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bía de ser, como veremos, de alguna magnitud é importancia, sin contar con bases bien determinadas, estables y seguras; para ofrecer las cuales faltó algún tiempo la posibilidad, pero nunca la voluntad y el deseo.

Y ha de constar también, que nos parece inexacta, como proferida infundadamente y de ligero, la afirmación que sienta D. Jacobo de la Pezuela en su Historia de la Isla de Cuba, tomo 2o página 356, al decir «que se prestaron poco á su instalación (la de la Compañía de Jesús) los obispos y los sacerdotes.» La serie de los sucesos, registrados muchos de ellos y ninguno en contra, en la misma Historia del Sr. Pezuela (lo que justifica el dictado de infundada y hecha de ligero aplicado á su afirmación), nos demostrará que obispos como D. Leonel de Cervantes, Mañozca, Compostela y D. Jerónimo Valdés, fueron los que más calor dieron á las reclamaciones que tenían por objeto la vuelta de los Jesuitas, que lo mismo hizo antes de ceñirse la sagrada mitra el después Ilmo. D. Pedro Morell de Santa Cruz, y finalmente, que el definitivo fundador del Colegio fué un clérigo y sacerdote de la Habana, el pbro. D. Gregorio Díaz Angel.

Pasemos ya á consignar, por orden de tiempo, los hechos cuya memoria conservamos. En la congregación ó capítulo, congregación la llamamos nosotros, en que se reunió en 1631 la Provincia de la Compañía de Jesús de Méjico, y que fué la undécima celebrada en aquella provincia, entre otros postulados que se acordó habían de presentarse á Roma, fué uno «que condescendiendo con los de«seos de los moradores de la Habana, se dignase S. P. M. R. con<«ceder se estableciese allí una residencia de la Compañía.» Fué ocasión de esta súplica la grande instancia que había hecho el año precedente al Padre Provincial el Ilmo. D. Leonel de Cervantes, recientemente nombrado Obispo de Guadalajara de Méjico y que acababa de serlo de Cuba, donde dejaba imborrable recuerdo de su caridad y desprendimiento. Mirando todavía por el bien de sus antiguos diocesanos, y dando oídos como piadoso padre, que aun no dejaba de serlo, á las quejas y deseos de sus hijos ausentes, repetía ahora lo que ya antes había escrito directamente al M. R. P. General, cuando le hacía presente el antiguo afecto de la ciudad de la Habana á los Jesuitas, y entre otras razones, apelaba también á la misma conveniencia que les resultaría de tener algún establecimiento en un puerto, como era aquel, de forzosa escala en el viaje de España á Méjico.

Doce años más tarde y en el de 1643, al detenerse en la Habana de paso para Roma el P. Andrés Pérez de Rivas, presentóse, cum

pliendo el encargo del provincial de Méjico, P. Luis de Bonifaz, al cabildo y autoridades, para significarles lo agradecidos que se hallaban, así el dicho Padre Provincial como toda la provincia, á los esfuerzos con que solicitaba la Compañía esta noble ciudad. Como respuesta á esta cortés, pero necesaria muestra de gratitud, juntóse cabildo en 30 de marzo, y se acordó instar de nuevo á S. M. por la licencia para la fundación.

Pero cuando comienza á activarse más este negocio, es por los años de 1656 á 1658. Enviado con el fin de arreglar lo relativo á unas casas, vecinas á la Parroquial mayor, que pertenecían al P. Eugenio de Losa, y que éste renunciaba en favor de la Compañía, vino á la Habana el año de 56 el P. Andrés de Rada. Movidos tal vez por la venida del Padre, y acaso también por el mismo motivo de la venida, que les parecía poder ayudar á sus deseos, juntáronse el cabildo y regidores en 6 de abril de aquel año, y tomando la palabra el síndico procurador general, hizo un sentido elogio de la Compañía de Jesús, extendiéndose en un largo capítulo de alabanzas; adujo luego las utilidades y ventajas que se seguirían á la ciudad y á toda la Isla, ventajas entre las que suponemos no omitiría la de la educación y enseñanza de la juventud; y sacó en conclusión de las razones expuestas y á su juicio gravísimas, que sin perdonar á sacrificios debía agenciarse el establecimiento de un colegio de Jesuitas. Vino en ello, como quien ya de antiguo lo estaba, la ilustre corporación, y en atención á esto, se resolvió suplicar al P. Rada quisiese detenerse en el puerto, mientras se tenía respuesta de la corte y del Padre Provincial de Méjico. En efecto, con fecha 5 de julio representaron á S. M. la importancia de la fundación, ofreciendo, fuera de las limosnas ya prometidas, las tierras necesarias para montar un ingenio de azúcar. La respuesta así de Madrid como de Méjico fué favorable; sin embargo, no siendo aún suficientes las rentas, el maestre de campo D. Juan de Salamanca, caballero del orden de Calatrava, gobernador y capitán general de la Isla, en 4 de noviembre de 1658 propuso al cabildo que destinase dos comisionados, encargados de cobrar las limosnas prometidas y juntar otras de nuevo. Hízose así, pero no obstante el empeño de aquel noble caballero, porque en su gobierno se fundase el colegio, no se pudo conseguir la renta suficiente. Repitióse esta diligencia por los años de 1682, pero tuvo siempre el mismo resultado.

Faltaban ya solos tres años, para que viniese á tomar posesión de la sede episcopal de Cuba el Ilmo. D. Diego Evelino de Compostela, quien había de redoblar súplicas, instancias y ofrecimientos para

procurar á sus diocesanos, con la venida de los Jesuitas, un nuevo beneficio que añadir al interminable catálogo de sus bondades y sus misericordias. Aquel Obispo cuyo recuerdo será imperecedero, porque se dijo de él que Dios podía hacer de las piedras hijos de Adán y él convertía las limosnas en piedras, piedras que, transformadas en templos, monasterios y asilos de beneficencia, señalan y seguirán señalando la huella de su paso, tan semejante al de Jesucristo que, como dice el Evangelio, pasó haciendo bien; aquel Obispo que apoyado en la fe hizo imposibles, como se lee aún hoy en la losa de su sepulcro, O. Q. V. F.-Omnia quæcumque voluit fecit, hizo todo cuanto quiso, no pudo ciertamente ver realizado el deseo que ocupaba lugar preferente en su corazón, pero en su previsión amorosa compró, y consagró con una ermita de San Ignacio, el solar donde había de levantarse el colegio, y en el hospital de convalecientes, que fundaba bajo la advocación de San Diego y de Nuestra Señora de Belén, preparaba sin saberlo él, pero por particular providencia del Cielo, el asilo que acogiese á los Jesuitas al volver, después de ochenta y siete años de expulsos, á estas playas, siempre para ellos cariñosas y hospitalarias.

Pero no anticipemos los sucesos, y haciendo un alto en la relación de las piadosas y reiteradas súplicas con que los Habaneros pedían la Compañía, recordemos entre las muchas veces que los Jesuitas hicieron escala en este puerto, alguna de ellas para morir aquí como en tierra amiga, cual sucedió al ir para Roma en 1654 al P. Jerónimo de Lovera, las dos estadas principales de que tenemos noticia. Es la primera la del P. Andrés de Rada, de quien ya hemos hecho mención, y á quien debe referirse sin duda alguna unmanuscrito de que nos da cuenta el P. Alegre. En él, sin firma alguna y sin especificar los nombres de los que en el suceso intervinieron, se habla de un Padre que vino á la Habana acompañado de un hermano coadjutor, «con ocasión de componer ciertos intereses entre la madre y hermanos de uno de nuestros sacerdotes, cuyo padre había muerto poco antes en la Habana»; que en vista de la buena muestra que de sí daban, así este Padre como otro que vino á juntarse con él, como luego se verá, se movió la ciudad á pedir á S. M. la fundación de un colegio; que esperó en la Habana el Padre más de un año. Datos, como se ve, que convienen enteramente al P. Rada, pues aun el primero no parece ser otro que el mismo negocio del P. Eugenio de Losa, relativo á la propiedad de las casas, que serían parte de su legítima. La única discrepancia es la de la fecha de la

venida del Padre, que en el manuscrito se coloca en la primavera de 1657; pero esta discrepancia, como se ve, es sólo de un año, y puede muy bien atribuirse, sobre todo habiendo sido la estancia en la Habana de más de un año, á descuido ó confusión en el autor del manuscrito; autor que tan poco cuidado tuvo, al callar el nombre de los PP., de conservar la memoria exacta del suceso, que relató mirando tal vez más á la edificación que á la utilidad histórica.

Como el P. Rada viese que iba para largo su detención, á causa de que el negocio á que vino tardaba en resolverse, comenzó á ejercitar los ministerios de su vocación en ayuda de las almas. Hallábase entretenido en esto, cuando... Pero copiaremos textualmente. la versión que da de dicha relación latina el P. Alegre. «< Oportunamente para hacer más fructuosos sus trabajos, dispuso Dios que en otro de los puertos de aquella isla se hallase en la actualidad otro Jesuita náufrago, que tenía encantada la gente de aquella población, y aun llena de edificación á toda la Isla. No podian ver sin grande admiración cómo un solo hombre, después de haber dicho misa y confesado hasta muy tarde de la mañana, juntaba los niños, y se entraba por las escuelas para enseñarles la doctrina. Predicaba todos los domingos y días de fiesta, visitaba el hospital y la cárcel, y al caer de la tarde, sin interrumpir día alguno, explicaba á todo el pueblo la doctrina cristiana, añadía una breve exhortación moral y un ejemplo de la Santísima Virgen, á cuyo obsequio rezaba después con toda la gente el rosario. Todo esto con un fervor, con una aplicación y al mismo tiempo con un decoro, con un desinterés, con una modestia y circunspección, que les parecía no haber visto cosa semejante. Efectivamente, fué tanto el amor que le cobró toda la ciudad, que aun habiéndose ofrecido ocasiones para seguir su viaje, no lo pudo conseguir en muchos meses.

<< Teniendo noticia mutua de sí los dos PP., determinaron luego juntarse en la Habana, donde por el mayor concurso se podía prometer más copioso fruto. Aquí prosiguieron entre los dos la misma. distribución de tiempo y ministerios. Fué esto en ocasión en que con el motivo de la guerra con la Francia é Inglaterra, y de la invasión que habían hecho estas naciones en Santo Domingo y en Jamaica, había en la Habana una porción de prisioneros, los más de ellos calvinistas. Entre otras bendiciones con que colmó el cielo las apostólicas fatigas de los PP., no fué la menor la conversión de más de veinte de estos herejes, atraídos primero de la caridad con que los visitaban los Jesuitas, y convencidos después de la eficacia de sus razones. A éstos se agregaron, poco después, un moro y un judío: triunfos tan difíciles, como saben los que tienen algún cono

cimiento de la obstinación de estos sectarios. La abjuración y el solemne bautismo de éstos, fué un testimonio público de la sabiduría, del fervor y del celo de los operarios, que les atrajo la estimación de toda la ciudad.

«En consecuencia de este general aprecio y fama común de piedad, comenzó á comunicarlos con familiaridad y confianza una de las personas más distinguidas de la república. Era un hombre de sana intención; pero de un genio fiero, orgulloso, enemigo de todo consejo y que, acostumbrado hasta entonces solamente á las armas, quería trasladar al oficio público que ejercitaba, toda aquella prontitud y resolución que había aprendido en los reales. Sus más favorecidos y familiares no se atrevían á desengañarle en muchos asuntos, y entre tanto gemían muchas familias, oprimidas del peso de su despótica autoridad. Los PP., después de algunas pruebas que parecía exigir la prudencia, se le declararon abiertamente en una ú otra materia, le hicieron ver las peligrosas consecuencias de su intrepidez y falta de consejo. Se admiró todo el pueblo de verlo sujetarse después, no sólo á las amonestaciones de los PP., pero aun á los dictámenes de los religiosos y letrados, en los negocios más obvios y frecuentes de su empleo. Con tan extraordinario medio, disponía la misteriosa providencia del Señor á este caballero á su cercana muerte. En efecto, á los pocos meses de esta maravillosa mudanza, se sintió herido de un mortal accidente: llamó á uno de los PP. y después de hecha una confesión general de toda su vida... «Yo, le dijo, y todas mis cosas están en manos de V. R.... Quiero «salvarme, y todos mis bienes están á la disposición de V. R., para «que vea si con ellos puedo resarcir los daños que acaso habrá cau<«<sado la violencia de mi genio.»-Con tan bella disposición, pasó de esta vida dentro de pocos días, con edificación de toda la ciudad, en que se decía vulgarmente que Dios había llevado allí á los Jesuitas para la salvación de aquella alma y para el consuelo de muchos pobres.

«Esta alta idea que habían formado del instituto y conducta de los Jesuitas, los movió á escribir á S. M. pidiendo licencia para la fundación de un colegio, y con esta ocasión detuvieron mucho tiempo á los PP. esperando la respuesta. »

Hasta aquí la relación copiada por el P. Alegre.

Ötra vez vinieron á dar misión en la Habana dos Jesuitas de Méjico, los PP. Juan de Casares y Pedro Oliver. Fíjase como fecha de su venida por el P. Alegre, el 21 de Marzo de 1674; pero si es verdad lo que añade, que sí lo parece, que gobernaba á la sazón esta diócesis el Ilmo. Sr. D. Juan Santo Matía Sáez de Mañozca y Mu

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