Imágenes de páginas
PDF
EPUB

señalándole el cielo, á donde se levantan también en pos de la mano del ángel, con sublime expresión de amor, de resignación y de angustia, los ojos, medio entornados ya, de Jesús agonizante. Está todo ello delicadamente labrado en una sola pieza de mármol de Carrara; mide como metro y medio de altura y ha costado, puesto en la Habana, la cantidad de 800 dollars.

Preparado así el nuevo sepulcro, procedióse lo primero á exhumar y reunir los restos de los Jesuitas muertos en la Habana. Los de los veinte fallecidos desde el año 1854 al 1875 estaban sepultados en el antiguo cementerio de Espada; estos fueron exhumados los días 24, 25 y 26 de enero y colocados en tres cajas de madera forradas de zinc, que quedaron depositadas en la capilla del mismo cementerio. El día 27 se hizo lo mismo en el cementerio de Colón con los once allí sepultados desde el año 1880. Los restos del R. P. Rector Benigno Iriarte se dejaron en la misma caja metálica en que se encontraron, pero dentro de otra nueva de madera, y los de los otros diez en otras dos cajas asimismo de madera y forradas de zinc.

El día siguiente, 28 de enero, la Comunidad del Colegio de Belén se dirigió al cementerio de Espada, y acompañó los restos allí depositados, á la capilla central del cementerio de Colón, donde, después de recitado un responso, los dejó, todavía en depósito, junto con los exhumados en este cementerio el día anterior.

Faltaban los restos de otros dos PP., los de los PP. Enciso y Aviñó, que no habían sido sepultados en tierra cubana, porque ni en tierra cubana habían muerto. Ambos, uno en pos de otro, habían encontrado muerte y sepultura en la vecina isla de Cayo Hueso, donde en expedición apostólica los había enviado la obediencia, el P. José Enciso, mejicano, el día 10 y el P. Francisco Aviñó, el 17 de agosto de 1869. A Cayo Hueso pues se trasladó el R. P. Palacio el día 9 de febrero, y después de vencer dificultades que sólo á su caridad y á su esforzado corazón no parecieron insuperables, regresó á la Habana, el 19 del mismo mes, acompañado del R. P. William Power, superior general de la Misión de la Compañía de Jesús en Nueva Orleans, y conduciendo los venerables restos en cuya busca había ido. Depositados estos inmediatamente en la capilla de San Plácido de la iglesia de Belén,

el R. P. Rector celebró una Misa de Requiem en sufragio de sus almas, con asistencia de la Comunidad y otras muchas personas. Al día siguiente fueron llevados sin aparato alguno á la capilla del cementerio de Colón, donde, como hemos dicho, se hallaban ya depositadas las otras cajas mortuorias, desde el 28 de enero.

La solemne traslación de los restos al nuevo panteón estaba fijada para el 22 de febrero, martes de Carnaval; pero quiso el P. Palacio que este acto revistiese mayor trascendencia. No contento con reunirlos bajo una misma losa, quiso que sobre ellos se depositase en homenaje á los muertos el tributo de veneración y de gratitud á que eran acreedores de parte de tantos como habían recibido de ellos el beneficio de la educación, de la enseñanza y de la dirección espiritual; quiso que el acto aquel de la traslación fuese una manifestación hermosa de las simpatías siempre vivas de los habaneros hacia los hijos de Loyola.

Algunos días antes y porque llegase á noticia de todos, se mandó el aviso en forma de esquela mortuoria á los principales diarios de la Habana. Y como preparación más inmediata, el Diario de la Marina, en su número del domingo 20 de febrero, publicó un hermoso artículo, en el que á grandes rasgos recordaba la gloriosa historia del Colegio, dedicaba algunos párrafos en particular á la memoria de varios de los Jesuitas muertos, y terminaba prometiéndose que los amigos y discípulos de la Compañía no dejarían de dar testimonio del afecto y veneración, que les merecían varones tan beneméritos.

Amaneció por fin el tan esperado día 22 de Febrero, alumbrado por un sol espléndido y acariciado por una brisa fresca y agradable. Desde las primeras horas de la mañana empezaron á acudir multitud de personas á la vasta necrópolis, y á las ocho en punto, reunida en la capilla central la comunidad de PP. y НН. Jesuitas, se dió principio al santo sacrificio de la Misa en sufragio de los treinta y tres difuntos, cuyos restos mortales, encerrados en seis cajas, descansaban ante el altar en un severo catafalco.

El acto resultó imponente y grandioso sobre toda ponderación, y de él se ocupó la prensa habanera en sentidos artículos que no insertamos por no pecar de difusos.

[graphic]

TRASLACION PROCESIONAL DE LOS RESTOS DESDE LA CAPILLA CENTRAL DEL CEMENTERIO AL PANTEON DE LOS PADRES.

Terminada la Misa, la Comunidad de Belén, de roquete y con velas encendidas, seguida del gran concurso allí reunido, que se elevaba á unas quinientas personas, se dirigió al nuevo panteón, acompañando las seis cajas de los Jesuitas muertos. Distinguidos caballeros, amigos y antiguos discípulos nuestros, se disputaron el honor de conducirlos; miembros de la Academia de Ciencias llevaban la que contenía los restos del que había sido su esclarecido colega, el P. Viñes; otros señores la de alguno de sus respectivos maestros.

Llegados al panteón y depositadas sobre él las cajas mortuorias, antes de proceder al sepelio, el R. P. Palacio, revestido de capa pluvial como estaba, se dirigió á la concurrencia pronunciando una hermosa oración fúnebre, al fin de la cual parafraseó elocuentemente las inscripciones que había mandado grabar sobre la tumba. Vivent mortui tui, los que mueren en Dios son muertos que viven y vivirán eternamente dichosos. Avete socii carissimi, adiós, amadísimos compañeros, adiós, pero no para siempre: ¡hasta luego! Nostri memores: acordáos de los que aquí quedamos, y rogad á Dios por nosotros.

Volviéndose luego á los circunstantes, dió á todos las más expresivas y sinceras gracias en nombre de los vivos y también de los muertos, y concluyó diciendo: «Un favor os voy á pedir para terminar y os suplico que nadie me lo niegue. Quiero vuestros nombres; los nombres de cuantos aquí estáis presentes; pedid lo mismo á cuántos teniendo voluntad sincera de asistir, no han podido realizarlo; á ellos uniré nuestros nombres, y á esos irán unidos los de estos mártires que aquí con veneración contemplamos. Quiero con todos estos nombres formar un libro que perpetúe el recuerdo de este gran día: un libro que yo pondré en vuestras manos, para estrechar más y más en lo sucesivo el lazo de unión entre maestros y discípulos; un libro que pondré sobre mi corazón, que llevaré al ara santa, y allí como ministro del Altísimo le rogaré que aquellos nombres en él escritos vivan para siempre. Más aún: traeré ese libro vuestro y nuestro á este sepulcro, que desde hoy será sepulcro de santos, y colocado cuidadosamente á los pies del gran Crucifijo que ha de coronar la lápida monumental, será peremne testigo que narre á las generaciones futuras la sublimidad de este acto, más glorioso que triste, y el estrecho abrazo que hoy se dan en tan venerando sitio la ciudad de la Habana y el Real Colegio de Belén.» (1)

(1) Según extracto que publicó el periódico La Lucha el 19 de Marzo de 1898.

« AnteriorContinuar »