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LA

A RAZON de este libro queda ya indicada en el título le precede, y se va dando en particular en cada uno de los capítulos.

que

que

Conmemorativo de un aniversario, natural es que contenga entre sus hojas lo que ese aniversario tiene de memorable, y lo memorable de él, más que su misma celebración, es el sea feliz término de un período de años tan largo y tan lleno de trabajos realizados y de frutos conseguidos. Y como la historia de estos cincuenta años tiene antecedentes, puesto que es continuación, aunque dos veces interrumpida, de otra historia más antigua, hemos creído que también esos antecedentes debían tener cabida en el presente álbum.

Fué nuestra primera intención publicarlo para el mismo día de las bodas de oro, y no hay duda que entonces hubiera tenido mayor interés y oportunidad; pero luego nos pareció que llenaría mejor sus fines si, publicándose más tarde, podía perpetuar también la memoria de aquellas y ser recordatorio completo del cincuentenario.

Así y todo, no entraba en nuestras intenciones, y menos aún en nuestros deseos, que saliese á luz tan tarde como sale.

VIII

Sin embargo, sírvenos de consuelo el pensar que se trata de un libro de recuerdos, y estos, como no sean de una obligación no cumplida, hasta ganan algo con ser más viejos.

¿ Y para quiénes se ha escrito? Pues primeramente, y aunque ello parezca egoísmo y el decirlo descortesía, para nosotros, para los Jesuitas que somos en la actualidad miembros de este Colegio y para los que lo hayan de ser en lo sucesivo. Sí, porque en nosotros y para nosotros tiene y tendrá especial utilidad la lectura de este libro, como despertador de nuestra emulación y de nuestro celo, á la vista de lo que hicieron nuestros padres y de lo que debemos, en ley de agradecimiento, por ellos y por nosotros.

Después, y en razón de ofrenda y de obsequio lo primero, este libro va dedicado á la Habana y á Cuba entera, y sobre todo á los que han sido discípulos de Belén.

Dos palabras de excusa á estos últimos. De tantos como son, á muchos no ha podido llegar nuestra voz y nuestro reclamo; de la mayor parte ignorábamos el paradero; otros quizás no respondieron ó respondieron algo tarde á nuestra invitación. Téngase esto en cuenta para perdonarnos las involuntarias omisiones que forzosamente se encontrarán en este álbum, ó las preferencias también involuntarias y quizás aparentemente injustas.

Y hágase también extensivo este perdón para sincerarnos con aquellos á quienes no pudimos invitar á nuestras fiestas ó dar entrada en ellas, porque á la sobra de buena voluntad, se oponía lo escaso de los medios de que-disponíamos.

LOS JESUITAS EN LA HABANA

Fué nuestra feliz Habana, primera en esta circunstancia (de ser residencia de la C. de J.), y sin segunda en el ansia y solicitud de que se radicase en esta población, manifestándose tan inclinada desde sus principios á los PP. Jesuitas, que cuando arribaron náufragos o perdidos á este puerto aquellos santos varones que después murieron invictos mártires en el Brasil, hallaron extremos de veneración y benevolencia en sus moradores, los cuales mostraron en la comodidad del hospedaje y profusión de los regalos, no sólo el generoso carácter de sus ánimos, sino también su devota propensión al instituto.

(Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales.-La Habana descripta: noticias de su fundación, aumentos y estado, compuesta por D. José Martín Félix de Arrate, natural y Regidor perpetuo de dicha ciudad. 1761. C. 39. pg. 246.)

Debemos aclarar algunos de los hechos que se indican (relativos al origen de la fundación del Colegio de los Jesuitas) siquiera para conservar las pocas tradiciones de la Habana.

(D. Antonio Bachiller y Morales-Apuntes para la Historia de las Letras y de la Instrucción Pública de la Isla de Cuba-Tomo 1 pg. 148.)

N

O SOMOS nuevos en la Habana: cincuenta años son muy larga fecha, en los tiempos que vivimos, para una institución de carácter privado como la de nuestro Colegio. Pero cuando en 1854, en lo que fué convento y hospital de Betlemitas, habitado aún en parte por la tropa que los había sustituido, abríamos nuestras aulas á los que entonces eran niños y hoy son casi ancianos; tampoco entonces éramos nuevos en la Habana.

El Seminario de San Carlos Ꭹ la Catedral llevaban y llevan aún, mal borrado, nuestro nombre; de San Ignacio se llama todavía la calle á la que abren sus puertas; y si la generosidad de los habaneros pudo olvidar que aquellos edificios eran un donativo suyo á los hijos de Loyola, éstos, á quienes su Padre quiso dejar en especial herencia la virtud del agradecimiento, nunca podrían olvidarlo.

Y cuando allá por los años de 1720 vinieron nuestros PP. á comenzar, en los solares que consagró con una ermita de San Ignacio el Obispo Compostela, la fundación del Colegio, aun entonces los saludaron vuestros abuelos como á antiguos huéspedes y conocidos; que siglo y medio antes los habían visto arribar á sus playas y les habían dado hospedaje y regalo, mientras se preparaban al martirio que habían de padecer, traspasados por las clavas de los salvajes en las costas de la Florida, ó por el plomo y el hierro de los herejes en las aguas del océano.

A renovar pues la memoria de la cariñosa acogida, que siempre y desde muy antiguo hallamos en vosotros, y de los extremos de veneración y benevolencia que para con nosotros habéis tenido; á recordar también lo que los Jesuitas han hecho por vosotros, como en prenda de lo que están dispuestos á hacer en lo venidero, van encaminadas las presentes páginas, que hilvanadas sin el sosiego y espacio que hubieran sido menester, no son más que un modesto capítulo en el álbum con que el Colegio de Belén quiere conmemorar la fiesta jubilar de sus Bodas de Oro.

LA MISIÓN DE LA FLORIDA

Era más que mediado el mes de agosto de 1566, cuando entraba en las aguas de la Habana y se ponía al habla del Morro una embarcación de gran porte, parecida en la forma á ciertas barcas holandesas que suelen verse aún en los puertos de Europa. Era de las que entonces llamaban urcas, embarcaciones grandes y de mucha manga, chatas de proa y popa y sin castilletes en ellas, y que corrían generalmente la derrota de las Américas, llevando grandes cargamentos, sobre todo de granos.

Si aun duraba en la vida y en el oficio el flamenco aquel Juan de Emberás, en quien, según rezan las actas, proveyó el cabildo de la Habana nueve años antes el cargo de avisar cuando hubiese navío, tocando un tambor; debió redoblar sobre el parche esta vez con más brío que nunca, porque ó le engañaban sus ojos ó el barco aquel mostraba en sus colores ser belga y por ende compatriota suyo.

Era la urca en efecto belga y belgas la mayor parte de sus tripulantes; pero venía de puerto español, y traía también á su bordo españoles, con una comisión del Rey de España D. Felipe II. Porque, y esto es lo que á nosotros nos interesa, venían en ella los primeros Jesuitas que pasaban á Cuba y que iban á ser además los

primeros de su orden que, después de los misioneros del Brasil pisaban playas americanas.

Entre el abigarrado conjunto de la chusma y de los pasajeros, distinguíanse sobre cubierta tres negras sotanas: eran las del P. Pedro Martínez y sus dos compañeros el P. Juan Rogel y el H. Francisco Villarreal, quienes fatigados por las molestias y monotonía de una navegación de dos meses ó cerca de ellos, daban á un tiempo descanso y deleite á sus ojos y á su espíritu, contemplando con avidez el bello panorama de Cuba, de aquella tierra que surgiendo del mar y extendiendo hacia ellos los arrecifes del Morro y de la Punta, parecía abrirles los brazos para estrecharlos después en un abrazo, que no sabían bien los hijos de Loyola cuánto había de ser de cordial y de apretado.

Habíanse hecho á la vela en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 28 de junio, junto con una flota que traía el rumbo de NuevaEspaña, y navegado en convoy con las otras naves hasta la entrada del golfo; allí se habían destacado de la flota y puesto la proa hacia la Habana. Y hé aquí que la tenían ante los ojos.

A la derecha se extendía, cubierto de vegetación y de maleza, lo que algo después se llamó con propiedad "Vedado," esto es, monte cerrado donde no se permitía abrir camino ni vereda alguna á la playa, para dificultar así el desembarque de enemigos; junto á la caleta que hoy llamamos de San Lázaro se levantaba ya el torreón, bautizado con el mismo nombre; y más cerca, en la boca misma del puerto, en la Punta, por encima de las trincheras de tierra de un humilde reducto asomaban sus bocas los pedreros, que á sus propias expensas colocó años antes Juan de Rojas, para defensa contra los piratas.

A la izquierda y al otro lado del canal, donde hoy se eleva el castillo y faro del Morro, nada: la peña que se alzaba unos sesenta pies sobre el nivel de las aguas, coronada tan sólo por un mísero casucho, que servía para atalayar desde él los buques, y al que daban el nombre de la Vigia. Meses después levantaría Pedro Menéndez de Avilés las primeras trincheras, poco mejores que las de la Punta, pero hasta veintitrés años más tarde no había de comenzarse, en el mando de Texeda y bajo la dirección de Antonelli, la primera construcción de una fortaleza.

Ya dentro de la bahía... ¡cómo habremos, para figurárnosla como ellos la vieron, de esforzar nuestra imaginación! Ni rastro de los inmensos almacenes ni aun del caserío de Casa-Blanca, de Regla y el resto del litoral; solamente lomas de perenne y no interrumpida verdura, que se cerraban en múltiple cadena y alar

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