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liente, fué observante religioso, y si vivió la vida de la ciencia, vivió también, y por modo no vulgar, lo que en el lenguaje ascético se llama la vida del espíritu.

La pluma que al morir el P. Viñes consignó de oficio y según costumbre, en los privados anales del Colegio, los datos biográficos del ilustre fallecido, detiénese con particular amor en bosquejar esta su fisonomía íntima y religiosa, y nota en ella, aparte de otras virtudes más humanas, dos rasgos salientes que venían como á formar su carácter: el espíritu de oración y el de mortificación.

Varias horas al día empleaba en levantar su corazón y los ojos de su alma al Cielo para contemplar los misterios divinos y para meditar y llorar las miserias humanas, para ofrecer á Dios y á la mayor gloria de su santo Nombre, sus propios trabajos y para pedirle para ellos la gracia y el auxilio y bendiciones que necesitaba, el que de continuo levantaba también al cielo material los ojos corporales, para estudiar y predecir el origen y el curso de las tempestades. Y para todo pudo encontrar tiempo, porque era muy escaso el que daba al sueño, como era también escaso y medido el alimento que daba á su cuerpo. Mas no fué ésta la única manera que usó de mortificarse: el sabio del siglo XIX, á más de los meteorológicos y magnéticos, manejaba también otros instrumentos; instrumentos de penitencia como los de cualquiera padre del yermo ó monje de la edad media. Todos los días se disciplinaba reciamente, y cuando murió se encontraron en su aposento los cilicios que usaba, tantos que había con ellos para ceñirse todo el cuerpo.

Casi excusado parece recordar á los PP. Iriarte y Bolaños, muertos del vómito casi al mismo tiempo, cuando desempeñaban los cargos de rector y prefecto respectivamente. Y más aún, por más recientes, á los PP. Bayona y Arrubla, ambos á dos beneméritos de este Colegio, en el que tantos años vivieron y al que tanto honraron con sus virtudes, su saber y lo afable y bondadoso de su trato. Vivió el P. Bayona dedicado con entusiasmo al estudio de las ciencias naturales, en las que se señaló como profesor y sacó aventajados discípulos; y el P. Arrubla fué eminente en materia de física y de matemáticas, como lo confirma el testimonio de ingenieros y hombres de ciencia que le consultaban: sus largas y complicadas enfermedades le impidieron durante varios años ejercer el profesorado, pero no el dedicarse con tesón á sus estudios favoritos. Además de los inmensos apuntes que dejó escritos, consérvanse en el gabinete de física del Colegio algunos curiosos aparatos de su invención, así como un ingenioso calendario perpetuo, el cronociclo luni-solar juliano, al que acompaña impresa una razonada explicación.

Por fin, el que ha cerrado la serie de los muertos en estos cincuenta años, es el que asistió á muchos de ellos en el último trance, el venerable hermano Eguía, uno de los fundadores del Colegio y diligente y caritativo enfermero durante muchos años. Anciano en quien se hermanaban la gravedad religiosa y la más dulce afabilidad, venía esperando largo tiempo con cristiana resignación á la muerte, y al llamar ésta á su puerta por última vez, se despidió de nosotros con la tranquilidad del justo que vislumbra antes de morir las playas de la feliz eternidad.

Ese premio que nuestros hermanos han conseguido ya, es también el que nosotros esperamos, y con él, aunque nos faltaren todos los humanos, nos damos por contentos. Esta esperanza, pues, será suficiente garantía en favor nuestro y de nuestros trabajos, cuando nos faltare lo que no nos ha faltado nunca, lo que hasta los muertos han tenido sobre su tumba, el aprecio, la gratitud y el amor de los habaneros.

LAS FIESTAS DEL CINCUENTENARIO

E

POR VIA DE PROLOGO

L ÁLBUM que imprimimos, conmemorativo del quincuagésimo aniversario, debía serlo en algo más que el título y la portada; y para que lo fuese, debía guardar entre sus hojas, junto con los recuerdos más viejos, el aún fresco y reciente de este mismo aniversario con motivo del cual se han evocado esos otros recuerdos.

A más, que ni la historia del Colegio, y aun nos atreveríamos á decir, la historia entera, antigua y moderna, de la Compañía de Jesús en Cuba podía considerarse completa si se omitía lo que no es simplemente el último acontecimiento de ella en el orden del tiempo, sino algo esencial é integrante, consecuencia tal vez, de algún modo contenida en los sucesos pasados como en legítimas premisas, y de todas suertes brillante corona y colmada recompensa.

Y aun fuera de todo esto, deber imperioso de gratitud nos forzaba y nos urgía á no callar precisamente en la ocasión en que podemos, gracias á este libro, alzar nuestra voz de modo más público y solemne que lo ordinario, para corresponder así á las nuevas y extrordinarias manifestaciones de estimación y de simpatía de que hemos sido objeto por parte de la Habana entera, con motivo de la celebración de nuestro cincuentenario. Manifestaciones y extremos dignos ciertamente de recordarse al lado de los que á nuestros antiguos padres hicieron los antiguos habaneros, y dignos de

agradecerse juntamente con aquellos, al menos con la fórmula más elemental del agradecimiento, con la pública confesión de nuestra deuda y la significación verbal y escrita de nuestro ánimo agradecido.

Aun dura, y durará todavía largo tiempo en la Habana, la resonancia de este acontecimiento, que no ha sido de los que se ven todos los días; pero porque dure más y á ser posible dure siempre, queremos fijarla aquí como en el cilindro de un grafófono, para que se haga oir, aunque debilitada y empequeñecida, cuando se hayan extinguido otros ecos. Aquí, sobre la mesa en que escribimos, tenemos amontonadas hojas y más hojas de la prensa periódica local, que sin distinción de matices ni de opiniones nos ha tejido con ellas guirnalda hermosísima de elogios, de plácemes, de simpatías y de votos por nuestra prosperidad; pero para cuando el soplo del tiempo haya revuelto y arrastrado esas hojas de un día, como el viento las en que la Sibila de Cumas escribía sus respuestas y vaticinios, queremos dejar bien guardado entre estas páginas, porque no se lo lleve el olvido, algo de lo que aquellas dicen junto con el recuerdo del fausto acontecimiento que las motiva.

Al redactar estas líneas tenemos delante, como decimos, esas hojas, y al ver en ellas reflejada la conmoción producida por nuestras fiestas, al sumar con esto lo que de labios de otras personas hemos oído y, ya en frío, nuestras propias impresiones, quedamos en verdad confusos y admirados, y apenas queremos dar crédito á lo sucedido: de tal suerte su magnitud y resonancia han sobrepujado no ya nuestras esperanzas, pero aun nuestros deseos y nuestras ilusiones.

El quincuagésimo aniversario, las bodas de oro del Colegio-y valga el neologismo siquiera sea á título de metáfora-debían celebrarse; debíamos mostrar nuestro agradecimiento á Dios por la señalada providencia de que nos había hecho objeto en los cincuenta años transcurridos, y queríamos que con nosotros lo mostrasen los que también como nosotros estaban obligados; queríamos, aun mirando las cosas con ojos humanos, celebrar y festejar un suceso que es á todas luces fausto y memorable, y congratularnos por ello con cuantos se alegran de nuestros progresos y de los progresos de nuestra obra en pro de la cultura y del bienestar de este país; y queríamos también.... -¿por qué no decirlo si está en la conciencia de todos?: aunque vemos lo que ha florecido nuestra obra y después de la satisfacción de nuestra conciencia con eso nos basta, ansiábamos ver y palpar que nuestros esfuerzos, nuestro amor, nuestros cuidados y nuestros sacrificios no habían sido prodigados en

vano, que vivíamos en el recuerdo y en el corazón de nuestros antiguos discípulos y en el de esta sociedad en cuyo seno y á cuyo servicio llevamos cincuenta años de existencia; queríamos un estímulo sensible y humano que nos animase á seguir adelante, y queríamos tenerlo en el amor y en la gratitud de los que han pasado por nuestras aulas, prenda del que nos guardarán los que hoy en ellas se educan y se educarán en lo adelante: queríamos tenerlo y lo hemos plenamente conseguido. Nuestras fiestas no lo han sido sólo nuestras y del Colegio: lo han sido de toda la Habana; queríamos festejar un aniversario, y nosotros hemos sido los verdaderamente festejados.

PRELIMINARES

Veníase acercando el año de 1904 y con él el día dos de marzo en que se cumplía para nuestro Colegio el quincuagésimo aniversario de su fundación, y la idea de celebrarlo de un modo digno, acariciada ya de tiempo atrás como un futuro lejano, se iba imponiendo por sí sola, con la necesidad y el apremio de un presente al que casi se tocaba con la mano.

Previsor y diligente el R. P. Palacio, y animado sin duda por el feliz resultado que había tenido su llamamiento á los antiguos discípulos, cuando trató de honrar la memoria de los Jesuitas muertos en la Habana, en el acto de la traslación de sus restos al nuevo panteón que él les había preparado, parece ser que comenzó á tantear algunos ánimos, indicándoles el proyecto de celebrar con especial solemnidad las bodas de oro del Colegio, y parece ser también que en todos ellos encontró la mejor y más entusiasta acogida. Pero empresa era esta reservada en lo que pudiera tener de glorioso, como también y primero en lo que tenía de trabajo y de mérito, á su sucesor el R. P. Vicente Leza.

Largos serían de contarse los preparativos de uno y otro género, que con anticipación se fueron haciendo. Un edificio antiguo como el de nuestro Colegio exige todos los días innumerables reparos, y si se quiere hacerlo parecer nuevo, la labor es incalculable. El rectorado del P. Leza dejará grata memoria en los fastos del Colegio, por las mejoras materiales durante él introducidas: entre otras cosas, el material de clases y salones de estudio ha sido renovado casi por completo en pupitres, tribunas y zócalos; se ha aumentado y reformado notablemente el de enseñanza, sobre todo en los museos de física é historia natural y laboratorio de química, y no son pocas

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