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sonriéndose: ¿Qué es lo que á V. se le figura de todo esto que ve y á estas horas?—Que vamos á dar una alarma falsa ó una alerta, le respondí, y si no á hacer alguna buena prisión.

«Esto así, marchamos con él al castillo de la Fuerza, donde encontramos al coronel del regimiento de Lisboa, D. Domingo Salcedo, con su tropa escogida sobre las armas; sin caja ni ruído alguno marchó el general con esta tropa á la muda, quedándonos los demás en el cuartel.

Ocupó á las 12 de la noche todas las avenidas inmediatas al Colegio de San Ignacio: los dos solos pusieron ciertas centinelas y oficiales de satisfacción donde les pareció, para observar algunas partes y las ventanas. Pasó al cuartel de Dragones inmediato al Colegio, y vió que su coronel D. Tomás de Aranguren ya tenía montada su tropa sin hablar nadie una palabra, y el resto de ella que no debía entrar en facción, bien entregada al sueño.

« A este tiempo nos llamó con un ayudante y nos dijo aparte: Vdes. cuatro son mis asistentes en este grave negocio del Rey; siempre me han de acompañar Vdes, y han de estar á mi lado para cuanto pueda ofrecerse.

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Llegamos pues á eso de las doce y media de la noche á la portería del Colegio: llamó el sargento mayor de la plaza; y á la tercera ó cuarta vez respondió el portero. A la orden de que abriese al gobernador de la plaza, lo hizo al instante; dió aviso al rector, el P. Andrés de la Fuente, natural de la Puebla de los Angeles, y llegó á recibirle cuando ya estábamos en la mitad de la escalera.

« Pasamos á la sala rectoral. Allí le previno que hiciese venir á todos los PP. de la casa, preguntándole cuántos eran por todos. El rector, acompañándole dos oficiales de carácter destinados para ello, fué dando la orden de un aposento en otro; y en cada aposento quedaron otros dos oficiales como de centinelas, para acompañarlos cuando saliesen, y observar si por las ventanas se echaba algo á la calle ó á otra parte.

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« Junta la Comunidad, se puso en pie el gobernador con dos asesores al lado, el secretario de gobierno y el escribano de guerra; se puso el sombrero, y sacando de su bolsillo el secretario dos candeleros de plata con dos velas de cera, le alumbraron, y leyó en alta voz el decreto del Rey que estaba impreso, y le saben todos.»>

Interrumpiendo la relación de Armona, intercalaremos el decreto en gracia de los que no lo conozcan, tanto más cuanto que tenemos copia directa del mismo texto que se leyó á los Jesuitas de la Habana, el día 15 de junio de 1767, á las tres y media de la mañana, según está anotado en la misma copia. Hélo aquí:

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Real Decreto. -« Habiéndome conformado con el parecer de mi « consejo real, en el extraordinario que se ha celebrado con motivo « de las ocurrencias pasadas, en consulta de veintinueve de Enero próximo, y de lo que en ella me han expuesto personas del más « elevado carácter; estimulado de gravísimas causas, relativas á la obligación en que me hallo constituído de mantener en subordina<«<ción, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas «< y necesarias que reservo en mi real ánimo, usando de la suprema <«< autoridad económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona, <«< he venido en mandar se extrañen de todos mis dominios de España «é Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, á los Religiosos de « la Compañía, así Sacerdotes como coadjutores ó legos que hayan «< hecho la primera profesión y á los novicios que quisieren seguirlos, a y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis <«< dominios, y para su ejecución uniforme en todos ellos, os doy plena << y privativa autoridad, y para que forméis las instrucciones y órde<«< nes necesarias, según lo tenéis entendido y lo estimareis para el « más efectivo, pronto y tranquilo cumplimiento; y quiero que no « sólo las Justicias y tribunales superiores de estos Reinos ejecuten <«< puntualmente vuestros mandatos, sino que lo mismo se entienda «con los que dirigiéredeis á los Virreyes, Presidentes, Audiencias, «Gobernadores, Corregidores, Alcaldes mayores, y otras cuales«quiera Justicias de aquellos Reinos y Provincias de que en virtud « de sus respectivos requerimientos, cualesquiera tropas milicianas ó «paisanas den el auxilio necesario, sin retardo ni tergiversación <«< alguna, sopena de caer el que fuere omiso en mi Real indignación; «< y encargo á los Padres Provinciales, Prepósitos, Rectores y demás Superiores de la Compañía de Jesús, se conformen de su parte á lo <«<que se les prevenga puntualmente, y se les tratará en la ejecución <«< con la mayor decencia, atención, humanidad y asistencia, de modo «que en todo se proceda conforme á mis soberanas intenciones. <«<Tendréislo entendido para su exacto cumplimiento, como lo fío y <«<espero de vuestro celo, actividad y amor á mi real servicio y daréis «para ello las órdenes é instrucciones necesarias, acompañando «< ejemplares de este mi Real decreto, á los cuales, estando firmados « de vos, se les dará la misma fe y crédito que al original rubricado « de la Real mano.-En el Pardo á veintisiete de febrero de 1767. «-A el Conde de Aranda presidente del consejo. Es copia del << original que Su Majestad se ha servido comunicarme.-Madrid 1o « de marzo de 1767. —El Conde de Aranda. »

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Reanudemos la relación de Armona:

« Preguntó después al rector cuántos padres misioneros estaban fuera.-En Cuba está el P. Villa-Urrutia, y en el Bayamo el P. N. le respondió. Allí mismo le puso dos órdenes el rector, y Bucarely despachó un correo al gobernador de Cuba incluyéndolas, con prevención de cómo los había de remitir.

« Pasó después con el rector, el procurador del Colegio, el secretario y cuatro oficiales á todos los aposentos, cuyas llaves con las de sus papeleras y papeles pidió el rector á cada uno. En ellos se recogieron cuantos manuscritos y cartas tenía cada padre; se formaron paquetes de ellos por cada uno, cerrados y sellados con lacre, rotulados por fuera con la explicación necesaria, y al fin autorizados con la firma de todos. Entre tanto, los cuatro asistentes nos quedamos en la rectoral á solas con los padres, que no dejaban de aplicarse á las ventanas, aunque habían quedado muy sorprendidos con el decreto del Rey, la circunspección y formalidades del gobernador.

«Serían las tres de la mañana (1) cuando el P. Araoz, que á pesar de sus muchos años había sido echado de Méjico, encarándose á mí, me dijo: Sr. D. José, ha venido alguna embarcación de España?-Ninguna, le respondí, desde el correo marítimo que llegó ha más de un mes. - ¿Pues por dónde ha venido esto, replicó el viejo admirado, que después de tanto tiempo nada se ha sabido?-Por ahí verá el P. Araoz cómo van ahora las cosas, le respondí.

<< La diligencia del gobernador sobre los papeles, era larga. Entre cuatro y cinco de la mañana, entraron, por disposición suya, chocolate, café, leche y otras cosas muy buenas para desayuno de los padres. Todos hicieron su deber. En la misma sala y siempre acompañados, estuvieron treinta y seis horas; pero sumamente asistidos y considerados en todas las cosas posibles.

«El gobernador con sus precauciones, recogió algunos papeles que iban de fuera, y por diferentes modos se les quisieron introducir. Eran papeles de damas, sin firma, pero de letras conocidas, y con esto se avivó por instantes el embarque.

« Habilitada la embarcación con buenos acomodos y abundante rancho, los sacamos del Colegio en seis coches á las ocho de la noche. A los lados de cada coche iban dos personas nombradas. D. Agus

(1) Si se advierte contradicción entre esta hora y la que consta en la copia del decreto, recuérdese que Armona habla de memoria y 20 años después del suceso. Esto sin contar con que la diferencia es bien pequeña.

tín Crame y yo íbamos con el primero; el gobernador y el teniente de rey cerraban la retaguardia con el último, en que iba el rector poblano.

« Al volver de una esquina llegó de golpe un embozado á hablar en nuestro coche con el P. Tomás Bulter (Butler) que había sido por muchos años el consultor y confidente de los gobernadores, el eje que movía los negocios de la Habana y el dueño de las principales casas y familias. Crame, que iba por aquel lado, se le echó encima en cuanto pudo percibir alguna palabra. El embozado desapareció al instante al verle tirar de la espada.

« Los embarcamos en el bote mismo del gobernador, y en la fragata los recibieron algunos oficiales, que se habían puesto para hacer la guardia hasta el amanecer, en que se haría á la vela.

«El rector que conoció á bordo de ella al práctico del puerto, amigo suyo, le dijo: ¿Se sabía en la ciudad que nos sacaban esta noche? Sí, padre, le respondió.-¿ Pues dónde estaba todo el pueblo? ¿Estaban acobardados todos?-Por la mañana el piloto prático dió cuenta de estas interrogaciones al gobernador, y mandó que hiciese formal declaración, para que constase en el expediente judicial. (1)

«La ciudad, en la parte que se componía de sus gentes naturales, y más que todo las mujeres más principales, ricas y devotas, sintió y sintieron vivamente una catástrofe tan inesperada para ellas, que no pudieron disimular su pena ó su sorpresa, desde el instante mismo.

« A los que habíamos tenido alguna parte personal ó material en la ejecución, nos miraron con indiferencia ó con enojo por muchos días; hablaban y sentían sin interrumpirse entre sí, y sin poderse distraer á objetos de diversión. Acuérdome que estando de visita en casa de una de estas damas, que además de ser dama rica, era marquesa, poetisa, latina, crítica y siempre engreída de haber escrito directamente al Rey una gran carta cuando se perdió la Habana, informando á S. M. y descubriéndole muchas cosas, ésta dama Musa, viendo que movían la tal conversación algunas personas que estaban de visita, explicó al instante su sentimiento sin reserva, y más la desazón que le movían con el recuerdo; y aunque yo no había dicho una palabra se encaró á mí, exclamando con toda su energía y con el piadoso Eneas: Quis talia fando, temperet á lacrymis? (2)

Este escogido regalo de los mejores énfasis de Virgilio, me lo hizo la marquesa porque yo había sido en el caso, un asistente

(1) Hasta los dedos se les antojaban huéspedes !

(2) ¿Quién, al hablar de tales cosas, contendrá las lágrimas?

celoso del circunspecto gobernador, en todo aquel amarguísimo, lamentable suceso que se recordará. Se acabó la conversación, y muy pronto después la infanda, dolorosa visita.

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El gobernador con los cuatro asistentes y su secretario, reconoció á su tiempo, de orden del Rey, todos los paquetes sellados, se apartaron los manuscritos y las cartas útiles, se rompieron muchas y muchas esquelitas de damas devotas. En fin, dió cuenta de todo á S. M., se aplaudió su conducta, y salió con muchas satisfacciones. Los Jesuitas de la Habana fueron, pues, los primeros de la América que llegaron á España, y desembarcaron en Cádiz.»

Hasta aquí la relación de Armona, por lo que respecta á los Jesuitas de la Habana. Bien se echa de ver por ella el arraigo, el afecto y estima de que gozaban en aquella época en la población; y esto sin duda, la idea que insinúa Armona, al entrar en el capítulo de donde hemos tomado nuestra larga cita, que era la Habana « pueblo dominado por los Jesuitas desde que se establecieron en él » fué la causa de que se extremasen, hasta el punto que se ha visto, el secreto y las precauciones al ir á prenderlos, por temor, bien infundado por cierto, de un levantamiento popular. Olvidaban que los Jesuitas son discípulos y seguidores de aquel, cuyo nombre llevan, que cuando le prendieron prohibió á sus discípulos que le defendiesen por las armas, y él mismo salió al encuentro de los que le buscaban!

Los Jesuitas residentes en la Habana al tiempo de la expulsión eran, según los trae Dávila en el catálogo de la Provincia de Méjico del año 1767: los PP. Andrés Prudencio Fuente, rector, Juan Roset, Tomás Butler, Francisco Villa-Urrutia, Juan Antonio Araoz, Miguel Ruiz, Pedro Palacios, Hilario Palacios, Lorenzo Echave, Bartolomé Cañas, José Romero, Simón Larrazábal, José Gregorio Cosío, el H. escolar Joaquín Zayas, enfermo, y los HH. coadjutores Juan Coveaga y Juan Frenkenhieser.

Y no fué la Habana con los Jesuitas, de los amigos que vuelven la espalda en el infortunio. Si acompañó con su afecto, con sus quejas y con sus lágrimas á los que de aquí se llevaban presos y desterrados, recibió con entrañas de caridad, y colmó de obsequios y regalos, ya que otra cosa no podía, á los que venían expulsos de otras partes de América, para quienes fué este puerto lugar de escala y de espera. Eternos títulos al reconocimiento no sólo del Colegio de la Habana, sino de toda la Compañía, tiene esta ciudad, y el que era entonces su gobernador Bucarely, por el humano y aun regalado

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