su hijo era el que llevaba el pendon, y el que proclamó en alta voz: «¡Castilla, Castilla por el rey don Felipe nuestro señor!» y se paseó el estandarte por las calles de la ciudad, marchando delante los reyes de armas.

La crudeza de la estacion y el rigor de sus padecimientos obligaron á Cárlos V á diferir todavía por algun tiempo su viaje a España. Aprovechó, pues, su estancia en Flandes para ajustar con Enrique II de Francia, en las conferencias que al efecto se tuvieron en la abadía de Vancelles, cerca de Cambray, una tregua de cinco años. Deseábalo con ansia, no solo por interés de su hijo Felipe, sino tambien por la satisfaccion de dejar, al tiempo de venir, la Europa tranquila. Así fué que accedió á condiciones ventajosas para el francés, como era la de dejarle en posesion de lo que habia conquistado en Saboya y en las fronteras de Alemania (6 de febrero, 1556). Disgustó aquella tregua al pontífice Paulo IV, que, enemigo del emperador y mas todavía de su hijo Felipe, á quien aborrecia mortalmente, tenia interés en avivar la enemiga de la Francia contra Cárlos y Felipe. Disimuló, sin embargo, y con una doblez nada digna del pastor universal de los fieles, mientras de público enviaba embajadas á las cortes de Bruselas y Paris con el fin aparente de que los tres soberanos aceptaran su mediacion para establecer una paz sólida y durable, de secreto encargaba á su sobrino el cardenal Caraffa que por todos los medios incitase al monarca francés á invadir los Estados de Felipe II en Italia, pintándole la ocasion como la mas oportuna para apoderarse de Nápoles, objeto hacia cincuenta años de la ambicion de los monarcas franceses, añadiendo que el papa tenia ya alistado un ejército considerable para unirle á la division francesa y arrojar de Nápoles á todos los españoles. Por mas que no faltó quien trabajara é influyera en opuesto sentido con el rey Enrique II, el cardenal Caraffa con sus incesantes intrigas logró reducirle á que firmara una liga con el papa contra Cárlos y Felipe, que dando al traste con la tregua de Vancelles habia de encender la guerra en Italia y en los Países Bajos. Entonces el papa arrojó la máscara con que hasta allí se habia cubierto, perdió toda moderacion, se dejó arrebatar de su odio contra Felipe, cometió todo género de violencias contra los españoles, encarceló y maltrató entre otros á Garcilaso de la Vega, al enviado mismo de España, excomulgó á los Colonas, ejecutó otras muchas venganzas y desmanes en todos los adictos á los españoles, y en su ciega indignacion hizo entablar contra el mismo Felipe II, en pleno consistorio, una acusacion jurídica para privarle del reino de Nápoles, so pretexto de que habia faltado á la fidelidad que debia á la Santa Sede por la investidura de aquel reino, concediendo á los excomulgados Colonas un asilo en sus Estados, y hasta proporcionándoles armas para atacar los Estados de la Iglesia. Hizo mas. A peticion del abogado del consistorio, asintió el papa á citar al rey Felipe ante el tribunal, declarando que para las formas que se habrian de seguir en tan importante proceso se pondria de acuerdo con los cardenales (1).

príncipe Filiberto de Saboya, el duque de Medinaceli, el conde de Feria, el marqués de Aguilar, el de las Navas y otros muchos personajes. (1) Pallavic. Hist. del Concil. lib. XIII.-Herrera, Hist. de Felipe II, libro I.-Correspondencia de Felipe II con su tio don Fernando: Coleccion de documentos inéditos, tomo II.

Las causas, todas injustas, interesadas y de mala especie, del odio rencoroso é injustificable del papa Paulo IV, aun desde antes de ser cardenal, á Cárlos V y Felipe II, y los motivos que le impulsaron á desplegar contra ellos tanta saña, se hallan explicadas en Salazar, Glorias de la casa Farnese (desde la página 246).-Lo mismo se halla confirmado en la correspondencia de Bernardo Navagiero, embajador de Roma, que existe en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, A. 58 y A. 59. Por

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En honor de la verdad, mientras el papa Paulo IV procedia con un encono y una saña tan impropios de su sagrada dignidad, Felipe II se conducia con el pontífice con una mode. racion y una templanza que hubieran debido servir de ejemplo al jefe de la Iglesia. Sentia tener que tomar las armas contra una autoridad que siempre habia reverenciado, y sin faltarle al respeto, y antes de romper con el padre comun de los fieles, consultó con una junta de teólogos españoles, los cuales le respondieron, que puesto que habia apurado infructuosamente las reflexiones y las súplicas para hacer entrar en razon al pontífice, y no habia otro medio de poner coto á sus violencias é injusticias, las leyes divinas y humanas le autorizaban y daban derecho para defenderse con la guerra, y aun para atacar si era menester.

Menos escrupuloso ó mas franco que él el duque de Alba, nombrado virey de Nápoles y encargado de la defensa de aquel reino, no solo preparaba ejércitos para resistir al pontífice, sino que escribia á Su Santidad con la dureza y el rigor que expresa la notable carta siguiente (Nápoles 21 de agosto, 1556):

«Santísimo señor: He recibido el breve que me trajo Domínico del Nero, y entendido de él lo que Vuestra Santidad me ha dicho en otra ocasion á boca, que en efecto es y ha sido querer allanar y justificar los grandes y notorios agravios hechos á S. M. C. mi señor, los mismos que yo envié á representar á Vuestra Santidad, con el conde de San Valentin. Y porque las respuestas de V. S. no son tales que basten á justificar y excusar lo hecho, no me ha parecido necesario usar de otra réplica, mayormente habiendo V. S. despues procedido á cosas muy perjudiciales y agravios muy pesados, que muestran abiertamente, no solo que no hay arrimo verdadero para fiar de las palabras de V. S., cosa que en el hombre mas bajo se tiene por infamia, sino tambien que tal sea la voluntad é intencion de V. S. Y porque Vuestra Santidad me quiere persuadir á que yo deponga las armas, sin ofrecer por su parte ninguna seguridad á las cosas, dominios y Estados de Su Majestad Católica, mi señor, que es lo que solamente se pretende, me ha parecido, por mi postrera escusacion y justificacion de mi paciencia y razon, enviar con esta á Pirro de Lofredo, caballero napolitano, para hacer saber á V. S. lo que por otras mias algunas veces he hecho, y es, que siendo S. M. Cesárea y el rey Felipe, mis señores, obedientísimos y verdaderos defensores de la Santa Sede Apostólica, hasta ahora han disimulado todo lo posible y sufrido con inimitable tolerancia todas las gravísimas y continuas ofensas de V. S., cada una de las cuales ha dado ocasion de resentir de la manera que convenia, habiendo V. S. desde el principio de su pontificado comenzado á oprimir, perseguir, encarcerar y privar de sus bienes á los buenos servidores, criados y aficionados de Sus Majestades mis señores, y habiendo despues solicitado é importunado príncipes, potentados y señorías de cristianos, para hacerlos entrar en la liga consigo para daño de los Estados, dominios y reinos de SS. MM., mandando tomar sus correos y de sus ministros, quitándoles sus despachos y abriendo los que llevaban, cosa por cierto que solo los enemigos la suelen hacer, pero nueva y que causa horror á todo el mundo, por no haberse jamás visto practicada por un pontífice con un rey tan justo y católico como es el mio, y cosa, en fin, que V. S. no podrá quitar de la historia el feo lunar que causará á su nombre, pues ni aun la pensaron aquellos antipapas cismáticos que les faltó poco ó nada para llenar de herejías la cristiandad...

>> Demás de esto, V. S. ha hecho venir gente extranjera en las tierras de la Iglesia, sin poderse conjeturar otro fin de esto que el de una dañada intencion de querer ocupar este reino (Nápoles); lo cual se confirma con ver que V. S. secretamente ha levantado gente de á pié y de caballo, y enviado buena parte de ella á los confines; y no cesando de su propósito ha

ellas se ve las vehementísimas palabras que muchas veces proferia aquel arrebatado pontífice contra Cárlos y contra Felipe.--Tambien puede verse el Códice A. 52, en que hay cartas de Felipe II manifestando la manera como Paulo habia comenzado á desfogar su rabia contra él en cuanto subió al pontificado.

mandado tomar en prision y atormentar cruelmente á Juan Antonio de Tarsis....... inhumanidad sin duda mas natural de un tirano que de un santo pastor. Y aun no contento ni satisfecho el cruel ánimo de V. S., ha carcerado y maltratado á un hombre como Garcilaso de la Vega, criado bueno de S. M., que habia sido enviado á V. S. á los efectos que bien sabe... Todo lo cual, y otras muchas cosas, como está dicho, se han sufrido mas por el respeto que se ha tenido á la Santa Sede Apostólica y al bien público que no por otras causas, esperando siempre que V. S. hubiere de reconocerse y tomar otro camino... >>Empero viendo que la cosa pasa tan adelante, y que ha permitido V. S. que en su presencia, el procurador, abogado y fiscal de esa Santa Sede, hayan hecho en consistorio tan injusta, inicua y temeraria instancia como la de que el rey mi señor fuese quitado del reino, aceptándolo y consintiendo V. S. con decir que lo proveeria á su tiempo..... habiendo Vuestra Santidad reducido últimamente á S. M. en tan estrecha necesidad, que si cualquiera muy obediente hijo fuese de esta manera de su padre oprimido y tratado, no podria dejar de se defender y le quitar las armas con que le ofender quisiese; y no pudiendo faltar á la obligacion que tengo como ministro á cuyo cargo está la buena gobernacion de los Estados de S. M. en Italia, ni aguantar mas que V. S. haga tan malas fechurías y cause tantos oprobios y deshonores á mi rey y señor; faltándome ya la paciencia para sufrir los dobles tratos de Vuestra Santidad, me será forzado, no solo no deponer las armas como V. S. me dice, sino proveerme de nuevos alistamientos que me den mas fuerzas para la defension de mi dicho rey y señor y de estos Estados, y aun para poner á Roma en tal aprieto que conozca en su estrago se ha callado por respeto, y se sabe demoler sus muros cuando la razon hace que se acabe la paciencia.

>>Por todo lo cual, lo justo y provechoso que es este medio propuesto (1), pues V. S. ha sido creado pastor que guarda las ovejas, no lobo hambriento que las destroze, y aunque es tan altísima su dignidad, es únicamente dirigida á mantener la Iglesia en paz, no á querer hacer papel en el teatro del mundo en cosas puramente suyas, ni V. S. tiene facultades para dar ni quitar coronas ni reinos; me protesto á Dios, á V. S. y á todo el mundo, que si V. S. sin dilacion de tiempo no quiere quedar servido de hacer y ejecutar cada parte y todo lo sobredicho, que se reduce únicamente á que no sea ni quiera ser padrastro de quien solo debe ser padre, yo pensaré con toda ligereza, y sin que despues sirvan respetos humanos, el modo de defender el reino á la majestad del rey mi señor en aquellas mejores maneras que pudiere: que siendo así, creo y espero en el favor divino no ha de ser nada próspero á V. S., pues verá, como lo prometo en nombre de mi rey y señor y por la sangre que hay en mis venas, titubear á Roma á manos del rigor; y V. S., aunque entonces será tambien respetado como ahora, no podrá librarse de las furias y horrores de la guerra, ó tal vez de las iras de algun soldado notablemente ofendido de las acciones fieras que con bastantes ha hecho V. S.; y cuando mejor libre, no perderá la fama eterna en el mundo de que abandonó su iglesia por adquirir dominios para sus deudos, olvidándose de que nació pastor y se convirtió en lobo.

>>De todo lo cual doy á V. S. aviso para que resuelva y se determine á abrazar el santo nombre de padre de la cristiandad y no de padrastro, advirtiendo de camino á V. S. no dilate de me decir su determinacion, pues en no dármela á los ocho dias, será para mí aviso de que quiere ser padrastro y no padre, y pasaré á tratarlo, no como á esto sino como aquello. Para lo cual, al mismo tiempo que esta escribo, dispongo los asuntos para la guerra, ó por mejor decir, doy las órdenes rigorosas para ella, pues todo está en términos de poder enderezar á donde convenga; y los males que de ello resultasen, vayan sobre el ánimo y conciencia de V. S., pues en su mano está elegir el bien ó el mal, y si este abraza será señal de su

(1) El medio que le proponia era, que mandara asegurar á S. M. y le asegurara en efecto no ofenderle ni en aquel reino ni en otros estados y dominios, ofreciéndose el duque á hacer lo mismo con S. S. en nombre del emperador y rey y sus señores.

pertinacia, y Dios dispondrá su castigo..... De Nápoles á 21 de agosto de 1556.-Santísimo Señor.-Puesto está á los santísimos piés de V. S. su mas obediente hijo.-El duque de Alba (2).»

Esta durísima carta, escrita por el hombre de la confianza íntima de Felipe II, en su nombre, y sin duda con su consentimiento y aprobacion (3), no bastó para hacer al papa desistir de sus proyectos contra Felipe, puesto que el duque de Alba se vió obligado á realizar sus amenazas penetrando en el territorio de la Iglesia con un ejército de doce mil hombres veteranos y aguerridos, los cuales se fueron apoderando de las plazas, de las unas por fuerza, de las otras por cobardía ó traicion de los habitantes ó de las tropas del pontífice. Para no ser acusado de irreligioso usurpador del patrimonio de la Iglesia, tuvo el de Alba la política de declarar que tomaba posesion de las plazas á nombre del sacro colegio y solo hasta la eleccion de otro pontífice. Los españoles extendian sus correrías hasta las puertas mismas de Roma, con lo cual, consternada la ciudad é intimidados los cardenales, intercedieron con S. S. y le instaron á que propusiera al general español un armisticio. Hízolo así Paulo IV, ya por calmar la agitacion de Roma, ya por ganar tiempo para ver si le llegaban los socorros que esperaba de Francia: y el virey de Nápoles aceptó la proposicion del pontífice, porque sabia que su soberano deseaba la terminacion de una guerra que habia emprendido con disgusto. Firmóse pues una tregua de cuarenta dias (setiembre); mas en tanto que se negociaba la paz, la llegada á Roma de una remesa de dinero de Francia, y la de una hueste francesa, precursora de otras que seguian el mismo camino, volvieron á dar ánimos al pontífice, que se empeñó nuevamente en llevar adelante la guerra.

Mientras esto pasaba, Cárlos, despues de hacer la última tentativa y el último esfuerzo para ver de lograr de su hermano Fernando que cediese en favor de Felipe sus derechos á la sucesion del imperio recibiendo en equivalencia otras provincias, como le hallase inflexible en este punto, resolvió al fin descargarse tambien del peso de la única corona que ya llevaba: y llamando á sí á Guillermo, príncipe de Orange, le entregó el acta de renuncia de la administracion y gobernacion del imperio en favor de su hermano Fernando, rey de romanos, para que la llevase á él y la presentara y recomendara en la Dieta germánica; bien que Fernando deseaba y proponia que lo hiciese enviándole á él plenos poderes (4). Esta renuncia solo halló contradiccion en el pontífice Paulo IV, que en su ojeriza contra la casa de Austria pretendia que Cárlos no podia sin su expresa licencia resignar la corona imperial, aun cuando consintieran en ello los mismos electores, y sembraba cuanta cizaña podia para que no se le admitiese, y vengóse en no dar su confirmacion hasta pasados dos años que se vió obligado á ello.

Renunciadas una tras otra las coronas, determinó ya Cárlos su viaje á España. El punto que habia escogido aquí para su residencia era el monasterio de padres jerónimos de Yuste en Extremadura, sito en un fresco y ameno despoblado, regado de muchas aguas, á un cuarto de legua del lugar de Cuacos en la Vera de Plasencia. Tiempo hacia ya que con este pensamiento habia mandado se le preparase en este monasterio una habitacion cómoda aunque modesta, juntamente con un aposento para sus criados, todo lo cual estaba ya aparejado y dispuesto en los primeros meses de este año (5). La

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(3) Así se deduce claramente de cartas posteriores del mismo Felipe II, que continuó valiéndose del de Alba para todo y dispensándole cada dia mas confianza.-Biblioteca del duque de Osuna; Correspondencia entre Fernando I emperador de Alemania, y Felipe II rey de España desde marzo de 1556 hasta enero de 1563.

(4) Carta de Fernando á Felipe II, de Viena, á 24 de mayo de 1556. (5) Cartas de 1.o, 19, 22, 30 y 31 de enero de los encargados de las obras Fr. Melchor de Pie de Concha y Fr. Juan Ortega y Juan Vazquez, dándole cuenta de las que se iban haciendo y de estar ya concluidas.Archivo de Simancas, Estado, leg. 117.

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